MENSAJE DEL DÍA 7 DE MAYO DE 1988, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     LA VIRGEN:

     Voy a empezar, hija mía, por el cáliz de la amargura. Bebe unas gotas, hija mía. Se está apurando...

     Es necesario, hija mía, apurar el cáliz del dolor para purificar a las almas. En estos tiempos, hija mía, graves hay que invocar al Espíritu Santo, no con fiestas, hija mía, sino con amor, con sacrificio y respeto y penitencia.

     Mira, hija mía, cuando el Espíritu Santo viene sobre los Apóstoles, a cada uno le otorga gracias especiales para poder llevar el Evangelio por todas las partes del mundo. Mira a Pedro, las gracias que le otorga para poder regir su Iglesia. A Juan, como hijo y protector mío; y a María, hija mía (se dirige a Luz Amparo), como Madre de la Iglesia, le da todo el entendimiento de lo que iba a suceder en la Tierra.

     Este momento es grave, hija mía, grave, muy grave para mi Iglesia. Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantos pecados como se cometen a mi Iglesia...

     Dios sigue olvidado en las almas, hija mía. Arrodillaos y rezad esta oración, hijos míos:

     Oh Padre Celestial, arrodillados delante de vuestras divinas plantas, imploro que venga el Espíritu Santo sobre nosotros y nos otorgue los dones que necesitamos para poder sobrevivir en la Tierra: el don de la sabiduría, el don del entendimiento, el don de la fortaleza, el don de la prudencia, el don del consejo, el don de la piedad, el don, hijos míos..., ese don es muy importante, hijos míos, el don de la humildad. También es importante, hijos míos, el don del temor. El que no teme a Dios no entrará en el Reino del Cielo.

     Decidle, hijos míos, a vuestro Padre Eterno que venga el Espíritu Santo sobre vosotros y rija vuestras vidas y guíe vuestros pasos y sea vuestro Consolador en vuestras penas y aflicciones. Seréis perseguidos, hijos míos. El Anticristo con sus secuaces en la Tierra está apartando a los de Cristo, que son los cristianos, de los suyos, para perseguirlos y castigarlos. Lo hace muy astutamente, hijos míos. Los hombres se dejan llevar por las palabras y las promesas, y sus ojos se vislumbran, hijos míos, ante tantas y tantas promesas como hacen, y caen como el gazapo en la trampa.

     No os dejéis arrastrar, hijos míos. Seréis sellados por el Espíritu Santo. La tiniebla no puede dar nunca luz a la luz. La luz a la tiniebla es la que alumbrará, hijos míos. La Tierra se ha convertido en desorden, en crimen, en odio... No olvidéis de orar, hijos míos. Amaos unos a otros, y que se os conozca por la cruz, por el amor, por la humildad, por la unidad, como aquellos primeros cristianos que fueron perseguidos. Que no os vislumbren las palabras ni las promesas, hijos míos. Yo estaré con vosotros en todos los momentos de vuestra vida, hijos míos. Cuando en los últimos tiempos el enemigo quiera apoderarse de vuestras almas, este sello relucirá sobre vuestra frente y nada ni nadie podrá quitaros este sello, hijos míos. Sed humildes, muy humildes.

     Mira, hija mía, cómo vino el Espíritu Santo sobre los Apóstoles en el Cenáculo... (Pausa larga en la que Luz Amparo, arrodillada, se echa hacia atrás hasta casi tocar con la cabeza en el suelo, a impulso, según ella, de vivísima luz).

 

     EL SEÑOR:

     Mira a todos aquéllos que participaron en la muerte de Cristo, hijos míos. Mira cómo fueron gravemente castigados. Éstos son los sayones; mueren fulminantemente. Mira aquéllos que me dieron las bofetadas; también son castigados gravemente. Mira, hija mía, aquellas pobres mujeres que lloraron amargamente mi Pasión, cómo son llenas y revestidas de gracias. Mira los demonios, cómo se estremecen en lo más profundo de los Infiernos aullando, hija mía, y gritando su perversidad. Y mira todos aquéllos que gritaban: “¡Crucifícale, crucifícale!”. Sus males y sus perversidades se han extendido en la Tierra y siguen, siguen aumentando los males atroces. El mundo está invadido, hija mía, de todos esos males. Ése es su castigo, ése es su tormento, hija mía. Ahí siguen multiplicándose en la Tierra. Millones y millones de almas han sido arrastradas por sus pecados al Infierno.

