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CURSO BIBLICO:

"Introducción a la Sagrada Escritura"


9 - 7 - 2.000

LECCION 1

¿QUE ES LA REVELACION?

DIOS SE HA REVELADO.

"Dios, en su bondad y sabiduría, quiso revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad: Por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina. En esta revelación, Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, y trata con ellos para invitarlos y recibirlos en su compañía." (DV. 2)

* Dios se ha revelado poco a poco.

"Dios se reveló desde el principio a nuestros primeros padres. Después de su caída los levantó a la esperanza de la salvación, con la promesa de la redención; después cuidó continuamente del género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras. Al llegar el momento, llamó a Abrahán para hacerlo padre de un gran pueblo. Después de la edad de los patriarcas, instruyó a dicho pueblo por medio de Moisés y los profetas, para que lo reconociera a Él como único Dios vivo y verdadero, como Padre providente y justo Juez; y para que esperara al Salvador prometido. De este modo fue preparando a través de los siglos el camino del Evangelio." (DV. 3)

"La verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre, resplandece en Cristo, mediador y plenitud de toda la revelación." (DV. 2)

* Nuestra respuesta a Dios que se revela a sí mismo.

"Cuando Dios revela, el hombre tiene que someterse con la fe. Por la fe el hombre se entrega entera y libremente a Dios. Para dar esta respuesta de la fe, es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda, junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede a todos gusto en aceptar y creer la verdad." (DV. 5)

* Las "verdades" reveladas.

"El Concilio Vaticano II profesa que el hombre puede conocer con certeza a Dios, principio y fin de todas las cosas, con la razón natural, por medio de las cosas creadas; y enseña que, gracias a dicha revelación, todos los hombres, en la condición presente de la humanidad, pueden conocer fácilmente, con absoluta certeza y sin error, las realidades divinas que en sí no son inaccesibles a la razón humana." (DV. 6)

16 - 7 - 2.000.

LECTURAS DE SANTOS PADRES Y ORACION EUCARISTICA.

1) "Dios, desde el principio, modeló al hombre para darle sus dones; eligió a los patriarcas para salvarlos; iba formando de antemano un pueblo, enseñando a los ignorantes a seguir a Dios; iba preparando los profetas para acostumbrar al hombre sobre la tierra a llevar su Espíritu y poseer la comunión de vida con Dios. Él, que no necesita nada, concedía la comunión con Él a los que de Él tenían necesidad."
(S. IRENEO -siglo II-, Contra las herejías IV, 14,2)

2) "Hay un solo Dios, que con su Palabra y Sabiduría hizo y armonizó todas las cosas. Él es el Creador, es Él quien asignó este mundo al género humano. Según su grandeza, es desconocido de todos los seres hechos por Él, pues ninguno, ni de los antiguos ni de los modernos, ha podido investigar su sublimidad. Pero según su amor es conocido siempre, gracias a Aquel por quien creó todas las cosas: EL VERBO, NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, que en los últimos tiempos se hizo hombre entre los hombres para unir el fin al principio, es decir, el hombre a Dios. Por eso los profetas, después de recibir de ese mismo Verbo el don de profecía, predicaron de antemano su venida en carne mortal, venida por la que se realizó la fusión y la comunión de Dios y el hombre según el beneplácito de Dios. Desde el principio el Verbo anunció que Dios sería visto de los hombres, y que conversaría con ellos sobre la tierra, y que se haría presente a la imagen modelada por Él, para salvarla, para concedernos que le sirvamos en santidad y justicia todos nuestros días, a fin de que, unido al Espíritu de Dios, el hombre llegue a la gloria del Padre."
(Id. IV, 20,4).

3) Plan de Dios, que se realiza a medida que va revelándose:
"A imagen tuya creaste al hombre, y le encomendaste el universo entero para que, sirviéndote sólo a Tí, su creador, dominara todo lo creado. Y cuando por desobediencia perdió tu amistad no lo abandonaste al poder de la muerte, sino que, compadecido, tendiste la mano a todos para que te encuentre el que te busca. Reiteraste, además, tu alianza a los hombres; por los profetas los fuíste llevando con la esperanza de salvación; y tanto amaste al mundo, Padre Santo, que, al cumplirse la plenitud de los tiempos, nos enviaste como salvador a tu único Hijo: el cual se encarnó por obra del Espíritu Santo, nació de María la Virgen, y así compartió en todo nuestra condición humana menos en el pecado; anunció la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos y a los afligidos el consuelo. Para cumplir tus designios, Él mismo se entregó a la muerte, y, resucitando, destruyó la muerte y nos dio nueva vida. Y porque no vivamos ya para nosotros mismos, sino para Él, que por nosotros murió y resucitó, envió, Padre, desde tu seno al Espíritu Santo como primicia para los creyentes, a fin de santificar todas las cosas, llevando a plenitud su obra en el mundo."
(Oración Eucarística IV, de la Liturgia Latina).

23 - 7 - 2.000.

LECCION 2

¿COMO SE TRANSMITE LA REVELACION?

I - LA REVELACION TIENE QUE TRANSMITIRSE.

    "Dios quiso que lo que había revelado para salvación de todos los pueblos, se conservara para siempre íntegro y fuera transmitido a todas las edades. Por eso Cristo nuestro Señor, plenitud de la revelación, mandó a los Apóstoles a predicar a todo el mundo el Evangelio." (DV. 7)

30 - 7 - 2.000.

II - TRANSMISION = TRADICION.

    La entrega de algo se llama tradición. En rigor, es el acto de transmitir una cosa, pero lo más frecuente es llamar "tradición" al objeto que unas personas transmiten a otras, que puede ser: De palabras (legados de padres a hijos, canciones, narraciones, etc.); de hechos (ritos, costumbres, objetos, etc.)

    "Lo que los Apóstoles transmitieron comprende todo lo necesario para una vida santa y para una fe creciente del Pueblo de Dios; así la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades todo lo que es y todo lo que cree." (DV.8)

6 - 8 - 2.000.

III - ETAPAS DE LA TRADICION.

1) Antiguo Testamento.

    La revelación que Dios iba haciendo de Sí mismo fue cristalizando en torno, sobre todo, a dos puntos centrales en la vida del pueblo israelita: la familia y el culto.

2) Nuevo Testamento.

    "Los Apóstoles con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó; además, los mismos Apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo. Para que este Evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia, los Apóstoles nombraron como sucesores a los Obispos, dejándoles su cargo en el Magisterio." (DV.7)

13 - 8 - 2.000.

IV. DESPUES DE LOS APOSTOLES.

    Una vez que los primeros testigos directos de la Revelación de Dios hecha en Jesucristo desaparecieron, la Iglesia conservó el "depósito de la fe" que ellos legaron, encargándose de comunicarlo a todos los hombres de todos los tiempos y paises. En los primeros siglos existieron unos transmisores privilegiados, intérpretes cualificados de la palabra de Dios: los llamados "Santos Padres" griegos y latinos.

    Puede decirse que los legítimos sucesores de los Apóstoles, es decir, los Obispos, son quienes tienen la responsabilidad de interpretar y transmitir la revelación.

    "Esta Tradición apostólica va creciendo en la Iglesia con la ayuda del Espíritu Santo, es decir, crece la comprensión de las palabras e instituciones transmitidas, cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón, cuando comprenden internamente los misterios que viven, cuando las proclaman los Obispos sucesores de los Apóstoles en el carisma de la verdad" (DV.8).

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V. VERDADERA Y FALSA TRADICION.

    Indiquemos a grandes rasgos lo que garantiza a la verdadera tradición frente a una tradición falsa o abusiva.:

25 - 3 - 2.001.

LECCION   7.

LECTURA CRISTIANA DEL ANTIGUO TESTAMENTO.

Para un cristiano, el Antiguo Testamento es antiguo, pero no anticuado. Porque, aunque el Nuevo Testamento ha superado al Antiguo, no por eso anula la Revelación divina manifestada en el Antiguo Testamento, sino que la lleva a su perfección: Cristo.

De hecho, muchos aspectos del Nuevo Testamento se entienden sólo viéndolos desde el Antiguo, que es su prólogo; lo mismo que el Antiguo Testamento se entiende mejor cuando se conoce el Nuevo. Los primeros cristianos meditaban los misterios de la vida de Cristo, y así leían el Antiguo Testamento con la nueva luz de su fe cristiana. Con dos ejemplos del Evangelio de San Mateo veremos la manera cristiana de leer el Antiguo Testamento; el evangelista no lee primero el Antiguo Testamento y luego inventa leyendas que se acomoden a tales textos, sino que procede al revés: la vida real de Jesús es la que le ilumina los textos del Antiguo Testamento; ve que la profecía de Is. 7,14 se cumplió de forma definitiva en la Madre Virgen de Jesús (Mt 1, 22-23); y que el mensajero anunciado por Is. 40,3 (según la Biblia griega) es realmente Juan, precursor inmediato de Jesús (Mt 3,3).

¿Cómo podríamos nosotros sacar fruto del Antiguo Testamento? ¿Cómo hemos de leerlo, de manera que se robustezca nuestra fe y vivamos más en cristiano?


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I.   LA REVELACION DE DIOS EN LOS LIBROS DEL ANTIGUO TESTAMENTO.

El plan divino de salvar a los hombres, de hacer de la humanida su familia, empezó desarrollándose siglo tras siglo. Las diversas etapas hasta el nacimiento de Jesús fueron consignándose por escrito, con los nuevos datos que Dios iba diciendo de sí mismo a los hombres. Sigamos las grandes líneas de ese proceso.

1. Las personas.

Más útil que aprender fechas, es fijarnos en las personas a las que Dios fue descubriendo su misterio; los grandes amigos de Dios, que llenaron una época y dejaron huella en sus descendientes. Para nosotros son modelo de fidelidad a Dios, de leal heroismo por vivir religiosamente en medio de ambientes o pueblos que no profesaban su misma fe. Y eso, si recordamos que no llegaron a conocer a Jesucristo, debe avergonzarnos por nuestra poca fe y poca generosidad con Dios, nuestra poca colaboración a su obra de redención del mundo.

A) ABRAHAM. Dieciocho o diecinueve siglos antes de Cristo (¡en la Edad de Piedra!), ese hombre, caravanero o pastor trashumante, se puso en camino desde el norte de Siria hacia Egipto. Los escritores que han recogido las tradiciones de (Gen. 11,25) han reflexionado, iluminados por Dios, sobre el comienzo de aquel camino: Una orden providencial de Dios («sal de tu país, de tu patria, y de tu casa paterna, hacia el país que Yo te mostraré»: Gen. 12, 1), y una magnífica promesa: la tierra y la descendencia numerosa (Gen. 15). Pero luego vino la prueba de la fidelidad en la amistad: Dios pidió a Abraham que sacrificase en su honor al hijo que Él le había concedido (Gen. 22); ante la fe heroica de Abraham en la promesa divina, y su amor preferencial por Dios, al que no rehusó el sacrificio de su hijo único, Dios le renovó y confirmó sus promesas.

Abraham es el creyente ejemplar. Creyó a la palabra de Dios, « aun sin esperanza humana, apoyado en la esperanza» (Rom. 4,18), «pensando que Dios tiene poder hasta para resucitar a uno de entre los muertos» (Heb. 11,19); es nuestro padre en la fe, como lo llama la liturgia católica.

En torno a Abraham tenemos las tradiciones de Israel; las más lejanas en el tiempo, y las más cercanas: los patriarcas. Son largos siglos de Historia de la salvación, antes y después de Abraham; con ritmo lento y pedagógico, Dios va mostrándonos su amor a los hombres, lo que es el hombre como ser religioso, como ser social; la herida del primer pecado, que dejó marcada a la humanidad, pero también la oferta de amistad de parte de Dios, que va haciendo promesas con palabras inteligibles para aquellos hombres: el dominio de la tierra, el calor de la familia, la felicidad. El hombre iba conociendo a un Dios familiar y cercano, pero también exigente en su amor; un Dios que cumple sus promesas, que salva y ayuda, pero que no tolera el pecado.


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MOISÉS.

B) MOISÉS. Cuando los descendientes de los patriarcas sufrían opresión en Egipto, Dios intervino para liberarlos. Es la gesta que nos presenta el libro del Éxodo. Dios se valió de un instrumento humano, Moisés, para sacar a los israelitas de Egipto (siglo XIII antes de Cristo) y ponerlos en camino hacia la tierra que había prometido a Abraham. Un largo peregrinar por la península del Sinaí les fue dando conciencia de pueblo, de colectividad; y sobre todo la conciencia de unidad en una misma fe religiosa. Dios, que hizo alianza con ellos en el Sinaí, a través de Moisés (Ex. 19-24), fue educando a aquel pueblo para que de verdad fuera suyo. Ellos tenían que amarlo sobre todas las cosas, Él se cuidaría de realizar con ellos grandes designios de salvación. El Decálogo y las demás normas del llamado «Código de la Alianza», son un pacto de amistad entre Dios y los hombres. Dios se les reveló como único, intransigente ante cualquier criatura que pretenda ocupar su puesto (=ídolo); y el Pueblo de Dios, a condición de serle fiel, y en la medida en que lo fuera, pasaría de ser esclavo de los hombres a servir gozosamente al único Dios vivo y verdadero, a quien servir es reinar.


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LOS PROFETAS.

