MENSAJE DEL DÍA 29 DE JULIO DE 1984

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     LA VIRGEN:

     Hija mía, hoy te voy a decir una palabra más de lo corriente que te digo todos los sábados: yo me manifiesto todas las veces que quiero, cuando quiero, y nadie, ningún ser humano, puede decir cuándo, ni dónde, ni cómo puedo manifestarme.

 

     LUZ AMPARO:

     (Palabras ininteligibles por el llanto)... Todos los días... ¡Ay!

 

     LA VIRGEN:

     Como decía esa gran santa, hija mía, esa gran santa que fue santa Teresa: nada te turbe, ni nada te espante, hija mía...

Voy a dar mi santa bendición a todos los aquí presentes. Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo con el Espíritu Santo.

     No tengas miedo, hija mía, a nadie; nadie puede matar tu alma. Te he dicho que podrán matar tu cuerpo, pero tu alma nadie; y este mensaje es privado para ti, sólo para ti, hija mía.

 

     LUZ AMPARO:

     Ayúdame Tú, ayúdame, yo no puedo sola, ayúdame Tú.

 

     LA VIRGEN:

     Ya te he dicho, hija mía, que en otros lugares han hecho desaparecer mi nombre; pero en este lugar no harán desaparecer mi nombre. Si no me manifiesto dentro, me manifestaré fuera, y no dejaré de manifestarme hasta que cumplan con lo que yo he pedido, hija mía.

 

     LUZ AMPARO:

     Pero Tú tienes que ayudarme, porque yo estoy sola y no puedo, yo no puedo más. Tú sabes que yo estoy muy enferma por la salvación de las almas.

     (Luz Amparo tiene una visión de Jesús Niño). ¡Ay...! ¡Déjame que abrace a ese Niño! ¡Déjame que lo abrace! ¡Ay, ay, ay...! (Se queja durante unos instantes con respiración fatigosa). ¡Ay, qué bonito eres...! ¡Qué bonito! ¡Sabes cuánto te quiero...! Aunque seas niño, te quiero mucho. Ayúdame Tú, que eres tan pequeño, porque Tú quieres las cosas pequeñas.

     ¡Ay, ay, ay...! ¡Ay, Madre mía, cuánto te quiero! ¡Te quiero tanto que soy capaz de morir por las almas! Yo, yo también, yo también salvo a las almas, porque algunas ¡son más duras...! Tócales los corazones, para que se conviertan.

     ¡Ay, qué grande eres!, pero sin tu ayuda, yo no soy nadie; no soy nada. ¡Ay, qué hermosura! ¡Ay, qué hermosura! Yo quisiera en este momento que me llevarás contigo; pero ¡no puede ser! ¡Ayúdame! ¿Qué hago yo? Yo quiero ser humilde, no quiero revelarme, pero Tú ayúdame. ¡Ay, qué grande eres! ¡Ay! Y Tú, Niño mío... ¡Ay, qué Niño! ¡Ay, qué Niño más lindo! ¡Ay, qué hermosura! (Se dirige a la Virgen). ¡Tu Hijo!, Tú piensa en tu Hijo, Él, que lo puede todo con la ayuda de Dios. ¿Me prometes que me vas a ayudar, ¡Niño mío pequeño!? ¡Qué lindo eres! ¡Te quiero tanto! Qué ingrata fui al no quererte antes. Ahora... ¡te quiero tanto! ¡Con toda mi alma! Y a Ti, Madre mía, que eres la única Madre que he tenido. Sobre la Tierra no he tenido madre; pero Tú no me has abandonado nunca. ¡No me abandones ahora! Porque yo he querido aceptar esto, pero con vuestra ayuda... ¡Ay, qué grande eres! ¿Ya te vas? ¡Madre, no te vayas...! ¡Ay, que no...!

 

     LA VIRGEN:

     Adiós, hijos míos. ¡Adiós!