MENSAJE DEL DÍA 6 DE ENERO DE 1985
EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)
LA VIRGEN:
Hija mía, este día no podía faltar mi santa bendición, y también quiero que participes un poco, hija mía, del misterio; todavía no ha acabado ahí. Sigue diciendo lo que vas a ver.
LUZ AMPARO:
Veo, veo que está la santísima Virgen en la Cueva, está san José, está el Niño. San José le dice a la Virgen: “María, tienes que recoger las cosas que más falta te hagan para marcharnos de este lugar”. Hay muchas cosas; la santísima Virgen las está recogiendo. ¡Ay, cuántas cosas!
Entre todas esas cosas hay tres frascos de cristal metidos en una madera. ¿Eso es lo que trajeron los Reyes? ¡Ay!, pues, ¿qué hay en eso? ¡Ah! En uno dice que hay incienso, en el otro hay mirra y en el otro hay oro. Eso se lo han ofrecido. Le dice María a José: “Coge esos tres frascos. El de oro lo vamos a repartir con los pobres”. ¡Ay, cuánto oro molido! ¡Cómo brilla! ¡Oy, Madre! ¡Ay!, ¿no es oro molido eso? ¡Ay!
La Virgen coge muchos juguetes, coge las mantas, mira todo el lugar, toca el pesebre donde está el Niño, se pone de rodillas, lo besa y le dice a san José: “José, yo te obedeceré en todo. Yo seré tu esclava, lo que tu digas haré. Pero ¡qué dolor siente mi Corazón al despedirme de este lugar! ¡Han sucedido tantas cosas en él! ¡Tantos misterios ha revelado Dios mi Creador en este lugar! ¡Qué pena siente mi Corazón de abandonarlo!”. San José le dice: “Esposa mía, es preciso marchar lejos de aquí, hay que darle a este Niño más comodidad de la que tiene; no mucha, pero por lo menos, hasta que muera en la Cruz, tenemos que darle más comodidades”.
La Virgen le dice: “Hace mucho frío, ¿dónde vamos a ir?”.
Entonces, ¡ah!, ¡cómo entra! Entonces, ¿qué van a hacer ahí?
¡Ay! ¡Muchos! ¡Huy, cuántos!, ¡cuántos ángeles! ¡Oy, muchos a este lado!, ¡muchos niños!, ¡hay mucha gente!; ¡oy!, lloran. ¡Oy!, ¿por qué lloran? ¡Ay, pobrecitos, porque se va el Niño! La Virgen les dice: “No tengáis cuidado. Tenemos que marchar. Así está escrito. Seguid el camino de Dios y cumplid con las leyes de Moisés. Yo os tendré presentes”.
¡Ay, pobrecita! Coge al Niño, se pone de rodillas, le besa los pies. ¡Ay!, otra vez le dice: “Lucero de mis entrañas. Hostia viva en mis manos. Estás reclinado en esta indigna doncella”.
¿Por qué dices eso? ¡Ay!, si no eres indigna. ¡Pobrecita! ¡Ay!
Besa el suelo, ¡ay!; san José también...
¡Ay, pobrecita! ¡Ay, qué triste está! ¡Ay! ¿Por qué se tiene que ir de aquí? ¡Pobrecita! ¡Ay!, ¿dónde iréis ahora? ¡Ay!, ¿será mejor el sitio? ¡Ay, qué pena le da!, ¡cómo toca con la mano todo el pesebre donde ha estado el Niño!, ¡cómo se reclina en él!, como si lo abrazase, y mira al cielo, y le dice a Dios Padre: “Dios Padre omnipotente, tened misericordia de mi Hijo, no quiero que sufra ningún tormento, es muy pequeñito, tiempo tendrá. Protegedle. ¡Ay!, mandadme a mí”.
¡Ay, pobrecita! ¡Ay!
“Tiempo tendrá de sufrir, es un Infante inocente. No soy digna, Dios mi Creador, de haberse engendrado en mis entrañas este Niño tan perfecto”.
¡Ay, pobrecita!
