MENSAJE DEL DÍA 19 DE MAYO DE
1984
EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL
(MADRID)
LA
VIRGEN:
Hijos míos, vengo a
daros mi santa bendición, como os he prometido. También os voy a hablar un
poquito de Cristo, hijos míos.
Acercaos al sacramento
de la Confesión y al sacramento de la Eucaristía. Seguid el camino del
Evangelio. Quien come el Cuerpo de Cristo y bebe su Sangre, vivirá eternamente,
hijos míos...
(Pausa en la que Luz
Amparo se queja repetidamente).
Hija mía, te he dicho
en otras ocasiones que ¡cuántas ovejas han vuelto al rebaño de Cristo! Estaban
descarriadas y han vuelto al camino de Cristo, hija mía.
(Vuelve a lamentarse
Luz Amparo).
Cristo, hija mía, dio
la vida por sus ovejas; por eso quiero que sus ovejas correspondan a esa Sangre
que derramó Cristo, hijos míos. Las ovejas del rebaño de Cristo sois cada uno de
vosotros. Por eso os pido, hijos míos: con sacrificio y con oración, podréis
alcanzar la vida eterna, hijos míos.
No penséis que todo
aquél que confiesa directamente con el Padre Celestial será salvado, hijos míos.
Dios Padre puso a esas almas, para que os humillaseis, a confesar vuestros
pecados, hijos míos. Ya te dije a ti, hija mía, en una ocasión, que sólo un
hombre de carne y hueso puede comprender cómo ofendéis a Dios, hijos míos. Un
ángel del Cielo nunca podría comprender de esta manera que ofendéis a Dios,
hijos míos. Por eso os pido sacrificio, hijos míos, y acercaos al sacramento de
la Confesión y haced penitencia. Recibid a Cristo, que, cuando Él subió al
Padre, se quedó para daros fuerzas en el Santo Sacramento, hijos
míos.
No concibe mi Corazón
cómo los hombres, hijos míos, sois tan crueles con Cristo, y ofendéis tanto al
Padre Eterno.
Hay quien dice que
Cristo no sufre. Cristo sigue sufriendo diariamente, hijos míos, porque vosotros
no habéis dejado de pecar. Como seguís pecando, Cristo sigue muriendo en la Cruz
para redimir a toda la Humanidad; pero el sufrimiento más grande, hijos míos, es
que no se va a poder salvar toda la Humanidad. Por lo menos queremos salvar la
tercera parte de la Humanidad.
¿Cómo se consigue,
hijos míos? ¿Cómo se consigue la presencia divina de Dios Padre? Cumpliendo los
mandamientos que Él instituyó. Cada uno de sus mandamientos hay que cumplir,
hijos míos, porque todo aquél que no cumpla uno de esos mandamientos, nunca verá
la presencia del Padre, si no pide perdón a Dios Padre.
Mi Corazón, hija mía,
cada vez está más cercado de espinas; pero te voy a dar una gran alegría, porque
se han purificado cinco. Por eso pido que con el sacrificio y con la oración,
hijos míos, podéis salvar muchas almas.
Vas a sacar tres
espinas de mi Corazón, hija mía.
(Luz Amparo emite
repetidas quejas al realizar esta acción).
Tira sin miedo, hija
mía.
LUZ
AMPARO:
¡Ay!, ¡ay!, está muy
profunda metida... ¡Ay...!
LA
VIRGEN:
Tira, hija mía, está
purificada; pero sus pecados han sido más horribles, hija
mía.
LUZ
AMPARO:
¡Ay, ay, ay...!
(Repetidas veces expresando vivo dolor compartido con la Virgen). ¡Ay,
qué dolor! ¡Ay, qué dolor! ¡Ayyy...!
LA VIRGEN:
Sientes dolor, hija
mía; pero hay cinco almas que se han purificado.
LUZ AMPARO:
¡Ay!, pero tengo dolor
al tirar, ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay...! Siento ese dolor adentro...