C) LOS PROFETAS. Cuando los israelitas dejaron de ser «peregrinos» y se hicieron sedentarios en tierra de Canaán, durante la época monárquica (desde el año 1000 hasta el destierro que les llevó a Babilonia en el año 587 antes de Cristo), Dios les iba hablando por medio de los profetas, hombres pertenecientes a diversas clases sociales (por ejemplo, Isaías era, probablemente, de clase noble; Amós era campesino, etc.). De ordinario Dios los elegía para corregir las desviaciones religiosas del pueblo o de sus jefes. Eran como centinelas del cumplimiento, por parte del pueblo y las autoridades, de la Alianza con Dios. Como su misión resultaba frecuentemente molesta, ya que tenían que corregir y reprender en nombre de Dios, era normal que al comienzo se resistieran a la llamada divina (un ejemplo famoso es el de Jeremías: Jer. 1,4-9; 20,7-17).

Además de corregir los errores religiosos de sus connacionales, y de estimularlos al cumplimiento de la Alianza con Dios, predecían futuras intervenciones divinas en la Historia, anunciaban que Dios daría a Israel algún día un Rey ideal, un Enviado suyo mediador (sacerdote) entre Dios y el pueblo, que sería humilde y pobre, Salvador de los que fueran fieles a Dios. A distancia de siglos estaban anunciando a Jesucristo.

Lo que nos será útil para la lectura del Antiguo Testamento, fijándonos en las personas, es, pues, lo siguiente:

Descubrir en ellos la acción de Dios y la respuesta humana. Ejemplares de nuestra humanidad con limitaciones y defectos, inmersos en un mundo que buscaba a Dios por caminos equivocados, en medio de una civilización que a nosotros puede parecernos primitiva (¡no siempre lo fue como creemos!), en un nivel moral quizás rudo, fueron instrumentos elegidos por Dios para hablamos de Él. Así, al leer las páginas de la Biblia, en vez de dar en seguida un paso aplicando a mis circunstancias concretas alguna «lección», dejémonos impresionar por las personas con quienes Dios se comunica, y por su respuesta vital a la acción de Dios. Es decir, en vez de precipitanos casi automáticamente a sacar consecuencias para nuestra vida actual -cuyas circunstancias pueden ser muy distintas de las de aquellos hombres de la Edad de Piedra y la Edad de Hierro- el primer paso ha de ser meditar, dejándonos empapar: Dios actuaba así con tal o tal persona, y ésta se comportaba así con Dios.

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2.  Los libros.

Otra manera de aprovechar con fruto la lectura del Antiguo Testamento es recordar en conjunto, por bloques de libros, qué nos va diciendo Dios en los escritos del Antiguo Testamento. Estos forman como tres grandes ríos, que desembocan en ese mar inmenso de la Revelación que Dios hace de sí mismo antes del nacimiento de Jesucristo. Esa revelación sigue siendo válida también para nosotros, aunque hemos de completarla con la del Nuevo Testamento.

A) LIBROS HISTORICOS. Incluimos en este grupo la mayoría de los libros y textos escritos en prosa: narraciones históricas, exhortaciones, textos legales, prescripciones litúrgicas, etc.

Los cinco primeros libros (llamados «Pentateuco») los entenderemos mejor si tenemos presente que en hebreo se denominan Torah; esta palabra significa «instrucción» en sentido amplio, y por eso encontramos en ellos desde normas de conducta hasta relatos de intervenciones históricas de Dios en favor de sus elegidos.

No todos los libros en prosa, en el Antiguo Testamento, nos serán igualmente útiles o iluminadores; pero todos ellos están inspirados por Dios, y en ellos podemos ir descubriendo cómo es Dios: es Dios vivo, que actúa, «ve», toma iniciativas, «habla», se interesa por los hombres y sus problemas; no es un ídolo sin vida, ni una ideología abstracta, sino un ser personal, al que el hombre no puede manejar ni curiosear a capricho: ante El hay que «descalzarse» (cf. Ex. 3,5-6). Es además un Dios amigo fiel, aliado, que se compromete con el hombre, lucha a su favor, lo orienta, lo acompaña siempre.


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B) LIBROS PROFETICOS. En gran parte están escritos en verso. Completan y definen mejor la revelación de los libros históricos, porque ese Dios aliado nuestro nos presenta en ellos su amistad bajo la imagen del Esposo: es Dios que nos ama con locura, y se siente dolido ante nuestra indiferencia y nuestros pecados, como a un esposo le hiere vivamente la infidelidad de su esposa. Así se entienden «los celos» de Dios, que no son egoísmo suyo, sino expresión plástica de la vehemencia con que desea nuestro bien (que consiste precisamente en no romper la amistad con Él).

C) LIBROS SAPIENCIALES. Están escritos en verso, en gran parte, y nos muestran a Dios «humano», es decir, cercano a nosotros en las cosas sencillas, en la experiencia de la vida ordinaria, en el encuentro con la bondad y la malicia humanas. Como reverso de la medalla, también esos escritos, desde Job al Eclesiástico, nos explican lo que es el hombre visto desde la luz de Dios: nos dicen qué es el bien y el mal, el error y la sabiduría, la felicidad y el pecado, la vida de familia, etc.

Casi como libro aparte, que participa un poco de todos, tenemos el Salterio (libro de los Salmos), antología de formas de tratar los hombres de la Biblia con Dios: oraciones de alabanza, de petición, de queja, reflexiones sobre la vida humana, repaso de la Historia israelita; todo ello vivido en el culto público y privado, en la oración individual y colectiva.


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II. SIGNIFICADO CRISTIANO DEL ANTIGUO TESTAMENTO

Esas dos maneras de enfocar la lectura y meditación del Antiguo Testamento -fijarnos en las personas, o atender a qué grupo de libros pertenece el que estamos leyendo- no nos dicen todavía por qué el Antiguo Testamento pertenece a la Iglesia, y por qué un cristiano que lo lee con corazón limpio aprende a estimar más, y a entender mejor, el Nuevo Testamento.

El Antiguo Testamento tiene con el Nuevo una triple relación; conduce hacia el Nuevo por estos tres caminos:

1) Prepara la venida de Cristo. Es Cristo el punto de mira de todos los libros del Antiguo Testamento. Empezando en el Génesis: la orden divina dada a los primeros hombres -«creced y multiplicaos»-, los cristianos la leemos sabiendo que, gracias a esa transmisión de la vida humana, generación tras generación, se fue preparando el terreno familiar para que un día pudiera encarnarse el Hijo de Dios, «nacido de mujer» (Gál. 4, 4); es la preparación, digamos, «biológica», que se resume en el árbol genealógico de Jesucristo, esquematizado en (Mt. 1, 1-16).

Un cristiano que lee la promesa de Dios a Abraham («multiplicaré tu descendencia»: Gen. 18, 18; 22, 17-18), entiende mejor esa bendición divina recordando que Dios sabía que su Hijo hecho hombre nacería un día de la descendencia de Abraham (cf. Gál. 3, 16), y que en Él también nosotros participamos de esa bendición (Gál. 3, 29). Así debe resonarnos toda la historia de los patriarcas, los jueces, los reyes de Israel: es una lenta preparación para la llegada de Cristo. Dice San Agustín:

            «Cristo, que iba a nacer según la carne, estaba oculto
            en la raíz, en la semilla de los patriarcas; y se
            descubriría en el futuro, como un fruto que aparece,
            conforme está escrito: 'floreció un vástago de la
            raíz de Jesé'».

Junto a esa preparación familiar estaba el ambiente social, la comunidad y la patria concreta en la que Cristo iba a hacerse hombre. La Historia del pueblo israelita es verdadera historia humana, mezcla de pecados y heroísmos; y el Hijo de Dios un día iba a formar parte de ese torrente social en el que experimentaría la resistencia humana a la gracia de Dios que se manifestaba en Él.

Añadamos la preparación del lenguaje que había de usar el Hijo de Dios. Preparado durante siglos, ese lenguaje era concreto, no filosófico, rico en simbolismo y carga «religiosa»; y ya estaba fijado en libros cuando Jesús nació: los libros del Antiguo Testamento que Él conoció.


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2) Anuncia proféticamente la venida de Cristo. Es la base de la espiritualidad de la esperanza, típica de los textos proféticos durante el destierro; el pueblo de Israel, al menos las almas más religiosas, iban adquiriendo conciencia de pecado y de la necesidad de un Salvador. En este sentido, aunque los cristianos sabemos que ya ha venido ese Salvador, el Antiguo Testamento nos ayuda a esperar siempre más su segunda venida. La espiritualidad del «Adviento» es propia del Antiguo Testamento y también del Nuevo; vale para nosotros, que «aguardamos también como Salvador al Señor, Jesucristo, que transformará nuestro pobre cuerpo en cuerpo semejante a su cuerpo glorioso, dado el poder con el que es capaz de someter a su imperio el universo» (Flp. 3, 20-21); pues estamos salvados, sí, pero de momento sólo «en esperanza» (Rom. 8, 19-25).

Para «preparar los caminos del Señor» tenemos las riquezas de la literatura profética. Los profetas eran intérpretes de Dios. A veces explicaban el pasado a la luz de los planes divinos; otras veces aconsejaban y orientaban para el momento presente; otras veces (y es lo que solemos entender cuando hablamos de «profetas») anunciaban una intervención salvadora de Dios en el futuro; un futuro próximo o lejano, porque normalmente no distinguían bien los planos de tiempo, no tenían conscientemente una perspectiva cronológica exacta; por eso suele ser difícil deducir datos concretos de sus escritos. Los profetas proclamaban la palabra de Dios con toda fuerza, y al hacerlo mezclaban su propio mundo emocional, sus deseos de que Dios interviniera pronto (cf. Lc. 10,24: «muchos profetas y reyes quisieron ver» al Salvador). El Nuevo Testamento leyó a los profetas del Antiguo que predecían el futuro mesiánico y hablaban del Mesías que iba a venir; basta comprobar, por ejemplo, los textos proféticos que se usan, directa o indirectamente, en los relatos evangélicos de la Pasión y muerte de Jesús. Aquel Mesías que anunciaban los profetas, lo conoceremos nosotros mejor leyendo y meditando esos textos. Los profetas, a la vez, nos irán educando, como quisieron hacer con sus oyentes, para que no nos instalemos cómodamente en el bien poseído, sino que vivamos hacia el futuro, como caminantes que marchan hacia la patria definitiva.

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3) Representa simbólicamente a Cristo y su obra. Los mismos profetas, que a veces hablan de forma genérica, en otras ocasiones, en cambio, concretan detalles de la Persona que iba a llegar, indicando gestos y comparaciones: sería un buen pastor, un servidor humilde, un rey, leal, compasivo, nacería en Belén, sufriría por nuestros pecados, etc. Son detalles que sólo se cumplen perfectamente en Jesucristo; pertenecen a los símbolos y a los «tipos» de que hablábamos en la lección 5.ª (sección V).

La Historia de la salvación, tal como la conocemos en el Antiguo Testamento, tiene dos aspectos: el pedagógico (de enseñanza moral y religiosa para entonces, y, en cierto sentido, para siempre) y el aspecto simbólico o figurativo: hechos, personas y cosas son figura esbozada de lo que vendrá en el Nuevo Testamento, y luego definitivamente en la vida eterna con Dios. Dado que el actuar de Dios tiene un estilo que se repite, como lo describe la Virgen en el canto «Magnificat» (Lc 1, 46-55: Dios exalta a los humildes y despoja a los orgullosos, Dios ejercita su misericordia con sus fieles) , no es extraño ver, en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, figuras que parecen cortadas por el mismo patrón: Isaac, que se deja ofrecer como víctima en sacrificio, es «tipo» de Cristo, víctima sacrificada por nosotros; los doce patriarcas, columnas del pueblo israelita, son «tipo» de los doce Apóstoles, columnas fundacionales de la Iglesia; el cordero pascual es «tipo» de Cristo crucificado, Cristo Eucaristía; Eva es «tipo» de María que, mucho más perfecta, vencedora de la serpiente que engañó a Eva, es Madre de la Iglesia, de los verdaderos hijos de Dios. y así muchas otras figuras, estudiadas especialmente por los Santos Padres y los teólogos de la Edad Media.

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III. LUCES Y SOMBRAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO.


A) SOMBRAS

Hay páginas del Antiguo Testamento que nos parecerán tal vez muy alejadas de la perfección moral que pide Jesucristo. Encontramos venganzas y castigos que no encajan en el Sermón de la Montaña; encontramos inmoralidades, reacciones y mentalidad precristianas que no podemos aceptar. ¿ Qué utilidad podemos sacar de esas páginas bíblicas, para nuestra vida cristiana? Dios quiere decirnos algo en esas páginas; para escucharlo.

1.º   No cerremos los ojos; con lo que sabemos por nuestra fe cristiana, reconozcamos efectivamente que el Antiguo Testamento contiene muchos elementos imperfectos y provisionales. A veces esa imperfección está sólo en la formulación externa un tanto ruda (hay frases de Salmos pidiendo a Dios venganza de los enemigos; en el fondo desean una cosa buena: que triunfe la Justicia de Dios, que desaparezca el mal y el pecado). Otras veces es el contenido el que es imperfecto; por ejemplo, normas morales, ceremonias del culto antiguo, ideas sobre el más allá y la retribución a buenos y malos después de la muerte, etc.