“Quiero que lo protejáis, que hace mucho frío”.
¡Ay! ¡Ay, qué frío hace ahí! ¡Ay! ¿Está muy lejos el camino? ¿Qué modo hay para llegar? ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay!, oye al Ángel que dice: “María, fuera hay dos pollinos, cogedlos: en uno cargad todas las ropas del Infante, todas las prendas que más falta os hagan, y en el otro montad con vuestro Hijo. Os llevará a Jerusalén; allí tendréis que presentar a vuestro Hijo”.
¡Ay!, ¿otra vez? ¿Qué le van a hacer ahora? ¿Otra vez tiene que presentarlo? ¡Pobrecito! ¡Oy! ¡Ay! ¡Pobrecito! ¡Ay!, déjame que te lo bese. ¡Pobrecito!, ¿que te vas? ¡Ay, déjame! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay, qué pena! ¡Ay...! ¡Ay, pobrecito! ¿Qué te irán a hacer ahora? Vete con tu Madre. ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay, pobrecito! ¡Ay! ¡Ay!
Cómo cargan el borrico. ¡Ay!, las mantas. ¡Ay, cómo lía al Niño! ¡Ay!, monta la Virgen en él. ¡Ay!, le sujeta san José al Niño. ¡Ay!, se ha echado una manta por encima. ¡Ay!, coge al Niño y el otro borrico lo ata junto al otro, detrás cargado. Van andando, andando...
¡Oy, qué tiempo hace! ¡Ay!, van con el burro. ¿A dónde irán ahora? Pero van los ángeles con ellos.
¡Ay, qué bien! ¡Ay!, con los ángeles sí que vais bien.
¡Ay!, ¡cómo toda la gente se queda ahí atrás llorando y diciendo: “Adiós, Madre amada. Adiós, tierno Niño. Adiós todos”! Cómo lloran los niños, ¡pobrecitos! ¿Cómo no van a llorar si se va? ¡Ay, qué pena! Después de haber estado ahí tanto tiempo. ¡Cómo mira la Virgen para atrás! ¡Qué pena le entra, ¡ay, Dios mío! ¡Ay!, coge la mano al Niño y se la besa, y le dice: “Amado mío, ¿me dais permiso para poderos besar en el rostro?”. El Niño le dice: “Madre amada, haz de mí lo que quieras, y te doy gracias, Madre amada, por haberme criado con esa leche virginal. Todas las generaciones te adorarán[1], Madre amada”.
¡Ah, qué grande eres! ¡Ay, cuánto la quieres! ¡Ay!
Responde el Niño: “Todo aquél que te ame a Ti, Madre, me amará a mí. No puedo decir que Tú y yo somos una misma cosa, porque Dios y yo somos una misma cosa, pero Tú eres mi Madre natural. Me has dado carne, me has amamantado con tu virginal leche. ¡Ay, gracias!”.
¡Ay, qué cara más bonita! ¡Cómo le toca la cara la Virgen! ¡Ay, qué alegría! ¡Huy, qué hermoso eres!
Van andando, andando con los dos borricos. ¡Ah, pobrecitos, qué largo es ese camino! ¡Ay!, ¿dónde irán tan lejos? ¡Ay!, no hay ni un árbol, ¡oy!, ni una casa siquiera, ¡pobrecitos! ¡Ay!, ¿estará muy lejos el camino? Anda, pregúntale a José que si está muy lejos, ¡ay, pobrecita! ¡Ay! Anda, pregúntaselo. ¡Ay! ¡Ay, a más de dos leguas y media! ¡Ay, pobrecito! ¿Y cuánto es eso? ¡Ay!, ¿eso es muy lejos? ¡Ay!, ¿se os va a hacer de noche? ¡Ay! ¡Ay! ¿Dónde vais a pedir, dónde os quedáis?, ¡pobrecito!, ¡ay, ay!
A lo lejos allí hay un castillo. ¡Ay! Allí pedir que os abran, ¡ay!
