MENSAJE DEL DÍA 16 DE JUNIO DE 1984

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     LA VIRGEN:

     Hijos míos, voy a empezar por la penitencia, con el sacrificio y con la oración, hijos míos. ¡Cuántos, cuántos de los que estáis aquí presentes todavía no habéis hecho estas tres cosas, hijos míos!

     También os pido el sacramento de la Eucaristía; pero antes os pido el sacramento de la Confesión.

     No miréis las faltas del sacerdote, porque el sacerdote se quedó en puesto de los Apóstoles. Mirad a Cristo en ellos; no miréis sus faltas, porque ellos, cuando se presenten ante el Padre, les pedirá cuentas, hijos míos. Nosotros no tenemos que juzgar a nadie. Por eso os pido que no juzguéis, y así no seréis juzgados, hijos míos. Pensad que al sacerdote ni aun los ángeles pueden reemplazarle, hijos míos. ¡Ni aun la Madre de Dios!... (Pausa con llanto de Luz Amparo). Nadie, nadie podrá reemplazar al sacerdote, ni aun vuestra Madre, hijos míos, y ¡la Madre de Dios! Mirad a Cristo en la Misa; no miréis al sacerdote, porque (en) el sacrificio diariamente de la Misa está Cristo. Por eso os pido, hijos míos, que esas almas que se dejan engañar por la astucia del enemigo, ellos darán cuenta a Dios Padre cuando se presenten ante Él.

     También pido, hijos míos, que hagáis un poco de sacrificio; pensad que Cristo murió por vosotros. Por eso yo creo que podéis hacer un poco sacrificio por Él. También pido, hijos míos, humildad, porque sin humildad no alcanzaréis las moradas.

     Os sigo repitiendo que publiquéis el Evangelio por todos los rincones de la Tierra, ¡por todos! Ésa es la sal del Evangelio.

     Y para todos aquéllos que están engañados con la astucia del enemigo, que les hace creer en otras doctrinas que no son la católica de Cristo... ¡Pobres almas, hija mía, pobres almas! Porque yo no pido cuenta a aquél que no me conoce, sino a aquél que me conoce y me desprecia.

     Un acto de humildad, hija mía: besa el suelo por la conversión de todos los pecadores... Por la conversión de todos los pecadores del mundo, hijos míos. Sacrificio acompañado de la oración. Sed fuertes, hijos míos, porque las pruebas están empezando; pero no reneguéis nunca de la palabra de Cristo. Pensad que el que niegue a Cristo en la Tierra, el Padre Celestial le negará en el Cielo ante sus ángeles.

     Y tú, hija mía: te pido humildad. Piensa que te dio mi Hijo gancho para salvar almas; pero, sin humildad, no podrás salvar las almas. Tienes que ser ejemplo de humildad. Piensa que la soberbia es el mayor pecado del mundo; el que conduce a todos los pecados de los diez mandamientos[1], hija mía.

     Mi Corazón está triste, muy triste, hija mía, de ver que los hombres no cambian. Mi Corazón quisiera que se salvara toda la Humanidad; pero la salvación no depende de mí; depende de cada uno de vosotros.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, ay, Madre! ¡Ay, qué cara, ay, qué cara más guapa! ¡Ay! Ayúdanos a ser buenos, porque, sin tu ayuda, no podemos hacer nada. Pídele a tu Hijo, para que tu Hijo le pida al Padre, y para que nos dé gracias para poder arrepentirnos.

 

     LA VIRGEN:

     ¡Ay de aquéllos que creen que no hay Infierno, hijos míos! Existen varias partes de Cielo y varias partes de Infierno. Por eso vosotros tenéis que ganaros la morada con vuestros sacrificios, hijos míos. Pensad que hay que seguir a Cristo, coger la cruz y seguirle; es de la única forma que os salvaréis, hijos míos. Vuelve a besar el suelo, hija mía, por las almas consagradas. ¡Pobres almas! ¡Las ama tanto mi Corazón! ¡Y qué mal corresponden muchos a ese amor!... Este acto de humildad, hija mía, sirve para la salvación de las almas consagradas.

     Haced sacrificio, hijos míos, haced penitencia, pedid por aquéllos que no piden, amad por aquéllos que no aman, y haced penitencia por los que no la hacen.

Pedid al Padre Eterno, que Él os ayudará a salvaros, hijos míos. El Padre Eterno está olvidado. ¡Y pensad que es el Juez que os va a juzgar! Es misericordioso y lleno de amor, hijos míos; pero es un Juez muy severo y os juzgará según vuestras obras.

     Mi Corazón sigue rodeado de espinas, hija mía. Estas espinas son por esas almas que no escuchan la palabra de Dios.