LA
VIRGEN:
Pero ponte muy
contenta, hija mía; se han purificado cuatro almas, y por una sola alma, hija
mía, ese día hay una gran fiesta en el Cielo.
LUZ AMPARO:
¡Aaah...! ¡Ay, ay,
ay...!
LA
VIRGEN:
Ahora vas a hacer un
acto de humildad, hija mía; vas a besar el suelo, para que se vuelvan a
purificar más almas, hija mía,... (Luz Amparo hace lo que la Virgen le pide).
Este acto de humildad, hija mía, sirve para la purificación de las almas.
Por eso te digo, hija mía, que vale la pena sufrir, porque aquí todo se acaba;
pero todo luego es eterno, hija mía.
LUZ AMPARO:
¡Ay!, enséñame otras
cosas de ahí. Otras cosas de las que he visto antes, ¡enséñame! ¡Ay, así me
ayuda más a sufrir! ¡Ay! ¡Enséñamelo! ¡Ah! ¡Ayyy! ¡Ayyy!
¡Ayyy...!
¡Ay, llévame allí! ¡Ay,
llévame! ¡No me dejes más aquí, llévame! ¿Cuántas veces quieres que te lo pida?
¡Ay! ¡Ay! ¡Ay...! ¡Ay, qué felicidad! (Con profundo gozo). ¡Ay, que digan
que no hay de esto! ¡Vamos! ¡Ay, otro poquito, déjame nada más otro poquito,
porque quiero disfrutar de cada una de ellas para saber cuál es la mejor! ¡Ay!
¡Ay! ¡Ay! Mira que si luego no consigo ir a ninguna de éstas, ¿eh? ¡Ay!, sólo te
pido una, ¿eh? ¡Ay!, aunque sea la última, ¿eh? ¡Ay!, ¿todavía hay más?; pero
hoy no quieres enseñármelas, ¿eh? ¿Que ya he visto bastantes...? ¡Otro poquito!,
¡otro poquito! ¡Ay! ¡Ah...! Sólo es lo último que te pido. ¡Ah!... ¿Que me
enseñas la siguiente? ¡Ay!, pero ¡bueno!, ¡Ay!, esas piedras, ¿qué son?
¿Brillantes? ¡Ay, ay, ay...! Y esos carros que hay ahí, ¡si son de oro!
¡Aaah...!, pero hay en forma de un bicho, ¿no? ¡Ah!, de una langosta. ¡Ay, ésos,
qué bonitos son! Al levantar atrás, eso que tienen atrás, ¿a ver qué sale? ¡Huy!
¡Ay! ¡Ay, ay, ay...! ¡Ay, desprende fuego de ahí! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!, pero, ¿cómo
desprende fuego? ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay...! ¡Que me quema! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay, Madre mía!
Pero ¡bueno!, ¿por qué desprende de ahí eso? ¡Ay...!
LA
VIRGEN:
Hija mía, porque cuando
la lucha llegue, éstos serán los que luchen y desprendan fuego por sus colas,
hija mía, y arrasarán la mies seca de la Tierra. Éstos son los carros del
Señor.
LUZ
AMPARO:
¡Aaah! ¡Ay! Pero... ¡no
son iguales! ¡Ay, qué forma tiene eso! ¡Ay! ¡Aaah! ¡Ay!
¡Ay...!
LA
VIRGEN:
También los tiene el
enemigo, hija mía; pero el enemigo matará a todo ser que está sellado con su
sello, pero no tocará a ningún sello viviente que sea marcado por el Ángel del
Señor o por mí, hija mía.
LUZ
AMPARO:
Eso quiere decir el
sello, ¿verdad? ¡Ah! ¡Ay, ay, ay...! Lo que veo allí, más allá, ¿qué es aquello?
Eso ya lo he visto otra vez; esos veinticuatro hombres, ¿qué son?; pero no son
tan viejos, con esa barba. ¡Ay! ¡Ah! Ésos son los que van a... ¡Ay! ¿Que no lo
diga? ¡Ah...! Pues dímelo Tú. Yo lo sabía de otra forma, pero... (palabras en
idioma desconocido).
