MENSAJE DEL DÍA 6 DE JULIO DE 1996, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     EL SEÑOR:

     Hijos míos, quiero que todos pertenezcáis al mismo rebaño. Yo, Fundador de mi Iglesia, instituí el Sacramento con mi Cuerpo y mi Sangre, para que todos los hombres tuvieseis vida eterna, hijos míos. También os dejé, hijos míos, unos sacerdotes para que os instruyan en la vida temporal. Os dejé manantiales divinos, para que el hombre se acerque a ellos y se unja con las gracias que hay en esos manantiales y todo su ser quedará ungido de la gracia divina. ¡Qué pocos operarios hay, hijos míos, y cuánta mies!

     Los hombres, hija mía, han convertido el mundo en destrucción y en corrupción. ¡Cuántas veces la Divina Majestad de Dios tiene que avisar a los mortales!; pero los hombres cierran sus oídos, y los pecados, cada día, son mayores. Los hombres son ingratos, hija mía. ¡Qué crueldad, no les importa el espectáculo de mi Cruz!; cada día se meten más en los placeres y en los vicios. ¿En qué han convertido, hija mía, esta Humanidad? Más que seres humanos, hija mía —te lo repito muchas veces—, actúan como fieras. El hombre no deja de cometer crímenes; la madre de matar a sus propios hijos dentro de sus entrañas. ¿Hasta dónde, hijos míos, hasta dónde vais a llegar?

     En el mundo no hay amor. El amor lo convierten en pasión. ¡Ay, ingratos, mirad: vuestros pecados son la causa de la muerte de todo un Dios! Sí, hijos míos, yo di mi vida por los hombres, derramé mi Sangre para que ellos tuvieran vida eterna. ¿Qué habéis hecho, hijos míos, de mi pasión y de mi muerte?: desprecio, mofa. ¡Hasta dónde el hombre es capaz de comportarse como una fiera! El hombre no tiene sentimientos, hija mía, por eso actúa de esta manera; y es que Dios ha desaparecido, hija mía, de los hogares, de la mayoría de los conventos. Y muchos me quieren echar de mi Iglesia; pero yo fui el Fundador de ella y nadie podrá echarme. Su ingratitud es, cada día, mayor. Los hombres no tienen o no quieren tener noción del pecado, hijos míos.

 

     LA VIRGEN:

     ¡Pobres almas! ¡Qué triste está mi Corazón viendo que los hombres, cada día, hija mía, se introducen más en el pecado de la carne!; las impurezas ofenden mucho mi Corazón. ¡Ay, hijos míos, no le dais importancia al pecado de la carne, pero mira, hija mía, cómo el rey de la lujuria lo lleva en triunfo!... Sí, hija mía, los hombres con los hombres, las mujeres con las mujeres; ya el hombre no distingue el sexo, hija mía, le da igual, estamos llegando como Sodoma y Gomorra. ¡Cuánto ofenden mi Corazón Inmaculado los pecados de la carne, hija mía! Mi Corazón está entristecido porque casi nadie le da importancia a ese pecado tan grave, hija mía. Mira, desde ese pecado dónde los conduce Satanás a los demás pecados, hija mía...

     Orad, hijos míos y haced penitencia. Y los padres, ocupaos de vuestros hijos. Y que vuestros hijos estén recogidos en vuestros hogares, hijos míos. ¿No veis que Satanás quiere arrastrar a la juventud a la perdición —la mayor parte del mundo, el demonio se ha apoderado ya de ella—, al alcohol, a las drogas, a los placeres de la carne, hija mía? Están tibios, los ha dejado aletargados; por eso el hombre se ha quedado sin luz, está ciego y no puede ver la belleza de Dios. Convertíos y arrepentíos, hijos míos, y no ofendáis más a Dios, que está muy gravemente ofendido, y no clavéis más espinas en mi Inmaculado Corazón. El pecado de impureza ofende mucho mi Corazón, hijos míos.

     Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantos y tantos pecados como se cometen de impureza... Así está el mundo, hija mía: en tinieblas, porque mi Hijo es la Luz y yo soy la que trajo la Luz al mundo. Pobres pecadores, hija mía. No hacen caso los hombres ni al Evangelio ni a mis palabras. Los hombres están vacíos porque no tienen a Dios, hija mía. Los matrimonios, hija mía, no se aman con amor sincero y verdadero; la mayoría existe un egoísmo entre ellos. Las familias se destruyen por esa falta de amor que hay en las casas, hija mía. Ora mucho, hija mía, y no te angustie la difamación ni la calumnia. El que abre su fosa, en ella caerá, hija mía. El que te clave una espada, en su corazón revertirá. Yo haré que beban de la misma amargura, hija mía. Repara y ora. Ocúpate de los pobres pecadores y nada te angustie, hija mía. Yo soy el consuelo de los afligidos. Nunca te separes de mi Corazón, hija mía. Sé humilde, con humildad conseguirás todo.

     Acudid a este lugar que muchos de vosotros habéis sido sellados con el sello del Espíritu Santo, hijos míos, no lo perdáis, que Satanás está para destruir. Acercaos al sacramento de la Confesión, hijos míos, y de la Eucaristía. Amad mucho a la Iglesia; amadla con todo vuestro corazón y amad a Dios, vuestro Creador, con vuestros cinco sentidos y con todas vuestras fuerzas, hijos míos. Todos los que sois perseguidos y calumniados, un día tendréis una recompensa en la eternidad. Retiraos de los que os halaguen; aquéllos no os siembran el camino de la salvación, hijos míos. Si yo estoy con vosotros, ¿por qué teméis?

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, Madre mía!, perdóname, que muchas veces soy muy impaciente, no soy humilde, Madre mía; hazme humilde. Y me enojo cuando me difaman o cuando me calumnian. Yo quiero sentir alegría cuando me pase todo eso. Ayúdame, Madre mía.

 

     LA VIRGEN:

     Hija mía, no se entristezca tu corazón. Mi Hijo fue difamado y calumniado y perseguido. Nada te turbe, hija mía. Refúgiate en nuestros Corazones. Vas a quitar tres espinas de él. ¿Ves cómo vale la pena el sufrimiento y el dolor, hija mía? Claro que tiene valor. ¿Cómo los hombres lo han olvidado? Esto te alegrará, hija mía... Vas a escribir cinco nombres en el Libro de la Vida; también en premio al dolor y al sufrimiento... Estos nombres no se borrarán jamás, hija mía.

     Sacrificio y penitencia pido, oración. Amaos los unos a los otros, y no os avergoncéis, hijos míos, de pertenecer a esta Obra.

     Hoy es una bendición especial del Espíritu Santo a todos los objetos para la conversión de los pobres pecadores. Levantad todos los objetos... Todos han sido bendecidos con una bendición muy especial.

     Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.