MENSAJE DEL DÍA 28 DE ABRIL DE 1984
EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)
LA VIRGEN:
Sólo vengo a daros mi
bendición, pues todo os
lo tengo dicho. Todo lo que os he dicho se cumplirá, hijos míos; desde el primer
mensaje hasta el último. Por eso os pido, hijos míos, sacrificio, sacrificio y
oración.
Mi Corazón está muy
triste; pero, hija mía, también siente alegría porque muchas almas se están
convirtiendo. Mirad al Sol, hijos míos. ¿A ver qué veis en ese Sol? Mi presencia
está en él... (Pausa durante la que se escuchan entre los asistentes
exclamaciones de alegría y
admiración ante
este fenómeno solar, que durará aproximadamente cincuenta
minutos).
Venid a pedir la
salvación de vuestra alma. Me estoy apareciendo en muchos lugares del mundo,
pero no hacen caso de mis avisos, hija mía. Son los mismos mensajes que en este
lugar.
Os voy a dar mi
bendición, ésta será especial para todos... Os bendigo, hijos míos, como el Padre
os bendice por medio del Hijo y
con el Espíritu
Santo...
Estaré presente hasta
terminar el santo Rosario. Hijos míos: amaos los unos a los otros, como mi Hijo os amó.
Todo aquél que no ame a
su enemigo, no entrará en el Reino del Cielo. Por eso te pido, hija mía, que
perdones a tus enemigos.
LUZ AMPARO:
Que te vean, que te
vean todos. ¡Todos! ¡Ay!...
LA VIRGEN:
Unos me verán, hijos
míos, pero, ¿es preciso ver para creer? Dichoso el que cree sin ver. Todo aquél
que no vea aquí en la Tierra, que esté preparado, que verá en el Cielo, hija
mía.
Levantad todos los
objetos; todos serán bendecidos...
Mirad cómo gira el Sol,
hijos míos. ¡Cómo gira! Dichosos los ojos que ven y los oídos que
oyen.
Adiós, hijos míos,
adiós; pero estaré presente durante todo este Rosario... (Luz Amparo
permanece en éxtasis y los asistentes, atentos, continúan contemplando el
fenómeno solar).
Estad alerta, hijos
míos; mi presencia es muy clara, hijos míos. Mirad bien. ¡Mirad, en este momento
mi Hijo está conmigo, hijos míos! Mirad bien... (Luz Amparo manifiesta
emoción y se levanta un murmullo de asombro entre los presentes con inevitables
comentarios).
Pedid perdón de
vuestras culpas todos los que estáis aquí presentes, hijos míos. Estad alerta,
porque mi Hijo puede llegar como el ladrón... Todavía seguís viendo la imagen de
Cristo, hijos míos. Estad alerta; mirad en este momento... (Pausa en la que
los asistentes se muestran conmovidos al mirar al
Sol).
Cuando el momento
llegue, vendrá mi Hijo rodeado como esta luz, hijos míos.
Mirad qué rosa más
perfecta, hijos míos.
Sed fuertes, hijos
míos, y no dejéis que lo de mi Hijo se destruya. En muchos lugares me he
manifestado, pero no han hecho caso de mis avisos. No creen en mi existencia,
hija mía. Vosotros no neguéis a Cristo, porque el que niegue a Cristo no entrará
en el Reino..., no entrará en el Reino del Cielo, hija mía, porque los ángeles
están preparados para el Juicio Final; por eso os pido, hijos míos,
sacrificio.
Lo mismo que gira el
Sol, hijos míos..., (palabras en lenguaje desconocido). Esto sólo lo
puedes saber tú, hija mía.
LUZ AMPARO:
(Lamentándose).
Yo quiero irme ahí, ¡ay! Yo quiero, ¡ay! Yo quiero irme ahí,¡ay!, yo quiero
irme ahí. ¡Ay!, yo quiero irme ahí. ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay...!
LA VIRGEN:
Tu hora se aproxima,
hija mía. Pero piensa que se han salvado muchas almas. (Siguen escuchándose
los comentarios de los circunstantes). Estaré presente durante todo este
Rosario, hija mía.
(Luz Amparo prosigue
con la voz entrecortada el cuarto misterio del Rosario, que se había
interrumpido).
LUZ
AMPARO:
(Durante el quinto
misterio y en diferentes momentos).
¡Qué bonita estás!
¡Ay!...
¡Qué azulada en este
momento, qué azul! (Estas palabras son casi
ininteligibles).
LA VIRGEN[1]:
Todo el que haya visto
algo que dé un testimonio, hija mía, porque quiero la Capilla y no escuchan mis
avisos, hija mía; por eso os pido, hijos míos, que con vuestros testimonios no
sólo vengáis a pedir la salud del cuerpo, pedid la salvación de vuestra
alma.
LUZ
AMPARO:
¡Qué alegría! ¡Ay, qué
guapa, Dios mío! ¡Ay, no hay nadie como Tú en el mundo! ¡Ay, Madre mía, ay!
