MENSAJE DEL DÍA 9 DE NOVIEMBRE DE 1982[1]
EN SAN LORENZO DE EL ESCORIAL (MADRID)
(Explica Luz Amparo:
“Serían las diez de la mañana, estaba en mi habitación haciendo el ofrecimiento
de obras del día y oí la voz del Señor”).
EL SEÑOR:
Hija mía, ofrece este
sacrificio por el clero. (No ha podido revelar de qué tipo de sacrificio se
trataba. “A continuación —continúa explicando la vidente—, me indicó que cogiera
un bolígrafo y escribiera el mensaje”).
En el pasado numerosos avisos se han dado por medio de videntes a través del mundo. Mis hijos, muchos santos, fueron dotados de vista para ver que hay un gran precio por la habilidad, hija mía, de ver que debajo de cada rosa hay una cruz muy pesada.
Te uniré a Teresa, tienes que cumplir otra misión. Te advierto, hija mía: acudirás a esa cita, aunque esas personas intentarán tirar el conocimiento de lo sobrenatural. Te advierto, hija mía: no dejes entrar a nadie en tu casa, a nadie que no sea de asociación íntima; no tiene que entrar a tu casa ninguna persona desconocida, ya sea hombre, mujer o niño. No aceptes alimentos fuera de tu casa ni bebidas. Acude con tus familiares o con personas de tu confianza. En ningún momento te quedes sola sin alguno de esos acompañantes. No te dejes inyectar nada y tampoco te dejes escudriñar las intimidades del cuerpo; sé muy astuta, hija mía, porque hay quienes se llaman hijos de Dios y son hijos de la maldad y el placer. También te digo: no respondas a ninguna pregunta que no entiendas; habla poco; intentarán destruirlo, pero tu firma está en el Libro de la Vida, que está en la morada del Padre, y nunca podrá borrarse, porque es la morada de la luz eterna.
Adiós, te bendigo con la bendición de mi Padre y de mi santísima Madre; te doy la luz por medio del Espíritu Santo.
(Continúa relatando Luz
Amparo: “Una vez terminado el mensaje, se hizo visible el Señor rodeado de luz,
viéndosele perfectamente de medio cuerpo hacia arriba con el Corazón lleno de
espinas, y me volvió a repetir que fuera muy astuta al contestar. Le pregunté la
razón de tantas espinas en su Corazón y me contestó que todas esas espinas eran
por los que se llamaban sus almas consagradas. Le insistí: «¿Todas?». El Señor
hizo un movimiento afirmativo con la cabeza poniendo en su cara una expresión de
dolor. A continuación, dándome la bendición y haciéndome una cruz en la frente,
desapareció”).
[1]
No existe grabación en audio de este mensaje; fue la misma Luz Amparo quien lo
escribió. Cf.
o. c., nº 1, pp. 86-87.