¡Ay, sale un hombre! ¡Oy, qué cara tiene también ése! ¡Oy!, ése no tiene cara de ser bueno, ¿eh? Ése no os va a dejar entrar. Llamad a ver. ¡Ay!, ¡ay!, llama la Virgen y le dice: “Buen hombre, ¿me dais posada para albergar a mi Hijo del mal tiempo y a mi esposo?”.
El hombre no le hace caso. ¡Oy, parece que está sordo!... Ni caso, ¡anda que!... ¡Uh..., pobrecito, díselo otra vez!
¡Ay!, le toca así un poco san José y le dice que si le puede albergar, que el Niño es muy pequeñito y va a coger frío.
¡Ay, está sordo ese hombre!, ¡ay!, sordo y tampoco ve. ¡Ay!, ¿pues qué hace ahí si está así? ¡Ay!, le coge y le mete dentro. Pues, ¿cómo, si no le ve? ¡Oy, mételes dentro a los dos! ¡Ay, no los dejes ahí! ¡Ah, bueno, pues ya sale esa mujer! Ésasí que los va a entrar para dentro. ¡Qué lumbre hay más grande! Anda, sentadlos ahí, ¡pobrecitos, que están heladitos de frío! En esos bancos de madera que hay ahí. ¡Pobrecitos! ¡Ay, qué pena! ¡Ay, Madre, qué pena! ¡Ay!, ahí sí que vais a estar bien. ¡Ay, ya entran! ¡Ay! ¡Ay!, la Virgen le dice a esa señora: “¿Es tu marido?”. Le responde: “Sí, Señora, es mi marido; no ve ni oye”.
¡Ay, por eso no le hacía caso! ¡Oy, pobrecito, yo que decía que era malo! ¡Ay!
“No os preocupéis, bella doncella, que aquí os cogeré y os cobijaré hasta que el tiempo cambie y cojáis de nuevo el camino”.
Y vosotros, ¡ay!, pues, ¿qué pasa? ¡Ay!, ¡ay, pero dile tú también algo! ¡Ay, claro!, porque siempre lo tiene que decir la Virgen todo, siempre; ¡ahí tan calladito, pobrecito!
¡Ay! “Os prometo —le dice la Virgen a la señora—, os prometo pagaros este gran favor. Dios mi Creador no os dejará sin recompensa”.
¡Ay! ¡Cómo empieza el hombre a ver! ¡Oy, y a oír! ¡Ay, cómo ya oye!, ¡ay! ¡Ay!, se arrodilla, se arrodilla ante el Niño y mira al cielo y dice: “Qué favor tan grande me ha otorgado el Cielo por medio de este Divino Niño. Prometo adorarle y glorificarle”.
¡Oy!, ¡cómo ve ya todo!
¡Ay!, le dice la Virgen: “¿No os dije que no quedaríais sin recompensa? Dios siempre da ciento por uno, y éste ha sido vuestro favor. Ha sido recompensado”.
¡Ay, qué contentos! ¡Ay!, los dos se arrodillan y besan el suelo. ¡Ay, qué buena eres Tú! ¡Ay!
El hombre sale y mete a los borricos, les echa de comer y los limpia con un cepillo y les pone una manta por encima para que no cojan frío.
¡Ay, cómo ve ya!
¡Ay!, ya es la hora de
salir otra vez. El día está muy bueno, no hace nada de frío. ¡Ay, qué bien!
Montan otra vez en el burro y se van. Llegan a una sala muy grande, hay un
letrero que pone: “El Templo de Jerusalén”. ¡Ay!, que hay como un
tablao[2] allí, y un altar, pero sin Virgen y sin nada, y no hay sagrario.
¿No hay nada ahí? Hay un altar como cuando le hicieron eso al Señor. ¡Ay!, con
un pañito blanco. ¡Ay!, unas velas. ¡Ay! Pone la Virgen al Niño encima. Hay un
señor muy mayor. Desde abajo hay mucha gente. Sube ese señor y coge al Niño.
