MENSAJE DEL DÍA 7 DE MARZO DE 1987, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     EL SEÑOR:

     No tengas miedo, hija mía, a nada ni a nadie; yo soy tu fortaleza y tu debilidad, hija mía. Tu fortaleza, para poder con todo; y tu debilidad, para amar a todos, hija mía. Húndete en mi Corazón, que mi Corazón será tu refugio. Me agrada, hija mía, que, en medio de tu sufrimiento y de tu dolor, tengas esa alegría, hija mía. También me agrada que enseñes a las almas a amar a la Iglesia, hija mía. Enséñalas y diles que soy el Camino, la Verdad y la Vida; y que me quedé escondido en el sagrario para darles alimento y para saciar su sed.

     Pero muchos, hija mía, ¿qué hacen con mi Cuerpo?, profanan mi Cuerpo. Enséñales a amar, hija mía. Amando tú, ellos amarán, hija mía; el amor es contagioso. Mira, hija mía, mira el Amor crucificado.

 

     LUZ AMPARO:

     Veo... ¡Ay!, del costado de Jesús salen muchos rayos. ¡Ay! ¡Ay, cuántos rayos! ¡Ay!, ¿qué es eso? De colores se forma un camino, como los colores del arco iris. ¡Ay!, las gracias que derrama Jesús sobre las almas consagradas. ¡Huy! Hay obispos, hay cardenales, hay sacerdotes, religiosos, religiosas. ¡Ay, cuántos hay! Y salen esas... ¡Ay, ay!, esos colores salen para ellos. ¡Huy!, también de su cabeza, de los agujeros de las espinas salen rayos para todos los hombres. ¡Bueno, cuántos! También se forma un camino blanco. ¡Ay, qué blanco! ¡Huy, de un corazón!, de ese Corazón de Jesús.

     ¡Ay!, ahí está María. Pues se van los rayos hacia el Corazón de María. ¡Cómo se abre su Corazón!, y salen también muchos rayos. ¡Ay, cuántas iglesias! Van de su Corazón... —¡uh!—, de ese Corazón van hacia las iglesias esos rayos. Pero, ¡qué manto tiene la Virgen! ¡Huy, parece de oro! ¿Y qué va a hacer con ese manto? ¡Qué grande! ¡Ay, cubre muchas iglesias! ¡Oh...! ¡Cuántas, cuántas iglesias!; las tapa con ese manto. ¿Pues cómo será tan grande eso? ¡Bueno! Salen de un lado a otro, rayos por todos los sitios, ¡bueno!, ¡huy, qué cosas! Se queda esa otra parte, como hay como muchos muertos ahí, con esos rayos del Corazón de María, ¡huy!, de María, la Virgen. Pero hay otra ahí que no es Ella.

     ¡Ay, cómo se levantan todos ésos! ¡Bueno, cómo suben para arriba! ¡Ay..., cuántos!, de la otra; ¿quién es ésa?... Todos esos rayos los levantan para arriba. ¡Huy, cómo suben! ¿Quién son todos ésos? Pues estaban como si estuvieran ahí muertos todos. ¡Ay, María!, ¡pero qué grande eres!, ¿cómo puedes hacer eso? ¡Huy, lo que sale de su Corazón! ¡Huy!, yo no sé cómo puedo decir eso que se ve ahí, en ese lado. ¡Ay!, eso es como una bola de fuego. ¡Huy, lo que van a hacer! Todos a esa parte... ¡No, todavía no! ¡Ay, todavía no! ¡Ay, que no salga eso! ¡Ay, que vamos a pedir mucho! ¡Ay! ¡Ay, cómo se abre eso! ¡Ay! ¡Ay, que no se abra! ¡Ay, ay, Madre mía, sujétalo! ¡Ay!, que vamos a pedir todos mucho, ¡no lo abras! ¡Ay, que no lo abras! Pero de ahí puede ser una cosa tan... ¡Ay, pero si puede desaparecer todo eso! ¡Ay, sujétalo! ¡Ay, llámalos, que vengan a sujetarlo, que se va a caer! ¡Ay, pero echa esos rayos hacia esta parte, anda! ¡Ay!, vuélvete un poquito y los pones ahí, en esa parte. ¡Que no mueran, que no mueran! ¡Ay, que no mueran, que son muchos! ¡Ay, que vamos a rezar mucho! ¡Ay, ciérralo, ciérralo!, ¡ay, sujetarlo, que va a caer! ¡Ay, qué susto!, ¡ay!, menos mal que lo habéis cogido. ¡Ay, ay! ¡Ay, ay!

