MENSAJE DEL DÍA 21 DE JUNIO DE 1984

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     LA VIRGEN:

     Hijos míos, vengo como Madre y como amiga. Quiero, hijos míos, que estéis unidos, y que todos los que queráis hablar de Dios; y además también os pido que estéis unidos, muy unidos, y que todos estéis hablando... (Palabra ininteligible).

 

     LUZ AMPARO:

     Dilo para que lo entiendan; ¡ay!, que lo entiendan todos.

 

     LA VIRGEN:

     Que estéis unidos, y que todos habléis de lo mismo, que no os tapéis unos a otros, hijos míos, porque estáis formando contiendas... y para hablar de Cristo hay que estar muy unidos.

     No penséis tanto en las cosas terrenas, pensad que los discípulos de Cristo dejaron todo para seguir su camino. Ayudad a Cristo todos a llevar la Cruz, hijos míos; no os aflijáis cuando Dios os manda la primera prueba. Humildad es lo que pido, hijos míos, para poder estar unidos. Pensad que todos sois hijos de Dios, pero que Jesús tuvo preferencias por unos; pues lo mismo ha sucedido en esta ocasión. Todos aquéllos que estáis unidos, seguid a Cristo, y no os excuséis con cosas que no sirven para nada. Pensad que el discípulo nunca puede ser más que el maestro; estad los últimos, no os pongáis los primeros, porque los primeros no entrarán en el Reino del Cielo; serán los últimos los que entren, hijos míos.

     ¡Las contiendas que estáis formando por cosas que no tienen importancia! Pensad que el cuerpo, os lo he repetido muchas veces, no va a servir para estiércol, y si ese alma está pura, no tenéis que preocuparos, hijos míos.

     Yo estuve amarrada al pie de la Cruz, allí amarrada, viendo morir a mi Hijo, y era inocente, hijos míos, muriendo por toda la Humanidad, porque todos los seres humanos sois culpables, hijos míos, todos tenéis el pecado, no hay ninguno que sea justo en la Tierra, y mi Hijo era puro, e inocente, y murió para redimiros, hijos míos.

     Preocupaos más por las cosas de Dios; pensando en las cosas de Dios, no arméis contiendas, hijos míos. Pensad que nunca será más el discípulo que el maestro; y pensad también que Cristo vino al mundo para servir, no para ser servido, hijos míos.

     Imitad a Cristo, veréis cómo alcanzaréis la Gloria. Siendo Rey de Cielos y Tierra, Hijo del Padre, le mandó a redimir al mundo, siendo inocente, hijos míos.

     Por eso os pido, que os acerquéis al sacramento de la Confesión, porque el Cuerpo de Cristo, lo podéis recibir diariamente; tenéis más suerte que los ángeles, hijos míos, porque los ángeles no pueden recibir a Cristo. Cristo dejó instituido el sacramento de la Eucaristía para daros fuerza, hijos míos. No seáis cobardes; fuerza es lo que necesitan los hijos de Dios; no tienen que ser cobardes. Los cobardes son los hijos de las tinieblas.

     Estad unidos, hijos míos, todos estad unidos; no os guardéis secretos unos a otros; no seáis fariseos, que delante de Cristo se ponían los primeros para decir las obras que habían hecho; poneos los últimos, que los últimos seréis los primeros; no os creáis amigos, hijos míos, y luego seáis enemigos. Los fariseos hacían eso: delante ponían la cara de santidad, y detrás ultrajaban a Cristo. No os critiquéis unos a otros, hijos míos, porque cada uno dará cuenta de lo suyo. No juzguéis y no seréis juzgados. Vosotros tenéis que estar más unidos que nadie, hijos míos, porque vosotros tenéis que dar testimonio de lo que habéis visto. Por eso os pido que seáis humildes, que la soberbia conduce al hombre a la perdición, hijos míos.

     No os aferréis a las cosas terrenas; las cosas terrenas sirven para condenarse.

 

     LUZ AMPARO:

     Tú, pero Tú nos perdonas; aunque seamos soberbios, ¿Tú nos perdonas?

 

     LA VIRGEN:

     Dios Padre perdona a todo el que pide perdón; está con los brazos abiertos esperándoos a todos, hijos míos. Acercaos al sacramento de la Confesión. ¡Cuántos estáis aquí presentes, y hace años y años que no os habéis acercado a este sacramento! Estad preparados, hijos míos, que la muerte llega como el ladrón, y estando preparados, ¿a quién podéis tener miedo?

     Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecados del mundo... Por la conversión de todos los pecadores del mundo, hija mía. Haced actos de humildad durante el día, hijos míos; pensad que os he repetido muchas veces que Cristo tenía la cabeza en el suelo, durante días enteros, ofreciéndose al Padre como víctima de reparación. Vale mucho la humillación, hijos míos, porque el que se humilla será ensalzado, y pensad que Dios, Dios Padre os recompensará ciento por uno, hijos míos.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, qué alegría, ay! ¡Ay, qué alegría! ¡Ay, qué alegría, ay! ¡Ay, qué buena eres, qué buena eres, Madre mía! ¡Ay...!

 

     LA VIRGEN:

     Hijos míos, os aconsejo como Madre y como amiga. Como Madre, porque soy la Madre de Cristo y la Madre de toda la Humanidad; y como amiga, porque no quiero que os condenéis, y porque quiero que os améis unos a otros, y no forméis discordias, hijos míos, por las cosas que no tienen importancia en la Tierra.

     Vuelve a besar el suelo, hija mía, por las almas consagradas... Por las almas consagradas, hijos míos; pedid por ellas, hijos míos, porque muchas de ellas se dejan engañar por el enemigo; pedid por ellas, hijos míos, y sed humildes; amaos los unos a los otros, como mi Hijo os amó en la Tierra.

     Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos... Todos han sido bendecidos, hijos míos.

     Te voy a dar una gota del cáliz del dolor, hija mía; queda muy poco de él, pero las últimas gotas son las más amargas. Coge el cáliz...

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, qué amargo!, ¡ay, qué amargo está! ¡Ay, ay, qué amargo! ¡Ay, qué amargura siento ahí, ahí en la garganta! ¡Ay, ay, ay!

 

     LA VIRGEN:

     Más amargura siente mi Corazón por todas las almas que se precipitan diariamente en el Infierno.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay...! Pero también se salvan, ¿no? No sólo se condenan; también se salvan... ¡Ay, no permitas que se condenen!, ¿eh?

 

     LA VIRGEN:

     ¿Qué madre quisiera que su hijo se precipitase en el Infierno? Pues eso me pasa a mí, hija mía, que yo no quiero que ningún hijo se me condene.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay!, pues ayúdales, ayúdales, porque es que muchos son muy duros, ¿eh? Aunque les estés hablando, hablando y hablando, ¡ay, qué duros son! ¡Ay!, que no creen, ¿eh? Por eso Tú puedes ayudarlos, porque yo no quiero que se condenen tampoco, porque yo he sentido las penas del Infierno en mi cuerpo, y por eso no quiero que se condenen. Ablándales Tú el corazón, ¡anda! Tú que eres Madre, ¡anda, conquístatelos!

 

     LA VIRGEN:

     Hija mía, tú eres madre, ¿puedes conquistar a todos tus hijos?

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, no!, pero, pero es que tenía que haber sido antes; ahora ya no puedo, y además que los tengo a casi todos conquistados..., a casi todos; ahora tienes que conquistarlos Tú a los demás. Yo hago lo que Tú digas, ¿eh?; pero con tu ayuda, ¿eh?, y voy a donde sea, fíjate. ¡Ay, ay, cuántas cosas se ven malas! ¡Ay! Pero esos enfermos, ¡pobrecitos!, ¿cómo pueden estar así?, todos ésos que hemos visto. Es que yo pienso muchas veces que cómo Dios puede hacer eso, porque, ¡pobrecitos! ¡Anda, que te entra una pena en el corazón! ¡Ay!, ¿ sabes todos los que he visto? ¡Ay, qué pena!

 

     LA VIRGEN:

     Por medio de esas almas se purifican otras.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Claro, qué gracia! ¡Hala!, unos están enfermos y otros se purifican con los dolores de los otros, ¿eh? Pues que ellos sufran otro poco.

 

     LA VIRGEN:

     Pero mi Hijo coge almas víctimas para la salvación de la Humanidad. ¿Tú no eres un alma víctima?

 

     LUZ AMPARO:

     Bueno, según qué víctima digas. ¿Qué clase de víctima, eh?

 

     LA VIRGEN:

     Mi Hijo te ha escogido para salvación de las almas. Tú también sufres.

 

     LUZ AMPARO:

     Bueno, un poquito, pero con tu ayuda venceré. Es que es tan duro esto... ¡Ay!, pero Tú podías con tu ayuda hacer tantas cosas... ¡Ay!, pero Tú se lo pides a tu Hijo, y luego tu Hijo, ya sabes dónde tiene que ir: al Padre... Y el Padre nos tiene que perdonar, porque no creo que sea tan cruel, ¿no? ¡Madre, qué pies tenía y qué brazos!; pero la cara, ¿dónde la tenía?, porque era el Sol lo que se veía en su cara. ¡Madre mía, si tenemos que verle así siempre!, pues no le podemos ver. ¿Cuándo se va a descubrir esa cara? ¡Ay!, para que le veamos.

