MENSAJE DEL DÍA 13 DE ENERO DE 1985
EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)
LA VIRGEN:
Hija mía, voy a seguir revelándote otro misterio. Di lo que ves, hija mía.
LUZ AMPARO:
Veo otra vez a la Virgen, está en el templo. Está orando allí con el Niño en brazos, con san José también. ¡Cuántos ángeles! Están con las manos juntas mirando al cielo, ofreciendo a su Hijo. También le dice a José: “José, nos vamos a quedar durante nueve días orando en el templo y ofreciendo a nuestro Hijo, mío natural y tuyo adoptivo, ofreciéndolo a Dios Padre”.
¡Ah! Están orando los dos; san José con la cabeza en el suelo, la Virgen con el Niño en brazos mirando al cielo. Están en otro sitio, no están en el otro. ¡Ay!, ahí en el altar hay ángeles, como si fuesen de oro, al lado de eso que hay ahí. También hay una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once, doce; doce vacas de oro en ese altar. ¡Ay, cuánto oro hay ahí! También hay leones. ¡Ay, cuánto!, ¡y qué bonito es eso!, ¡qué grande! ¡Cuánto oro!, y hay también diamantes, ahí enfrente a la pared esa. ¡Ay, cuántos!
¡Ay!, están de
rodillas. Los ángeles están cantando. ¡Ay!, se abre otra vez ese ruido y se oye
la voz que le dice:
“María, tendrás que marchar, no podrás estar aquí más
tiempo”.
¡Ay, pobrecita! Pues,
¿dónde se va a ir ahora? ¡Ay!, Ella responde: “Soy vuestra esclava, hágase
vuestra voluntad”.
¡Ay!, se van a
levantar. ¡Ay, cómo la coge san José! La levanta. Salen del templo. Los ángeles
salen con ellos. Por esa parte salen a la calle. ¿Dónde irán ahora? Vuelven a ir
por esa calle. Van a donde estaban antes. Hay una mujer con una niña en la
puerta, una niña paralítica; ¡ay, pobrecita!, ¡qué cara tiene! ¡Ay!, ¿qué le
pasa?, echa espuma por la boca. ¡Ay, si es la mujer de ahí, de la posada! ¡Ay!,
toca a la Virgen. ¡Ay, pobre niña!, la toca esa mujer.
¡Ay! Le dice la Virgen: “Esta hija, ¿es
vuestra?”.
Le dice la mujer: “Sí, Señora, amada doncella,
es mi hija. Tiene epilepsia y está paralítica...”. ¡Ay, pobrecita! “Y mi esposo
también está muy enfermo”. ¡Ay, pobre también!
Le dice la Virgen: “Buena mujer, ¿qué le pasa a
tu esposo?, ¿también está muy enfermo? Entrad”.
Entran para dentro.
¡Ay!, la Virgen coge al Niño, le mira. Le dice: “Amado mío, ¿dais permiso para
echar a ese enemigo de esa pobre doncella?, la está
martirizando”.
¡Ay, pobrecita! Pues,
¿qué tiene? ¡Ay!, la Virgen le dice: “Entrad dentro. Llamad a vuestro
esposo”.
¡Ay!, ¿qué van a
hacer?
Dice la Virgen: “Os ruego salgáis
inmediatamente de ese cuerpo, en nombre de Jesús. ¡Salid fuera, a la profundidad
de los Infiernos!”.
¡Ay, lo que sale! ¡Ay,
cómo sale! ¡Ay, pobrecita! ¡Ay! ¡Ay, ésos son demonios! ¡Ay, pobrecita!
¡Ay!
“Y vosotros, adorad a
Dios vuestro Salvador; no adoréis a dioses falsos.
¡Andad!”.
¡Ay, anda la niña! ¡Oy,
qué grande eres; qué grande eres! ¡Ay! ¡Cómo anda! ¡Ay, cómo anda!, ¡y el hombre
está bueno!
¡Ay, qué pena!, ¿cómo
tendrán eso dentro? ¡Pobrecita! ¡Ay...! ¡Ay, pobrecita! ¡Ay,
pobrecitos!
“Marchaos de aquí, ¡no
volváis a apoderaros de esta doncella!”.
¡Ay, cómo corren! ¡Qué
malvados sois! ¡Ay, pobrecita!, ¡cómo estaba!
¡Ah! La mujer le da las
gracias, ¡pobrecita! Pone la cabeza en el suelo y le da las gracias. ¡Ay, que es
tan pobrecita! ¡Ay! ¡Pobrecita! ¡Ay! ¡Ay!, ahora, ¿qué vas a hacer? ¡Ay! ¡Ay!,
¿qué le dice? ¡Ay, cómo te besa la mano la mujer!