     Mi Hijo está muy triste cuando ve que desprecian a su Madre. Ya te he dicho muchas veces que si un hijo bueno quiere mucho a su madre, no le gusta que la maltraten, que la desprecien, que la calumnien. Por eso mi Hijo va a descargar su ira acompañado del Padre, de un momento a otro. Piensa, hija mía, que vendrá con su gran poder y su gran majestad en una nube.

     Os dije hace días que os fijéis en los astros y en la Luna. Cuando la Luna empiece a enrojecer, y los astros dejen su brillo natural será espantoso, hijos míos; el Castigo será espantoso. Pero esas almas que han cumplido con el Evangelio de Cristo, con los diez mandamientos..., ¡será un paraíso eterno, hijos míos! Uno de los paraísos que tiene el Padre preparado para vosotros.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, qué grande es esto! ¡Ay, ay! Pero, ¿cuántas moradas hay?

 

     LA VIRGEN:

     Muchas, hija mía, muchas moradas, porque mi Hijo subió al Padre para preparar las moradas; y ya están casi todas preparadas.

     Hijos míos: sacrificio, sacrificio y oración. Y confesad vuestras culpas, hijos míos; no lo dejéis más tiempo, que la muerte llega como el ladrón, sin avisar. Estad preparados, hijos míos.

 

     LUZ AMPARO:

     ¿Nos bendices? Bendícenos, ¿y nos bendices los objetos? ¡Ay!

 

     LA VIRGEN:

     Levantad todos los objetos, hijos míos; todos serán bendecidos con gracias especiales, hijos míos, para la salvación de vuestra alma... Todos han sido bendecidos, hijos míos.

Voy a dar mi santa bendición. Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

Adiós, hijos míos, ¡adiós!...

 

     (Sigue el rezo del santo Rosario. Terminada la meditación para el quinto misterio, se reproducen los fenómenos solares. Se escucha un constante murmullo entre los asistentes al admirar tales fenómenos. Se suceden, en varios momentos, los lamentos de Luz Amparo, que sigue contemplando diferentes imágenes e intercala comentarios, mientras reza y permanece en una especie de éxtasis; al desconocer cuando termina el mismo, se ha preferido transcribir parte de la grabación disponible).

 

     LUZ AMPARO:

     Que todos sois iguales...

     Los cuatro...

     Los cuatro de aquí... los cuatro caballos...

     Ese amarillo, ¿es el de la muerte?

     ¿Y el rojo?..., ése que es como amarillo, de cobre.

     ¡Ay!, ¿y el negro?

     Y ésos que los montan, ¿quiénes son, de ahí? Ésos son los ángeles del Apoca... Bueno...

     Pero hay muchos; ¿qué son todos ésos?

     Los que los ven, ¡que lo vean todos!

     ¡Ay, Madre mía!, todo eso...

     Pero, si les digo que miren, van a decir que se les quema; pues, ¡que miren los que quieran!

     ¡Ay, pero este color es rosa! Está en rosa este momento, en rosa. ¡Ay!, está dando vueltas en este momento; ¡ay!, pero es que... ¿Y si se le quema? Que no lo miren... ¡Ay, ahora está azul!

     ¡Qué bonita! ¡Ay, Madre mía! ¡Está rosa otra vez, rosa!... Estás Tú de rosa, y en amarillo la otra parte. Eso no es una cosa de la Tierra; es del Cielo. ¡Ay! ¡Ay, cómo da vueltas, ay! Que parece que se viene para abajo. ¡Ay, ay! ¡Ay, cómo da vueltas! La parte de la primera morada, ¿es esa? ¡Ay, cómo da vueltas! Pues, si tenemos que dar nosotros tantas vueltas para llegar allí... ¡Qué rosa! ¡Oy, qué rosa es! ¡Ay, cuántos... caballos y los ángeles!... ¡Azul, azul!... Y están los cuatro caballos en el... (Palabra ininteligible). El blanco, es el blanco... ¡Blanco! ¡Ay! El blanco, ¿por dónde se va? ¿El amarillo? ¡Oy, oy, ése es la muerte! ¡La muerte está amarillo! Mirad lo amarillo... ¡Ay, Madre, las cosas...! ¡Ay, ese rayo! Es que viene para acá, para abajo. ¡Ayyy, ay! ¡Ay, ése se baja, el amarillo!... Y ese azul, ¿eso qué es? Se puede mirar. ¡Ay, ay, ay...! Es ahora amarillo otra vez... Con la muerte, y venga la muerte. ¡Venga muerte y muerte! ¡Ay, ay, ay...! Eso es... Están todos... La mitad; más de ellos la mitad... ¡Blancos! ¡Uf, Madre mía! ¡Pues sí que están bien todos! ¡Ay, los otros son de la derecha! ¡Ay, bueno, pues ya lo hemos visto todo! ¡Ay, ay, ay...! (Emite ayes durante unos instantes). Pues el que más se destaca es el amarillo, el de la muerte, ¡anda! Hemos visto todo... Azul, es azul el que está subiendo. Azul. ¿Y el rosa y el azul?; el amarillo es el de la muerte. ¡Ay!, ¿y ése que parece de oro? ¿Y el negro? ¿Y el blanco? Y el amarillo, ¿eh? ¡Ay, pero parece que son como leones encima! Los que lo llevan tienen el cuerpo de persona y la cabeza de león, uno; otro, de águila. ¡Ay, ese caballo! ¡Ay, ése es el más grave! ¡Ay, pero bueno, pues tantas cosas como hay ahí! ¡Huy, el amarillo! ¡Ay, qué grande es el...! Ése es el que más va a coger, ¿no? Ahora está amarillo... (Palabra ininteligible). Pues, ya lo he visto; ya los he visto, de verdad, todos, ¿eh? ¡Ay, qué grande! ¡Cuántas cosas hay!, ¿eh? ¡Ay, bueno! ¡Ay, pero que digan que eso no es del Cielo! ¡Vamos! Se ve la cabeza del león ¡más grande! ¡Ay, la cabeza de un león! ¡Ay, pues, ¿qué será eso del león?! ¡Ay! ¡Ay, vaya, otro misterio! ¡Oy, qué patas tiene! ¡Ay, madre! ¡Ay...! Que van debajo, ¿no?

