MENSAJE DEL DÍA 7 DE DICIEMBRE DE 1985, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     LA VIRGEN:

     Mira, hija mía, mi rostro velado por el dolor y mis ojos enrojecidos por las lágrimas; mi pecho atravesado por siete espadas de dolor, hija mía, ¡y todavía dicen los humanos que no sufro! Mira, hija mía, cómo caen mis lágrimas sobre mi manto negro; mis ojos perlados[1] por las lágrimas.

     Presta atención, hija mía, a lo que te voy a decir, y revélalo a los humanos: mi Corazón está dolorido por la gran ruina que va a caer sobre el mundo. La justicia de Dios es gravemente ofendida, hija mía. Los hombres siguen obstinados en el pecado, y la ira de Dios va a caer de un momento a otro. El mundo, hija mía, va a ser sacudido por grandes terremotos, grandes catástrofes, grandes epidemias y carestía, hija mía. También habrá fuertes huracanes que harán desbordarse los ríos y los mares.

     Grita fuerte, hija mía, para que los ministros del Señor llamen a la Humanidad a penitencia y oración. Como no vuelvan sus ojos a Dios, también habrá una gran guerra, porque los hombres sabios, subidos en el poder, usarán armas mortíferas para destruir grandes naciones. Unos serán barridos por terremotos, otros por huracanes y otros por guerras, hija mía.

     Mira, hija mía, estoy inclinada para proteger al mundo, hija mía; estoy sosteniendo el brazo de mi Hijo. Todo esto tenía que haber sucedido, pero cuando hay almas que piden a Dios, Dios sostiene el Castigo, hija mía. Dios no es tirano, hija mía, como dicen los hombres, Dios es amor y misericordia, pero los hombres se meten en el pecado y en el abismo.

 

     EL SEÑOR:

     Os pido, hijos míos: id de pueblo en pueblo, publicad el Evangelio, hijos míos, y ¡ay de aquél que quite y ponga lo que no hay en el Evangelio!, porque muchos de mis pastores quitan lo que no les conviene y añaden lo que les conviene, hijos míos.

     Pedid por las almas consagradas; pedid, hijos míos, por el Vicario de Cristo, que está en un gran peligro.

     Hija mía, vas a besar el suelo por las almas consagradas... Y haced, hijos míos, sacrificio y penitencia; no hagáis caso de aquéllos que os dicen que no hace falta penitencia para salvaros, ni oración ni sacrificio. Con la penitencia, hijos míos, con el sacrificio y con la oración, seréis salvados, hijos míos. Yo no soy un padre..., soy amor, misericordia y perdón; no soy un padre tirano, ni cruel, hijos míos. A todo aquél que venga a mí, le perdono, hijos míos.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, qué grande eres, ay! ¡Ay!

 

     EL SEÑOR:

     Pero este mundo es cruel conmigo, hijos míos. Lo mismo que Sodoma y Gomorra que cuando el Diluvio, hijos míos, este planeta va a ser destruido. Estad preparados, hijos míos, que os llevaré a la Tierra Prometida. Entonces, sólo uno será vuestro rey, vuestro pastor, y sólo uno os publicará el Evangelio y os lo predicará, hijos míos, sin engaños ni mentiras.

     Hay grandes almas consagradas, hijos míos, grandes santos; pero hay también grandes lobos en mi Iglesia, forrados con piel de oveja. ¿Qué han hecho de mi Iglesia? Guarida de ladrones, hija mía.

     Pedid mucho a vuestra Madre, que Ella os traerá a mí, y yo os llevaré al Padre, hijos míos.

 

     LA VIRGEN:

     Hija mía, haz oración y penitencia por esas pobres almas que están destruyendo tantas otras almas. ¡Me dan tanta pena! ¡Cómo reniegan de mi nombre!

     Amadme mucho, hijos míos, que yo os amo con todo mi Corazón. Os amo a todos, porque todos sois hijos míos. ¿Qué madre no sufre por un hijo, hija mía? Vosotras sois madres; si vuestro hijo se va por el mal camino, vuestro corazón lo tenéis henchido de dolor. Pues yo soy Madre, hijos míos, y mi Corazón, mi Corazón, hijos míos, está atravesado por el dolor. Tengo espinas, hijos míos, muchas espinas en mi Corazón, pero también tengo amor, amor, mucho amor, hijos míos.

     No quiero que os condenéis, hijos míos, porque existe el Infierno, y el Infierno está para aquéllos que reniegan de Dios, hijos míos, que se meten en los placeres del mundo y vuelven la espalda a Dios Creador, hijos míos. Existe el Infierno.

     Amad mucho a vuestro prójimo, hijos míos, y amad a Dios. Cumplid con sus mandamientos, porque, hija mía, como te he dicho muchas veces, en los mandamientos están los Evangelios, los sacramentos y todas las leyes de Dios.

     Mirad, hijos míos, que vuestra Madre sostiene el brazo de la Justicia de Dios, porque Dios es Juez, y dará a cada uno según sus obras, hijos míos. Seguid rectos y seguros por el camino del Evangelio, hijos míos.

     Hoy es un día grande, aunque vengo llena de dolor porque los hombres no piensan nada más que en ofender a Dios.

     Voy a dar una bendición especial, que servirá, hijos míos, para todos los moribundos. Para todos aquéllos que visiten diariamente el Santísimo, que recen el santo Rosario, que reciban a Cristo diariamente, prometo asistirlos con mis ángeles en la hora de su muerte. Mis ángeles lucharán con Satán para arrebatarle a las almas.

     Son bendiciones especiales, hijos míos. Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

     Voy a dar bendición y esta bendición tendrá grandes indulgencias, hijos míos, a todos los objetos. Levantad todos los objetos...

     Humildad te pido, hija mía; las pruebas son duras, pero tu humildad tiene que sobresalir de todos los demás. Ahora es cuando vienen las pruebas, hija mía.

     Adiós, hijos míos. ¡Adiós!



[1] “Perlado”= “Que tiene forma o brillo de perla”; o bien: “Que está adornado con perlas o motivos que las imitan”.