MENSAJE DEL DÍA 1 DE ENERO DE 1985, SANTA MARÍA MADRE DE DIOS,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     LA VIRGEN:

     Hija mía, he esperado hasta el último momento porque hay presentes muchos curiosos; y dije en una ocasión: “¡Fuera los curiosos!”. Pues en estos momentos repito las mismas palabras: “¡Fuera los curiosos!”. No son dignos de participar en estos misterios tan santos. Te voy a revelar otro misterio, hija mía, de lo más profundo de mi Corazón; quiero que participes en él. Sigue viendo y explicando.

 

     LUZ AMPARO:

     Sigo viendo a María. Está con el Niño. Siguen en la cueva. Está san José. Tiene el Niño en brazos. San José está de rodillas; está orando. Se levanta; le dice a María: “María, esposa mía, tenemos que marchar de este lugar; tenemos que ir a Nazaret. Prepara tus cosas, que es largo el camino. No podemos seguir en este lugar, hay mucha humedad; hace mucho frío para el Niño. Arregla tu ropa y coge tus cosas y nos iremos, María, esposa mía”.

     María se queda mirándole y le dice: “José, esposo mío, soy obediente y haré lo que tú quieras. Con mucho dolor de mi Corazón dejaré este lugar donde han sucedido tantos misterios, donde ha nacido el Primogénito de Dios y el Primogénito mío; pero si tú, esposo mío, quieres que marchemos, marcharemos”.

     María se levanta con el Niño en brazos; mira por toda la casa; mira en las habitaciones y se pone la mano en el pecho; levanta la vista al cielo y dice: “Dios celestial, mi Creador, si es tu voluntad que abandone este lugar..., pero sabes que hay otro misterio que se tiene que cumplir en este lugar. Yo lo he leído en las Escrituras y esto tiene que cumplirse; pero soy obediente hasta la muerte y obedeceré a mi esposo”.

     En este momento se oye un gran ruido. ¡Qué voz! Esa voz le dice: “José, casto José; María, pura doncella; sentaos, que voy a comunicaros otro misterio”.

     ¡Ay, están esos tres hombres ahí!, los que han circuncidado a Jesús. ¡Ay, se ponen la mano para arriba! Ellos también han oído esa voz. Se arrodillan. ¡Huy!, oyen la voz... ¡Huy, aparece ahí una luz...! Es un ángel. ¡Ay!

     “María, soy el ángel san Gabriel —le dice—. Traigo un nuevo nombre para tu Hijo primogénito. Se llamará Jesús”.

     La Virgen se agacha con la cabeza en el suelo, pone el Niño recostado en el pesebre y exclama: “Dios Creador, mi Dios omnipotente, mi Hijo, en mis entrañas, cuando tomó carne humanizada, me reveló este nombre, que se llamaría Jesús; pero he querido escuchar de tus labios este mismo nombre”.

     Entonces, José se levanta con las manos al cielo y, mirando, dice: “Esposa mía, yo también sabía este secreto; pero no quería revelarlo hasta que no fuésemos revelados ante los dos este secreto[1]”.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, qué hermosura! ¡Ay, ay, qué grande es esto! ¡Ay! Entonces, ¿qué hace ese señor? ¡Ay!, coge un papel, se levanta, coge y escribe con una pluma, como si fuese una pluma de un ave, y escribe el nombre. ¿Qué pone ahí en ese nombre? ¡Ay, el nombre de Jesús! Estos hombres juntan las manos y miran al cielo y dan gracias a Dios y dicen: “Dios Salvador ha resucitado en nosotros la fe, la fe, el amor. Seremos fieles, muy fieles, porque se ha movido nuestra alma dentro de nuestro cuerpo”.

     ¡Ay! Aparece otro ángel y otros muchos. Llevan un escudo en el centro del pecho, con un cordón colgado. Pone en todos los nombres: “Jesús, Jesús”. Y otro ángel lleva un gran pliego de papel y lo enseña, con el nombre de Jesús. ¡Ay, qué hermosura! ¡Qué grande eres, Madre mía! ¡Dios mío, qué cosas hay ahí! ¡Cuántas cosas...! ¡Ay, ay, Madre, qué luces! En esos cuerpos sale mucha luz, y los rayos forman encima de la cueva donde está el Señor... ¡Ay, “Jesús”, “Jesús” pone! Todos los ángeles se ponen alrededor y se arrodillan adorando a Jesús. ¡Qué hermosura! ¡Qué hermosura de Niño! ¡Ay, qué hermosura!