¡Ah, bueno!, pues eso:
te lo prometo, que está en secreto... ¡Cuántas cosas hay ahí arriba!, y ¡qué
pena que se condenen tantas almas! ¡Ayyy! Ayúdalas Tú, porque vale la pena aquí
sufrir, pero para ver luego todo eso. ¡Ay! ¡Ay!... ¿Todos no?, ¿irán ahí todos?,
¡ay! Pero, ¿por qué, si Dios es grande?
LA
VIRGEN:
Pero es sumamente
justo, hija mía.
LUZ AMPARO:
¡Bueno!, pero que
perdone; porque si Él nos ha hecho, pues, a ver, ¿por qué pecamos?... Tú has
dicho que nos condenamos nosotros; pero no nos queremos condenar. ¿Por qué un
hombre se va a querer condenar? ¿No es Dios el que nos
juzga?
LA VIRGEN:
Sí, hija mía; pero, si
se presenta con las manos vacías, ¿qué premio va a recibir, hija mía? Procurad,
hijos míos, cuando os presentéis ante el Padre, ir con las manos llenas de
obras, ¡veréis qué gran premio!
LUZ
AMPARO:
¡Ay! Yo, si quieres que
bese el suelo veinte veces, lo beso; pero si se salvan más almas, estoy
besándolo todo el día. ¡Ay! ¡Ay! ¿Tú crees que si beso tanto el suelo se
salvan?
LA
VIRGEN:
Eso es un acto de
humildad que puede servir, hija mía, para ayudar a las almas; pero no es que se
salven las almas, aunque estés todo el día besando el
suelo.
LUZ
AMPARO:
Pues entonces, ¿para
qué me mandas besar todas las veces el suelo? ¡Ah...! ¿Otra vez? ¡Bueno!, pues
si sirve para algo... Ya lo he besado otra vez. A ver qué haces ahora Tú, porque
si no tiene valor, ¿por qué me agacho? ¡Ah, ah!
LA
VIRGEN:
Claro que tiene valor,
hija mía. Ya te he dicho muchas veces que, orando con la cabeza en el suelo,
imitaréis a Cristo, porque Cristo así estaba durante todo el
día.
LUZ
AMPARO:
Pero, ¿todo el día,
todo el día? ¡Ay!, si no se puede resistir todo el día...
LA
VIRGEN:
No quiero decir que
estés todo el día con la cabeza en el suelo, hija mía; pero Cristo lo hizo por
salvar a la Humanidad. Dio su vida, y pensad que Dios Padre no es el culpable,
porque Dios Padre puso a su Hijo y le dio muerte de cruz para salvar a la
Humanidad. Claro que con vuestros pecados llegó a la Cruz, hijos míos, porque
si, cuando en Sodoma y Gomorra vinieron los ángeles a avisar, el mundo se
hubiese convertido, no sufriría Cristo, hijos míos, pero
claro...
LUZ
AMPARO:
¡Oh, claro! ¿Cómo somos
así?... ¡Ay, ay, ay...! Pues manda el Castigo y ya está, y verás cómo espabilan
todos; pero es que..., porque es que les estás diciendo las cosas y no se lo
creen; pues haz Tú alguna cosa y verás cómo ya se enteran bien de
todo.
LA
VIRGEN:
Ya te dijo mi Hijo en
una ocasión que, si bajara en estos momentos, volveríais a crucificarle, hijos
míos.
LUZ
AMPARO:
¿Yo también? ¡Vamos!
¡Ah! ¿Yo también iba a crucificarle?
LA VIRGEN:
Tú harías lo mismo que
todos, hija mía.
LUZ AMPARO:
¡Ay!, yo no quiero. Yo
quiero que te aparezcas y que te vean todos, para que luego no digan que Tú no
te apareces en este lugar.
LA
VIRGEN:
Yo haría mi aparición,
hija mía, y tu misión se habría acabado. Eso sí que te gustaría,
¿verdad?
