MENSAJE DEL DÍA 4 DE AGOSTO DE 1984, PRIMER SÁBADO DE MES,
EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)
LA VIRGEN:
Lo primero, besa el suelo, hija mía... Por la salvación de las almas.
Vamos a glorificar a Dios: Padre nuestro que estás en los Cielos, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad así en la Tierra como en el Cielo. El pan nuestro de cada día..., perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nues... No nos dejes caer en la tentación. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Es para ti privado, hija mía; los mensajes han acabado... (palabras en idioma desconocido). Tus sufrimientos, hija mía, tienen mucho valor. Mira las almas.
LUZ AMPARO:
(Sollozando). No puedo, no. No puedo más. Ya sabes que no puedo más; haré lo que Tú me pidas, aunque yo no puedo. Y algunas almas son ¡tan crueles!...
LA VIRGEN:
Ya te he dicho en otras ocasiones, hija mía, que los humanos son crueles. Pero hay que salvarlos a costa de sufrimientos y de penitencias, hija mía. No eres tú solamente. Las almas que coge Cristo son para sufrir, hija mía. No eres tú sola, hay muchas almas víctimas.
LUZ AMPARO:
¡Ayúdame! No puedo...
LA VIRGEN:
Nunca digas: “No puedo más”, porque Cristo no te dará más de lo que puedes.
LUZ AMPARO:
Es muy duro..., es duro seguir a Cristo.
LA VIRGEN:
Tienes que cargar con la cruz que tú aceptaste, hija mía, y seguir adelante.
LUZ AMPARO:
¡Hay pruebas tan duras!... Yo sufro por las almas; pero las almas que son, como Tú has dicho, tan crueles, no quieren salvarse.
LA VIRGEN:
Con el sacrificio y con la penitencia y la oración salvarás muchas almas, hija mía. Y no estés triste; ya te hemos dicho mi Hijo y yo que te refugies en nuestros Corazones, y te consolaremos. Pero nunca reniegues de lo que has aceptado, hija mía.
LUZ AMPARO:
¡Ay!, yo no reniego. ¡Pero, a veces, es tan duro!
LA VIRGEN:
No creas que ganar el Cielo es fácil. Es a base de sufrimiento y de sacrificios.
LUZ AMPARO:
Pero, ¿cuánto tiempo?
LA VIRGEN:
Ganar el Cielo cuesta mucho tiempo, hija mía.
LUZ AMPARO:
Bueno, pues ayúdame. No me dejes tanto tiempo sola. Tú dices que me refugie en tu Corazón; pero ¡hay veces que no te encuentro!
LA VIRGEN:
Ésa ha sido la fe viva de los grandes santos. ¡Cuántas veces han buscado a Cristo y no lo han encontrado, hija mía! Es una prueba; cuando Jesús te deja sola, quiere probarte, hija mía, a ver cómo aceptas la prueba que Dios te manda.
Te dije que en cada misterio había que besar el suelo, hija mía. Es un acto de humildad; y no te avergüences de humillarte besar el suelo. Cristo lo besaba, y era el Hijo de Dios; no se avergonzaba porque lo hacía por la salvación de las almas. Esto es para ti, hija mía: quiero que seas fuerte, ¡fuerte!; y que nadie, ¡nadie! te confunda.
LUZ AMPARO:
Yo soy... Estoy muy mala y ¡no puedo!
LA VIRGEN:
Tiene más mérito todavía estar mala y ofrecerlo por la salvación de las almas.
LUZ AMPARO:
Pero ¡es que no puedo! Ayúdame Tú, porque, si no me ayudas, yo no sé hasta dónde voy a llegar.
LA VIRGEN:
Si desde niña, hija mía, te he protegido, ¿cómo voy a faltar ahora? Esa protección no te puede faltar.
LUZ AMPARO:
¡Ay! ¡Ayúdame! Déjame intentar, aunque sólo un poquito... ¡Qué pies más bonitos tienes! ¡Qué hermosa eres! ¡Cada día eres más guapa! ¡Ay, Madre, qué hermosa eres! Pero esta hermosura no es como las de la Tierra. ¡Es la luz que tienes! ¡Ay...! Yo quiero ir pronto ahí contigo. Y voy a pedir por todos éstos que no creen, ¡pobrecitos! ¡Que no sepan que tienen un alma...! Déjame que te bese sólo la punta del dedo... ¡Ay, qué grande...!
LA VIRGEN:
Soy grande, porque soy Madre de toda la Humanidad.
LUZ AMPARO:
¡Ay, bendícenos los objetos! ¡Anda!, por aquéllos que no lo han... Bendícemelos... Ni los has bendecido. Concédemelo.
LA VIRGEN:
Levantad todos los objetos... Todos han sido bendecidos.
LUZ AMPARO:
Ahora la bendición... Pero te pido una bendición especial para un niño. Tú ya sabes quién es. ¡Es una bendición especial! Esta bendición especial de la Cruz de tu Hijo y la tuya.
LA VIRGEN:
Le bendigo como el Padre le bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Esta bendición es para todos: os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!