EL PURGATORIO:

 

Estamos ya a las puertas del mes de las ánimas, y para recordar la necesidad de rezar por nuestros seres queridos, expondremos la realidad del Purgatorio, del que la Iglesia cree y enseña.

 

No haremos otra cosa que, como un disco, reproducir lo que el Catecismo de la Iglesia Católica y otras publicaciones ya han divulgado.

 

El pecado mortal es una posibilidad  radical de la libertad humana, como lo es también el amor. Entraña la pérdida de la caridad y la privación de la gracia santificante, es decir, del estado de gracia. Si no es rescatado por el arrepentimiento y el perdón de Dios, causa la exclusión del Reino de Cristo y la muerte eterna del infierno.

 

En los casos en que la gracia es recuperada o en todo pecado venial, es necesaria la purificación, sea aquí abajo, o sea después de la muerte, en el estado que se llama Purgatorio. Esta purificación libera de lo que se llama la “pena temporal” del pecado.

 

Una conversión, producto de una ferviente caridad,  puede llegar a la total purificación del pecador, de modo que no subsistiría ninguna pena al morir.

 

Pero para los que no consigan esa purificación en la tierra, tienen que sufrir, después de la muerte, una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del Cielo.

 

Esta Doctrina de la Iglesia, se sustenta en la Escritura y la Tradición:

 

*  “Nada profano entrará en el Cielo” (Apoc. 21,27).

*  “Sólo los puros verán a Dios” (Mt. 5,48).

*  “…sufrirá el daño, sin embargo, se salvará, pero como quien pasa por el fuego” (I Cor. 3,15).

 

Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico.

 

San Agustín tiene un texto precioso: “No puede negarse que las almas de los difuntos son aliviadas por la piedad de los suyos que viven, cuando por ellos se ofrece el sacrificio del mediador, o hacen limosnas en la Iglesia”.

 

Santo Tomás dice: “Cualquier pena de allí, son mayores que cualquiera del mundo”.

 

Sabiendo que esas penas no se prolongan más allá del juicio final.

 

Como el alma en el Purgatorio no puede hacer nada por sí misma para acortar el sufrimiento, somos nosotros, aquí en la tierra, con nuestras oraciones, limosnas, indulgencias y obras de penitencia, a favor de ellas, los que podemos ayudarlas a pasar el fuego purificador, para que alcancen la visión beatífica de Dios.

 

Consuela saber que tienen la asistencia de los ángeles, y de la Santísima Virgen en sus festividades más importantes.

 

Mensajes de Prado Nuevo, que hablan del Purgatorio:

7-10-1982;  3-12-1983;  6-10-1990;  4-11-1995.

 

 

30-10-2006.

 

 

 

 

 

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