En el momento cumbre de la vida de Cristo surge un hecho decepcionante. Su pasión: su juicio, su condena y su muerte.
La ruina de su obra. Los narradores -los evangelistas- dan una importancia excepcional a este hecho. Todos le dedican una parte extraordinariamente extensa de sus narraciones.
Los jefes del pueblo no han podido soportar las acusaciones de Jesús. No han logrado vencerle con sus artimañas, trampas legales y problemas religioso-políticos.
Han apelado al fin a la traición y a la violencia (Jn 18, 1-12). Y Cristo ha sido capturado, vejado, ultrajado y muerto.
Le han azotado como a un malhechor infame (Jn 19,1). Le han cargado con la cruz, que ha de llevar personalmente hasta el lugar del suplicio como los peores asesinos (Jn 19,17).
Y si le han prestado alguna ayuda, camino del Calvario, ha sido por verle llegar con vida y poderle contemplar colgado como una res, desangrado, agonizante en una cruz, atravesado con gruesos clavos en medio de las mayores torturas (Jn 19, 28-30).
El golpe de gracia -la lanzada del soldado- ha venido finalmente a abrirle el pecho y herirle el corazón (Jn 19,34).