MENSAJE DEL DÍA 3 DE NOVIEMBRE DE 1984, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     LA VIRGEN:

     Hija mía, hoy voy a hacer un llamamiento para todos los discípulos de Dios que viven en el cielo reinante. También, hija mía, este llamamiento para los verdaderos imitadores de Cristo; de Cristo, que se hizo hombre para salvar a la Humanidad.

     También, hija mía, aquéllos que han vivido en la pobreza, en el desprecio, en la humildad, en la castidad, en la calumnia, en la mortificación, para todos ellos, hijos míos, para todos hago este llamamiento. Salid, hijos míos, salid y llevad por todos los pueblos de la Tierra la luz del Evangelio de Cristo.

     Vosotros, hijos míos, que aceptáis la palabra de Dios, sois hijos de la luz, hijos míos; tenéis que llevar la luz por todos los rincones del mundo. Luchad, hijos míos, luchad, que el tiempo apremia, las almas se condenan, hija mía.

     También hago un llamamiento a mis almas consagradas: luchad, luchad, no tengáis miedo; si está Cristo con vosotros, ¿a quién podéis temer, hijos míos?

     Sí, hija mía, los conductores de mi Hijo, ¡cuántos, hija mía, van por el camino de la perdición! Mi Corazón sangra de dolor por todos ellos. Por eso necesitamos almas víctimas para que reparen los pecados de las almas consagradas...

     , hija mía, el mundo está cada día peor. Esas pobres almas, esas almas consagradas..., que mi Hijo se humilla a esas manos y baja para que lo conduzcan a donde quieran, ¡pobres almas! Los pecados de las almas consagradas, hija mía, claman al Cielo venganza. La venganza es terrible, y está a las puertas, hija mía.

     Las almas consagradas, hija mía, abandonan la oración y la penitencia y se introducen en los placeres del mundo... ¡Pobres almas! Cuando celebran el misterio de la Misa, hija mía, ¡qué poca fe ponen en él, hija mía! Por eso mi Corazón está sediento de almas que reparen, hija mía. Necesito muchas almas para reparar los pecados.

     Besa el suelo, hija mía, por las almas consagradas...

     Hija mía, por su impiedad en celebrar los misterios, por su amor al dinero, se van metiendo en el camino del abismo. Rezad por ellos, hijos míos; haced sacrificio y penitencia acompañado de la oración... ¡Pobres almas, las ama tanto mi Corazón! ¡Tanto las ama, hija mía, que mi Corazón tiene un hueco, un hueco para todos ellos, hija mía! Todo el que quiera refugiarse en mi Corazón, lo tengo preparado, hija mía.

     También llamo a aquellas almas que se han consagrado a mi Corazón con el fin de que mi Corazón las conduzca a mi Hijo. También hago ese llamamiento.

     Todos, hijos míos, todos unidos luchad, luchad por la gloria de Dios. No os acobardéis qué dirán, ni la calumnia, hijos míos. Dichoso aquél que sea calumniado por nuestra causa, hijos míos. No tengáis miedo. Orad, hijos míos, que orando el enemigo no podrá con vosotros.

     Acercaos al sacramento de la Eucaristía, pero antes lavad vuestra alma, hijos míos, con el sacramento de la Penitencia. Acercaos cada uno individualmente al sacramento de la Confesión. ¡Me agrada tanto, hijos míos! ¡Me agrada tanto que os pongáis a bien con Dios!... Mi Corazón de Madre sufre, hija mía, cuando veo que uno de mis hijos se precipita en el abismo, hija mía... ¡Es terrible, hija mía, el fuego del Infierno! Es terrible. Estos cuerpos no se consumen, hija mía; las llamas no los consumen. Es eterno, hija mía, este sufrimiento es eterno.

     Vuelve a besar el suelo por los pobres pecadores, hija mía[1]...

     No os riáis de los mensajes de vuestra Madre, hijos míos. Vuestra Madre os quiere salvar. Y tú, hija mía, busca la calumnia, busca la humillación. Bienaventurado aquél que sea calumniado por nuestros nombres, hija mía.

     Voy a daros mi santa bendición. Pero antes levantad todos los objetos; todos serán bendecidos...

     Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

     Adiós, hijos míos. ¡Adiós!



[1] Corte en la grabación; el contenido final del mensaje en cursiva ha sido extraído del o. c., nº 4, p. 446.