 

     LA VIRGEN:

     Sí, hija mía, la Víctima inocente ha sido circuncidada siendo inocente, para...

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, pobrecito! ¡Pobrecito! ¡Ay, qué cara tiene! ¡Ay, qué lindo eres! ¡Pobrecito! ¡Ay, ay, qué lindo eres! ¡Ay, pobrecito! Tráelo un poquito sólo. ¡Ay, sólo un poquito! ¡Ay, ay, qué grande! ¡Ay, ay, qué lindo eres! ¡Ay, qué hermosura! ¿Ya no lloras? ¡Ay, tómalo! ¡Ay, ay, ya no llora! Ya está bueno, ¿eh? ¡Ay, qué cosa más grande! ¡Ay, qué Niño! ¡Ay, ay!

 

     LA VIRGEN:

     La Víctima inocente ha derramado su Sangre para dar ejemplo a la Humanidad en obediencia, hija mía, porque Jesús nació sin mancha; pero se humilló a las leyes para dar ejemplo al ser humano. Se igualó a todos aquéllos que iban a circuncidarse. Entre ellos mira cuál conoces.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay! ¿También ha ido ese niño...? ¡Ay!, ése es el de esa señora que fue el Ángel. ¡Ay! ¿El Precursor? ¡Ay, qué grandes sois! ¡Cuántos misterios tenéis ahí, ¿eh?

 

     LA VIRGEN:

     Por eso quiero que participes en mis misterios. Y los vas a participar todos, hija mía, todos te serán revelados.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, qué alegría: todos! ¡Ay, qué alegría! Y ahora, ¿qué hacéis ahí? ¿Vais a estar ahí? ¿Hasta cuándo?

 

     LA VIRGEN:

     Hasta que vengan los Magos de Oriente a traer presentes a mi Hijo.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay! ¡Ay, qué alegría! ¡Ay...!

 

     LA VIRGEN:

     También le gustó a José que mi Hijo tuviese regalos.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay! ¡Ay, Madre mía! Yo quiero ya no estar en la otra parte. Quiero estar en ésta. Yo no quiero ir al otro lado más. ¡Ay, qué alegría! ¡Qué bien se está aquí con tantos ángeles! ¡Madre mía, qué cosas!, ¿eh? ¡Ay, cuántos! ¡Qué luz sale de ahí, del centro! ¡Ay, pues dime hoy todo! ¡Anda, hoy todo! ¡Ay!

 

     LA VIRGEN:

     Se te serán revelados poco a poco, hija mía.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay!, ¿ahora otra vez así? ¡Ay, qué alegría! ¡Madre mía, ayúdame Tú a ser mejor!, ¿eh? Porque soy más mala... ¡Ay! Pero ¿cómo se puede ser buena? ¡Ay, ayúdanos Tú, Tú, Madre mía, Tú que eras tan buena! ¿Y cómo has dicho que eras una vil gusano, si Tú eres muy buena? ¡Ay, qué alegría! ¡Ay...!

 

     LA VIRGEN:

     Son unos días de alegría y de gozo, hija mía. Quiero que participéis en ese gozo. Por eso te hago ver toda la vida de infancia de Jesús.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, qué grande! ¡Ay...! Bueno, pues ahora nos das la bendición a todos los que hay ahí abajo. ¡Ay, a mí también! ¡Ay! Otro día me dices más cosas, ¿eh? Pero muy largas, muy largas. ¡Ay qué cosas, Dios mío...! ¡Ay!, ni estoy abajo, ni estoy arriba. Pues entonces, ¿dónde estoy? ¡Ay...!

 

     LA VIRGEN:

     Con humildad conseguirás estar arriba, hija mía.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Oy!, pues ¿cuando será...?

 

     LA VIRGEN:

     Voy a dar mi santa bendición: os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

     Adiós, hijos míos. ¡Adiós!



[1] Construcción gramatical extraña; quiere decir: “...hasta que nos fuese revelado ante los dos este secreto”.