LUZ
AMPARO:
¡Ay!, no es que me
guste, pero... ya no tendría tantas cosas, ¡vamos! Tú fíjate, ahora, todo lo que
estás haciendo ahí, ¿a ver cómo salgo yo de ésta? A ver, a ver: si Tú no me
pones en el camino..., ¿quién es el que lo hace? ¡Ay, ah,
ah...!
LA
VIRGEN:
Ésas son las pruebas,
hija mía; las pruebas empiezan en este momento. Ya te he dicho, hija mía, que
qué fácil sería... (Habla en idioma
desconocido).
LUZ
AMPARO:
¡Claro! ¡Qué bien,
sí..., ay!; pero para mí sí que sería fácil.
LA
VIRGEN:
Y yo haré mi presencia
en el momento que a mí me apetezca, hija mía. Sí, me verían y aún dudarían. ¿No
han visto mi presencia en el Sol y la presencia de Cristo, y muchos lo han
negado?
LUZ AMPARO:
Pues que no lo vean
ésos, o que lo vean los que no lo nieguen; porque si lo niegan, no sé para qué
les haces que lo vean.
LA
VIRGEN:
Porque ya tienen más
responsabilidad hacia Cristo, hija mía.
LUZ
AMPARO:
¡Bueno!, pues Tú harás
lo que quieras, pero yo quiero que un día te aparezcas, y que te vea todo el
mundo. ¡Todos!
LA
VIRGEN:
Tampoco lo creerían,
hija mía; dirían que estáis sugestionados y que todos habéis visto lo
mismo.
LUZ
AMPARO:
Pero es que todos no lo
han visto lo mismo y... Y no dicen igual. ¡A ver!... Tú ayúdanos a todos los que
podemos ir a donde Tú dices, porque si no..., a ver dónde me pongo yo; allí en
la puerta hasta que se haga lo que Tú quieres, y ya está. ¡Ah, ah!... Yo me
pongo, pero luego... ¡verás lo que hacen conmigo!
LA
VIRGEN:
Tú piensa, hija mía,
que si yo me he manifestado y te he comunicado este secreto, tendrás oportunidad
de poder revelarlo.
LUZ
AMPARO:
Sí, ¡ya! ¡Claro! Pero a
ver, ¿cuándo?, porque si estás diciendo que tardo, que tardo..., ¡a ver! Cuando
lo del Obispo, que el Cardenal; cuando el Cardenal, que el Obispo. Pues si no
había Obispo, ¿por qué decías que Cardenal? Y si había Obispo, ¿eh? ¿Dices que
Cardenal?
LA
VIRGEN:
Eso son las pruebas.
Piensa que los grandes santos han tenido pruebas muy duras; más duras que las
tuyas... Tú no eres una grande santa.
LUZ
AMPARO:
Si ya lo sé que yo no
soy santa; ya lo he dicho yo, que yo no quiero estar en el altar; yo lo único
que quiero es cumplir lo que dices; pero que Tú ayudes, porque sola, a ver cómo
puedo yo solucionarlo todo esto ¡A ver! Y... y si tenemos que morir, pues
morimos; pero ayúdanos.
LA
VIRGEN:
Por eso te pongo, hija
mía, a muchas personas que pueden ayudarte en tu camino.
LUZ
AMPARO:
Esas personas están
como yo, ¿eh?; porque no saben por donde empezar, ¿eh? ¡A ver, qué vamos a
hacer! Tú ayúdanos y ponnos, pero un camino, para que lleguemos a donde Tú
quieres; porque si ésta es la prueba, ¡a ver cómo
llegamos!
¡Ay, Madre mía! Si ya
lo sé que eres ¡más guapa! ¡Ay, no poder estar siempre ahí contigo! ¡Otra vez
aquí abajo! ¡Vamos! ¡Ay, Madre mía! Pero, ¿cómo se puede alcanzar ir ahí?,
¡vamos! ¡Ay! ¿Que dices que me está puliendo tu Hijo? Pero me debe de faltar
bien de pulir, ¿eh? ¡Ah! Porque con todo lo que está pasando, ¡vamos! Y todo lo
que no te quiero decir, que Tú lo sabes..., y yo quiero hacerlo; pero es que me
dicen que me estoy asesinando. ¿Tú crees que porque haga eso me
asesino?
