MENSAJE DEL DÍA 12 DE MAYO DE 1983, LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     (Al terminar el rezo del santo Rosario, Luz Amparo cae de rodillas, quejándose de agudos dolores y comenzando a sangrar por la frente, ojos, manos, rodillas, pies y costado. En la frente presentaba las lesiones de la corona de espinas, que sangraban espontáneamente; en los ojos brotaban lágrimas de sangre y en las manos aparecían las señales de los clavos con la sangre roja y fresca, que manaba. Igualmente, las rodillas se veían ensangrentadas. Sólo se comprobaron estas lesiones en las zonas del cuerpo no cubiertas por el vestido. Un suave perfume de rosas envolvía el ambiente).

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, ay, ay...! ¡Ay, Dios mío...! (Así repetidas veces denotando vivo dolor). ¡Ay, Señor! ¡Ay, Señor...!

 

     LA VIRGEN:

     ¡Ay, hija mía, hijos míos! Os pido, hijos míos, que hagáis sacrificios, sacrificios y oración. Va a ser corto el mensaje, hijos míos. Os lo tengo todo dicho, hijos míos. Todos aquéllos que no os hayáis acercado, hijos míos, al sacramento de la Confesión, hacedlo, hijos míos, hacedlo, que el tiempo se aproxima. No quiero que os condenéis. Sacrificios, hijos míos, sacrificio os pido. Pedid por las almas consagradas, ¡las amo tanto!, pero ¡qué mal me corresponden, hijos míos! Ayudad a mi Hijo a llevar la Cruz, hijos míos. Lleva una cruz muy pesada por todos los pecados del mundo.

     Besa el suelo, hija mía... Por las almas consagradas, hija mía, por las almas consagradas.

     También quiero, hijos míos, que se haga en este lugar una capilla en honor a mi nombre, hijos míos. No hacen caso, hijos míos, no hacen caso de mis mensajes. Publicad, hijos míos, es muy importante que publiquéis los santos Evangelios por todas las partes del mundo. Quiero que os salvéis todos, hijos míos. Sed constantes en acercaros a la Eucaristía, hijos míos.

     Tú, hija mía, sé humilde, hija mía; la humildad es la base para subir al Cielo, hija mía. ¡Cuántos, hija mía, cuántos se ríen y se burlan de ti, hija mía! Pero piensa que a todo aquél que se rían y sea calumniado, a causa de nuestro nombre, recibirá una gran recompensa. Sí, hijos míos, haced sacrificios y haced oración, hijos míos.

     Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice en el nombre del Hijo y con el Espíritu Santo.

     Adiós.

 

     (Al terminar el mensaje, Luz Amparo ha comenzado a sentir un frío intenso y grandes náuseas; tenía mucha sed y pedía agua. Poco a poco, la sangre se ha ido secando y desapareciendo a la vista de todos los presentes, como reabsorbida.

     Finalizado el éxtasis y la estigmatización, sometida aún la vidente a intensos dolores, cuenta ella misma que, en esos momentos, vio a la santísima Virgen resplandeciente en el Sol, ataviada con túnica azul y manto blanco, con una sonrisa, consolándola en sus sufrimientos.

     Explica que, habitualmente, cuando comparte la Pasión de Cristo, el Señor se le representa sufriendo al mismo tiempo que ella. Pero esta vez, lo vio sentado en un trono, rodeado de ángeles, en medio de una aureola de luz azulada y vestido con una túnica blanca. Se mostraba sonriente).