MENSAJE DEL DÍA 3 DE FEBRERO DE 2001, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     EL SEÑOR:

     Hija mía, aquí está Jesús, consuelo de los hombres. Grita, hija mía, que Jesús quiere hacer un llamamiento a los hombres, para que cambien sus vidas. Este llamamiento lo hace al mundo, y el mundo le vuelve las espaldas.

     Grita que yo vengo a salvar a las almas, a abrasarlas y a consumirlas en mi amor. Pide por ellas, hija mía. Nada te asuste y nada te entristezca: ni las calumnias, ni las difamaciones. Tú, sigue siendo fiel a nuestras palabras. Grita que eres portadora de la palabra de Jesús. Y yo hago contigo lo que quiero, hija mía; por eso te digo que no tengas miedo a nada ni a nadie. Tú, transmite mi palabra. Ten celo por las almas, hija mía. No dejes de orar, la oración lo puede todo. Mira las almas que te encomendé, hija mía; ten celo por ellas, que vendrán a mí, te lo aseguro, hija mía.

     Yo te daré fuerzas para gritar que no enojen a Jesús los hombres, que Jesús está muy enojado. Si sólo vengo a decir que tengo hambre y sed de almas, de almas que me correspondan. Yo quiero, hija mía, abrasar a esas almas y consumirlas en mi amor. Pero esas almas tienen que vaciar su corazón, para yo hacer un cielo de cada alma y poderme refugiar en ellas; tienen que destruir lo que llevan dentro: la soberbia, el orgullo, que los lleva a consumar todos los pecados.

     Sólo os pido que os vaciéis de todo lo terreno, que yo os daré todo lo necesario. Yo soy la Luz, venid a mí y os haré ver lo que no habéis visto, hijos míos. ¿Cómo siendo yo la Luz os vais a la tiniebla, donde os quedáis ciegos, hijos míos? Si vengo a mostraros mi amor, mi perdón y mi misericordia, hijos míos, ¿cómo no cambiáis vuestras vidas? No me enojéis más, hijos míos, que mi Corazón sufre por los hombres y por mis almas consagradas, por mis sacerdotes eternos. Limpiad vuestras culpas, hijos míos, y venid a mí y aprended la mansedumbre de mi Corazón. Trabajad para la gloria de Dios y para vuestra salvación y la salvación de las almas. Si es lo único que os pido, hijos míos: un poco de amor. ¿Me lo vais a negar, hijos míos?

     ¿Cómo no me comprendéis? ¿No habéis meditado, hijos míos, que es que la tiniebla no os hace ver y tenéis que buscar la luz? Entonces veréis, hijos míos, veréis maravillas. Pero cambiad, no esperéis más tiempo, hijos míos, y reconoceos a vosotros mismos. Dad gracias a todo un Dios, que viene a daros su amor y a invitaros, hijos míos, a que seáis amigos de mi Divino Corazón. Convertíos, hijos míos; ¿no veis las calamidades que hay en el mundo, las catástrofes?; todo es por falta de amor a Dios. El hombre se ha convertido en un dios, y a Dios le quiere dejar como hombre, y Dios será siempre Dios, y la criatura tiene que estar debajo del Creador. ¿Cómo las criaturas, hijos míos, intentáis ser más que Dios? Sed humildes, amad a la Iglesia, hijos míos, sed sacerdotes eternos, entregaos a vuestro ministerio, sacerdotes de mi Corazón.

     Hago también un llamamiento a los hogares, a todos aquellos hogares... ¿Cómo pueden funcionar vuestros hogares, hijos míos, si no está Dios en ellos? Por eso estáis en guerra constantemente, por eso los hijos se vuelven contra los padres y los padres contra los hijos. Reuníos todos, hijos míos, dialogad, y que haya paz en vuestros hogares. Rezad el Rosario en familia, veréis cuántas gracias recibiréis en vuestros hogares; pero como no está Dios, la esposa es infiel al esposo, el padre no aguanta al hijo, el hijo no respeta al padre, y sólo hay guerras en esos hogares. En los conventos hay un relajamiento, que no viven una vida de contemplación; salen a la calle, se contagian del mundo y abandonan a Dios; por eso hay tan pocas almas donde yo pueda refugiarme; y las pocas que hay, aquéllos que no entran en el Cielo, no las dejan que entren tampoco, porque quieren ser fiel a sus reglas. ¿Qué habéis hecho, hijos míos, de vuestros votos, de vuestras promesas...; de vuestros sacramentos, matrimonios; de los mandamientos, hijos de los padres, que no respetáis el cuarto mandamiento de la Ley de Dios?