Ayúdame.
LA
VIRGEN:
Sé humilde, hija
mía.
LUZ
AMPARO:
¡Ay!, ayúdame. Yo
quiero hacer lo que me pides, pero no puedo... ¡Ay! ¡Ay!
¡Ay...!
LA
VIRGEN:
Ya te he dicho, hija
mía, que pondré almas en tu camino para que se pueda hacer la Obra que yo pido.
Por eso os pido sacrificio y humildad, acompañado de la oración, hijos
míos.
¡Ah, hijos míos, cuán
dicha tiene mi Corazón cuando veo que un alma se convierte! Acercaos al
sacramento de la Eucaristía, pero antes al sacramento de la Confesión, hijos
míos. No os dé vergüenza de confesar vuestras culpas. Más vale humillarse en la
Tierra que no entrar en el Cielo, hijos míos; que condenarse para toda, toda una
eternidad.
Y a ti te pido, hija mía, que seas humilde. Besa el suelo, hija mía... Este acto de humildad sirve por las almas consagradas. Pedid por ellas, hijos míos; pedid por sus almas. Son débiles muchos y el demonio quiere mostrarles el mundo de placeres, las riquezas del mundo para condenarlos, hija mía. Pedid por ellos; pedid para que sean buenas almas consagradas. Mirad el azul del cielo. ¡Qué azul más perfecto, hijos míos! Esta es la segunda morada. Es ese azul tan perfecto que estáis viendo... ¡Qué maravilla, hijos míos! ¿No estáis viendo una maravilla?[2] Seguid contemplando la maravilla de Dios, hijos míos. Seguid contemplando, porque esto muchos no lo contemplarán; pero todo aquél que consiga subir a las moradas, contemplará todos estos colores. No hay color en el mundo que se parezca ni tenga semejanza a este color. Cada color que veis, hijos míos, tiene... (Habla en lenguaje extraño).
LUZ AMPARO:
Dilo que lo entiendan todos, dilo...
LA VIRGEN:
Qué hermosura, hijos míos. Esta hermosura sólo puede contemplarse por todo aquél que quiera seguir a Cristo, hijos míos. (Los presentes contemplan cómo gira el Sol de modo misterioso).
Todos los que estáis aquí presentes y habéis contemplado esta maravilla, tenéis que seguir a Cristo. Luego, cuando os presentéis ante mi Hijo, os va a pedir cuenta, hijos míos. Por eso quiero que seáis perfectos como el Padre Celestial es perfecto. Claro, hijos míos, que el humano nunca puede igualarse a ningún ser celestial; pero, hijos míos..., ¡qué maravilla! Todos lo estáis contemplando, hijos míos. Pero hay ojos que no ven y oídos que no oyen, hijos míos. Aun viendo, no querrán decirlo, hijos míos.
LUZ AMPARO:
(Llorando). Manifiéstate a todos, que te vean..., que te vean.
LA VIRGEN:
Sería muy fácil para ti, hija mía; pero piensa que eres víctima, y las víctimas tienen que seguir sufriendo hasta el final. Por eso os pido, hijos míos, que todos aquéllos que no os habéis acercado al sacramento de la Confesión, hacedlo hoy mismo; pensad que puede llegar la muerte como el ladrón, sin avisar. Que estamos en el fin de los fines... Mi presencia va a desaparecer, hijos míos; pero seguid contemplando ese lugar, porque dichoso todo el que alcance ese lugar.
LUZ AMPARO:
¡Qué maravilla es eso!
(Habla entre expresiones inarticuladas de gozo) ¡Ay! ¡Qué bonito es eso!
¡Ay! Las segundas moradas son azul-rosa. Las segundas moradas del Padre son azul
y rosa. Esto seguirá hasta que terminemos el Rosario. Bueno. ¡Ah! ¿Por dónde
llevamos el Rosario? ¡Ay! ¡Rosa! ¡Rosa! ¡Rosa!
(Se refiere a los tonos
de color rosa que perciben también algunos de los presentes. Continúa el rezo
del Rosario interrumpido con expresiones de Luz Amparo, quien parece sigue
contemplando a la Virgen. Se desconoce si las siguientes palabras fueron
pronunciadas en éxtasis o en un estado próximo al
mismo).
En acto de desagravio a
tu Corazón por tantas blasfemias como se cometen diariamente, vamos a rezarle la
Salve y
el Credo. Vamos a rezar
por el Papa, por el Papa, por el Santo Padre; vamos a rezar tres avemarías por
el Papa, para que sigamos todo lo que el Papa dice, que seamos fieles a su
palabra... Vamos a rezar ahora por los difuntos, para que (en
voz
baja) te acuerdes de todos ellos, de todos. Vamos a
rezar por todas las almas de todos los difuntos, que se presentan ante Ti, ante
su
Padre, ante Ti; y por
todos los difuntos de todos los aquí presentes, para que les des gracias a las
almas que, en este momento, están agonizando; dales una luz para que se
conviertan, aunque tengan que pasar por las penas del
Purgatorio.