“¡Gracias! —le dice—,
¡gracias, amada doncella, por estos favores que me habéis
otorgado!”.
¡Ay, pobrecita!, ya
tiene a su hija buena y a su marido. ¡Ay!, ya se van para dentro con el Niño en
brazos. Se van a la habitación. ¡Ay!, ya se sientan ahí. ¡Cómo están rezando!,
¡ay, siempre rezando!, ¡con las manos juntas! San José pone la cabeza en el
suelo y da gracias a Dios Padre por haberle otorgado ser esposo de
María.
¡Ay, qué grande eres!
¡Ay!, ahora, ¿qué van a hacer? ¡Ay, están echando al Niño ahí! ¡Cómo le pone los
pañales!
¡Ay! Beben algún
líquido. ¡Ay!, como si fuese un vaso de leche. ¡Ay!, san José se va a la
habitación, se acuesta; y la Virgen está orando de rodillas, está orando. ¿Por
qué no descansas Tú también? ¡Pobrecita!
¡Ay, que viene una luz
a esa habitación! Una luz y un ruido. Pero, ¿qué es eso? ¡Ay!, un ángel también.
¡Ay! ¿Qué le dice?: “Levantad, José. Coged a María y a su Hijo y huid a Egipto.
Herodes está buscando al Niño para matarle. Huid y estad allí hasta que yo os
avise”.
¡Ay!, se levanta
corriendo. Llega y le dice: “María, tenemos que marchar. He tenido un aviso de
que Herodes quiere matar a tu Hijo”.
¡Ay!, María le dice:
“José, ya lo sabía. Ese misterio también me lo había revelado Dios, mi Creador.
Tenemos que huir. Coge la ropita del Niño. Vámonos lejos, muy
lejos”.
¡Ay, pobrecita, otra
vez! Ella coge al Niño. Coge la ropa, ¡ay!, y se van; ¡pobrecitos, otra vez!
¡Ay! ¡Ay, otra vez con el Niño y con los borricos, otra vez!
¡Ay!
Pone ahí un letrero,
¿qué pone?: “Belén”. ¡Ay!, ¿Belén? ¡Ay!, se van por ese camino. ¡Ay!
¡Pobrecitos, otra vez! Van andando, andando. La Virgen ¡cómo hace oración en el
borrico mirando al cielo! ¡Ay! ¡Cómo le dice al Niño! ¡Ay, pobrecito! ¿Qué le
dice? ¡Ay! ¡Ay!, llama a José, le dice: “Deteneos, que nos va a bendecir nuestro
Redentor. Nos ha dado permiso para bendecirnos”.
¡Ay!, se baja la Virgen
al suelo, se arrodillan, y el Niño ¡cómo hace con la mano una bendición! ¡Ay,
tan pequeño, los bendice! ¡Ay!, se santiguan. ¡Ay!, le dice la Virgen: “José, ya
estamos bendecidos, no tenemos que tener miedo a nadie, con nosotros va Dios
encarnado. ¿Quién puede matarte, bien mío? ¿Quién puede desear tu muerte? Cuando
Tú das la vida a todos para que participen de tu Reino. ¿Quién es capaz, bien
mío? ¡Lucero mío de mis entrañas! ¿Quién es tan malvado para matarte y querer
tal?”.
¡Ay, pobrecito! ¡Ay!
¡Pobrecito! ¡Ay, le limpia la Virgen! ¡Ay, cómo le limpia con sus manos la cara
de su Madre! ¡Ay, cómo la limpia, pobrecito, tan pequeño! ¡Ay!, pero, ¿quién te
querrá matar a Ti, mi bien? ¡Ay, pobrecito!
¡Huy!, si se para ahí.
¿Ahí está donde nació? ¡Ahí, eso es! Hay muchos ángeles allí. ¡Ay, si van otra
vez allí! ¡Ay! ¡Huy, que no!
¡Ay, cómo mira la Virgen a ese sitio! ¡Ay, si es donde nació! ¡Ay, vienen los ángeles; bueno, vienen al camino, se arrodillan y cantan! ¡Ay! ¡Ay!, cómo le dice: “María —le dice José—, sé que te agradaría acercarte a ese lugar donde se ha humanado el Verbo, pero no podemos. Es preciso salir y no pararnos en ningún lugar”.
¡Ay! Ahí están los ángeles. ¡Ay! Le dice la Virgen: “Sí, José, soy tu humilde esclava, lo que vos queráis haré”.
