MENSAJE DEL DÍA 21 DE ABRIL DE 1984

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     LA VIRGEN:

     Hija mía, mi Hijo dijo a los Apóstoles: “Me iré, hijos míos, y no me volveréis a ver por ahora, pero después vendré a por vosotros”.

     Sí, hija mía, se fue, se fue con el Padre, pero, ¿sabes para qué? Para preparar las moradas. Las moradas están preparadas para todo aquél que quiera pedir perdón de sus pecados. Pero, ¿no sabéis, hijos míos, que antes de marchar mi Hijo, dejó dicho: “Vendrá el Espíritu Santo para prepararos para conseguir esas moradas”?

     No hacéis caso, hijos míos; pero el tiempo apremia, y no cambiáis. Si los hombres no cambian, me veré obligada a dejar caer el brazo pesado de mi Hijo. Por eso os digo, hijos míos: está a punto de que Cristo vuelva en una nube, pero rodeado de ángeles; pero todo aquél que no esté a su derecha, no entrará en el Reino del Cielo.

     No creáis que es política esto, hijos míos; la derecha del Padre quiere decir para todos los escogidos, no para todos aquéllos que sean de derechas, como muchos de vosotros estáis pensando. Las políticas no las mezcléis en este Rosario, hijos míos; las políticas sirven para condenarse. Sed humildes y cumplid con los mandamientos, pues Cristo va a bajar con su gran poder y su gran majestad; pero le dará a cada uno según sus obras, hijos míos. Os lo he repetido muchas veces: yo, cuando mi Hijo subió a los Cielos, me quedé en la Tierra sola, muy sola, hijos míos; pero quedé para dar testimonio de mi Iglesia; pero, ¡pobre de mi Iglesia¡, ¿qué han hecho de ella? Mira, hija mía, mi Corazón está triste.

     Pero esta tristeza la siente mi Corazón porque veo que los tiempos se aproximan y los hombres no dejan de ofender a Dios. El Castigo será horrible.

 

     LUZ AMPARO:

     Dales tiempo, más tiempo, dales más tiempo.

 

     LA VIRGEN:

     Mira, está muy próximo: grandes ciudades serán derrumbadas, hija mía; parecerá, como he dicho otras veces... Es peor que cuarenta terremotos juntos. Y todo porque los hombres no dejan de ofender a Dios. No lo ofendáis más, hijos míos, que Dios Padre va a descargar su ira de un momento a otro.

     Pedid por las almas consagradas, hijos míos; ¡mi Corazón las ama tanto!..., pero no corresponden a ese amor. ¡Cuántos, hija mía, el demonio oscurece sus mentes para precipitarlos en el fondo del abismo! Sed humildes, hijos míos, y haced sacrificio, sacrificio, hijos míos, y oración. Besa el suelo, hija mía, por las almas consagradas, hija mía; porque esas almas, que arrastran al abismo, pagarán por su pecado y por el pecado de esas almas. Pedid por ellas, hijos míos; están muy necesitadas de oración. Sed humildes, que sin humildad no podéis conseguir el Cielo.

     Quita otra espina de mi Corazón, hija mía, de otra alma consagrada. Mi Corazón está cercado de espinas; todo el centro de mi Corazón también está lleno, hija mía...

     ¡Siente mi Corazón, siente un gran dolor!, pero al mismo tiempo siente una gran alegría, sólo con un alma que se haya purificado.

     Vas a escribir un nombre en el Libro de la Vida, hija mía; hace mucho tiempo que no has escrito ningún nombre. Coge el bolígrafo, hija mía... Ya hay otro nombre más en el Libro de la Vida, hija mía; ¿ves cómo vale la pena el sacrificio, aunque sólo sea un alma la que se purifique? Este nombre, hija mía, lo he dejado en recompensa a tu sufrimiento. Ya hay otro nombre más. Hoy, hija mía, voy a darte todas las pruebas, hija mía. Coge el cáliz del dolor y bebe unas gotas; ¡qué poco queda!

 

     LUZ AMPARO:

     No quiero beberlo todavía, para que haya más tiempo.

 

     LA VIRGEN:

     Tienes que beber otra gota, porque los hombres no tienen dolor de ofender a Dios... Lo último está muy amargo, hija mía, porque es el fin de los tiempos el que se aproxima. Mira cómo quedará el mundo, como en un desierto, hija mía; no se verán más que cadáveres por todos los sitios; pero todos aquéllos que sean escogidos, quedarán como en un éxtasis, hija mía; no les afectará absolutamente nada en su cuerpo.

 

     LUZ AMPARO:

     ¿Y todos ésos? ¡Ay, todos! ¡Ay! No te los lleves todos, no. ¡Ay...!

 

     LA VIRGEN:

     Ya te he dicho, hija mía, que muchos serán los llamados y pocos los que entrarán por esta puerta. Mira qué pequeña es esta puerta; por aquí entran pocos, hija mía; pero mira este camino, qué ancho es, cuántos van al fondo del precipicio. Por eso, hijos míos, os doy tantos avisos: para que os salvéis. Todavía estáis a tiempo, hijos míos; sacrificio, sacrificio y oración. Con penitencias, sacrificios y oraciones salvaréis vuestras almas. Vuelve a besar el suelo, hija mía, por la conversión de los pobres pecadores... Este acto de humildad, hija mía, para la salvación de los pobres pecadores.

     Levantad todos los objetos. Es un día muy señalado, hija mía. Os voy a bendecir todos los objetos... Ya están bendecidos; con estos objetos podéis convertir a tantas almas, hijos míos...

     Te voy a dar un premio, hija mía, pero no porque seas humilde, sino en recompensa a tu sufrimiento. Besa el pie... Tienes que ser más humilde; con humildad podrás ayudar a muchas almas. Humildad os pido, hijos míos, y sacrificio. ¡Cuánto os estoy repitiendo el sacrificio!; pero qué poco hacéis, hijos míos; no sólo con rezar un rosario o dos o tres vais a estar salvados, hijos míos; con el sacrificio, con la penitencia, con eso os salvaréis, hijos míos; y cumplid con los diez mandamientos. Acercaos a la Eucaristía; pero antes, hijos míos, por el sacramento de la Confesión. Tú, hija mía, sé humilde.

     Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

     Adiós, hijos míos, adiós.