 

     LA VIRGEN:

     Mira, hija mía, todos esos rayos son gracias que mi Hijo manda a la Iglesia, para que los hombres puedan recibirlas; pero los hombres, ni aun ante el espectáculo lastimoso de Cristo en la Cruz, vuelven sus ojos hacia Dios, hija mía; siguen obstinados en pecar gravemente y en cometer sacrilegios. Por eso te pido, hija mía: la oración en estos momentos, acompañada del sacrificio, es lo que podrá salvar la mayor parte de la Humanidad. Ya has visto, hija mía, el mundo está a punto de desaparecer de la faz de la Tierra, la mayor parte del mundo. No les conmueve el espectáculo de Cristo en la Cruz; sus corazones están fríos. Vosotros, hijos míos, podéis sacar esta Obra adelante; no con espíritu de discordia y de orgullo, sino con espíritu de humildad y de sacrificio. Los que se llaman hijos de Dios, tienen que ser mansos y humildes de corazón. Pero entre muchos de vosotros reina la discordia, hijos míos. Muchos están ciegos y no ven su soberbia, hijos míos. Los que has visto en esta parte, hija mía, son los que reciben las gracias, y yo con mi manto los protejo, para que nada ni nadie los dañe. Por eso te digo y te repito otra vez: mi Corazón Inmaculado reinará.

     Amad a mi Hijo, hijos míos; alimentaos de la Eucaristía, porque todo el que coma el Cuerpo de Cristo y beba su Sangre, participará en la vida eterna. Pero, ¡ay de aquéllos que rechazan la gracia!, que son muchos, hija mía; ya has visto la cantidad de hombres que están a punto de morir.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, Madre mía!, yo te pido que los perdones; y te prometo que iremos por todos los sitios, para que las almas se conviertan; yo te lo prometo, Madre mía. Yo sé que a veces me quejo, ¡ay, pero perdóname!, yo también quiero irme allá arriba, pero si Tú quieres que esté aquí para salvar a más almas, aunque sufra, me dejas. ¡Ay, pero que se salven, pobrecitas, que se salven! Y te pido también por las almas consagradas; yo sé que también te ofenden mucho muchas de ellas, pero ¡perdónalas!, que yo también lo digo que es que son humanos; ¡perdónalos! Yo quisiera que fueran santos todos; pero Tú los vas a ayudar. Y te pido también por todos los que sufren, ¡pobrecitos! ¡Ay!, te doy las gracias por todos los favores que me concedes también. Yo quiero amarte cada día más y amar a tu Hijo mucho, pero soy a veces cobarde. ¡Ay!, Madre mía, Tú no sabes lo que yo puedo amaros. Y sé que también os he ofendido muchas veces; pero ahora no quiero ofenderos nunca, ¡ayudadme a poder soportar todo!, y ayúdame a ser humilde, que soy muy soberbia. Yo quiero ser humilde. ¡Ay, Madre mía, qué hermosura! ¡Qué cosa más grande eres, ay! Yo quisiera estar contigo siempre; pero es que soy soberbia y por eso te lo digo. Déjame abajo, para que purifique todos los pecados. Y todos los pecados con que ofenden a tu Hijo y a Ti. Yo quiero ser humilde, ¡ayúdame!...

     Te pido por todos, por todos los que acuden a ese lugar y por todos los que Tú sabes también. Derrama muchas gracias, que yo te prometo que las vamos a recibir todas; y las vamos a recibir por aquéllos que no quieren recibirlas. ¡Ay, qué grande eres, Madre mía!, déjame que te bese el pie... ¡Ay, qué grande eres! ¡Ay, tu Hijo, cómo estaba de hermoso, qué belleza!

 

     LA VIRGEN:

     Os repito, hijos míos: amaos los unos a los otros, tenéis que ser todos uno solo. No hacéis caso, hijos míos. A ti te enseñó mi Hijo que los hijos de la luz tienen que amarse unos a otros; los hijos de las tinieblas no aman, tienen el corazón endurecido; rechazan la gracia; comulgan, rezan, pero sienten odio dentro de su corazón; ésos son los hijos del mal, hija mía. Los hijos de la luz aman, y comparten y perdonan. Amaos, hijos míos, como mi Hijo os ama a todos, y como mi Hijo amó y perdonó a sus enemigos. Y tú, hija mía, sigue con tu alegría dentro de tu dolor; ya sabes que a mi Hijo le agrada mucho que tu cara no refleje el sufrimiento.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, qué grande eres, Madre mía!, ¡ay!; ¿vas a bendecir los objetos? Pero da una gracia muy grande, para que las almas se conviertan, y los pobrecitos que están en los hospitales, que sufren tanto, para que sientan alivio en ese dolor, Madre mía. Haz que esta bendición sea con gracias especiales para los enfermos. ¡Ay, Madre mía!

 

     LA VIRGEN:

     Levantad todos los objetos... Todos han sido bendecidos con gracias especiales para los pobres pecadores y para las almas que sufren.

     Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

     Adiós, hijos míos. ¡Adiós!