MENSAJE DEL DÍA 31 DE DICIEMBRE DE 1984
EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL
(MADRID)
LA VIRGEN:
Aquí está vuestra
Madre, hijos míos, como Madre y como amiga. Confiaos a mi Corazón. Como Madre,
porque soy vuestra Madre, hijos míos; por eso os sigo
avisando.
Vas a ver, hija mía,
otra escena de la vida de Jesús, hija mía. Cuenta lo que
ves.
LUZ AMPARO:
Está el Niño en el
Portal; ¡ay!, en esa cueva. Sigue ahí. Está san José y la Virgen, su
Madre.
Coge al Niño la Virgen;
le dice: “Rey mío, Rey de Cielo y Tierra, lucero de mis entrañas, amor del
Padre, amor del Hijo y amor del Espíritu Santo. Dios Eterno, que has dado la
hermosura a este Niño, primogénito tuyo y mío, Rey”.
La Virgen le acaricia,
y le dice a José: “José, no te he querido revelar un secreto hasta que Dios
Padre no me lo comunicase. Ha llegado el momento de comunicártelo. ¿Sabes que
nuestro Hijo, tuyo adoptivo y mío natural, tiene que ser
circuncidado...?”.
¿Qué es eso? ¡Ay!, circuncidado,
¡ah!
José pone la cara
muy... —¡huy!—, como si no lo entendiera.
La Virgen le dice:
“Tenemos que obedecer a las leyes de Moisés, es la ley de que todos los niños
sean circuncidados, y nuestro Hijo tiene que hacerlo también. ¡Qué dolor siento,
José, en mi Corazón!, porque pronto empieza a derramar la Sangre por la
Humanidad. Es inocente. No tiene pecado como todos los que van a circuncidarse,
pero hay que hacerlo. Tenemos que dar ejemplo, José”.
¡Ay!, san José mira al
cielo y dice: “Que se haga tu voluntad, Dios Sabio, Dios Omnipotente y Dios
Creador”.
La Virgen coge al Niño,
le acaricia y le dice: “Hijo de mi alma, tienes que ser circuncidado, hijo mío.
Hay que dar ejemplo al ser humano”.
El Niño responde:
“Madre amada mía, yo he venido a sufrir”.
¡Ay, cómo habla ese
Niño!
Acaricia la Virgen al
Niño. Lo tiene en sus brazos. ¡Ay, qué hermosura! ¡Ay, qué grande eres! ¡No hay
otra cosa más bonita que Tú! ¡Ay, Madre mía! ¡Ay, qué hermosura!
¡Ay!
Habla la Virgen a san
José y le dice: “José, vete y llama al sacerdote; que venga aquí a la cueva,
para que haga el sacramento[1]. No quiero sacar al Niño, para que
no se enfríe. Vete y avísale”.
¡Ay!, va san José, se
mete en un sitio, en una sala muy grande. Hay un hombre vestido con una cosa
colorada. Habla con él. ¿Quién es ese hombre? ¡Ah!... “Sumo Sacerdote —le dice
José—, mi esposa quiere que vayáis a casa a circuncidar a mi
Hijo”.
Coge ese señor, el que
le ha dicho que era el Sumo Sacerdote, llama a otros dos y se van con
José.
Llegan a donde está la
Virgen —¡ay!—. La Virgen sale a la entrada. Besa sus manos. Les dice que pasen.
Pasan dentro mirando a todas las partes. El de atrás le dice al de delante:
“¡Qué pobreza tiene esta mujer! Aquí no se va a poder hacer la circuncisión.
Está muy pobre este lugar”.
Llegan los tres dentro.
La Virgen le dice a Dios Padre, se arrodilla y le pide que no sea su Hijo
circuncidado, que si Ella puede pasar otro dolor por ése... Oye la voz del Padre
que le dice: “María, cuando tu Hijo nació, te dije que le amamantaras, que le
alimentaras, y le hablaras hasta que yo viniese a por Él. Esta es otra prueba,
María, es un sacramento[2]”.
La Virgen se coge el
pecho y se agacha con la cabeza en el suelo, y dice: “Hágase tu voluntad, así en
la Tierra como en el Cielo”.
Habla la Virgen con el
sacerdote y le dice: “¡Por favor!, que el cuchillo sea lo más suave posible. Que
no se haga mucho daño al Infante”.
La Virgen dice mirando
al cielo: “¡Ay, leyes santas, cuánto dolor causáis a mi Corazón! ¡Que mi Hijo
inocente tenga que pagar como un pecador!”.
Dicen a la Virgen que
no entre. No la dejan entrar. Cogen al Niño, pero la Virgen se arrodilla y les
pide que le dejen, que la dejen estar con su Hijo hasta el último momento de la
circuncisión. Ésos no le dejan...
Sale el que hay atrás y
la llama. Le da el Niño al otro. ¡Ay, que sí que la dejan! ¡Ay!, pasa la Virgen
a una habitación de la cueva, muy pequeñita.
Hay como un altar con
un paño blanco, dos velas... ¡Ay! La Virgen quita la ropa al Niño, ¡cómo le
quita la ropa! ¡Ay, qué Niño más rico! ¡Ay! ¡Ay!, pero, ¿qué le van a hacer con
ese cuchillo?
La Virgen pide: “¡Que
no le hagan mucho daño a mi Hijo!”.
¡Ay!, coge la Virgen
una toalla que lleva a la cintura, ¡ay!... Y pone un cacharrito debajo. Caen
tres gotas de sangre. Coge al Niño, ¡ay...!, le pone la toalla, le acaricia y le
dice: “¡Bien mío! ¡Amado mío!, ya empiezas a sufrir”.
¡Ay, cómo llora el
Niño! No llores, amor mío. ¡Ay, qué pena! ¡Pobrecito! Pero, ¿cómo le pueden
hacer eso? ¡Ay! ¡Ay, Madre mía! ¡Ay, ay, pobrecito, que no llore!
¡Ay...!
Hay muchos ángeles,
¡huy, cuántos ángeles! ¡Muchos, muchos! ¿Cuántos son? ¡Huy, no se pueden contar!
¡Ay! Dime cuántos hay. Ponme un número. ¡Ay! Doce mil. ¡Ay, cuántos! ¡Ay, cómo
cantan! Les dice la Virgen que canten para consolar al Niño. ¡Cómo cantan! ¡Ay,
qué hermosura!, ¡ay, qué hermosura!, ¡ay, qué hermosura!
La Virgen no deja al
Niño. Lo tiene en brazos. Llora mucho la Virgen... Aprende a
sufrir.
LA
VIRGEN:
Otro día, hija mía,
verás otra escena de la vida de Cristo.
LUZ
AMPARO:
¡Pobrecito!
LA
VIRGEN:
Ahora, os voy a
bendecir todos los objetos. Levantad todos los objetos... Todos han sido
bendecidos.
Os voy a dar mi santa
bendición: os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y
con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos.
¡Adiós!