MENSAJE DEL DÍA 22 DE ABRIL DE 1984
EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)
LA VIRGEN:
Estoy aquí, hija mía. Que nada te asuste. Has visto a tus tres verdugos, hija mía. Ofrece todos tus sacrificios por ellos, hija mía. Piensa en esos tres verdugos que iban azotando a mi Hijo. No los mires como enemigos; míralos como amigos.
Son crueles, hija mía. No han tenido bastante con martirizarte, que han venido a asustarte, hija mía. No te asustes; pueden matar tu cuerpo, pero tu alma nadie podrá matarla... (Comienza a llorar). No tengas miedo, hija mía.
LUZ AMPARO:
No tengo miedo; pero los he visto aquí. ¡Ayyy! ¡Los he visto! ¡Ay, los he visto!
LA VIRGEN:
Pide por ellos, hija mía. El demonio está apoderado de sus almas. Se ha apoderado de sus almas... (Murmullo entre los asistentes).
No os asustéis, hija mía. No os asustéis. Tranquilos, hija mía. No corráis. Sed humildes, hija mía. Sed humildes. ¿No cumplís? ¿No perdonáis, hijos míos? Perdonad a vuestros enemigos. Si vuestros enemigos, hijos míos, os sirven para la condenación, apartaos de ellos; pero si veis que podéis ayudarlos con vuestra gracia, hijos míos, con vuestra... (Luz Amparo llora).
Pide gracias para ellos; aunque te dije, hija mía, que hay tanta maldad en los humanos que es el último grado de la perversidad... Si no tuvieron compasión de mi Hijo, si le martirizaron, si le ultrajaron, ¿cómo vas a ser tú más que ellos, más que Cristo Jesús?
LUZ AMPARO:
Yo los perdono, los perdono. Yo los perdono. Estaban riéndose de mí... ¡Ayyy!
LA VIRGEN:
Perdona, hija mía; que si yo no hubiese perdonado a todo aquél que ha maltratado a mi Hijo, no habría humano sobre la Tierra. Piensa en Cristo Jesús; piensa lo que sufrió por toda la Humanidad. ¡No tengas miedo, te repito! Podrán con tu cuerpo, pero nunca jamás podrán con tu alma. Besa el suelo, hija mía, por la salvación de tus enemigos, hija mía. En este momento, piensa que el demonio se ha apoderado de sus almas.
Hoy es un día muy grande para los humanos. Pero mi Hijo sigue sufriendo, hija mía; sigue sufriendo, porque hay almas que son perversas. Pero yo te pido que pidas por ellos, aunque no quieran recibir la luz divina.
No pienses en tus sufrimientos, hija mía; piensa en Cristo en la Cruz, que estaba muriendo por toda la Humanidad, y era inocente, hija mía. Y ya sabes que te he repetido muchas veces que el discípulo no es más que su maestro.
Sacrificio, hijos míos; sacrificio y oración, os sigo repitiendo; no guardéis rencor a vuestros enemigos. Mira cómo está mi Corazón, hija mía; sufre por todos ellos. Ahí están tus tres verdugos, tuyos también, hija mía.
Quita otra espina. Se ha purificado una espina de este alma...
Se reirán de ti, hija mía; te humillarán, pero piensa que el que se humilla será ensalzado, hija mía. Vuelve a besar el suelo... Sirve para la salvación de las almas.
No pienses más en tus enemigos. Piensa siempre que el cuerpo no vale para estiércol. Cuántas veces te lo he repetido, hija mía: todo aquél que está aferrado a las cosas terrenas, —y entre las cosas terrenas está la carne, hija mía—, piensa que la carne no sirve para nada. Si matan tu cuerpo, recibiremos tu alma; y eso es lo que importa, hija mía.
Mi Hijo está glorioso, ¿lo ves, hija mía? Pero para poco tiempo; dentro de poco le verás con una cruz a cuestas, porque ya te he repetido otras veces que no hay pasado ni futuro para mi Hijo, que todo es presente. Y los hombres no dejan de pecar, ni de ofender a Dios. Por eso pido, hija mía, que hagas sacrificio para que se salven tantas almas que están tan necesitadas.
Levantad todos los objetos, hijos míos; todos serán bendecidos... Todos los objetos han sido bendecidos, hijos míos.
Todos aquéllos que no estéis en gracia de Dios, pensad que el tiempo está muy próximo, que en cada nación que haya más pecado, aquella nación será destruida. Por eso os pido —que estáis a tiempo, hijos míos—: no os riáis de mis mensajes, pues mi Hijo va a descargar su ira; vendrá con sus ángeles. ¡Y será horrible, hija mía! Todo quedará destruido. Todo lo que los hombres han construido, en un segundo será destruido, hija mía. Por eso os pido, hijos míos: penitencia, y visitad a mi Hijo. No sabéis la dicha que tenéis, hijos míos, cuando recibís el Cuerpo de Cristo. Pensad que cada día mi Hijo está triste y solo. Y todo por la salvación de las almas. Quiso morir para salvar a las almas. Pero, aun con su muerte, los hombres no cambian.
Tú, hija mía, sé humilde y pide por tus enemigos.
LUZ AMPARO:
Me da miedo; he sentido miedo. ¡Ayyy! He sentido mucho miedo. ¡Ayyy, ayyy!
LA VIRGEN:
Mi Hijo también sintió miedo al ver toda su Pasión; porque mi Hijo, antes de pasar la Pasión, vio todo lo que iba a pasar. Y era Hijo de Dios.
No es malo sentir miedo, hija mía. Lo que es malo es sentir rencor.
LUZ AMPARO:
¡Ayúdame, ayúdame! ¡Ayyy...!
LA VIRGEN:
Te pido humildad y más sacrificio, hija mía. Y a todos los aquí presentes, aunque muchos de ellos no creen en mi existencia, pero los voy a bendecir a todos.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. Adiós.