Si es sacrificio, es
penitencia, y el sacrificio es de una forma y la penitencia de otra, ¿no? El
sacrificio es en el cuerpo, ¿no? Y la penitencia es... ¡Ah!, pero ¡bueno!, eso
ya lo sabía yo, que es en la comida, en el postre, en los alimentos, en una cosa
que te gusta. Pero el sacrificio es de la otra forma. Pues eso. Pues nada; aquí
no puedo hacerlo tampoco. (Las siguientes
palabras en voz baja, como en tono confidencial). Ayúdame Tú, para que lo
pueda hacer, pero que no se enteren. Tú hazlo de una forma cuando nadie te vea,
¿eh? Me lo das, y yo hago lo que Tú dices, ¡bueno! ¡Ah!, pero Tú nos quieres a
todos mucho, ¿verdad?
LA
VIRGEN:
Si no os hubiese
querido, hijos míos, no me hubiese manifestado hace cientos de años para
avisaros del gran peligro que os espera. Y también me manifesté hace mucho
tiempo en este lugar; pero nadie ha querido... nadie ha querido sacar adelante
esta manifestación; la han confundido, hija mía.
LUZ
AMPARO:
Bueno, y si te
presentaste aquí, ¿por qué no dijeron que te habías presentado aquí? ¡Vaya lío
ahora! ¡Ah!... Yo no lo puedo decir, ¿no?
LA
VIRGEN:
No, no, no,
no.
LUZ
AMPARO:
¡Huy! ¡Qué lío!...
¡Vamos, pues lo que me faltaba ahora! ¡Ay! ¿Y qué pasó?...
(Palabras en lengua
desconocida, como respondiendo a la pregunta anterior).
Pues, ¡si que están
bien también los de arriba!... Pero, no me hagas que lo diga, ¿eh? Porque
entonces... ¡Madre mía, lo que se armaría! ¡Uh!... ¡Ay, bueno! Ahora, ¿no vas a
bendecir los objetos? Antes de irte.
LA
VIRGEN:
Sí, hija mía. Levantad todos los objetos;
todos serán bendecidos...
LUZ
AMPARO:
¡Ah..., ay!... ¡Ay...!
Yo aunque me muera, que me muera, no lo voy a decir. ¡Ay!, pero hay cosas que te
pueden sacar para decirlo, ¿no? Pero yo no voy a esos sitios y no lo pienso
decir. Tú sabrás lo que haces.
¡Ay! ¡Déjame que te
toque un poquito el pie!, ¡sólo el pie! ¡Ay! ¡Ay, qué frío está! ¡Ay! ¡Si parece
que estás mojada! ¡Ay...! ¡Qué pie tienes más bonito! Bueno, no tienes nada feo,
¿eh? Todo lo tienes bonito, ¡todo! ¿Cómo habrá gente?... ¡Ay!, pues, ¿cómo se
dice?
LA
VIRGEN:
Hija mía, nunca digas
“gente”, di “tu prójimo”.
LUZ
AMPARO:
Pues bueno, pues mi
prójimo, ¿cómo habrá?... El prójimo mío es todo. Y todos somos “prójimo”, pero
aquí se llama gente... ¡Y que no lo crean lo que Tú estás haciendo, Madre mía!
Pero ¡haz algo gordo!
¡Ay! Sí, ¡claro!... La
salvación de las almas, ¡ya! ¡Claro!, pero lo otro también es bueno... Porque yo te lo pido, que lo hagas; y
¡tantas veces!
LA
VIRGEN:
Eso es ser soberbia y meterte, hija mía,... (palabras
ininteligibles).
