MENSAJE DEL DÍA 2 DE AGOSTO DE 1986, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     LA VIRGEN:

     Mi Corazón está triste, porque los hombres siguen en el mundo llenos de pecado; y grandes desgracias, hija mía, van a caer sobre toda la Humanidad. Aumentarán las catástrofes, hija mía: terremotos, trombas de agua, que casi cubrirán del cielo a la Tierra; fuertes huracanes, que los hombres temblarán, pero no se arrepentirán muchos de ellos.

     Y lo que más aflige mi Corazón, hija mía, es el poco amor y el poco respeto de mis almas consagradas —de ese gran número— hacia mi Hijo y hacia la Eucaristía, hijos míos. La Eucaristía es sacrílegamente profanada por muchas manos... (Pausa larga y llanto de Luz Amparo). Este gran número, hija mía, de almas profanan diariamente la Eucaristía. Reparad —os pido a aquel pequeño número que todavía queda— un poquito de amor dentro de vuestro corazón hacia mi Hijo y hacia mí, hijos míos.

     Reparad por estas pobres almas. Todos no son así, hijos míos. Hay otro número de almas consagradas que aman a mi Hijo y son fieles a su vocación. Pero sufren mucho, hija mía, por estos otros, porque son calumniados y ultrajados. Pero, que sean valientes y que sean fieles hasta el final, que recibirán su gran recompensa.

     El Dragón de las siete cabezas, hija mía, se está adueñando de la mayor parte del mundo, especialmente de mis almas consagradas, de muchos altos puestos de la Iglesia. Se introduce Satán para arrebatarlos de nuestro Corazón, y ellos se dejan arrastrar. Triunfó en el mundo, hija mía, los siete pecados capitales.

     Los hombres se dejan inducir por las fuerzas del mal. Pedid a mi Inmaculado Corazón. Él reinará, hijos míos; y triunfará. Aplastará la cabeza a ese Dragón cuando haya nuestro número de escogidos.

     Rezad, hijos míos, rezad aquella oración que mi Hijo enseñó a sus Apóstoles, que es la oración tan sencilla del Padrenuestro. Es sencilla, para los sencillos. Pero no añadáis muchas palabras a vuestra oración. No hagáis lo que hacen los paganos, que hablan y hablan sólo porque les gusta ser oídos, pero dentro de su corazón hay odio y su corazón está empedernido por los rencores.

     Rezad con amor, hijos míos, porque esta oración lo dice todo. En ella existe el amor, la caridad y la oración y la penitencia. Rezad muchas veces el Padrenuestro; pero no os pongáis a rezar para que regalen vuestros oídos, porque os guste ser escuchados. No me gusta la oración mecánica, hijos míos.

     Vuestra caridad tiene que ser escondida. No hagáis la caridad al son de trompeta, hijos míos, porque os aseguro que todo aquél que haga su caridad al son de trompeta, ya ha recibido su premio, hijos míos. Pero todo el que la haga en silencio, el Padre Celestial, que está en los Cielos, les dará una gran recompensa.

     Cuando ayunéis, hijos míos, no andéis cabizbajos y desfiguréis vuestro rostro para que la gente lo note. Sólo vuestro Padre que está escondido en lo más alto del Cielo, será el que os tiene que ver. Lavad vuestro rostro, hijos míos, para que no os noten vuestro ayuno; y perfumad vuestros cabellos. Pero no andéis cabizbajos ni angustiados como los farsantes para ser vistos y oídos. No tendrá valor ni vuestra oración ni vuestro sacrificio, hijos míos.

     Meditad mucho la Pasión de Cristo, hijos míos. Veréis qué gran valor tiene para las almas.

     Y tú, hija mía, une tu sacrificio, tu sufrimiento, al de Cristo, para que tenga más valor para la salvación de las almas.

     Os pido oración, hijos míos, oración meditada. La oración y la penitencia es lo que más valor tiene, hijos míos. Pero que salga de lo profundo de vuestro corazón. No recéis como los fariseos, hijos míos, ni os guste ocupar los primeros puestos.

     Amad con todo vuestro corazón... Hay que reparar, hijos míos, los pecados de los hombres. Os pido, a aquéllos que queráis seguir a Cristo, oración. El mundo está necesitado de buena oración, hijos míos. Os repito: ¡oración!

     Hoy vas a beber unas gotas, hija mía, del cáliz del dolor. Es preciso que te prepare mi Hijo con esta amargura, porque tienes que sufrir mucho. Te confortará aunque sientas amargura, hija mía. Te dará fuerza para el dolor... Tienes que ayudar, hija mía, y es preciso recibir esta amargura. Si no, no podrías soportar el sufrimiento ni el dolor. Después serás reconfortada, hija mía. Piensa que no puede haber felicidad aquí y felicidad allí. Las almas que escoge mi Hijo, las fortifica con el cáliz del dolor y las purifica con su Sangre para que éstas unan su dolor al de Él.

     El mundo sigue cada vez peor, hija mía. Sigo dando avisos, ¡y qué pocos cambian su vida! No se desprenden de lo terreno, hija mía. Mi Hijo dice: “Entregaos a Dios, hijos míos, y no os preocupéis del mañana. Rezad y orad, que lo demás se os dará por añadidura”. Pero piensan más en la añadidura que en rezar y en meditar y en desprenderse, hija mía.

     Al hombre le cuesta mucho dejar lo terreno. Y si no se desprende de aquí, no podrá llegar a conseguir el Cielo.

     Amaos, hijos míos, y oración y penitencia pido a todos los seres humanos. Os lo pide vuestra Madre, que os ama con todo su Corazón. Quiero salvaros, hijos míos; pero abrid vuestros oídos, porque mi Hijo me ha puesto para refugio de la Humanidad. Refugiaos en mi Inmaculado Corazón; él triunfará al final, hijos míos.

     Pedid por la conversión de Rusia, hijos míos. Y pedid también por mi amado hijo, el Vicario de Cristo. ¡Mi Corazón le ama tanto! Y es despreciado por muchos altos puestos de la Iglesia, hijos míos... Su corazón sufre mucho, hija mía, porque ve cómo están los pastores. ¡Qué gran número de pastores de almas se aletargan y se abandonan en la oración! Haz mucho sacrificio por ellos. Hijos míos, vosotros también.

     Besa el suelo, hija mía, por mis almas consagradas...; para que sean leales y fieles pastores y prediquen el Evangelio. Hace mucha falta predicar el Evangelio por todo el mundo, hijos míos.

     ¡Humildad os pido, oración y penitencia!

     Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con una bendición especial para la conversión de las almas...

     Todos han sido bendecidos.

     Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

     Adiós, hijos míos. ¡Adiós!