MENSAJE DEL DÍA 1 DE FEBRERO DE 1986, PRIMER SÁBADO DE MES,
EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)
LA VIRGEN:
Hija mía, hace mucho
tiempo que mi Corazón sufre por el ser humano, porque veo, hija mía, lo que Dios
tiene preparado sobre la Humanidad. Oro día y noche para evitar que seáis
castigados, hijos míos. Pero ya no puedo más. Se hace duro este brazo pesado de
mi Hijo, hija mía. Yo quiero evitar la cólera de Dios. Pero Dios —está escrito—,
Dios es Juez y Creador del mundo. Yo oro constantemente día y noche;
oro a mi Hijo, hijos
míos, para que os perdone; pero sólo vuestra oración, vuestro sacrificio y
vuestra penitencia podrá salvaros. Refugiaos en mi Inmaculado
Corazón.
Amad a vuestro prójimo,
hijos míos, y que vuestra oración salga de lo más profundo de vuestro corazón.
Amad mucho a mi Hijo, escuchadle, hijos míos.
EL
SEÑOR:
Estoy muy indignado con
los hombres. Quiero que vuelvan al buen camino; por eso estoy derramando gracias
sobre ellos, ¡y me vuelven su espalda! ¡Qué desconsuelo siente mi Corazón cuando
veo que aquéllos que amo tanto me vuelven la espalda, hijos míos! “Venid a mí
–les grito–. Venid a mí todos aquéllos que estáis cargados, que yo os
descargaré. Venid a mí todos aquéllos que tenéis hambre, que yo os daré de
comer”. También grito: “Venid a mí todos aquéllos que estáis sedientos, que yo
os daré de beber. Venid a mí todos los que estáis tristes, que yo os consolaré”.
Pero cerráis los oídos, hijos míos, a estas llamadas. Mi Corazón está
desconsolado.
Soy el padre, hijos
míos, del hijo pródigo, que tengo preparado un banquete para todos aquéllos que
queráis venir a mí. Pero, ¿qué hacéis, hijos míos? Cuando os llamo, rechazáis mi
llamada. Sí, abrís los oídos a Satán, hijos míos, porque él os pone el manjar,
el placer; pero, ¿sabéis para qué, hijos míos? Para que caigáis en esa trampa
maldita y sellar vuestras frentes y vuestras manos y hacerse dueño absoluto de
vosotros.
El mundo está
corrompido, hijos míos. Los hombres no piensan nada más que en el gozo y en el
placer. La carne, hijos míos, es la que lleva a muchas almas al Infierno. Los
pecados de la carne... Pero no escuchan mi llamada cuando grito: “Venid a mí”...
(Se oye llorar a Luz Amparo).
Han transformado la
Tierra, hijos míos. La habéis transformado en escenario de crimen, de envidia y
de placer. Hay muy pocos hogares virtuosos, hijos míos. A los hijos se les educa
en el escándalo y en la desunión, en el adulterio y en toda clase de
vicios, hijos míos. Por eso pido oración, porque en las familias la oración está
muerta.
¿Sabéis lo que hace un
Rey poderoso y creador?: valerse de dolores y calamidades para poder salvar a
las almas; cuando con un solo dedo —como he dicho otras veces— podría hacer
arder al mundo entero. Me valgo de las almas para purificar a la Humanidad,
hijos míos, y mando a esta Humanidad dolor, calamidad, catástrofes, terremotos,
para purificarla, hijos míos.
¡Cuántas veces te he
dicho, hija mía, que donde hay dolor no existe el pecado! ¿Sabes por qué? Porque
el ser humano se ocupa de su dolor, no se ocupa del mundo. Pero yo estoy allí.
Donde hay dolor, estoy, hijos míos.
Sólo la oración puede
llegar a mí, hijos míos. Vuestra oración y vuestro sacrificio... (Se expresa en idioma extraño). Mira si
está próximo, hija mía.
Será terrible la
calamidad que caiga sobre la Tierra. Jamás se ha visto ningún castigo semejante
a éste... Cuando esto suceda, hija mía, habrá grandes monstruos gobernando y no
respetarán los Sacros Alimentos de las iglesias. Porque los dictadores del mundo
serán verdaderos demonios encarnados y destruirán todas las cosas santas.
Martirizarán a mis almas consagradas. Aquellos pocos que queden santos, serán
martirizados por las manos de un verdugo, hija mía.
¿Y mi Vicario? Mi
Vicario será atormentado.
LUZ
AMPARO:
¡Pobrecito...,
pobrecito!...
EL
SEÑOR:
Haced mucha oración y
mucho sacrificio, hijos míos. Comunicaos con Dios constantemente. Todavía es la
hora de la misericordia. Pero, dentro de poco, será la hora de la
justicia.
Besa el suelo, hija
mía, por mis almas consagradas... ¡Pobres almas, las ama tanto mi
Corazón!
Voy a dar una bendición
especial sobre estos objetos. Levantad todos los objetos... Todos han
sido bendecidos.
Amad mucho a mi Madre,
hijos míos; sufre mucho por la Humanidad. Amadla mucho.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
¡Adiós!