(Dirigiéndose a la
Virgen). Otra vez
has dicho que el Purgatorio..., muchas personas la mitad del Purgatorio lo pasan
en la Tierra; por eso hay que aceptar todas esas cruces, que nos das. Claro,
porque es el Purgatorio también algo de esto, ¿no? Una parte del Purgatorio...
Pero que te acuerdes luego de los que sufrimos aquí. ¡Acuérdate! De todos los
que estamos aquí. Y a los que no creen, dales luz... ¿Lo vas a hacer, eh?
¡Hazlo!, porque todos los que están aquí, unos vienen por primera vez, otros por
curiosear; pero dales la gracia para que pidan perdón. ¿Me lo vas a decir de
verdad? Yo te lo pido, pero Tú cúmplelo. Por todos los que están aquí... para
que no se condenen. ¿Qué, Madre? Dilo, que si me lo vas a conceder esto que te
pido; ¿lo vas a conceder?... Bueno; ya lo sé que todos tienen que cumplir, pero
Tú tienes que ayudarles, ¿verdad? A todos, ¿eh? Con tu ayuda, pues, podremos
todos salvarnos. Pero, si no nos ayudas..., ¿dónde vamos a ir todos?
¡Ayúdanos!
Los pecados de impureza
son los que más condenan al hombre; y los de soberbia, como me has dicho.
Pero..., es que son humanos, ¡todos somos humanos! Perdónanos todos nuestros
pecados, Madre mía. Yo te pido que le implores a tu Hijo por todas estas pobres
almas que se encuentran en este lugar... (Palabras ininteligibles). ¡Ah!,
bueno..., pero tu Hijo se lo pide al Padre... El Padre que nos perdone a todos.
Todos tenemos que hacer sacrificios y estar en gracia de Dios, para poder
alcanzar la morada que nos corresponde. Yo, aunque sea la marrón..., quiero ir;
aunque sea la última. Pero que me ayudes... La marrón es la que menos... ¡Ay!,
pero es igual, estando Dios allí... Tú tienes que ayudarnos..., que eres toda
nuestra Madre; de todos. Yo te prometo que pediré..., pero Tú..., ¿qué dices?...
¿Que sí lo harás?... (Palabras ininteligibles). ¡Bueno! ¡Ay, Madre mía!
¡Qué hermosa eres, Madre! A pesar de todos los que estamos aquí, yo lo sé que
todos no creen, que se ríen de tus palabras; pero dales gracia para que no se
rían... (Otra palabra que no se entiende). Yo los perdono a todos, a
todos los que me han hecho daño. (Llora). Yo los perdono por Ti; pero por
eso Tú tienes que perdonarnos a todos; ¿lo vas a hacer?... Aunque sea pesada,
pero, ¿lo vas a hacer?... A todos, te lo pido; a todos los que vienen a este
lugar, les des una gracia para que se conviertan. Ya no te pido nada más. Nada
más... Eso es lo que más interesa. ¡Bueno!, yo te lo prometo, lo que he
prometido, que lo cumpliré, ¿eh? ¡Todavía sigue! Hay algo del Cielo, ¿verdad?
Bueno; vamos a rezar por todos los difuntos, para que los que están en este
momento agonizando, aquéllos que no están en gracia de Dios, Tú les tienes que
dar la gracia en este momento. ¡Bueno! Padre nuestro... ¡Bueno! Dios te salve,
María; también Dios te salve...
(Reza el responso en latín de forma imperfecta). Yo lo rezo como me enseñaron; pero yo no puedo hacerlo tan claro como él. Yo lo sé por eso... Con que lo diga..., ¿no te enfadas? ¿No?... Te lo prometo que lo haré. Tengo que estar mirando mientras esté ahí. Eso que es tan grande, ¡qué grande es eso! Todo esto es basura. ¡Todo! Pero lo que se ve ahí, ¡Dios mío!, ¡ay!..., ¡qué grande es eso! Muchos están deseando de irse, pero, ¡que se aguanten aquí! Mientras estás Tú ahí presente... ¡Que se aguanten! Bueno..., ahora, ya te vas, ¿no? Bueno, pues adiós... ¡Adiós, Madre mía!... ¡Adiós! ¡Adiós!
[1]
En el o. c., nº 3, p. 283, se atribuyen a la Virgen, en este instante, las
palabras siguientes, si bien no se han conseguido captar de la grabación de
audio disponible: “A
las tres será para ti... Todo lo que quiero. Quiero que me hagáis la Capilla en
este lugar”.
[2]
La cinta-casete de que se dispone se acaba aquí; el contenido siguiente se ha
trascrito del librito citado en la nota anterior (o. c., ibíd., p.
284).