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2.º   Después de reconocer lo anterior, admiremos la pedagogía divina. Como maestro perfecto, Dios conoce el valor del tiempo: ¡no se puede decir todo el primer día de clase! Jesús mismo, poco antes de morir, dijo a sus íntimos que aún le quedaban muchas cosas que decirles, pero veía que no tenían capacidad suficiente para retener y comprender su enseñanza. Así ha ido procediendo Dios: ha ido elevando al hombre poco a poco en su educación religiosa y moral. Sabiendo esto, no nos escandalizaremos ante ciertas ignorancias del Antiguo Testamento en materia de fe y de moral; eran etapas rudimentarias, las del niño que aprende a escribir dejando que el maestro le tome la mano. Todo el Antiguo Testamento es un testimonio impresionante de condescendencia divina, que acepta al hombre tal como es para mejorarlo haciéndole subir desde el nivel en que se encuentra.

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3.º   Por contraste, aprendamos a estimar el Nuevo Testamento, viendo el progreso realizado en la revelación de Dios. Como ejemplo, será útil leer lentamente (Mt 5, 17-48); no copiamos aquí el texto, pero indicamos algunas sugerencias para entender mejor lo que queremos subrayar:

- Esas frases exponen el contraste o contraposición entre la Ley del Antiguo Testamento y el mensaje de Jesús.

- Jesús no destruye la Ley del Antiguo Testamento (que era Voluntad de Dios), sino que la interpreta profundizando su sentido, diciéndonos exactamente qué era lo que Dios había pretendido de los hombres al promulgar su ley.

- Después de una introducción aclaratoria (versículos 17-20) vienen seis contraposiciones: «oísteis que se dijo [en la Escritura] a los antiguos (=a vuestros antepasados)»: no matarás (v. 21); no cometerás adulterio (v. 27); el que despida a su mujer déle un certificado de divorcio (v. 31); no perjurarás (v. 33); ojo por ojo y diente por diente (v. 38); amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo (v. 43). Algunas de esas frases no estaban siquiera en la Ley de Dios expresada en el Antiguo Testamento (por ejemplo, la frase del odio al enemigo), pero Jesús habla al nivel en que estaban sus oyentes.

- Después de cada norma antigua, añade Jesús autoritativamente ( «pero Yo os digo» ) su explicación de la Ley: cuál es la Voluntad de Dios reflejada en esas normas. El contraste es tal que, gracias a la legislación del Antiguo Testamento explicada por Jesús podemos captar mejor las exigencias de perfección a que Dios llama a sus hijos.

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B) LUCES

Pero además, el Antiguo Testamento contiene verdadera revelación de Dios en forma positiva. Si casi en cada página encontramos un pecado humano, encontramos también en seguida la oferta de perdón de parte de Dios, o su llamada acuciante y brusca para que el hombre pecador se arrepienta del mal.

El Antiguo Testamento fue educando al pueblo israelita, y puede ser también «educador» de quienes tantas veces somos aún poco cristianos. Los rasgos auténticos de Dios, que aparecen en sus páginas, siguen siendo verdad en el Nuevo Testamento. Los modelos de oración, especialmente en la colección de los Salmos, son un muestrario de verdaderas oraciones humanas (es decir, con defectos y límites, pero también con gestos heroicos de fe radical en Dios, ¡y ésto siglos antes del Cristianismo!).

El sentido religioso de la existencia humana, que aparece en tantos pasajes del Antiguo Testamento y en tantos ejemplos de amigos de Dios, lo recibió también la primitiva Iglesia, lo hizo suyo y nos lo ha transmitido a nosotros, que seguimos necesitando convertirnos siempre al Dios vivo y verdadero, superar nuestro materialismo y nuestro egoísmo, y corregir nuestra superficialidad religiosa. Puesto que tenemos más obligación que ellos de ser fieles a Dios, ya que conocemos más cómo es Dios, el Antiguo Testamento tiene que servirnos de estímulo.

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LECTURAS

Tomemos un fragmento del mismo Nuevo Testamento, el capítulo 11 de la carta a los Hebreos. Leámoslo lentamente, y veamos cómo se trata de un repaso del Antiguo Testamento (las personas), recordando los ejemplos de fe heroica de quienes aún no conocían a Cristo. La carta exhorta al final (12, 1-13) a sus lectores cristianos, a no ser débiles en la fe.

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LECCION 8

NUESTRO «NUEVO» TESTAMENTO (DV V. 17-20)

Los exegetas y teólogos hablan de la «economía» divina; es una expresión griega usada por San Pablo (por ejemplo, en Ef. 3, 2. 9) para significar la organización de un proyecto que se va realizando, y para el cual se toman medidas y se adoptan disposiciones. La «economía» divina es el plan divino de la redención de los hombres, que tuvo su punto central en la vida, muerte y resurrección del Hijo de Dios. Ese plan salvador ahora lo va realizando Cristo en la Iglesia y por medio de la Iglesia. Los libros que componen el Nuevo Testamento, a la vez que forman parte de esa «economía» divina, nos exponen ese plan de Dios en la vida mortal de Cristo (EVANGELIOS) y en la vida de la Iglesia (ESCRITOS APOSTOLICOS); son las dos partes de esta lección.

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EVANGELIOS

I. CARACTERÍSTICAS

1.ª Son los libros privilegiados de toda la Biblia. Lo mismo que la Encarnación del Hijo de Dios es un acontecimiento excepcional y único, los libros que directamente nos hablan de la vida que llevó en la tierra el Hijo de Dios hecho hombre son un testimonio excepcional de la fe de los primeros cristianos en ese acontecimiento.

2.ª Son de origen apostólico. ¿Qué significa esto? La tradición histórica más antigua identifica a Mateo y Juan con los Apóstoles que llevaban esos nombres; al Evangelio de Marcos lo hace depender de la predicación de San Pedro, y al de Lucas de la predicación de San Pablo.

Al tratarse de una tradición histórica, que no es dogma de fe, no hemos de exagerar por ningún extremo. Se exagera identificando por completo la expresión «origen apostólico» con «autenticidad literaria» (que quiere decir que el verdadero autor de una obra es aquel cuyo nombre lleva); según esto, los Evangelios habrían sido escritos por testigos oculares que iban transcribiendo ordenadamente palabras y hechos de Jesús, como periodistas o cronistas actuales que graban y hacen fotografías de discursos y gestos de jefes políticos. Se exagera si se da más importancia a Mateo que a Marcos, por considerar a éste más "alejado" de Jesús; o si se dice que el Evangelio de San Juan intentó solamente llenar lagunas dejadas por los tres evangelistas anteriores a él.

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EVANGELIOS

I. CARACTERÍSTICAS (Continuación)

Pero hay otro extremo. Como la crítica literaria ha ido descubriendo adiciones y retoques en la redacción de los Evangelios, y algunos atribuyen esas adiciones a autores diversos de los cuatro evangelistas; y como sobrer el Evangelio de San Juan se discute a ver si es obra del Apóstol o de sus discípulos que pusieron su predicación por escrito, etc., se exagera por el otro extremo, negando simplemente la paternidad literaria de los cuatro Evangelios a Mateo, Marcos, Lucas y Juan.

En realidad no son cuestiones completamente independientes la «autenticidad literaria» y el «origen apostólico». La Iglesia primitiva no hubiera permitido jamás un Evangelio que no fuera de origen apostólico, como no admitió los Evangelios apócrifos a pesar de que aparecieron bajo nombres de Apóstoles ("Evangelio de Tomás", "Evangelio de Felipe", etc.). Se podrá discutir, con argumentos históricos y literarios, sobre el autor verdadero de cada uno de los cuatro Evangelios canónicos (la tradición histórica sigue siendo la explicación más sólida y mejor fundada), pero no sobre su origen apostólico, que es lo que nos dice la Iglesia, a saber: que recogen la predicación de los que San Lucas llama «ministros de la Palabra» (Lc. 1,2); que su base es el testimonio y las enseñanzas de los Apóstoles acerca de la vida, muerte y resurrección de Jesús; los que suelen denominarse «varones apostólicos» (San Marcos y San Lucas) no pertenecieron al grupo de Doce Apóstoles, pero fueron contemporáneos, por lo menos, de algunos Apóstoles.

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EVANGELIOS

I. CARACTERÍSTICAS (Continuación)

3.ª   Son cuatro. En rigor, el Evangelio (= la buena noticia) de que Dios nos salva en Jesucristo, es único; como Pablo dice que tenemos "un solo Señor (= Cristo), una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos" (Ef. 4,5), podía haber añadido con toda verdad "y un solo Evangelio". Pero también San Pablo habla a veces de su evangelio (por ejemplo en Rom. 2, l6), que significa su manera de exponer el único Evangelio. Esto nos ayuda a entender los cuatro Evangelios como cuatro formas de exponernos la única buena noticia. Es que el misterio de Jesús Hijo de Dios, y su vida mortal en Palestina, es un mar sin fondo; por eso los evangelistas captan en él la misma realidad, pero cada uno con su enfoque; ninguno de ellos puede agotar la verdad de Jesús, y todos son complementarios entre sí.

Esos cuatro enfoques, resumiendo y simplificando mucho, podemos presentarlos así:

Mateo: Jesús, "hijo de David, hijo de Abrahán" según la carne (Mt. 1,1), en quien se cumplen las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento, es el fundador del Nuevo Israel: la Iglesia.

Marcos: Jesús es el Mesías esperado, aunque no como lo esperaban muchos judíos (mesías político, glorioso, terreno), sino que nos libera por el sufrimiento y la cruz; ese Jesús Mesías es Hijo de Dios.

Lucas: Jesús es profeta (maestro), salvador universal, Señor, lleno de misericordia, y a la vez exigente y radical con los que quieren seguirle como discípulos.

Juan: Jesús es el Hijo de Dios, la imagen perfecta de Dios Padre, a quien revela con su persona, sus palabras y sus obras.

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EVANGELIOS

II.   VALOR HISTÓRICO.

Tal como tenemos los relatos evangélicos, pueden desilusionar a un historiador moderno documentalista; viendo que no siguen una cronología rigurosa, que emplean formas de transición genéricas: ("después de esto", "en aquellos días", "por entonces"...), que la estructura interna es diversa en los cuatro Evangelios, ese "historiador" nos diría: ¡estos libros no son "historia"!

A su vez, un conocedor de las biografías del periodo helenista, leyendo los Evangelios nos diría: no encuentro en ellos un retrato literario de Jesús, de los Doce, etc. (nunca se nos describe siquiera cómo era su aspecto externo), ni un estudio psicológico de los personajes, ni veo a los evangelistas interesados especialmente en el desarrollo de la personalidad de Jesús: su formación, su carácter, su cultura, etc.; por lo tanto, ¡estos libros no son una biografía!

Estas opìniones tienen algo de razón. Los cuatro Evangelios son escritos difícilmente catalogables por la ciencia literaria. ¿A qué "género" pertenecen, con precisión?

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EVANGELIOS

II. VALOR HISTORICO (Continuación)

Los cuatro Evangelios son "literatura oficial" de un grupo religioso -la Iglesia cristiana, el Cristianismo- que en el siglo I de nuestra era brotó, aparentemente, como una rama del Judaísmo. Los cuatro Evangelios fueron escritos en esa Iglesia, para ella, por miembros suyos, para avivar y afianzar la fe en Jesús (cf. Lc. 1,4; Jn. 20,31);de manera que los evangelistas, más que decirse "voy a contar al lector cómo vivió y qué hizo y dijo Jesús", pensaron ante todo: "voy a poner al lector en relación con Jesús, con su vida y muerte, sus hechos y palabras, para que crea en ÉL con la misma fe que tengo yo". Para eso los evangelistas seleccionaron el material, y organizaron la redacción de los datos que iban a escribir, sirviéndose de las tradiciones y experiencias que explicaban quién era y qué hizo Jesús (hechos) y de las que habían recogido sus discursos e instrucciones (palabras). Es decir, los Evangelios canónicos son testimonios de fe religiosa.

Pero se trata de una fe histórica, o, en otras palabras, una fe basada en la historia real; no imaginaria o inventada, ni tampoco de evidencia matemática. Explicaremos esto brevemente.

El "historicismo" confunde la fe cristiana con la prueba evidente (como dos y dos son cuatro). Ahora bien, aunque los Evangelios fueran una prueba así, no por eso me darían automáticamente la fe religiosa. Jesús siempre reprendía a los que le exigían una prueba expectacular e irrefutable para creer en Él.

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EVANGELIOS

II. VALOR HISTORICO (Continuación)

Pero, por otra parte, si yo prescindo de la base histórica de los Evangelios, y vivo una especie de emotividad que me haga «sentir» esas palabras de Jesús como único argumento de que son verdadera revelación divina, caigo en otro defecto, con el agravante de que adopto una postura poco humana para un acto tan humano (libre, responsable, consciente) como el acto de fe religiosa. Sin base histórica suficiente nuestra fe cristiana carecería de sentido. La frase paulina «si Cristo no ha resucitado, vana es vuestra fe» ( 1 Cor 15,17) podría aplicarse a toda la vida de Jesús: si Jesús no nació en Belén, de la Virgen María, si no predicó en Palestina, si no reunió discípulos, si no murió en cruz, etc., nuestra fe sería falsa; y en ese caso los Evangelios, que alimentan nuestra fe en Jesús de Nazaret, Hijo de Dios hecho hombre, serían el fraude más grandioso de todos los siglos. Pero no. La fe de los evangelistas se basa en datos históricos, cuenta con datos reales, cognoscibles como tales; la historia no impone la fe, que sigue siendo libre (muchos judíos contemporáneos de Jesús no creyeron que era Hijo de Dios), pero la fe cristiana parte del hecho histórico de la vida de Jesús de Nazaret, su predicación, su muerte, su resurrección.

