11-02-22
4.- Ahora no se trata ya de promesas para el futuro sino de encomiendas actuales; de delegación de poderes, de entrega inmediata. Cristo ha resucitado y una lúcida mañana de primavera se aparece a los suyos junto al lago. Exige primero al discípulo distinguido entre todos, una especial confesión de amor. Y tras ésta, viene la declaración solemne de Jesús: «Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas» (Jn 21, 15-17). Es el momento de conferir a Pedro -con otra comparación muy amada por cierto del pueblo hebreo- su representación y sus poderes sobre todos los suyos.
5.- Dándonos la nota espiritual, la profundidad de la misión de Pedro, citamos por último unas palabras que nos llegan por conducto de Lucas, entre las pronunciadas por Jesús en la última Cena, que encierran un tesoro de predilecciones y una garantía total de seguridad -en relación con nosotros- para la persona de Pedro: La oración de Cristo, omnipotente, sella y garantiza la acción pastoral futura de su Apóstol elegido y esto no sólo en relación con la masa de discípulos en general, sino también con los demás Apóstoles sus hermanos (Lc 22,31ss).
III.- PODERES DE CRISTO Y PODERES DE LA IGLESIA
1.- Cristo confía a sus Apóstoles el poder de enseñar.-
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Enseñar fue la principal ocupación de Cristo durante su vida pública. Marcos con su laconismo es el que nos sintetiza en brevísimas palabras la ocupación fundamental de la vida de Jesús.
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«Toda la gente venía a El y El les enseñaba» (Mc 2,13). Lo mismo que en Galilea, el enseñar fue su ocupación principal en Judea (Lc 21, 37-38).
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Si los milagros van a mover los corazones por la presencia del poder de Dios, esos milagros tienen principalmente la finalidad de abrir las inteligencias a la enseñanza de Dios. Véase la forma en que Mateo nos lo expone (Mt 4, 23ss).