     ¡Ay! ¿Me han metido a mí aquí el rayo ese? ¡Ayyy..., ay, el rayo! ¡Ay, ay, ay...! ¡Ay, mójame ahí! ¡Ay, ay, ay...! (Durante unos instantes se queja). ¡Ay, que me está quemando el pecho esto! ¡Ay! ¡Ay, qué valor, no dan nada de...! ¡Ay! Dadme algo. ¡Ay, ay, ay! ¡Ay, me está quemando esto...! ¡Ay, ay, ayyy...! (Así repetidas veces). ¡Ay, pues ya está bien! ¡Anda que... ¿también esto?! ¡Aaay, ay, ayyy...! ¡Que me ha quemado en la parte esta! ¡Ay! Mira lo que me ha “pasao”..., aquí. ¡Ay, ay, míramelo! ¡Ay!, aquí, en esta parte de ahí. ¡Ay, ay, ay...! (Se lamenta así varias veces) ¡Ay, me ha quemado algo! ¡Ay, ay, ay...! ¡No puedo más! ¡Ay, otra cosa más! ¡Anda que...! ¡Ay, otra cosa! ¡Ay, Dios mío! ¡Dios mío, ay! ¡Ay! (Aquí parece que hay un corte en la grabación, que continúa). Que me ha quemado de esta parte. ¡Ay, ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío! ¡Ay, ay! Mírame a ver, anda. Mírame aquí, aquí, aquí. ¡Ay, ay, ay...! ¡Ay, ya me ha quemado de esa parte, eso que me ha salido ahí! ¡Ay, ay, por Dios, ay! ¡Ayyy, ya no sé lo que será, si se me quema esa parte! ¡Ay, ay, ay...! ¡Ay, y que se rían todavía, Dios mío! Pero, ¡bueno! ¡Ay, ay, ay...! ¡Qué cosa más...! Pues esta parte... Aquí atrás también. ¡Ay, ay! Yo no sé lo que quiere ya, ¿eh? ¡Ay!, tantas cosas ya. ¡Ay, ay, ay, Dios mío, que se me quite esto!... (Le dicen algo y contesta). No, yo lo que quiero es que se me quite esto. ¡Ay, ay, ay...! ¡Huy, huy! ¡Ay, Dios mío!, pero, ¿también esto? ¡Ah!, ¿qué quiere decir esta cosa? ¡Ay, ay, ay...! Es que parece que se me ha quemado por dentro algo. ¡Ay, ay! ¡Y venga, todavía a reírse encima, anda! ¡Ay, ay, ay...! (Le dicen algo y continúa Luz Amparo). Ya, déjamelo, niña. A ver, ¿está mojado...? ¿No es sangre eso? ¡Ay, déjalo, déjalo, porque estoy chorreando por todos los sitios! ¡Ay, ay, ay...! ¡Ay, mira, mírame otra vez! ¡Ah, anda, mírame otra vez! (Dialoga con alguien). No, esta parte, y lo de abajo, ¿qué?... (Gime llorosa. Continúa la grabación, en la que se escucha a Luz Amparo, aunque ya fuera del éxtasis).



[1] “...de los diez mandamientos”; es decir, “contra los diez mandamientos”.