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EVANGELIOS

II. VALOR HISTORICO (Continuación)

Los evangelistas no eran tan ingenuos como para aceptar cualquier patraña sin controlar; no separaban la «Fe» y la «Historia». El Cristo resucitado, en quien creían con fe religiosa, no lo separaban, ni podían entenderlo como distinto, del Jesús terrestre que habían conocido (algunos de ellos personalmente) .Su fe no sólo no les hizo indiferentes a los hechos y palabras de Jesús de Nazaret, sino que les impulsó a querer conocerlos en detalle; la «vida gloriosa» les ayudó a comprender aspectos ocultos de la «vida mortal» de Jesús, les iluminó el significado de los acontecimientos precedentes, no los inventó.

El Concilio Vaticano II resume esta doctrina diciendo que los evangelistas nos dicen cosas «vera et sincera» de Jesús, o sea, escriben de acuerdo con los hechos objetivos y con la certeza subjetiva que poseen ( debida a su información personal y a la luz de la fe que les ayuda a interpretar el sentido de los hechos). Es decir, que los Evangelios poseen valor histórico. Este valor histórico entra también, en general, en la información que nos dan sobre otros personajes que no son Jesús (Juan Bautista, Herodes Antipas, etc.), y sobre la vida oculta de Jesús. Para volorar críticamente la base histórica de cada episodio particular habrá que utilizar análisis detallados, y servirse de los criterios que indicaremos luego.

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EVANGELIOS

A) De los Evangelios al «Jesús histórico».

Los especialistas que reconstruyen la historia del texto mediante la crítica literaria distinguen varios estratos: el más reciente es el del redactor (Lucas, Marcos...), que seleccionó y ordenó el material que poseía, arregló el estilo, abrevió la información original, o la explicó, etc. El segundo estrato, más antiguo, es el de la 1.ª Comunidad cristiana, que mantenía vivas las tradiciones y recuerdos sobre Jesús; aquella comunidad sirvió de estímulo pues sus problemas vitales (por ejemplo, su relación con el Judaísmo, con la ley antigua, el culto, etc.), refrescaban el recuerdo de las enseñanzas de Jesús, y a la vez sirvió de garantía: corroborando el testimonio de los predicadores individuales, rechazando lo no auténtico; aquella comunidad estaba muy próxima a los hechos que le dieron su origen, tenía sus jefes, fundaba su fe en acontecimientos conocidos por los contemporáneos. Finalmente, el tercer estrato es el más cercano a Jesús y sus íntimos; la crítica literaria intenta encontrar este tercer estrato, los elementos más antiguos del texto. Luego la crítica histórica aplica diversos criterios; por ejemplo, ver si una frase de Jesús aparece en diversas fuentes escritas, en uno o más evangelios; ver que datos no pueden explicarse por la mentalidad judía de entonces ni por el cristianismo posterior, sino que muestran la novedad de Jesús y su mensaje (por ejemplo, frases que dejan mal a los Doce Apóstoles, el hecho de que Jesús fuera tentado, etc.); ver si hay coherencia y continuidad: qué datos cuadran perfectamente con las costumbres, lengua, geografía de la Palestina de entonces, y con la restante predicación de Jesús; ver el estilo típico de Jesús (hablaba con autoridad, rehusaba la publicidad de sus milagros, etc.).

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EVANGELIOS

B) Del «Jesús histórico» a los Evangelios.

Después de esos pasos se vuelve al texto tal como lo tenemos; se entiende mejor la predicación de la Iglesia primitiva cuando presentaba la vida y enseñanzas de Jesús, y se entiende mejor la perspectiva de cada evangelista. Los primeros testigos guardaban su recuerdo y lo presentaron con su enfoque personal; todos ellos se completan, y nos hacen penetrar en el significado de aquellos acontecimientos; Jesús ha sido la suprema intervención salvadora de Dios en la historia humana; con él y en él ha llegado el Reino de Dios; los que creen en él entran ya a formar parte de su «familia». El «Jesús histórico» del año 30 de nuestra era solo se entiende bien en la interpretación que la Iglesia nos presenta al entregarnos los Evangelios; en ellos tenemos expuesto el misterio de lo que hizo y dijo Jesús de Nazaret.

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ESCRITOS APOSTÓLICOS

Este título comprende los restantes escritos del Nuevo Testamento. Hablaremos de todos ellos en general.

I.  CARACTERÍSTICAS

1.ª   Son testimonios divinos del misterio de Cristo. «Divinos» porque han sido inspirados por Dios (cf. lección 3.ª), así los ha reconocido la Iglesia al aceptarlos entre los libros sagrados (lección 6.ª), y contienen la verdad que Dios ha querido decirnos de sí mismo y de su actividad en la Iglesia de Cristo (lección 4.ª).

2.ª   Están en continuidad con la doctrina de Jesús. Lo que Jesús dijo a su Iglesia no se limita a las páginas del Evangelio. Aparte de que en los otros escritos del Nuevo Testamento pueden encontrarse frases de Jesús que los cuatro Evangelios no han conservado (como la famosa frase: «mayor felicidad es dar que recibir»: Hch. 20,35), hay en esos escritos una profundización -inspirada por Dios- de la doctrina de Jesús. El Espíritu Santo iba recordando a los primeros cristianos todo lo que Jesús les había dicho (cf. Jn. 14,26), guiándoles en el camino de la verdad total, de la revelación plena de Dios (cf. Jn. 16,13), y por eso estos escritos son de garantía absoluta; son algo así como la explicación primera del Evangelio, que el Señor quiso se consignara por escrito como enseñanza suya. El Espíritu Santo respalda con autoridad divina la enseñanza contenida en esos escritos, y nos los entrega en la Iglesia: son «Palabra de Dios», como decimos al leerlos en la celebración de la Eucaristía.

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ESCRITOS APOSTÓLICOS (Continuación)

Hay también garantías humanas de que esos escritos no desvirtúan la doctrina de Cristo, sino que la interpretan según su verdadero sentido. La primera es las personas que escribieron esas páginas y las transmitieron a las comunidades cristianas: eran de los elegidos por Jesús en su vida mortal (Pedro, Juan...), o se informaron de ellos como lo hizo San Pablo, que, después de su conversión, fue a Jerusalén para visitar a Pedro e informarse de lo que sabía sobre Jesús (Gal. 1,18), y más tarde todavía volvió allá para exponer a Santiago, Pedro y Juan lo que predicaba, «no sea que estuviera corriendo, o hubiera corrido, en vano» (Gal. 2, 2). Si nos fijamos en el grupo de «los siete» ministros auxiliares, «diáconos» de los Apóstoles (Hch. 6, 2-6), en los presbíteros que los Apóstoles iban poniendo al frente de las comunidades (cf. Tit. 1, 5; etc.) y a los cuales aconsejaban y controlaban responsablemente (cf. Hch.20, 17-35; y las cartas a Timoteo y Tito) veremos que, aun desde el punto de vista meramente humano, la cadena de testigos que transmitieron el mensaje de Jesús hasta dejar a la Iglesia estos escritos está compuesta de eslabones firmes y seguros.

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ESCRITOS APOSTÓLICOS

III.  ESCRITOS PAULINOS (Continuación)

    a)  Cristo, como punto nuclear de este plan salvador que San Pablo llama "el misterio" de Dios; Cristo Hijo de Dios, Señor (título de majestad, propio de Cristo glorioso, soberano de vivos y muertos), crucificado y resucitado (momentos culminantes de la realización histórica del plan divino). Los efectos de la obra salvadora de Cristo son que: nos ha reconciliado con Dios, perdona nuestros pecados, nos redime (=libera) del pecado, de la muerte y de nosotros mismos, nos hace "justos", nos incorpora a Él haciéndonos participar de su vida.

    b)  La Iglesia: extensión o prolongación de Cristo, "Cuerpo místico de Cristo" del cual formamos parte. Ahí entra la doctrina paulina de los Sacramentos, en particular el Bautismo; y la Vida Moral del cristiano, que es vivir y comportarse de acuerdo con las exigencias de nuestra incorporación a Cristo: movidos por su Espíritu, los cristianos debemos actuar por y en la Caridad, en camino hacia la patria del cielo.

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CONCLUSIÓN

Lo que hemos visto en esta lección no nos ahorra el estudio y la meditación detallada de cada escrito del Nuevo Testamento. Pero puede orientarnos para encontrar un hilo conductor en medio de los datos concretos que nos ofrecen los Comentarios a esos libros. Podremos profundizar mejor el significado de cualquier texto del Nuevo Testamento -de los Evangelios o de los escritos apostólicos- si no perdemos de vista lo que Dios va diciéndonos en ellos: cómo se ha desarrollado y continúa desarrollándose su plan de salvarnos; el momento cumbre de este plan (la vida mortal, la muerte y la resurrección de su Hijo); cómo ahora, en la Iglesia, va metiéndonos en ese torrente de salvación, llevándonos a la plena felicidad (vivir su vida divina sin obstáculos ni trabas de ninguna clase), a través de un camino exigente (=moral cristiana) en el que no estamos solos ni sin apoyo, pues somos miembros de Cristo y recibimos su gracia en la Iglesia.

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LECTURAS

Fragmento del llamado "Canon de Muratori", lista de los libros sagrados (¿de la Iglesia de Roma?) a finales del siglo II:

"... sin embargo estuvo presente a algunos, y así los narró. Después, el tercer libro del Evangelio, según Lucas; este Lucas, médico, después de la Ascensión de Cristo lo escribió valiéndose de lo que había oído decir (...). El cuarto Evangelio es de Juan, uno de los discípulos (...). Aunque en cada evangelio el comienzo es diverso, esa diversidad no compromete la fe de los creyentes, porque con un único y principal Espíritu están expuestos en los Evangelios el nacimiento, la pasión, la resurrección, etc. No es extraño que Juan tan firmemente diga en sus cartas: "Lo que hemos visto con nuestros ojos y oído con nuestros oídos, y palparon nuestras manos, esto os hemos escrito"; así declara ser no sólo testigo ocular y auricular, sino también el escritor de los hechos maravillosos del Señor (...). Los Hechos de todos los Apóstoles fueron escritos en un libro; Lucas lo dedica al ilustre Teófilo, y ha recogido allí los hechos desarrollados en su presencia, omitiendo el martirio de Pedro y el viaje de Pablo desde la urbe (= Roma) a España. Las cartas de Pablo declaran por sí mismas, a quienes quieren entender, qué son, de dónde y por qué se enviaron...".

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LECCION 9

CRISTO, CENTRO DE LA SAGRADA ESCRITURA  (DV  I, 4; IV, 15-16; V, 17)

1.  INTRODUCCIÓN

San Jerónimo decía que desconocer la Escritura es desconocer a Cristo. Es verdad, porque toda la Sagrada Escritura habla de Cristo, directa o indirectamente, abierta o veladamente. Lo mismo podemos decir a la inversa: el que desconoce a Cristo no entiende la Escritura; por mucha técnica exegética que posea, por mucha erudición bíblica que tenga, no entenderá el sentido profundo de la Biblia.

En el centro de la Sagrada Escritura está Cristo. Porque lo está en el centro de la Revelación que Dios ha hecho de su misterio; Cristo es la perfecta revelación de Dios, y la Escritura recoge esa revelación. Porque lo está también en el centro de nuestra fe, que por eso se llama fe «cristiana»; por ella nos adherimos a Cristo, que nos introduce en su vida de Hijo; la Escritura es una llamada que Dios Trinidad hace a los hombres por medio de Cristo. Necesitamos que el Padre nos atraiga, en la Escritura, hacia Cristo ( «nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre»: Jn. 6, 44); necesitamos que Cristo, aceptado por la fe, nos levante hacia el Padre («nadie llega al Padre sino a través de mí»: Jn. 14,6); y necesitamos que el Espíritu del Padre y del Hijo nos introduzca en el núcleo de la Revelación, que nos enseñe todo (cf. Jn. 14, 26).

Como estímulo para conocer la Biblia, a fin de crecer en nuestra fe cristiana, veamos de qué modo gira toda ella en torno a Cristo, que es el punto de unión entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. Repetiremos cosas aprendidas en las lecciones 7.ª y 8.ª, pero el tema vale la pena planteárnoslo expresamente.

Citemos otra frase de San Jerónimo: «Del trono de Dios sale un río, que es la gracia del Espíritu Santo. Esta gracia del Espíritu Santo está en la Sagrada Escritura, es decir, es el río de la Escritura; y este río tiene dos orillas, el Antiguo y el Nuevo Testamento; y en ambas está plantado un árbol que es Cristo». No es de extrañar, pues el tema de toda la Biblia es el plan divino de salvarnos en Cristo y por Cristo. Las dos partes de la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento) están pensadas por el mismo Autor divino, con un enfoque unitario, y por eso se explican mutuamente: la 1ª. no se entiende sin la 2ª., y la 2ª. desarrolla lo que estaba anunciado en la 1ª.

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II.  CRISTO, CENTRO DEL ANTIGUO TESTAMENTO.

