MENSAJE DEL DÍA 6 DE FEBRERO DE 1993, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     LA VIRGEN:

     Hija mía, ¡cuánto sufre mi Corazón por tantos y tantos males como hay en el mundo! La maldad de los hombres, hija mía, han convertido el mundo en escenario de crímenes, en escenario de violencias, en escenario de odios, hija mía. El espanto de los hombres, hija mía, es terrible, pero ni aun en este espanto miran con una mirada compasiva la Divina Majestad de Dios. Dicen que Dios no sufre, hija mía; ¡Dios sufre por sus creaturas!, como cualquier padre sufre por sus hijos. Mira la Divina Majestad de Dios, cómo los ultrajes de los hombres la han dejado, hija mía. La mayor parte de los hombres han apostatado de su fe; se llaman católicos de nombre, hija mía, pero no conocen la doctrina; los hombres no conocen a Dios. Ora mucho, hija mía, para que los hombres derritan ese hielo que llevan en el corazón y lo abran a la Divina Majestad de Dios. Por eso está mi Corazón entristecido y dolorido. ¿Cómo los hombres dicen que a qué vengo a manifestarme tantas veces? Vengo a recordar a los hombres la verdad del Evangelio, porque la verdad está escondida; cada uno se aplica el Evangelio según le conviene. Pero, hijos míos, si el Evangelio es la vida, la verdad. ¿Hasta cuándo, hijos míos, hasta cuándo vais a tener vuestro corazón endurecido en las maldades del mundo? Dejad de ofender a Dios, hijos míos, pues Dios es misericordia, pero su justicia será terrible ante los hombres.

 

     EL SEÑOR:

     ¡Ay, vosotros gobernantes de los pueblos que gobernáis sin Dios! Sin Dios el hombre no puede gobernar. ¡Ay, vosotros, que habéis negado vuestra fe!, y el arma de vuestras mentiras, vuestras hipocresías, hijos míos, y vuestras ideologías, quieren hacer desaparecer todo principio divino. Pero, ¿cómo el hombre puede pensar que tiene más poder que Dios, si Dios es el Creador y el hombre es la creatura? ¡Ay de vosotros, mentirosos y engañosos, que arrastráis a la mayor parte de la Humanidad a la tiniebla y a la oscuridad! Sois sagaces, sois hijos de la tiniebla y trabajáis en la oscuridad; pero todo el que trabaja en la oscuridad, Dios lo saca a la luz.

     No os durmáis vosotros, hijos míos, que los hijos de las tinieblas trabajan de noche para destruir el Santo Nombre de Dios. Han renegado de su fe y se han dejado llevar por el enemigo, por el poder y el orgullo. ¡Ay, cuando os presentéis ante la Divina Majestad de Dios!

     Y vosotros, jóvenes, sed celosos del Evangelio y reuníos todos e ir extendiéndolo por todo el mundo, que los hijos de las tinieblas no puedan más que los hijos de la luz; llevad la luz por todo el mundo. Os llaman sectarios, hijos míos, pero, ¿qué entienden ellos de sectas?; las sectas son los que separan a los hombres del Evangelio y de las fuentes vivas de la Iglesia; ésos son las sectas, los que están separados de la Iglesia. Como no entienden la doctrina, a los cristianos les llaman sectarios, y ellos, que viven separados de la Iglesia, no se reconocen como sectas. ¡Ay de todos aquéllos que renegáis del santo temor de Dios!

     Id de pueblo en pueblo vosotros y tocad los corazones dormidos y despertad la fe en los hogares. Que todo aquél que se llama católico, apostólico, practique la doctrina de Cristo. No miréis lo que os van a decir aquí o allí, vais acompañados de vuestros ángeles custodios. Los hombres tienen poca devoción a los ángeles custodios, y son los que todos los días los protegen de las maldades del enemigo y presentan a Dios todas sus obras y sacrificios; ellos mismos lo escriben en el Libro de la Vida. Pero ¡tened cuidado!, que hay ángeles del bien y ángeles del mal. No os dejéis arrastrar por los ángeles del mal. Hoy todos los ángeles custodios estarán con todos vosotros.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, ay, ay, qué belleza..., ay!

 

     EL SEÑOR:

     Cada uno tiene su ángel custodio. Encomendad vuestra alma diariamente a vuestro ángel custodio y practicad las buenas obras y buenos deseos.

