MENSAJE DEL DÍA 6 DE DICIEMBRE DE 1986, PRIMER
SÁBADO DE MES,
EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL
(MADRID)
LA
VIRGEN:
Hija mía, mira qué poco
vale la oración mal hecha, mira cómo vengo vestida, como una mendiga. Cuando la
oración no sale de lo más profundo de vuestro corazón, tiene menos valor, hija
mía. Cuando la oración es bien hecha vas a ver cómo me visto, hija mía. Cada
oración bien hecha es una flor que sale de vuestra boca, hijos míos, y llega al
Paraíso y allí se forman hermosos jardines para la eternidad. Haced la oración
bien hecha. Ahora más que nunca, hijos míos, es necesario orar, porque cada día
aumenta la cizaña en el trigo y sólo con la oración, hijos míos, podéis ser
árboles que deis buenos frutos. No sufráis por aquellos sarmientos secos. ¿Cómo
comprendéis que el árbol malo dé buen fruto, hijos míos? El árbol malo seguirá
dando malos frutos y el árbol bueno dará buen fruto, hijos
míos.
EL
SEÑOR:
Mirad, hijos míos: no
os duela que os calumnien, que se rían de vosotros, que seáis perseguidos. Todo
el que ama a Cristo es perseguido y calumniado. Yo fui calumniado, hijos míos, en
aquel tiempo, por defender la verdad. ¡Cristo fue calumniado, hijos
míos!
Mira la Divina
Majestad. Yo fui calumniado, hijos míos, gravemente en aquellos tiempos por amar a los pobres, por curar a los ciegos, por
hacer andar a los paralíticos, por defender la verdad. Fui calumniado gravemente
y sigo en este tiempo; sigo calumniado gravemente con palabras que en mis labios
casi no puedo pronunciar. En aquel tiempo me llamaban endemoniado, me llamaban “el impostor”, me
llamaban farsante. Y en este tiempo, hija mía, ¿cómo me llaman los hombres? ¡Qué
palabras más vergonzosas, hija mía! En aquel tiempo me dieron muerte, pero mi
muerte no tiene importancia, porque era como uno de tantos, un fracasado, hija
mía, según los hombres. ¡Qué poco valor le dieron a mi dolor, hija
mía!
Mi Iglesia llora, llora
amargamente, porque mi Iglesia la han convertido... casi en un negocio, hija
mía. Se sirven de mi Iglesia, pero no sirven a mi Iglesia. Se ha introducido
Satanás en esa amada Esposa mía.
Pedid mucho por mis
almas consagradas. ¡Yo grito a mis almas consagradas que se retiren del mundo,
que no pertenecen al mundo que pertenecen a Dios! Yo les he dado poder para hacer y
deshacer. Pero lo mismo que pueden salvar muchas almas, pueden destruir muchas
almas. ¡Almas consagradas mías, volved al camino del Evangelio! Os habéis
abandonado en la oración y en la penitencia, y vuestra alma está anémica, hijos
míos.
Bebe unas gotas del cáliz del dolor...
LUZ AMPARO:
¡Ay, qué amargo! ¡Ay! ¡Ay, qué
amargo!
EL
SEÑOR:
Esta amargura siente mi
Corazón por mis almas consagradas, ¡las ama tanto mi Corazón..., y qué mal
corresponden a mi amor! No le dan importancia al pecado. Quitan y ponen a su
antojo. ¡Pobres almas! Volved a mí, que mi Corazón os
espera.
Y vosotros, pueblo mío, convertíos;
no os vaya a pasar como cuando Noé: los hombres comían, bebían, fornicaban,
hasta que Noé se metió en el Arca y perecieron todos.
Pueblo mío, pedid
perdón a Dios, vuestro Creador. Y hago una llamada a la oración y a la
penitencia. Y vosotros: no os importe
ser calumniados y perseguidos. La mejor prueba de que sois míos es el silencio,
hijos míos. Amaos los unos a los
otros.
LUZ
AMPARO:
¡Ay, ay, qué grande
eres! ¡Ay, qué grande, Dios mío! ¡Ay, ay, te amo Señor! ¡Ayúdame, Señor!
¡Ayúdame! ¡Ay, Madre mía, qué hermosura, qué grandes sois! ¡Ay, ay! ¿Qué
quieres, Madre mía?...
(Durante unos
instantes, se escucha hablar en idioma desconocido).
Yo se lo diré, Madre,
¡ay!... en secreto...
(De nuevo, palabras en idioma
desconocido).
¡Ay, qué grande! ¡Te
amo, Señor, te amo! ¡Ay, ay! ¡Señor, haznos que todos te queramos! ¡Te amo!
¡Ay!
EL SEÑOR:
Pedid por mi Iglesia,
hijos míos. Mi Iglesia sufre porque el rebaño de Cristo está dividido. Y dije:
habrá una sola Iglesia con un solo rebaño y un solo
pastor.
LA VIRGEN:
Los hombres, hija mía,
están ansiosos de ver y van de un lugar a otro con el deseo de ver. ¡Cuidado,
hijos míos, que el enemigo es muy astuto y os puede hacer ver lo que no existe,
hijos míos! ¡No andéis de un lugar para otro! Amad mucho nuestro Corazón, que
nosotros os amamos con nuestros Corazones.
Hoy voy a dar una
bendición muy especial, hijos míos. Besa el suelo, hija mía, en reparación de
todos los pecados del mundo...
Amaos unos a otros y
sed humildes, hijos míos. Si no hay humildad, no hay caridad.
Levantad todos los
objetos; todos serán bendecidos...
Todos los objetos han
sido bendecidos, hijos míos.
Aunque martiricéis
vuestro cuerpo, y aunque os creáis que estáis cumpliendo por poneros en los
primeros puestos en las iglesias para que os vean, si no amáis, no tiene ningún
valor aquello que hagáis, hijos míos. Haced honor a vuestro nombre: amor, unión
y paz. A ver si meditáis estas
palabras, hijos míos. Y haced mucha oración. Velad mucho por los sacerdotes. Mi
Corazón los ama. ¡Pobres almas, cómo corresponden a ese
amor!
Os bendigo, hijos míos,
como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu
Santo.
¡Adiós!