1. El Antiguo Testamento nos habla de Cristo. Recordemos lo dicho en la lección 7.ª Para eso repasemos algunas escenas y pasajes del Nuevo Testamento, donde se dice expresamente esta doctrina:

    a)  En Nazaret, después de leer el texto de Is. 61, 1-2, dice Jesús: «Hoy se ha cumplido esta escritura ante este vuestro auditorio». Es decir, el personaje del que habla el profeta Isaías (ungido por Dios, lleno de su Espíritu, que pasaría haciendo el bien y predicando la reconciliación con Dios) era verdaderamente Jesús. Cf. Lc. 4,21.

    b)  En la Transfiguración (cf. Mt. 17,3; Mc. 9,4; Lc. 9,30), Jesús se dejó ver de Pedro, Santiago y Juan, resplandeciente, glorioso, en compañía de Moisés y Elías, símbolos de la revelación del Antiguo Testamento (=la Ley y los Profetas). Un comentario atinado, que resume cuanto pudiéramos decir, es el de Orígenes (siglo III), en los dos párrafos que copiamos a continuación:

        «Cuando el Verbo les tocó (a Pedro, Santiago y Juan)
        alzaron la vista y vieron a Jesús solo, y a nadie más.
        Moisés -que representa la Ley- y Elías -la Profecía-
        se han convertido en una sola cosa, se han identificado
        con Jesús, que es el Evangelio. Ya las cosas no son
        como antes: ya no son tres, porque los tres ahora son
        una sola cosa».

        «Cuando Jesús se transfiguró en gloria, también Moisés
         y Elías aparecieron con él en gloria; para que sepas que
         la Ley, los Profetas y el Evangelio siempre convergen
         en uno, y permanecen en una misma gloria».

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II.  CRISTO, CENTRO DEL ANTIGUO TESTAMENTO. (Continuación)

    c)  Definición de Jesús, dada por Felipe después de su primer encuentro con el Señor: «Hemos encontrado a aquel del que escribió Moisés en la Ley, y los profetas: Jesús, hijo de José (así pensaba la gente, que ignoraba la concepción virginal de Jesús), el de Nazaret» (Jn. 1,45).

    d)  Otra frase del Evangelio de San Juan nos dice, en boca de Jesús que reprocha a los jefes judíos no creer en el testimonio que da Él acerca del Padre: «también las Escrituras (del Antiguo Testamento) son las que testifican en mi favor... ; Moisés escribió acerca de mí (Jn. 5, 39. 46).

    e)  Leamos de nuevo la escena de Emaús (Lc. 24, 13-35); veremos cómo Jesús explica el misterio de su muerte y resurrección valiéndose del Antiguo Testamento. Al hacerlo, descubre a aquellos discípulos desilusionados su «presencia» en las páginas de la Biblia, que tantas veces habían leído sin enterarse.

    2.  Cristo cumple el Antiguo Testamento. De toda la vida de Cristo podríamos decir lo que dijo de sí mismo en Nazaret: en sus palabras y obras se ha cumplido la Escritura (cf. Lc. 4, 21). Lo hacen notar expresamente los evangelistas, especialmente San Mateo con su repetida frase «para que se cumpla lo anunciado por el profeta», o «por la Escritura...», lo cual indica que los primeros cristianos entendían el Antiguo Testamento realizado en Cristo; lo leían desde el centro de la revelación, que es la persona y la vida de Cristo.

En el Evangelio de San Juan, que a primera vista parece distante del Antiguo Testamento, se encuentra un fondo de abundantes alusiones, resonancias y símbolos de la Historia e Instituciones de Israel, tal como las recoge el Antiguo Testamento. Es que también San Juan ha visto que Jesús era la perfecta realización del Antiguo Testamento. Veamos algunos ejemplos:

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II.  CRISTO, CENTRO DEL ANTIGUO TESTAMENTO. (Continuación)

— frases: la expulsión de los mercaderes del templo se explica recordando la frase del Salmo 69,10: «el celo por tu casa me devora» (Jn. 2,17). Jesús Maestro, que nos habla del Padre en su enseñanza, nos hace «alumnos de Dios» como habían dicho los profetas (cf. Jn. 6,45). Jesús entra en Jerusalén como Mesías-Rey, según la profecía de Zacarías 9,9 (cf. Jn. 12, 14-15). La incredulidad del pueblo elegido, que no aceptó a Jesús, estaba ya prevista y anunciada por Dios en el Antiguo Testamento (Jn. 12, 37-40); lo mismo la traición de Judas (Jn. 13,18), el sorteo de las vestiduras de Jesús junto a la cruz (Jn. 19,24), el costado traspasado por la lanzada (Jn. 19, 36-37), la resurrección de Jesús (Jn. 20,9).

Personajes y acontecimientos del Antiguo Testamento, símbolo de una realidad verificada plenamente en Jesús y su obra salvadora: el Cordero pascual (Jn. 1, 29. 36; 19,36); la escala de Jacob (Jn. 1,51); la serpiente de bronce en el desierto (Jn. 3, 14-15); el maná (Jn. 6, 32-33); el agua que brotó de la roca (Jn. 7, 37-38); la columna de fuego que guiaba al pueblo en el desierto (Jn. 8, 12); los «pastores» del pueblo, frente a Jesús que es el «buen pastor» (Jn. 10, 1-18); la viña cultivada por Dios (Jn. 15, 1-8).

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II.  CRISTO, CENTRO DEL ANTIGUO TESTAMENTO. (Continuación)

3. Cristo supera al Antiguo Testamento. Al cumplir lo anunciado en el Antiguo Testamento, Cristo lo sobrepasa y, en los detalles accidentales y pasajeros, lo convierte en «anticuado», en fuera de época. Incluso un personaje tan central en la revelación antigua como fue Moisés queda superado por Jesús; Moisés fue el intermediario que transmitió al pueblo la Ley, pero quien realmente nos ha transmitido la Verdad de Dios, ha sido Jesucristo, el único que ha visto al Padre (cf. Jn. 1, 17-18).

4. Conclusión: Es necesario Cristo para entender bien el Antiguo Testamento. Dice San Pablo que los judíos no entendían el Antiguo Testamento (que estaba como tapado por un velo, no era Escritura «re-veladora») por no aceptar a Cristo: «Hasta el día de hoy, sobre la lectura del Antiguo Testamento sigue el mismo velo (el que se ponía Moisés sobre el rostro) sin descorrerse, porque sólo en Cristo desaparece; pero hasta hoy, siempre que se lee a Moisés (en las sinagogas) hay un velo puesto sobre su corazón; pero cuando se conviertan al Señor caerá el velo» (2 Cor. 3, 14-16). Esto que dice San Pablo de sus hermanos judíos que no aceptaron a Cristo como Mesías sirve también para nosotros; la comprensión del Antiguo Testamento nos estará oculta mientras exista un velo que cubra no ya las páginas bíblicas, sino nuestro corazón; pero si nuestro corazón se convierte al Señor se nos desvelarán los secretos del Antiguo Testamento: no precisamente los problemas técnicos de filología, arqueología, etc., sino la verdad que Dios quiere decirnos en esos libros.

 

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III.  CRISTO, CENTRO DEL NUEVO TESTAMENTO.

Lo es, porque:

1 ) Cristo es la palabra definitiva de Dios a nosotros, y esa Palabra es la que nos transmite el Nuevo Testamento. Antes de Cristo, hablaba Dios «en muchas ocasiones y de muchas maneras», fragmentariamente; podemos decir que no llegaba a formularse del todo a sí mismo. Pero pasado el Antiguo Testamento, «en estos días finales nos habló en el Hijo -¡mucho más que un profeta del Antiguo Testamento!- ... reflejo luminoso de su esplendor e impronta de su ser» (Heb 1,1-3). Ese Hijo es Jesús, «imagen del Dios invisible» (Col. 1,15), que dijo a los suyos: «El que me ha visto ha visto al Padre» (Jn. 14, 9). Por esto los teólogo de la Edad Media, que sabían que Cristo era la presencia real de Dios entre los hombres, lo llamaban «palabra abreviada» de Dios, es decir, compendio de todo lo que Dios puede decirnos.

Cronológicamente hablando, y respecto al Antiguo Testamento, se dice que Jesús llegó al final; pero en realidad es el primero: en torno a él se fueron formando círculos concéntricos: los más lejanos son el Antiguo Israel, los más cercanos son el Nuevo Israel, la Iglesia, hasta el fin de los tiempos. Los libros del Nuevo Testamento, que recogen esos círculos más cercanos, tienen por centro a Cristo.

2) Cristo es nuestro Mediador ante el Padre. «A Dios nadie lo ha visto nunca; el Hijo Unigénito, que está orientado hacia el Padre, ese es la revelación (en persona)» (Jn. 1,18), y es la revelación que nos comunican las páginas del Nuevo Testamento.

Nadie, a no ser el Hijo, conoce los misterios de Dios (cf. Mt. 11, 27); ahora bien, la misión de Jesús ha sido hablarnos del Padre, de lo que 1a visto estando con Él (cf. Jn. 8, 38). Jesús es la única persona acreditada para revelarnos al Padre; es el único camino nuestro al Padre, porque es «la verdad» (es decir, la revelación de Dios) por la que podemos poseer «la vida» divina (cf. Jn. 14,6).

Jesús es a la vez transmisor de Revelación, y objeto de Revelación; conociéndole a Él ya vamos en camino, conocemos al Padre.

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III.  CRISTO, CENTRO DEL NUEVO TESTAMENTO. (Continuación)

3) Cristo es signo. Todo él es revelación de Dios; no sólo sus palabras, sino también su misma persona, sus acciones, sus silencios. Su vida oculta en Nazaret es tan reveladora de Dios como la pasión y la muerte en la Cruz. Es cierto que cada episodio de la vida de Jesús revela un aspecto, y todos ellos son complementarios, pero todo en Jesús es manifestación de su persona de Hijo de Dios, y por tanto es manifestación de Dios. Aun lo más escondido o menos aparente en la vida de Jesús, como su concepción virginal fue signo revelador de quién era él; su concepción virginal fue signo, ante todo, para su madre María, y más tarde también para los primeros cristianos, como un dato más que confirmaba su fe (¡efectivamente, era Hijo de Dios!), y lo es finalmente para nosotros, que recibimos ese dato de nuestra fe en los Evangelios, tal como nos los entrega la Iglesia.

Todos los escritos del Nuevo Testamento nos van dando la comprensión de los signos reveladores en la vida y obra de Jesús, y en el desarrollo del «misterio» divino. Por este motivo decimos también que tienen a Cristo como centro.

4) Cristo es Señor, y el Nuevo Testamento nos formula y explica este señorío universal de Cristo Rey. Es un rey no como la pensaba o temía Pilato (cf. Jn. 18, 33-38); pero ciertamente es Señor del mundo, de la Historia, de la Iglesia, de cada creyente. Una de las primeras fórmulas de fe cristiana fue «Jesús es Señor»; la vemos reflejada en (Rom. 10,9), y resuena como aclamación universal en (Flp. 2, 11): toda criatura, le guste o no, tendrá que reconocer en el día del triunfo total de Cristo Rey, en el juicio universal, que Jesucristo es Señor. El mismo Jesús que nació en Belén, vivió pobremente, murió en cruz, ese mismo Jesús ha recibido del Padre toda autoridad en el cielo y sobre la tierra (cf. Mt. 28, 18) ; el Padre lo ha constituido «Señor» (Hch. 2, 36); a partir de su resurrección ejercita en forma nueva su soberanía sobre vivos y muertos.

Cuando los primeros cristianos llamaban «Señor» a Jesús, no sólo le aplicaban un título que estaba en competición con el de los emperadores romanos a nivel puramente humano, sino que, por encima del valor honorífico de ese título, hacían una explícita confesión de fe religiosa, que podía llevarlos al martirio: reconocían que Jesús es Dios, que posee la dignidad inefable de Dios, es el Dios del Antiguo Testamento (la Biblia griega tradujo «Yahveh» por la palabra «Señor»). Esa fe de los primeros cristianos, revelación inusitada, llena las páginas del Nuevo Testamento. Cuando nosotros decimos en la liturgia «por Jesucristo nuestro Señor», estamos en el centro y culmen de la Revelación: Jesús de Nazaret es nuestro Dios. Es el acto de fe del incrédulo Tomás, cuando cayó de rodillas ante Jesús resucitado -imagen perfecta de Dios que se revela a sí mismo- exclamando: «¡Señor mío y Dios mío!».

Para llegar a este punto central y supremo de la Revelación conviene recordar, al leer y meditar el Nuevo Testamento, los diversos títulos de Cristo que aparecen en esas páginas; todos ellos dicen verdad, pero no dicen todo lo que es Cristo, porque de él se puede decir siempre mucho más. Los primeros cristianos no llegaron de una vez a formular el Credo, poco a poco fueron «entendiendo» a Jesús. Veamos ahora algunos títulos, los principales, de Jesús en el Nuevo Testamento.

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IV.  TÍTULOS DE CRISTO EN EL NUEVO TESTAMENTO.

1.º) Hijo de David. Significa, literalmente, que Jesús es descendiente de David; su significado profundo es el de «descendiente cualificado» de David, es decir, el Mesías esperado por los judíos y prometido por Dios. En el Evangelio de San Mateo, detrás de este título se entrevé otra «filiación» más sublime: es Hijo de Dios.

2.º) Crlsto. Palabra griega que traduce el título hebreo de «Mesías». Literalmente significa ungido; se ungía a los reyes, a los sacerdotes, a algunos profetas; con el rito de la unción, el ungido con óleo quedaba consagrado para una misión que Dios le confiaba para el bien de su pueblo. El ungido por excelencia, el Mesías, el Cristo singularísimo esperado por todos, parecía que no acababa de llegar; la expectación mesiánica fue tiñéndose de rasgos demasiado humanos; en tiempo de Jesús se esperaba con ansia un Mesías liberador político y social. De ahí la dificultad de Jesús para hacerse aceptar como el Mesías enviado por Dios, y eso explica también las interpretaciones desviadas a las quc se prestaba ese título.