Van andando, pobrecita, ¡cómo mira! ¡Ay, cómo lleva al Niño!, ¡cómo le aprieta! ¡Ay, qué grande! ¡Ay! ¡Ay!, van andando, andando. ¡Oy!, le dice María a José: “José, cerca está la ciudad donde está mi prima Isabel. ¡Cuánto me agradaría visitarla y darle el recado de que quieren matar al Verbo humanado!”. ¡Ay! José le dice: “María, sé que sientes un gran dolor cuando te diga que no puedes visitarla. Es preciso seguir el camino y no pararnos”.
¡Ay!, viene un ángel.
Le dice la Virgen: “Acercaos donde Isabel y decidle que vamos camino de
Egipto, que Herodes quiere matar al Niño, que tenga cuidado y que preserve,
¡preserve a Juan, que también querrán matarle!”[1]
¡También, pobrecito! ¡Ay, ay!
“Decidle que mi Corazón siente un gran dolor: no poder visitarla. Pero es preciso no pararse”.
¡Ay!, se va el ángel. ¡Ay!, le dice la Virgen: “José, seguid adelante, vuestra sumisa esclava está a vuestros pies”.
¡Ay, qué grande eres! ¡Qué buena eres! ¡Cómo aprieta al Niño! ¡Pobrecita, cómo mira! Va rezando y va besando al Niño. ¡Ay, qué grande eres!
¡Ay! ¡Cómo va allí el ángel! ¡Ay! Viene por ahí con uno. ¡Ay, si parece que vienen en el aire! ¡Ay, ya llegan! ¡Cómo van a cogerlos! ¡Ay!, ése trae unas alforjas, ¿o qué es eso? ¡Huy, cuántas cosas!
¡Ay!, ya llegan. ¡Ay!, es un hombre. ¡Ay, cómo le da las cosas!
“Tomad, bella doncella, vuestra prima me ha ordenado que os traiga todas estas cosas: comida, ropa, para que podáis proteger a vuestro Hijo del frío, y podáis alimentaros”.
¡Ay, trae tela! ¡Ay, de esas piezas, y comida! Lo coge san José; ¡ay!, lo pone en el borrico. ¡Cómo se va ése! Les dice: “Dadme vuestra bendición Señora, y pido también la bendición del Infante”.
El Niño levanta la mano y hace una cruz en su frente. ¡Ay, qué bueno eres! Y le dice: “No digáis a nadie que nos habéis visto por este lugar, porque Herodes nos buscará para matar a mi Hijo”. Él le dice: “Estad tranquila, amada doncella, no diré nada desde este momento. Para mí...”.
¡Ah! ¡Bueno, cómo se va! ¡Ay!, se van para alante. ¡Ay, qué aire y qué frío, pobrecitos! ¡Ay! ¿Qué dice la Virgen?: “José, hay que descansar, estáis agotado”.
“Y Vos, amada Señora, esposa mía, también estáis cansada, tenéis que descansar”.
¡Ay! Se meten por ese camino. Se ponen así en el suelo, en una cueva de piedra. Se refugian ahí. ¡Ay! ¡Ay, qué pobrecitos!, ¡qué pobreza! ¡Ay! ¡Ay, qué pena! ¿Cómo pueden estar ahí, tan pobres? ¡Ay, pobrecitos! ¿Dónde vais a ir ahora? ¡Ay!, le dice la Virgen: “Descansad, José, estáis rendido”.
Se pone a rezar, ¡pobrecita, siempre rezando!, y ¿cuándo vas a descansar Tú? ¡Ay!, se echa en la piedra José, y Ella se queda con el Niño. ¡Ay, sin una casa y sin nada donde ponerse!
LA VIRGEN:
Sí, hija mía. ¡Cuántas veces dijo mi Hijo que el Hijo de Dios no tenía ni dónde reclinar la cabeza! Aprended, hijos míos, aprended en la pobreza.
Y tú, hija mía, sé humilde, muy humilde, para que puedas alcanzar el Cielo.
Voy a bendeciros, hijos míos; pero antes, os voy a bendecir los objetos.
Levantad todos los objetos... Todos han sido bendecidos con gracias especiales, hijos míos.
También te digo, hija
mía, que te seguiré revelando los misterios aquí ocultos, para ti.
Ahora os voy a dar mi bendición, hijos míos.
Os bendigo como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.
Adiós, hijos míos. ¡Adiós!
[1] El
fragmento resaltado en cursiva falta en la cinta de audio disponible. Se
ha tomado del o. c., nº 5, p.
27.