     Todos aquéllos que vivan según el Evangelio recibirán gracias especiales, temporales y eternas, pero no os apliquéis el Evangelio según vuestros gustos y vuestros caprichos, hijos míos. Pensad siempre: Cristo pobre, Cristo en la Cruz; ése es el verdadero Evangelio, hijos míos. Todo el que quiere seguir a Cristo tiene que despojarse de sí mismo y de sus cosas para seguirle; no se puede servir a dos señores a la vez: al mundo, a sus cosas y a Dios; si el hombre está ocupado en el mundo, no puede ocuparse de las cosas de Dios. Trabajad, orad, para la gloria de Dios y para la vuestra propia[1]. El hombre perdió el Paraíso por la soberbia, por el orgullo, por la desobediencia; y con la humildad, con la sencillez, con la pobreza y con la obediencia lo volverá a recuperar.

     Amaos los unos a los otros, hijos míos, este mandamiento es el más importante, el del amor; porque el que ama a Dios, ama al prójimo; y el que ama a Dios, no hace daño al prójimo.

     Y vosotros, hijos míos, ¡ay, cuando os presentéis ante Dios por no haber cumplido las leyes! “¿Quién se salvará?”, me preguntaban, y yo respondía: “El que guarde los mandamientos”. El que no guarde los mandamientos no entrará en el Reino de los Cielos; será maldito. Venid todos los que estáis cargados y agobiados, que yo seré vuestro alivio y vuestro consuelo.

     Extended el Evangelio por todas las partes del mundo, pero sin fanatismos, hijos míos, con sencillez; y si llegáis a un pueblo y no quieren escuchar mi Palabra, ¡sacudíos de ahí, hijos míos!, y no echéis las cosas de Dios a los cerdos. Idos a otro lugar y conquistad almas para el Cielo. Amad mucho a la Iglesia, hijos míos, y pedid por los que la componen.

     Todo el que acuda a este lugar recibirá gracias especiales de cuerpo y alma. No os abandonéis en la oración, orad, que los hombres están faltos de oración y de sacrificio. Amaos unos a otros, esto es muy importante hijos míos, el amor es el fruto de la caridad.

     Tú, hija mía, sé humilde. Besa el suelo en reparación de todos los pecados que se cometen en el mundo...

     Formad comunidades, hijos míos, y vivid como los primeros cristianos; despojaos de las riquezas del mundo y del mundo; el mundo vive en tinieblas por los egoísmos; no piensan nada más que en la hacienda y en el tesoro. ¡Ay, que vuestro tesoro esté en el Reino de los Cielos, hijos míos!; no pongáis vuestro tesoro en la Tierra, que por ese tesoro podéis perder el tesoro eterno, por el tesoro material. No os hagáis los sordos, hijos míos; éste es el Evangelio: “Es más difícil que entre un rico en el Reino de los Cielos que un camello por el ojo de una aguja”. ¿Hasta cuándo tengo que avisar a los hombres que no viven el Evangelio, que cada uno vive para sí mismo sin acordarse del otro y sin despojarse de su rango? Si yo, el Hijo de Dios vivo, me despojé de mi rango, para que el hombre se despojase y pudiese participar eternamente de los dones divinos, ¿cómo el hombre se cree más que su Creador?

     Imitad a Cristo, hijos míos, no viváis en comodidades, vivid en comunidades y no os apeguéis a la materia. Los males que hay en el mundo son a causa de la materia, ya sea de carne, ya sea de dinero, ya sea de haciendas; el hombre vive materializado, no está espiritualizado. El hombre se cree que sólo está hecho de carne y vive según la carne, no según el espíritu. Vivid según el espíritu, hijos míos, no viváis según la materia. Orad, sacrificaos, si queréis vivir el Evangelio, hijos míos; es el camino de la salvación; no queráis entrar por la puerta de la felicidad eterna, habiendo tenido la felicidad en la Tierra. El hombre sin Dios no es feliz. ¡Ay, habitantes de la Tierra!, ¿hasta cuándo todo un Dios tiene que dar avisos para vuestra salvación? Estáis ciegos, no veis la situación del mundo, no veis que el mundo está corrompido por las maldades de los hombres, hijos míos. ¡Despertad!, despertad de ese letargo, hijos míos, y mirad al Cielo, no os quedéis en el tiempo. Amad a la Iglesia, amad al Papa, hijos míos; no os importen ni la persecución ni la calumnia; todo el que vive el Evangelio es perseguido, pero repito que no es más el discípulo que el Maestro.

 

     LA VIRGEN:

     Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

     Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales...

 

     LUZ AMPARO:

     Te pido, Señor, por un alma que han operado de corazón y por otras que tienen cáncer; que se haga tu voluntad en todo.

 

     LA VIRGEN:

     Todos los objetos han sido bendecidos con bendiciones especiales para cuerpo y alma.

     La paz os dejo, hijos míos.



[1] “...para la vuestra propia”; es decir, para alcanzar la salvación: la gloria eterna.