Entre los primeros cristianos ese título, que empezó siendo el de una misión u oficio, pasó a ser nombre personal de Jesús de Nazaret, sólo (Cristo) o unido al nombre de Jesús (Jesucristo).

3.º) Hijo del Hombre. Título mesiánico algo enigmático. Jesús se aplicó este título con preferencia al de «Cristo» (que podía interpretarse equivocadamente). «Hijo del Hombre» tiene un aspecto glorioso, ya a partir de (Dan. 7, 13-14); así será Jesús cuando actúe como Juez universal al fin de los tiempos. Por otra parte, ese título tiene también un aspecto de debilidad y limitación «humana», de sufrimiento. Jesús era el Mesías que iba a liberar a su pueblo con su muerte en cruz. Esto era tan desconcertante, que en el Evangelio vemos cómo fue instruyendo a sus más íntimos; cuando, en la mitad de la vida pública, llegaron ya a aceptarlo como Mesías ( = Cristo), entonces empezó a explicarles de qué forma iba a cumplir su misión de Mesías: no con un triunfo militar o político, sino con el sufrimiento y la muerte. . . iY esto ya no lo entendieron! (cf. Mc. 8, 31-38; 9, 30-32).

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IV.  TÍTULOS DE CRISTO EN EL NUEVO TESTAMENTO. (Continuación)

4.º) Hijo de Dios. Este título define a Jesús por completo, y es la revelación mayor que de él encontramos en el Nuevo Testamento. Con esa revelación descubrimos lo que nunca hubiéramos llegado a pensar: que Dios no es un ser aislado y cerrado en sí mismo, sino que es un Dios en tres «personas», relacionadas tan íntimamente que no podría existir una sin las otras. Los nombres bíblicos que  expresan ese misterio personal de Dios son el de Padre, Hijo y Espíritu del Padre y del Hijo ( «Espíritu Santo» ). Jesús se ha rcvelado a sí mismo como «Hijo>, con sus obras, total y continuamente referidas al «Padre», y con sus palabras, desde las primeras que refiere San Lucas en (2, 49) ( «tengo que estar en la casa de mi Padre») hasta las que pronuncia antes de morir «(Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu»: Lc. 23, 46) , llegando al diálogo más singular con Dios: Jesús lo ha llamado Abba (Mc. 14, 36), término con el que un niño pequeñito llama a su padre natura], y que jamás un judío se hubiera atrevido a usar hablando con Dios.

La filiación divina de Jesús se nos va exponiendo cada vez más profundamente en los escritos apostólicos del Nuevo Testamento. Para los primeros seguidores de Jesús tuvo que ser algo inaudito, ya que, educados en el monoteísmo radical de la religión judía ( ¡Un solo Dios! ) , tenían que superar la aparente contradicción que presentaba Jesús, como si hubiera dos dioses. Los textos más primitivos parece como que tiemblan ante ese misterio: llaman a veces a Jesús «hijo» de Dios usando una palabra griega que puede significar «hijo natural» y «muchacho» (es decir, criado, siervo); es un modo de dar el paso desde ese Jesús que vimos morir en cruz, perfecto «siervo» de Dios, a este Jesús actualmente resucitado cuya realidad personal es la de ser verdadero «hijo natural de Dios», Dios como el Padre (cf. por ejemplo, Hch. 3, 13; 4,27).

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IV.  TÍTULOS DE CRISTO EN EL NUEVO TESTAMENTO. (Continuación)

En algunos pasajes del Nuevo Testamento, el título «Hijo de Dios», en su significado original pudo quedarse en límites no chocantes a la mentalidad judía contemporánea de Jesús. Por ejemplo, en labios de Natanael, llamar a Jesús «Hijo de Dios», o «Rey de Israel» (Jn. 1, 49) podía significar: el Mesías, personaje especialmente relacionado con Dios, enviado por Dios, asistido por Dios en su misión salvadora. Los exegetas analizan los textos que hablan de Jesús con ese título, y en algunos de ellos descubren ese primer estadio de comprensión: «Jesús es el Mesías», y por tanto es para Dios «como un hijo» (otro probable ejemplo de lo mismo lo tenemos en labios de Marta, en Jn. 11, 27).

Pero poco a poco la fe cristiana fue desvelando el misterio de Jesús, hombre verdadero y Dios verdadero, y los mismos Evangelios transparentan esa realidad: Jesús es Hijo de Dios en toda la significación del término; existía con el Padre desde siempre (Jn. 1, 1), antes que existiera Abraham (Jn. 8, 58-59), es «uno» con el Padre (Jn. 17, 21-23); los cristianos nos bautizamos en su nombre (Hch. 2, 38), o sea, nos consagramos al único Dios vivo y verdadero, al Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo (Mt. 28, 19).

Como conclusión podemos decir: Cristo llena las páginas del Nuevo Testamento, que no pretenden más que hablarnos de Él, darnos la palabra definitiva de Dios y explicarnos (=revelarnos) su verdadera esencia: Jesús es Señor. No sólo Mesías «Hijo de David», Mesías por el sufrimiento y la gloria («Hijo del Hombre»), sino Hijo de Dios, Dios como el Padre. El Credo cristiano lo expresa así: Jesucristo es «hijo único de Dios, nacido antes de todos los siglos, Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre;... por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre. Fue crucificado, muerto y sepultado, resucitó al tercer día,... subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre... y su reino no tendrá fin».

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RESUMEN

I. Introducción: «Desconocer la Escritura es desconocer a Cristo» (S. .Jerónimo).

II. Cristo, centro del Antiguo Testamento.

"El fin principal de la economía antigua era preparar la venida de Cristo, redentor universal, y de su reino mesiánico, anunciarla proféticamente, representarla con diversas imágenes. Los libros del Antiguo Testamento, según la condición de los hombres antes de la salvación establecida por Cristo, muestran a todos el conocimiento de Dios y del hombre y el modo como Dios, justo y misericordioso, trata con los hombres" (DV 15).

III. Cristo, centro del Nuevo Testamento.

"Dios habló a nuestros antepasados en distintas ocasiones y de muchas maneras por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo. Pues envió a su Hijo, la Palabra eterna. que alumbra a todo hombre, para que habitara entre los hombres y les contara la intimidad de Dios. Jesucristo, Palabra hecha carne. hombre enviado a los hombres, habla las palabras de Dios y realiza la obra de la salvación que el Padre le encargó. Por eso, quien ve a Jesucristo ve al Padre; pues El, con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y gloriosa resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con testimonio divino; a saber, que Dios está con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y la muerte y para hacernos resucitar a una vida eterna."

"La economía cristiana, por ser la alianza nueva y definitiva nunca pasará; ni hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo nuestro Señor" (DV 4).

IV. Títulos de Cristo en el Nuevo Testamento.

Hijo de David, Cristo, Hijo del Hombre, Hijo de Dios.

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LECTURAS

1) "La Sagrada Escritura no debe su origen a la investigación hummana, sino a la revelación divina, que procede del Padre de los astros, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra. del cual, por medio de su Hijo Jesucristo. viene a nosotros el Espíritu Santo; y por el Espíritu Santo, que reparte y distribuye a cada uno sus dones como quiere, se da la fe, y por la fe habita Cristo en nuestros corazones. Esta es la ciencia acerca de Jesucristo, de la que procede la firmeza y comprensión de toda la Sagrada Escritura. De modo que es imposible que alguien empiece a comprenderla si no tiene antes infundida en sí la fe, que es como la lámpara, la puerta y el cimiento de toda la Escritura (...). El fruto de la Sagrada Escritura no es cualquier cosa, sino la plenitud de la felicidad eterna, Pues la Escritura es tal que en ella están las palabras de vida eterna; se ha escrito no sólo para que creamos, sino también para que poseamos la vida eterna en la que veremos, amaremos, y todos nuestros deseos quedarán saciados; y, saciados nuestros deseos, entonces sí que entenderemos la caridad que supera al conocimiento, y así nos llenaremos de toda la plenitud de Dios. En esa plenitud intenta introducirnos la Escritura. Con esta finalidad, con esta intención hay que estudiar, enseñar y escuchar la Escritura. Y para que lleguemos a ese fruto y término avanzando rectamente por el camino de las Escrituras, hemos de empezar por el comienzo, es decir, acudiendo con sencilla fe al Padre de los astros, doblando las rodillas de nuestro corazón, para que El, por su Hijo, en el Espíritu Santo, nos dé la verdadera ciencia acerca de Jesucristo; y con la ciencia, el amor a Cristo, para que, conociéndole y amándole, firmes en la fe y arraigados en la caridad, podamos conocer la anchura, la longitud. la altura y la profundidad de la Escritura; y por esa ciencia, llegar al conocimiento pleno y al inmenso amor de la Santísima Trinidad, al que tiende el deseo de los santos, y en el que está la plenitud de la verdad y del bien".
(S. BUENAVENTURA, Breviloquium. Prólogo).

2) "Lo que antiguamente habló Dios en los profetas a nuestros padres de muchos modos y de muchas maneras, ahora a la postre, en estos días nos lo ha hablado en el Hijo todo de una vez. En lo cual da a entender el Apóstol que Dios ha quedado como mudo y no tiene más que hablar, porque lo que hablaba antes en partes a los Profetas ya lo ha hablado en El todo, dándonos al Todo, que es su Hiio."

"Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación. no sólo haría una necedad. sino haría agravio a Dios no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad. Porque le podría responder Dios de esta manera, diciendo: Si te tengo ya habladas todas las cosas en mi palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo yo ahora responder o revelar que sea más que eso?; pon los ojos sólo en él, porque en él te lo tengo dicho todo y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas. Porque tú pides locuciones y revelaciones en parte, y si pones los ojos en él, lo hallarás todo; porque él es toda mi locución y respuesta, y es toda mi visión y toda mi revelación; lo cual ya os he hablado, respondido, manifestado y revelado, dándoosle por hermano, compañero y maestro, precio y premio. Porque desde aquel día en que bajé con mi espíritu sobre él en el monte Tabor, diciendo: Este es mi amado hijo, en quien me he complacido; oídle, ya dejé todas esas maneras de enseñanzas y respuestas y se la dí a él; oídle a él. porque yo no tengo más fe que revelar ni más cosas que manifestar. Que si antes hablaba (en el Antiguo Testamento), era prometiendo a Cristo; y si me preguntaban. eran las preguntas encaminadas a la petición y esperanza de Cristo, en quien habían de hallar todo bien".
(S. JUAN DE
LA CRUZ, Subida al Monte Carmelo, II, 22).

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LECCION 10

LA SAGRADA ESCRITURA Y NUESTRA VIDA CRISTIANA (DV VI. 21-26)

I. LA SAGRADA ESCRITURA SE NOS DA EN LA IGLESIA.

No nos referimos aquí a «la Iglesia» edificio (el templo), sino a «la Iglesia» institución fundada por Cristo. Gracias a la Iglesia se nos ha transmitido la Biblia, el Antiguo y el Nuevo Testamento. Un pagano que adquiere un ejemplar de la Biblia en una librería está, sin saberlo, acercándose a Jesucristo gracias a las generaciones de cristianos que se han ido transmitiendo la palabra de Dios, desde la primera Iglesia de Jerusalén hasta ahora. Pero en esta lección pensamos concretamente en los cristianos que escuchamos y leemos la Palabra de Dios como miembros de su Iglesia. A nosotros la Iglesia nos da la Sagrada Escritura:

1) Como norma de fe. Nuestra fe cristiana ha de contrastarse siempre con la Sagrada Escritura, interpretada por quienes en la Iglesia de Cristo tienen el poder de «enseñar», y según el espíritu que indicábamos en la lección 5.ª Una herejía lo será cuando contradiga o niegue la Revelación que los Apóstoles entregaron a la Iglesia y ésta a nosotros. Si una interpretación de un texto bíblico parece echar abajo una verdad de nuestra fe: o esa interpretación es errónea, o la hemos entendido mal, o la verdad de fe no se apoya realmente en ese texto concreto sino en otros. Se comprende que todos acudan a la Biblia; toda secta, todo grupo religioso o misionero, busca siempre la garantía y el apoyo de la Palabra de Dios. Aunque esa garantía se falsifique en muchos casos, queda en pie lo que significa ese hecho: la Biblia es norma de nuestra fe. Es norma de fe también para el Magisterio de la Iglesia, que no puede contradecir a la Palabra de Dios. El Magisterio la aclara, la explicita, pero su actitud ha de ser siempre la de respeto creyente. El Papa y los Obispos no son dueños y señores de la Palabra de Dios, y mucho menos lo serán los teólogos y exegetas; son «servidores de la Palabra» (cf. Lc. 1,2; Hch. 6,4), con obligación de transmitírnosla. Con ellos, y colaborando con ellos, todos los cristianos tenemos obligación de transmitir a los demás (en la medida de nuestra posibilidades) ese mensaje de salvación. La Biblia es una herencia de familia, de la familia de los hijos de Dios, y ha de estar siempre al alcance de todos los hombres, de todas las épocas y países.

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LA SAGRADA ESCRITURA Y NUESTRA VIDA CRISTIANA (DV VI. 21-26)

I. LA SAGRADA ESCRITURA SE NOS DA EN LA IGLESIA. (Continuación)

2) Como alimento de vida. De todas las páginas de la Biblia se puede decir lo que San Juan dice en su Evangelio: que han sido escritas para que creamos que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengamos vida en él (cf. Jn. 20,31). Todas las páginas de la Biblia, y no sólo las que nos parecen más «espirituales» (juzgadas por el sentimentalismo o la emotividad), todas, aun las más áridas, nos invitan a participar de la vida que Dios nos ofrece. Para citar de nuevo a San Juan, los escritores de la Biblia nos anuncian la Vida eterna «que existía con el Padre y se nos manifestó», Jesucristo, para que los lectores participemos de esa vida por la fe, la esperanza y la caridad, las tres virtudes teologales (cf. 1 Jn. 1,1-3).

