MENSAJE DEL DÍA 2 DE MARZO DE 1985, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     LA VIRGEN:

     ¡Ay!, hija mía, estás triste; mi Corazón también está triste, porque los hombres siguen en la obstinación del pecado. En los hogares, hija mía, se pelean los hijos con los padres, los padres con los hijos, hermano contra hermana, hermana contra hermano, suegra contra nuera, nuera contra suegra. Hacen ellos mismos la guerra, hijos míos. Se odian, hija mía, se odian, no quieren paz, quieren guerra. Por eso te pido, hija mía, que hagas mucha oración; la oración lo puede todo.

     No te abandones, haz sacrificio, sacrificio y penitencia, hija mía. Piensa que aunque hay muchas almas que aún no se han convertido, hay otras muchas, hija mía, que están convertidas, han llamado a nuestros Corazones, y nuestros Corazones han abierto la puerta de par en par, para que entren en ellos, hija mía. Por eso te pido oración, acompañado de sacrificio. ¡Pobres almas, hija mía!

     Besa el suelo, hija mía, por todos los pecadores del mundo... Por todos, hija mía, porque todos sois hijos míos.

     Vas a ver a mi Hijo, hija mía.

 

     EL SEÑOR:

     Luz, ¿por qué estás triste? ¡Cuántas veces te he dicho que el discípulo no es más que el maestro! Piensa, hija mía, que a mí, siendo el Maestro, no me honraron en mi tierra; tú no eres más que yo, hija mía; pero también piensa que yo te llamé y tú oíste mi voz, y te mudé a mi rebaño, y nadie, nadie podrá arrebatarte de mis manos. ¡Pobres almas, hija mía!, aquéllos que quieren destruir mi Obra, ¡pobres almas! También, hija mía, aquéllos que cierran el Reino de Dios a los hombres, que no entran en Él, ni dejan entrar a todos aquéllos que quisieran entrar, induciéndoles a no creer en mí, hija mía. ¡Cuántas almas, hija mía, son fariseos, hipócritas, que estáis por fuera muy limpios y por dentro estáis sucios!

     Yo hice el cuerpo, del exterior y del interior igual; por eso quiero que hagáis el cuerpo igual dentro que fuera: lo lavéis.

     Tú ya sabes, hija mía, los que quieren destruir mi Obra, ¡son serpientes! ¡Raza de víboras!, que no miráis vuestras viga en vuestro ojo y queréis quitar la paja en el ojo ajeno; quitad primero vuestra viga y luego quitad la paja del ojo ajeno.

     Para mí, hija mía, no estés triste, tu conversión lo mismo me da después que antes, para mí los últimos son los primeros. ¿Quién sois vosotros para juzgar? Sólo uno os juzgará, que será vuestro Padre Celestial.

     Hija mía, refúgiate en nuestros Corazones, que si tú no te sales de ellos, ellos no te abandonarán. Estás en mi rebaño, y yo soy el Pastor; piensa que di la vida por todas mis ovejas, y, si tengo noventa y nueve, y una de ellas se me descarría, dejo todo el rebaño y me voy a por la descarriada.

     Tú, cuando estás enferma, hija mía, llamas al médico, porque los enfermos son los que necesitan del médico, no los sanos, hija mía. En el Cielo hay más fiesta cuando un alma se convierte que cuando hay muchos justos, hija mía.

     Segura, hija mía, estás en mi rebaño; por eso te pido: ¡no te aflijas! Piensa, hija mía, que a mí, por querer salvar el alma de toda la Humanidad, por publicar mi Evangelio, me llamaban endemoniado, decían que estaba poseído de Belcebú, y que él hablaba en mi nombre. Por eso te pido, hija mía, que demuestres la humildad que te he enseñado; sé muy humilde, hija mía, que con la humildad no se destruirá mi Obra.

     También te pido que ames mucho a todos tus hermanos, porque todos sois hermanos; todos, hijos míos, sois hijos de Dios, y herederos de una gloria que es eterna. Vale la pena sufrir, porque luego, hija mía, recibirás una gran recompensa.

     ¡Bienaventurados los que son calumniados a causa de mi nombre, porque tienen su herencia segura, hija mía! Pide por ellos.

     ¿Sabes, hija mía, quién me llevó al patíbulo de la Cruz? Ya sabes quién fueron los primeros; pide por ellos, para que lean el Evangelio, recapaciten y mediten que no están obrando bien. La caridad es muy importante con el ser humano.

     Regocíjate, hija mía, que tu corazón no se entristezca. Piensa que a lo largo de la Historia, hija mía, ha habido grandes santos que han sido grandes pecadores, y ahora tienen una gloria muy grande, hija mía. Piensa en la gloria, no pienses en el sufrimiento, ni en la humillación.

     Vuelve a besar el suelo, hija mía, por esas pobres almas que están descaminadas, hija mía; pero todos no son igual; de ese pobre rebaño hay muchas ovejas que aman mucho a mi Corazón y al de mi amada Madre. Por eso te digo, hija mía, que todos no son igual, pero que no se acobarden, que defiendan a Cristo... Este acto de humildad sirve para esas pobres almas.

     ¿Cuál de vosotros, hijos míos, no tiene pecado? Esto lo he repetido muchas veces; todos, hijos míos, todos tenéis que pedir a Dios que tenga misericordia de vuestra pobre alma, y poneos a bien con Él, hijos míos.

     Acercaos al sacramento de la Eucaristía, pasando antes por el sacramento de la Confesión. Pensad, hijos míos, que muchos de los que pensáis: “¿Será obra del demonio?”, el demonio no construye, hijos míos, destruye, y si no hablan en contra de mi Nombre no están en contra mía, hijos míos. Por eso os pido que con la oración lo podréis salvar todo, hijos míos.

     Oración y sacrificio para poder salvar vuestra pobre alma.

     Tú, hija mía, sé humilde, muy humilde, para no poder destruir mi Obra; con la humildad, hija mía, no se podrá destruir.

     Os voy a bendecir, hijos míos; pero antes voy a bendecir todos los objetos, con bendiciones especiales para la conversión de las pobres almas pecadoras. Levantad todos los objetos... Todos los objetos han sido bendecidos, hijos míos. Id por todos los rincones de la Tierra, publicad el Evangelio, hijos míos, hablando de Dios; es palabra del Evangelio.

     Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo. Esta bendición va acompañada de la bendición de mi Madre.

       Adiós, hijos míos. Adiós.