¡Ay!, le abraza, le besa los pies y este señor le dice... —Pues, ¿quién es ese
hombre, también?—. ¡Ay!, le dice: “Ya se ha
cumplido la profecía, ya puedo morir tranquilo. Está cumplido”. El Niño le dice:
“Te he llenado de sabiduría —¡ay!—; esta sabiduría que la emplees para hacer el
bien en todas las naciones donde te encuentres”.
¡Ay!, pues ¿quién es?
¡Ay!, ¿cómo se llama? ¿Salomón? ¡Oy!, ¿quién es ése? ¿Un rey también? ¡Ay!, pero
¿ése qué lee? ¡Huy!, ¡ay!, pues ¿qué le pasa? ¡Ah, que es el hombre más sabio!
¡Ay, pues qué bien! ¡Ay, cuántas cosas!
¡Ay, mucha gente! ¿Y esos hombres vestidos de
colorado? ¡Ay!, ¿también los ángeles están ahí? ¿En todos los lugares? ¡Ay, qué
cosas!, ¿eh? ¡Huy! ¡Cuántas cosas! ¡Ay, Madre mía, qué buena eres!, ¿eh? Con tu
Hijo, ¿eh?, ¡ay, qué buena! ¡Ay! Ahí se ponen a leer un libro. ¡Ay!, las leyes
que hay que cumplirlas, las leyes en el templo.
¡Ay, cuántas cosas!, yo
quiero que me las enseñes así, para entenderlas, porque, si no, es que no me
entero, ¿eh? ¡Ay!, y ahora, ¿dónde vas a ir?; cuándo salgas de ahí, ¿a dónde vas
a ir? ¡Ay! Llama a José, la Virgen le llama. Está ese hombre que le ha dicho
eso, ése que es Rey. Hay muchos hombres, muchos, y sacerdotes también, y le dice
la Virgen a san José: “José, cuando sea tu voluntad de marchar, aquí está tu
sumisa esclava”. San José le dice: “Hay que marchar para
Nazaret”.
¿Otra vez a otro sitio?
¡Pues anda que no paran, pobrecitos!
¡Ay!, y le dicen que
dónde está Nazaret los que hay ahí, que dónde van, a qué parte, y dice que a la
parte de Palestina.
¡Ay, cuántas
cosas!
¡Ay!, otra vez la
Virgen se pone de rodillas ante el Niño, y le dice: “Dios mío, lucero mío,
¡cuánto te amo!, pero por encima de mi amor está el de Dios. Que se haga su
voluntad en todo y la Tuya. Vamos a marchar, Rey mío”. ¡Ay!, ¡ay, pobrecito,
otra vez para allá! ¡Ay! “Tendremos que cumplir las leyes, dar ejemplo para la
Humanidad”.
¡Ay! ¡Ay!, ¿por qué
tenéis que cumplir vosotros eso, si sois quien sois?
LA
VIRGEN:
Por eso, hija mía,
porque somos quien somos, tenemos que dar ejemplo de humildad y de obediencia, y
con la humildad, hija mía, se podrá conseguir todo.
Por eso os pido, hijos
míos: quiero que seáis pequeñitos, pequeñitos como este Niño, para poder llegar
altos, muy altos. Sí, hijos míos, la humildad es muy importante para la
salvación.
Os voy a dar mi santa
bendición, con el privilegio de bendecir los objetos. Levantad todos
los objetos...
LUZ
AMPARO:
¡Oy!, ¿esto?...
¡Ah!
LA VIRGEN:
Tienen una bendición
muy especial.
Os bendigo, hijos míos,
como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu
Santo.
Adiós, hijos míos.
¡Adiós!
[1] Varias acepciones del verbo “adorar” son aplicables a María santísima: “Reverenciar con sumo honor o respeto a un ser, considerándolo como cosa divina” (o divinizada). También, “amar con extremo”; o bien “tener puesta la estima o veneración en una persona o cosa”. Son esclarecedoras, al respecto, las palabras siguientes del mensaje atribuidas al Niño Jesús.
[2] Vulgarismo por “tablado”.