Desde muy antiguo se ha hablado de la Sagrada Escritura como de un alimento. En el mismo Antiguo Testamento encontramos esta explicación del milagro del maná:

«(Dios) te ha alimentado con maná, que no conocías ni habían conocido tus padres, a fin de hacerte conocer que no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Yahveh» (Dt. 8,3).

La palabra de Dios al pueblo de Israel, expresando su Voluntad, será la vida del pueblo:

(«... porque no es palabra baladí para vosotros, pues es vuestra vida, y mediante esta palabra prolongaréis vuestros días sobre el suelo para cuya toma de posesión vais a pasar el Jordán» (Dt. 32,47).

Cuando el Salmo 18 (19) canta las excelencias de la Ley de Dios, denominada con términos sinónimos «ley», «precepto», «mandatos», «norma», «voluntad», «mandamientos»), esas excelencias pueden aplicarse igualmente a la Ley escrita en la Biblia que nos revela la Voluntad de Dios para nosotros; y con toda verdad lo que dice ese Salmo vale para todas las páginas de la Biblia: «son descanso del alma», «instruyen al ignorante», «alegran el corazón», «dan luz a los ojos», «son más dulces que la miel»: cf. Salmo 18 (19), 8.11. Es decir, producen en nosotros los efectos de un alimento sabroso y nutritivo. Algo parecido vemos en el Salmo 118 (119): aunque presenta las palabras de Dios con otras imágenes poéticas («lámpara para mis pasos», «mi canción en tierra extranjera», etc.), también el Salmista ora considerando la palabra divina como alimento vital:

«... reaníname con tus palabras» (v. 25)
«... dame vida con tu palabra» (v. 37)
«... abro la boca y respiro ansiado tus mandamientos» (v. 131)

San Pablo nos dice que el Antiguo Testamento «se escribió para nuestra enseñanza, para que por la constancia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza» (Rom. 15,4). La Sagrada Escritura nos consuela y nos estimula a perseverar, a seguir caminando.

Un texto bíblico amplio que muestra la palabra de Dios como alimento lo tenemos en el capítulo 6 del Evangelio de San Juan. Con una característica interesante: en ese capítulo habla Jesús de la Eucaristía, en la que nos da su sangre y su carne para que tengamos vida sobrenatural; pero de manera muy discreta nos dice también que sus palabras, aceptadas por la fe, son inseparables de la Eucaristía: sus palabras «son vida» (v. 63), son «palabras de vida eterna» (v. 68), el que las acepta y cree en Jesús tiene vida eterna. De hecho, la Eucaristía, sacramento de nuestra fe, es un sacramento para los que creen en la palabra de Jesús, que poseen ya la vida de la gracia y la aumentan y robustecen comiendo el Cuerpo del Señor y bebiendo su Sangre (vv. 51-58). Por eso la Iglesia. en la celebración de la Eucaristía, une la proclamación de la palabra de Dios (liturgia de la Palabra) con el banquete eucarístico en el que, en forma de alimento, recibimos a Cristo sacrificado por nosotros.

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LA SAGRADA ESCRITURA Y NUESTRA VIDA CRISTIANA (DV VI. 21-26)

I. LA SAGRADA ESCRITURA SE NOS DA EN LA IGLESIA. (Continuación)

3) Como fuerza salvadora. Porque tiene el mismo poder que ha demostrado la palabra divina a lo largo de los siglos. Al principio de la creación dijo Dios: «¡Haya luz!», y hubo luz (Gen 1,3); dijo Jesús al mar y al viento: «¡Calla! ¡Enmudece!», y el mar y el viento le obedecieron (Mc 4,39).

Al escuchar nosotros la palabra que Dios nos dirige en la Biblia, participamos en el diálogo entre él y sus hijos, entablado desde la creación del primer hombre y reflejado en las páginas de la Sagrada Escritura. Como en Dios no hay pasado, presente y futuro, pues todo para él es eterno presente, el Padre se dirige ahora a nosotros; el Espíritu divino que inspiró a los escritores sagrados nos transmite ahora una comunicación del Padre a nosotros; esta comunicación puede tener forma externa de llamada («ven, sígueme»), de nombramiento para una misión («id y predicad el evangelio»), de explícita declaración de su voluntad («amaos unos a otros como yo os he amado»), de felicitación («¡felices de vosotros cuando os persigan por mi causa!»), de amenaza seria («¡ay de vosotros, que ni entráis en el Reino de los cielos ni dejáis entrar a los que quieren!»), de anuncio de perdón («tus pecados quedan perdonados»), de queja («¿también vosotros queréis marcharos?»), de reproche («¡hombre de poca fe!»), de invitación («venid a mí todos los que estáis agobiados»), etc.

La palabra de Dios, por tanto, se dirige a nosotros en las innumerables formas que puede adoptar un diálogo entre personas, con la particularidad de que aquí empieza el diálogo una Persona que es DIOS. Por eso su palabra es poderosa y produce en nosotros, si la escuchamos con fe, el efecto que significa (aumento de fe, consuelo, fortaleza, arrepentimiento, vigilancia, etc.). La respuesta humana a la palabra divina puede ser igualmente muy diversa; depende de nuestra capacidad de reacción; la generosidad del creyente debería ser casi instantánea, respuesta decidida a Dios que nos habla, pero muchas veces, por desgracia, nos quedamos indiferentes, o nos hacemos sordos a su llamamiento. Deberíamos tener siempre presente la recomendación de Santiago:

«... despojándoos de toda bajeza y todo desbordamiento de malicia, recibid con mansedumbre la palabra plantada en vosotros, que tiene poder para salvaros» (Sant. 1,21).

Toquemos aquí brevemente un punto debatido en algunas publicaciones teológicas, a propósito de la lectura de la Sagrada Escritura en la Liturgia. A veces se exagera, llamando «sacramento» a la lectura de la Palabra de Dios. Hemos de decir que la lectura de la Biblia y los Sacramentos de la Iglesia ni son lo mismo, ni se oponen entre sí; son fuerzas que proceden del mismo Espíritu, relacionadas entre sí, que nos conducen hacia la vida plena de hijos de Dios. Esquematizando, diremos que en la Sagrada Escritura predomina el movimiento de Dios que se acerca a nosotros; en los Sacramentos, el movimiento nuestro: nosotros actuamos respondiendo a la Palabra de Dios. La Escritura, escuchada con docilidad al Espíritu Santo, engendra la fe, que se manifiesta y crece en los Sacramentos (Bautismo, Eucaristía, Penitencia, ...). En la Escritura nos encontramos con Cristo a través de las palabras bíblicas; en los Sacramentos compartimos ya la suerte de Cristo en quien creemos, estamos ya realizando su plan de salvación, estamos ya caminando en su seguimiento.

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LA SAGRADA ESCRITURA Y NUESTRA VIDA CRISTIANA (DV VI. 21-26)

II LA SAGRADA ESCRITURA SE NOS INTERPRETA EN LA IGLESIA CONSTANTEMENTE.

No está hecha de una vez para siempre la asimilación definitiva de la Biblia. La Iglesia sigue siendo peregrina, caminante, y hasta que no lleguemos a la casa de Dios para vivir con Él eternamente no poseemos en plenitud todas las riquezas de la Revelación. Por eso la Iglesia desea comprender siempre más la Palabra de Dios (recordemos lo que estudiamos en la lección 2.ª, sección IV). Este ahondar en el abismo profundo de la Escritura, enriqueciendo así nuestra fe, lo realiza la Iglesia especialmente por:

1.º) El estudio teológico.

Tarea de los teólogos es investigar, iluminados por la fe, toda la verdad encerrada en Cristo. La Teología, como «ciencia» que es, además de servirse de la ayuda de otras ciencias y métodos del saber humano, intenta elaborar y sistematizar lo ya obtenido, y formular con términos lo más aptos posible el misterio de Dios que se nos revela. Es tarea arriesgada, porque el teólogo debe interpretar la Biblia conforme a lo indicado en la lección 5.ª, es decir, como quien realiza un acto religioso; a la vez que estudiar la Revelación, el teólogo tiene que someterse a Dios que se revela; y es sabido que el trabajo intelectual sobre la Sagrada Escritura puede fomentar la soberbia del sabio, o separarse totalmente de la vida práctica moral y religiosa; la historia de las herejías lo confirma. «Diligencia, piedad y mesura» humilde, son las cualidades que el Primer Concilio Vaticano pedía a los investigadores de la Revelación divina:

«La razón humana, iluminada por la fe, cuando busca con diligencia, piedad y mesura, puede obtener por don de Dios alguna comprensión, y muy fructuosa, de los misterios: bien por analogía de las cosas que conoce con conocimiento natural, bien sobre todo por la relación de los mismos misterios entre sí y con el fin último del hombre» (DS 3016. MI 1796).

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LA SAGRADA ESCRITURA Y NUESTRA VIDA CRISTIANA (DV VI. 21-26)

II LA SAGRADA ESCRITURA SE NOS INTERPRETA EN LA IGLESIA CONSTANTEMENTE. (Continuación)

2.ª) La Liturgia y los Sacramentos.

Porque la fe del cristiano no debe quedar en pura teoría. La Iglesia no se compone de creyentes anónimos que viven la fe en abstracto; la fe nos impulsa a actuar de una manera determinada: amando al prójimo, cumpliendo la Voluntad de Cristo, y orando. La Iglesia de Cristo es creyente y orante: la oración de la Iglesia es expresión de su fe, de su comprensión del Misterio de Cristo.

¿Qué ocurre en la Liturgia? Que Cristo nos habla en la Sagrada Escritura, y la Iglesia le responde. Si hay homilía o predicación del sacerdote de Cristo, esa predicación debe ayudarnos a responder mejor. Como centro de nuestra vida sacramental y litúrgica está la Eucaristía, que es:

Un misterio (Cristo se sacrifica al Padre por nosotros, y se nos comunica en forma de alimento para que participemos de su misma vida) que se realiza en ritos externos y palabras (que además explican de alguna manera el misterio, lo hacen un poco inteligible).

Así, cualquier acción litúrgica, realizada conforme a la voluntad de la Iglesia, es una «interpretación» de los misterios de Dios que se nos ha revelado. Al celebrar bien la acción litúrgica aumenta nuestra comprensión del misterio de Dios en alguno de sus aspectos: el misterio de Dios perdonador (Sacramento de la Penitencia), el misterio del amor inquebrantable y total de Cristo a la Iglesia (Sacramento del Matrimonio), etc.

Hay otras muchas formas de crecer en comprensión de los misterios revelados en la Sagrada Escritura. Algunas son devociones populares consagradas por el uso de los siglos y por los frutos de vida cristiana y de santidad que producen: el Viacrucis, el Rosario, y tantas otras. Los «misterios» del Rosario son los de la vida de Cristo; al rezar el Rosario nos unimos a María, que participó en los misterios de Dios hecho hombre; desbordaban su comprensión de pura criatura, pero María vivió esos misterios de su Hijo conservándolos y meditándolos en su corazón; con ella, mientras desgranamos las cuentas del Rosario, reavivamos para bien de toda la Iglesia la memoria y la meditación del Nacimiento de Jesús, la Oración en el Huerto, la Resurrección...

En esta línea añadamos una práctica tan exigente como los Ejercicios Espirituales; cuando se hacen seriamente nos inmergen en el plan de Dios: desde la penitencia por nuestros pecados hasta la total colaboración con Dios en su actividad en el mundo y la Iglesia.

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LA SAGRADA ESCRITURA Y NUESTRA VIDA CRISTIANA (DV VI. 21-26)

III.  LA SAGRADA ESCRITURA, LEÍDA Y MEDITADA POR LA IGLESIA

Cuando el Concilio Vaticano II recomienda la lectura reflexiva y seria de la Biblia (DV 25) piensa, en primer lugar, en «los sacerdotes, diáconos y catequistas, dedicados por oficio al ministerio de la palabra». Es lógjco; basta pensar en la homilía o predicación dentro de los actos litúrgicos: es una expansión del texto bíblico; el predicador debe ser un creyente que habla a creyentes deseando que aumente su fe; por lo tanto, él mismo tiene que vivir escuchando la Palabra de Dios en la lectura, meditación y estudio, para que pueda decirnos a los demás lo que él entiende del misterio de Jesucristo.

Pero también a todos los fieles se nos recomienda la lectura asidua de la Sagrada Escritura, para que conozcamos más a Jesucristo. Dado que normalmente no podremos tener acceso a los textos bíblicos originales, ni podremos dedicar mucho tiempo a resolver problemas filológicos previos, es conveniente alguna orientación para aprovechar bien las traducciones bíblicas.

A) TRADUCCIONES DE LA BIBLIA.

Su utilidad consiste en facilitarnos el acceso a la Palabra de Dios. Si nos lo complican más (una Biblia en chino sería, para mí, una nueva complicación), o nos lo "facilitan" excesivamente (una traducción que empobrece la Revelación, poniéndola en un lenguaje tan de la calle que Dios deja de ser un misterio) no cumplen su cometido.

