MENSAJE DEL DÍA 24 DE MARZO DE 1984
EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)
LA VIRGEN:
Mi Corazón rebosa de
alegría, hija mía, al ver que todos los humanos han sido consagrados a mi
Inmaculado Corazón,
hija mía. El Vicario de Cristo, mi amado hijo, hija mía, este hombre ha consagrado el globo terrestre,
hija mía; ahora
corresponde a los humanos coger esas gracias que mi Corazón derrama diariamente por todos mis
hijos.
Ha sido muy importante,
hija mía, esta cita, porque tengo que darte un aviso muy importante, hija
mía: cuidado con todos
estos profetas que están acudiendo por decenas a este lugar. No hablan en
contra de Dios, pero
no están cumpliendo con el octavo mandamiento de la Ley de Dios, hija mía: “No mentirás”; y
están mintiendo, hija mía. Nuestros nombres los cogen como un niño cuando coge
un juguete: lo destroza. Ten cuidado, hija mía, con esos profetas.
También voy a pedir, hija mía: quiero que se haga una estatua en honor a mi nombre, con el escudo de mi amado hijo, el Vicario de Cristo; también con el color amarillo y blanco.
Te costará mucho
conseguir esto, hija mía. Tú tienes que ir directamente al Cardenal. Que nadie se oponga
en tu camino, hija mía; tú piensa que te humillarán,
pero que a mi Hijo le humillaron y tú no
eres más que mi Hijo, hija mía.
Ya te he avisado:
cuidado con los profetas falsos, que no hablan en contra de mí, pero van
en contra de nuestros
nombres, hija mía, porque no están cumpliendo con ese
mandamiento que fue instituido por la Iglesia y para la Iglesia, hija
mía.
Mira, hija mía: tu
sufrimiento ha sido tan grande, que vale la
pena sufrir; piensa que eras miseria y que mi Hijo
te está puliendo para poder subir alto, muy
alto. Hazte muy pequeña, hija mía: sé
humilde; a veces tampoco cumples con este mandato... (palabra ininteligible)
de tu Madre, hija mía...
LA VIRGEN:
Hace mucho, hija mía,
que no bebes del cáliz del dolor; vas a beber unas gotas; ya sabes que se
está acabando este
cáliz. Cógelo, hija mía.
LUZ
AMPARO:
¿También
esto?...
LA
VIRGEN:
¿Está amargo, hija mía?
Pues, ¡cuántos preferirían sentir esta amargura antes que ir al fondo del
abismo! Dije que mis
avisos se acababan, hija mía; pero, ¡estoy con este gozo tan grande de ver que mi Corazón Inmaculado
depende..., depende de
vosotros, hijos míos!
Yo os estoy avisando.
Soy como una madre, y como madre tengo el deber de avisaros, hijos míos.
Cuando una madre ve que
su hijo va a caer por un precipicio, corre tras él y le pone con gozo en su
regazo, hija mía.
Tú no sabes la semilla
que ha germinado, hija mía; ha caído en tierra firme. Tú no sufras por esas
pocas semillas que han caído entre abrojos.
Porque han caído entre abrojos, se
han ahogado; pero porque ellos han querido, hija mía, porque yo estoy dando avisos hace muchos años para que se
conviertan.
Penitencia, hijos míos,
penitencia y sacrificio acompañados de la oración.
Haced visitas al
Santísimo, hijos míos; mi Hijo está triste y solo.
Quiero que esta
estatua, hija mía, sea llevada a Roma para que el
recuerdo de mi hijo sea eterno, hija mía. (Se refiere al papa Juan Pablo II). Te va a costar mucho esto que pido; pero con
mi ayuda lo conseguirás.
Levantad todos los
objetos, hijos míos... Todos estos objetos
han sido bendecidos, hija mía; servirán para la salvación de las almas.
Es por lo más importante: el alma,
lo que más importancia tiene. Ya te he repetido muchas veces, que el
cuerpo no vale ni para estiércol, hija
mía.
Yo os bendigo, hijos
míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu
Santo.
Humildad, hija mía, humildad te pido. Si te calumnian, humíllate, hija mía; que a mi Hijo le calumniaban, le llamaban “el endemoniado”, “el vagabundo”; y no va a ser más el discípulo que el Maestro, hija mía. Besa el pie, hija mía, en recompensa a tus sufrimientos. (Luz Amparo da un beso muy fuerte en el aire con grande gozo).
Adiós, hijos míos, adiós.