LUZ AMPARO:
¡Ay!, pero si yo no
quiero eso, pues, ¿qué quieres que haga por soberbia?
LA
VIRGEN:
Besar otra vez el
suelo.
LUZ AMPARO:
Pues sí, ¡estamos
bien!... Ya he besado otra vez el suelo, ¿no dices que no tiene importancia?
¿Por qué me mandas tantas veces besarlo? ¡Bueno!, pues esto se queda para Ti y
para mí. Nadie, pero ¡nadie! Te lo prometo. ¡Ay!, ¿vas a estar viniendo? Bueno,
pues Tú dices que el mes de mayo, y nos dices a nosotros que sólo te rezamos en
el mes de mayo; ¿y Tú sólo vas a aparecer así todo el mes de mayo? ¡Ay!, pues
aparécete también diario, en otras ocasiones; no sólo en el mes de
mayo.
LA
VIRGEN:
Yo podría, hija mía,
manifestarme en todos los lugares del mundo al mismo tiempo; pero no, no quiero
manifestarme porque hay personas...
LUZ
AMPARO:
¡Ah, bueno!, “personas”
ya es otra cosa.
LA
VIRGEN:
Hay personas que ni
viendo ni oyendo, hija mía, hacen caso de mis mensajes; podrías levantarte en
este momento —pero sería vergonzoso— y señalar uno por uno de los que no creen,
hija mía.
LUZ
AMPARO:
Pues, ¿para qué vienen
entonces? Pues, que no vengan. ¡Oh! ¡Ay! ¡Ay! ¿Así suben, así? ¡Ay!, ¿así todas?
¡Ay!, pero déjalo, que los que no crean, peor para ellos; que no van a subir
ahí. ¡Ay! Ábrelo así más: ¡el camino! ¡Oh, qué camino! ¡Ay, ay,
ah...!
LA
VIRGEN:
Ningún ser humano, hija
mía, podría soportar esta presencia, si no fuese por una misión. Por eso te digo
que no hagas caso de los profetas falsos, porque no pueden ver mi rostro y
quedarse como... (habla en idioma
desconocido).
LUZ
AMPARO:
¡Ay!, pues ya se lo he
dicho; a muchos se lo he dicho. ¡Ay!, pero bueno, y las almas que se salvan,
¿qué?
¡Ay, no te vayas! ¡No
te vayas! ¡Ay!, déjanos otro poquito aquí, no te vayas. ¡Ay, ay, ay...! ¡Oy, lo
que he visto de fino! ¡Huy!, esto no es de la Tierra, ¿eh? Pues, ¡vaya cosas que
tenéis por arriba!, ¿eh? ¡Ay...!
Bueno, quiérenos mucho,
porque nosotros te queremos mucho todos, ¿eh?; aunque haya aquí alguno que no,
pero verás cómo te quiere, porque yo te lo voy a pedir y... ya sabes lo que voy
a hacer.
¿Nos vas a bendecir?
¡Ah!, pero, ¿de qué forma?, porque es que tu Hijo nos bendijo de una forma
que... ¡vamos! ¡Otro lío! Porque, si pone la cruz de esa forma y la cruz de aquí
es de otra forma, pues ya tenemos el lío. ¡Ah!...
LA
VIRGEN:
Yo te señalo, hija mía,
en la Cruz que murió Cristo, pero tú sigue la cruz de aquí, en el globo
terrestre... (Habla en idioma extraño).
LUZ
AMPARO:
Bueno, pues a ver cómo
fue la de tu Hijo, a ver si la haces igual; y luego nos das la
otra.
LA
VIRGEN:
Os bendigo, hijos míos,
como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu
Santo.
LUZ AMPARO:
¡Ah! Pues ahora danos
la otra. ¡Ah! ¡Ah! Es igual, igual, que la he visto yo,
igual.
LA
VIRGEN:
Os bendigo, hijos míos,
como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu
Santo.
LUZ
AMPARO:
¿Ya te
vas?
LA
VIRGEN:
Adiós, hijos míos. Adiós.