     ¿Hasta dónde quieren llegar los hombres, destruyendo las leyes que Dios ha impuesto? ¿No veis, hijos míos, que nadie está conforme con la Ley de Dios? Parece Sodoma y Gomorra, la Tierra, hijos míos; no se respetan unos a otros: el que es hombre, quiere ser mujer; la mujer quiere ser hombre. ¿Cómo estropeáis las leyes de Dios, si Dios hizo al hombre y la mujer? ¿Por qué extorsionáis los planes de Dios y no os respetáis cada uno como sois, hijos míos? ¿Hasta dónde vais a llegar con vuestros escándalos, con vuestra inmoralidad, hijos míos, con vuestro impudor? ¡Estáis ciegos, a dónde está llegando el hombre! E incluso, hijos míos, quieren convertirse en creadores de hombres. Pero, ¿cómo? ¿No os dais cuenta que muchas almas han sido castigadas por no aceptar la voluntad de Dios, por no obedecer, hijos míos? El ángel cayó del cielo, el ángel más bello, por no obedecer a Dios, por su soberbia. Vuestros primeros padres, hijos míos, en esa desobediencia fueron arrojados del Paraíso.

     La moral, hijos míos, no la respetáis. ¡Qué inmoralidad entre los hombres, qué falta de amor y qué desobediencia a Dios y a la Iglesia de Dios! Obedeced al Santo Padre, hijos míos, dejaos aconsejar.

     Y vosotros, seglares, laicos, obedeced a la Iglesia, amadla con todo vuestro corazón y cumplid con el Evangelio. Acudid a este lugar, hijos míos, que os enseñará a amar a la Iglesia, a amar a los sacerdotes y a vivir el Evangelio. Haced visitas al Santísimo, acercaos a la Eucaristía y lavad vuestras culpas, hijos míos, en el sacramento de la Penitencia.

     Y tú, hija mía, sé fuerte y no escuches lo que te pueda enturbiar, hija mía; lo que enturbia, hay que retirarse de ello. Humildad te pido, hija mía. Refúgiate en nuestros Corazones.

     Oración, oración; pido a todos: rezad el santo Rosario, la plegaria que más me gusta, la que en los hogares se ha olvidado. Amaos unos a otros, perdonaos y uniros, hijos míos, para la gloria de Dios. ¡Ay de aquellos infieles a mi palabra! ¡Ay de aquéllos que buscan sus gustos y sus caprichos, sin importarles abandonar lo que Dios ha puesto en sus manos! ¡Ay, la infidelidad! ¡Ay, todos aquéllos que habéis abandonado la Obra de Dios, hijos míos, buscando vuestros caprichos y vuestros gustos! Todos los que habéis sido desagradecidos a tantas y tantas gracias como Dios ha puesto en vuestras manos, ¡pobres de vosotros, hijos míos! Qué ingratos sois; decís que amáis a Dios, haciendo vuestro capricho y vuestro gusto. ¡Hipócritas fariseos! ¡Cómo os dejáis arrastrar por la influencia de Satanás! Muchos de vosotros tenéis en vuestros hogares a Satanás revestido en ángel de luz. ¡Ciegos, que estáis ciegos, y vuestra ceguera os lleva a renunciar las grandezas de Dios para meteros en las miserias del mundo! Tenéis fuentes y bebéis en los charcos, hijos míos; fuentes limpias y cristalinas, y bebéis cieno. ¿Hasta cuándo os voy a avisar que tengáis cuidado, hijos míos, que el demonio es muy astuto y se reviste con piel de oveja, para engañaros? ¡Ciegos, más que ciegos, vosotros os sembráis la condenación con vuestra propia voluntad! Infieles: la infidelidad ante Dios es grave, hijos míos. Amaos los unos a los otros. Reuníos todos para darle gloria a Dios. La unidad es muy importante, hijos míos. No os separéis de la cepa donde podéis alimentaros.

 

     LA VIRGEN:

     Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para el día de las tinieblas...

     Yo os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.