 

     LA VIRGEN:

     Nadie ha podido ver la cara del Padre.

 

     LUZ AMPARO:

     Pues, qué gracia, ¡anda que!... ¡Ay, sólo se le ve el cuerpo y la cara no! Ahí está el misterio, ¿no? Bueno, yo no quiero hablar más de misterios, porque ¡vaya cómo estáis todo lleno de misterios!

     ¡Ay, ay!, ese Corazón, ¿de quién es? ¡Ay, ay, ay, pero si ése es tu Hijo! ¿El de Jesús? ¡Ay!, déjame que le toque. ¡Ay!, pero ¡también tiene espinas! ¡Vaya, cómo somos de buenos!, ¿eh? Tú Corazón tiene espinas y el de tu Hijo también. ¿No puedo tocar ninguna? Pues, déjame que le toque sólo un pie... ¡Qué frío estás!, ¿eh?, pues, ¿dónde estás por ahí? ¡Ah, qué frío! Vaya, vaya, ¿dónde estaréis?

     Ahora beso el pie tuyo, sólo el dedo gordo, sólo... ¡Ay, qué grande eres, ay! No hay otra cosa tan grande como lo vuestro, ¿eh?; pero lo que tienes que hacer es quitarnos ya de aquí, porque otro día, y otro día...; además ni arriba ni abajo. ¿Adónde me tienes? Pues quítame de aquí ya, y súbeme ahí. ¡Ay! ¡Ay, yo no quiero irme de aquí, no! ¡Ay, aunque... (palabra ininteligible) nadie, no quiero irme! ¡Ay..., no, no quiero! Porque Tú no sabes lo que hay por ahí abajo, ¿eh? ¡Ay..., qué malpensadas son!, ¿verdad? ¡Ay!, pero no digas su nombre, porque yo también lo sé, ¿eh? Qué malicia, ¿verdad? Pero Tú lo sabes todo; pues yo no quiero bajar allí abajo. ¡Ay, ay!, no quiero, ¡ay...! Yo quiero estar aquí, déjame aquí, pues otro ratito, ¡ay...! ¿Quién tuvo la culpa que estuviéramos ahí abajo?, ¡di!, porque ¡con lo bien que podíamos estar aquí...!

 

     LA VIRGEN:

     ¡Cuántos se ríen, hija mía!, pero ¡pobres almas!

 

     LUZ AMPARO:

     Pero hay otros que tampoco se ríen, que les gusta que les digas cosas. ¡Ay!

 

     LA VIRGEN:

     Dichosos los ojos que ven y los oídos que oyen.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, ay, no me dejes! ¡Ay, no me mandes para abajo... otra vez! ¡Ay, Tú no sabes qué lucha! Anda que... ¿Y cuándo me puedo yo ganar mi morada?, porque ¡ya está bien!, ¿eh?

 

     LA VIRGEN:

     Te dije que te estaba puliendo. Todavía te falta que pulir.

 

     LUZ AMPARO:

     Pues, anda, que ¡cuántos años para pulir! ¡Ay!, pues, déjame sin pulir ya y súbeme arriba del todo; no quiero que me termines de pulir.

 

     LA VIRGEN:

     Piensa, hija mía, que en el Cielo no entrará carne ni pecado, hija mía.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Anda que, entonces, yo también, venga de pecar y pecar!, ¿no? ¡Ay!, pues, es que ¿por qué no somos de otra forma? ¡Ay!, bueno, ya que no quieres que esté contigo, pues dame fuerza, ¡dame fuerza!; pero, también a todos los que están siguiendo esto; porque ¡vaya jaleo muchas veces!, ¿eh? Tú eres la que tienes que hacerlo, porque, claro, Tú eres Madre.

 

     LA VIRGEN:

     No se puede hablar de Dios, y estar en contra de Dios.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay...! ¿Quién está en contra de Dios? Anda, pues Tú dales un toquecito, ¿verdad? ¡Ah!, con tu gracia; pero ¿sabes por qué es?, porque no hacen penitencia, ni sacrificio. Si hicieran penitencia verías cómo se ocupaban sólo de eso.

     ¡Ay, qué grande eres! Bendícenos con ese Corazón que tienes, con la cruz que Tú haces.

 

     LA VIRGEN:

     Os bendigo como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay!, qué bien se te da hacer esa cruz, ¿eh? Bendícenos Tú ahora con la cruz que Tú quieras.

 

     LA VIRGEN:

     Yo, como Madre de la Iglesia, os haré la cruz de la Iglesia.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, pues vaya plan!, ¿eh? ¡Y tu Hijo también es de la Iglesia!

 

     LA VIRGEN:

     Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

     Adiós, hijos míos. ¡Adiós!