Las traducciones más antiguas ayudan a entender el sentido de algunos pasajes difíciles, porque a veces se traduce en ellas cuál era el texto primitivo que tenían delante, y sirven también para entender la vida que han tenido los textos bíblicos en la Tradición de la Iglesia. Aunque probablemente nos serán inaccesibles, estará bien que sepamos, por cultura religiosa, cuáles fueron las dos principales traducciones bíblicas de los primeros siglos de la Iglesia.

a) La LXX (o traducción de «Los Setenta»): es una traducción griega del Antiguo Testamento hebreo, hecha en Egipto antes del año 100 antes de Cristo. Su nombre alude a una leyenda, según la cual setenta y dos judíos de Jerusalén fueron llamados a Egipto para traducir el Pentateuco; separados unos de otros, en setenta y dos días hicieron la traducción. La importancia de La LXX está en que no sólo la adoptaron los judíos de Alejandría (Egipto), ni sólo que llegó a ser la Biblia oficial del Judaísmo de lengua griega, sino que la primitiva Iglesia utilizó preferentemente ese Antiguo Testamento griego, y lo mismo los Santos Padres hasta San Jerónimo. (Será útil repasar lo visto en la lección 6.ª sobre el Canon del Antiguo Testamento.)

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LA SAGRADA ESCRITURA Y NUESTRA VIDA CRISTIANA (DV VI. 21-26)

III.  LA SAGRADA ESCRITURA, LEÍDA Y MEDITADA POR LA IGLESIA (Continuación)

b) La Vulgata latina. De las diversas traducciones latinas, fue la que adoptó como suya la Iglesia romana. Contiene el Antiguo y el Nuevo Testamento. A finales del siglo IV, por encargo del Papa español San Dámaso, revisó San Jerónimo las traducciones ya existentes, e hizo una traducción nueva en algunos libros bíblicos. El Concilio de Trento la declaró auténtica, es decir, que «hace fe», que sirve para probar en lecciones públicas de Teología, etc., como texto oficial de la Iglesia; esto suponía que era una traducción substancialmente fiel y libre de errores dogmáticos o morales. El mismo Concilio ordenó hacer una revisión de la Vulgata: es la llamada «Sixto-Clementina», que apareció en 1592. Hoy día el texto oficial de la Biblia latina es una reciente revisión de la Vulgata, ajustándola más a los originales hebreo, arameo y griego, que ha recibido el nombre de Neovulgata.

Estas antiguas traducciones bíblicas se han publicado juntas en las Biblias llamadas Políglotas (es decir, en varias lenguas). La primera entre las grandes Poliglotas fue la publicada en Alcalá de Henares, gracias al Cardenal Cisneros, en 1502-1517; contiene el texto de la Biblia en hebreo, arameo (para el Pentateuco), griego de la LXX y latino de la Vulgata.

Traducciones modernas. Existen muchas en nuestro idioma, y son también abundantes en otras lenguas modernas. Cada una suele fijarse especialmente en un aspecto, y sigue unos criterios de traducción; por eso para usarlas hemos de tener en cuenta cuál fue el punto de vista de los traductores, y qué es lo que nos interesa a nosotros (puede ser la cercanía del texto original, o el estilo literario, o la facilidad para la lectura pública, etc.). No todas poseen el mismo valor crítico, ni todas traducen directamente de los originales. Como católicos, además, no debemos olvidar la sabia norma de la Iglesia: Las traducciones de la Biblia han de editarse con la aprobación y bajo la vigilancia de los obispos, y han de contener notas explicativas tomadas de los Santos Padres y los mejores comentaristas y teólogos.

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LA SAGRADA ESCRITURA Y NUESTRA VIDA CRISTIANA (DV VI. 21-26)

III.  LA SAGRADA ESCRITURA, LEÍDA Y MEDITADA POR LA IGLESIA (Continuación)

B) LA LECTURA DE LA BIBLIA.

A lo largo de la Historia de la Iglesia ha habido fluctuaciones en la práctica de la lectura de la Biblia. Hoy se nos estimula a leerla; hace aún pocos años se nos ponía más bien en guardia. ¿Por qué? La Iglesia, especialmente en los momentos más tensos de la polémica protestante, tomó esa decisión pastoral para evitar la lectura indiscriminada de la Biblia por cualquiera y de cualquier forma. Esto no debe extrañarnos, ya que la Historia nos hace ver tantos herejes y sectas que han interpretado la Biblia según sus conveniencias.

Para evitar «profanaciones» de la Palabra de Dios, la Iglesia prefirió defenderla así. Por otra parte, mantenía vivo el impulso de la predicación y la catequesis, con lo cual el pueblo de Dios nunca estuvo privado de la Palabra divina.

Existe otro extremo, que puede falsear las cosas: el de un culto exagerado a la Biblia, casi como si fuese un ídolo, como si no se pudiese ser buen cristiano y servir a Dios sin haber leído la Biblia y haber hecho cursillos sobre las últimas novedades de la exégesis bíblica. La Iglesia venera la Biblia. El Leccionario (libro que contiene las lecturas bíblicas de la Misa) es llevado en procesión en las Misas solemnes, lo inciensa el diácono; y todos nos ponemos de pie para escuchar el Evangelio. Pero la Iglesia rechaza la idolatría: no quiere que adoremos la Biblia (y menos aún de los exegetas), porque eso iría contra la misma Biblia. Sólo Dios, que nos habla en la Biblia, merece nuestra adoración; la Persona que nos habla en ese libro es a quien hemos de adorar.

En el mismo culto de la sinagoga judía no se lee toda la Biblia públicamente. Ese «pueblo de la Biblia», como se ha llamado a los judíos, sabe bien que ciertas páginas bíblicas pueden desedificar o escandalizar si no existe en el oyente una preparación amplia y una explicación catequética prolongada. No todo en la Biblia ha de servir siempre a todos para crecer en la vida de la gracia.

Pero, ya sea en conjunto, o en una selección personal hecha por nuestra propia experiencia o siguiendo las lecturas del año litúrgico, la Biblia ha de ser nuestro libro; porque es la carta que Dios nos escribe a sus hijos, como la llamaba S. Gregorio Magno. Unos minutos diarios de lectura de la Sagrada Escritura, unida a la oración humilde para que Dios nos revele sus secretos, llegarán a convertir nuestro corazón en la «biblioteca de Cristo», espléndida fórmula de San Jerónimo escribiendo a un sacerdote. Unos minutos diarios de lectura en familia de algunos versículos del Evangelio, como acto de fe y de piedad de toda la familia que quiere reine en ella Jesucristo, hará más por la unión y felicidad familiar que la asistencia a muchos cursos matrimoniales y de educación de los hijos; aunque tales cursos puedan ser útiles. Al menos, en caso de omitir algo, ¿no sería mejor no omitir la lectura digna, serena, reposada, de las palabras que el Señor dirige a sus hijos?

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LA SAGRADA ESCRITURA Y NUESTRA VIDA CRISTIANA (DV VI. 21-26)

RESUMEN

l. La Sagrada Escritura se nos da en la Iglesia.

"La Iglesia ha venerado siempre la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues sobre todo en la Sagrada Liturgia nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo. La Iglesia ha considerado siempre como suprema norma de su fe la Escritura unida a la Tradición, ya que, inspirada por Dios y escrita de una vez para siempre, nos transmite inmutablemente la Palabra del mismo Dios; y en las palabras de los Apóstoles y los Profetas hace resonar la voz del Espíritu Santo (...). En los libros sagrados el Padre que está en el cielo sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos. Y es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual" (DV 21).

II. La Sagrada Escritura se nos interpreta en la Iglesia.

"La Iglesia, esposa de la Palabra hecha carne, instruida por el Espíritu Santo, procura comprender cada vez más profundamente la Escritura, para alimentar constantemente a sus hijos con la Palabra de Dios. Por eso fomenta el estudio de los Padres de la Iglesia, orientales y occidentales, y el estudio de la liturgia. Los exegetas católicos y los demás teólogos han de trabajar en común esfuerzo, y bajo la vigilancia del Magisterio, para investigar con medios oportunos la Escritura y para explicarla de modo que se multipliquen los ministros de la palabra, capaces de ofrecer al pueblo de Dios el alimento de la Escritura, que alumbre el entendimiento, confirme la voluntad, encienda el corazón en amor a Dios. El Concilio anima a todos los que estudian la Escritura a continuar con todo empeño, con fuerzas redobladas, según el sentir de la Iglesia, el trabajo felizmente comenzado" (DV 23).

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RESUMEN (Continuación)

 

III. La Escritura, leída y meditada por la Iglesia.

"Los fieles han de tener fácil acceso a la Sagrada Escritura. Por eso la Iglesia desde el principio hizo suya la traducción del Antiguo Testamento, llamada de los Setenta; y siempre ha honrado las demás traducciones, orientales y latinas, y, entre éstas, la Vulgata. Como la palabra de Dios tiene que estar disponible en todas las edades, la Iglesia procura con cuidado materno que se hagan traducciones exactas y adaptadas en diversas lenguas, sobre todo partiendo de los textos originales. Si se ofrece la ocasión de realizar dichas traducciones en colaboración con los hermanos separados, contando con la aprobación eclesiástica, las podrán usar todos los cristianos" (DV 22).

"Todos los clérigos, especialmente los sacerdotes, diáconos y catequistas dedicados por oficio al ministerio de la palabra, han de leer y estudiar asiduamente la Escritura, para no volverse predicadores vacíos de la palabra que no la escuchan por dentro; y han de comunicar a los fieles, sobre todo en los actos litúrgicos, las riquezas de la palabra de Dios. El Concilio recomienda insistentemente a todos los fieles, especialmente a los religiosos, la lectura asidua de la Escritura, para que adquieran la ciencia suprema de Jesucristo, pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo. Acudan de buena gana al texto mismo: en la liturgia, tan llena del lenguaje de Dios, en la lectura espiritual, o bien en otras instituciones o con otros medios que para dicho fin se organizan hoy por todas partes con aprobación o por iniciativa de los Pastores de la Iglesia. Recuerden que a la lectura de la Sagrada Escritura debe acompañar la oración para que se realice el diálogo de Dios con el hombre" (DV 25).

"Los Obispos (...) deben instruir a sus fieles en el uso recto de los libros sagrados, especialmente del Nuevo Testamento y de los Evangelios, empleando traducciones de la Biblia provistas de comentarios que realmente expliquen; así podrán los hijos de la Iglesia manejar con seguridad y provecho la Escritura y penetrarse de su espíritu" (DV 25).

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LA SAGRADA ESCRITURA Y NUESTRA VIDA CRISTIANA (DV VI. 21-26)

LECTURAS

 1) "El que quiere estar siempre con Dios debe orar frecuentemente y leer la Escritura frecuentemente; pues cuando oramos hablamos con Dios mismo; cuando leemos la Escritura Dios habla con nosotros. Todo provecho nace de la lectura y la meditación; porque lo que no sabemos lo aprendemos en la lectura, y lo que aprendemos lo conservamos con la meditación. La lectura de la Sagrada Escritura nos da un regalo doble: ilustra el entendimiento, conduce hacia el amor de Dios al hombre separado de las vanidades del mundo (...). El lector avezado ha de estar más dispuesto a poner en práctica lo que lee que a 'saber'; porque es menor castigo ignorar lo que debes ansiar, que incumplir lo que sabes. Como al leer la Escritura deseamos saber, así, una vez sabidas, hemos de cumplir las cosas buenas que hemos aprendido. Nadie puede conocer el significado de la Sagrada Escritura si no es con la familiaridad de la lectura (...). La doctrina, sin la ayuda de la gracia, aunque entre en el oído no baja al corazón; resuena por fuera, pero no aprovecha dentro. La palabra de Dios que entra en el oído llega finalmente a lo más intimo del corazón cuando la gracia de Dios toca interiormente nuestra mente para que entienda" (S. ISIDORO DE SEVILLA [siglo V], De las Sentencias, III, 8-10).

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LA SAGRADA ESCRITURA Y NUESTRA VIDA CRISTIANA (DV VI. 21-26)

LECTURAS (Continuación)

2) "Tengo santos libros, que son para consolación y espejo de la vida; y sobre todo, el cuerpo santísimo tuyo, por singular remedio y refugio. Sé que tengo grandísima necesidad en esta vida de dos cosas, sin las cuales no la podría sufrir detenido en la cárcel de este cuerpo, que son: mantenimiento y lumbre. Así me diste como a enfermo tu sagrado Cuerpo para recreación del alma y del cuerpo, y pusiste para guiar mis pasos una candela que es tu palabra. Sin estas dos cosas yo no podria vivir bien, porque la palabra de tu boca es luz del alma, y tu sacramento es Pan de vida. Se pueden llamar dos mesas colocadas en lo más santo de la santa Iglesia, de una parte y de otra: una mesa es el santo altar donde está el pan santo, que es el Cuerpo preciosísimo de Cristo; la otra es la Ley divina que contiene la sagrada doctrina y enseña la recta fe, y nos lleva firmemente hasta lo secreto del velo donde está el Santo de los santos. Te doy gracias, Señor Jesús, luz de la eterna luz, por la mesa de la santa doctrina que nos pusiste por tus santos siervos los profetas y apóstoles y por los otros doctores. Te doy gracias, Criador y Redentor de los hombres, que para mostrar a todo el mundo tu caridad preparaste tu gran cena, en la cual das a comer no el cordero figurativo, sino tu santísimo Cuerpo y Sangre" (De la Imitación de Cristo [publicado en 1441, atribuido a TOMAS DE KEMPIS] , IV, 11).

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EL CURSO HA TERMINADO.

YA SE HA INICIADO OTRO CURSO:

"SÍNTESIS DE CATOLICISMO"