 

     LA VIRGEN:

     Pero mira, hija mía, cómo gozan todos los bienaventurados; todos aquéllos que han meditado la Pasión de Cristo, la han vivido en sus propias carnes, hija mía; mira su gloria. Todos aquéllos que han amado a la Iglesia tal como la tienen que amar. Tienen que enseñar el Evangelio los hombres de hoy, tal como está escrito, hija mía, para encontrarse con los bienaventurados.

     Están desfigurando el Evangelio, mis Leyes, que me las dejó mi Hijo; dentro del pecho están escondidas, hija mía, las Tablas de la Ley, y ¡qué mal aprovechadas han sido!: amarás al Señor, tu Dios, con todas tus fuerzas, con todo tu entendimiento y con toda tu voluntad; no jurarás el Nombre de Dios en vano; santificarás el Nombre de Dios; honrarás a tu padre y a tu madre; no matarás; no cometerás actos impuros; no levantarás falsos testimonios ni mentirás; honrarás a la mujer de tu hermano; no codiciarás los bienes de tu hermano. Ésas son las Tablas de la Ley que los hombres han olvidado, hija mía.

     Por eso os digo que pidáis a Dios eterno que venga su Divino Espíritu sobre vosotros, para poder subsistir entre tanto mal como hay en la Humanidad, hijos míos.

     Yo seguiré derramando gracias sobre todas las almas que acudan a este lugar.

     Los hombres han olvidado mis palabras, hijos míos; pedí que en este lugar se hiciese una capilla en honor a mi nombre y que viniesen a rezar de todas las partes del mundo, que todo el que acuda a este lugar será bendecido y marcado con una cruz en la frente. Y ahora prometo que todo el que acuda a este lugar será sellado para que el enemigo no pueda arrebatar su alma.

     ¡Cuidado con los hombres, hijos míos! Que las leyes de los hombres son contrarias a las leyes de Dios. Por eso hacen desaparecer todo principio religioso en la Tierra y os señalarán con sus leyes para ser perseguidos, hijos míos. ¡Ánimo y fortaleza! La fortaleza es muy importante en estos tiempos, hijos míos. Amaos unos a otros. Uníos, hijos míos, como los primeros cristianos; no os separéis y protegeos con la oración, con el ayuno y con el sacrificio. ¡Que no os arrastren a esas leyes destructoras, hijos míos, que puedan mancillar vuestra alma! Los hombres se hacen los sordos y ¡ay aquéllos que no hacen caso a mis palabras! Males, grandes males caerán sobre ellos. A muchos de ellos caerán males sobre su cuerpo porque se hacen sordos a la llamada de Dios.

     Vosotros, almas consagradas, avisad a los hombres el gran peligro que acecha a la Humanidad; no os quedéis mudos ni sordos. No os lavéis las manos como Pilatos.

     Tú, hija mía, sé humilde, muy humilde. Ama a la Iglesia con todo tu corazón y cumple las Leyes que Dios instituyó.

     Y vosotros, hijos míos, repartíos de diez en diez; id por los pueblos y que nada os acobarde ni nadie; hablad del Evangelio. El mundo está necesitado de almas que hablen del Evangelio tal como es, hijos míos. Gritad a los hombres que los tiempos son graves y repartíos por el mundo sin importaros las penalidades del mundo, ni las persecuciones, ni las calumnias. Hay muchos que dicen que están conmigo y están contra mí. Vosotros, hijos míos, id gritando la esencia que hay en la Iglesia. Y que todos vengan a esas fuentes para que los enemigos no arrastren a tantas almas.

     Levantad todos los objetos, hijos míos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales...

     Os bendigo a todos, hijos míos, y la paz os dejo.