MENSAJE DEL DÍA 7 DE ENERO 1989, PRIMER SÁBADO DE
MES,
EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL
(MADRID)
LA
VIRGEN:
Hija mía, hoy mi
Corazón viene lleno de pena y de dolor, pues la situación del mundo es grave,
hija mía.
Los hombres se
introducen cada día más en la iniquidad y se dejan conquistar por el rey de la
mentira, hija mía.
Empieza besando el
suelo, en reparación de tantos pecados...
Hoy el mensaje va a ser
muy corto, hija mía. Lo tengo todo dicho: todo aquél que no cumpla con los
mandamientos, no habrá salvación para él.
Así quedará el mundo,
hija mía, como en un desierto, pues los buenos, hija mía, que se llaman buenos y
fervorosos, están tibios. Los atribulados, hija mía, en vez de tener esperanza,
se desesperan.
Todos los pecadores
empedernidos, en vez de corregirse de sus vicios y pedir perdón, se enorgullecen
y se engríen de sus pecados, hija mía.
Vendrán grandes
calamidades sobre la Tierra, sobre el mar y sobre el aire. Habrá muchos de los
que se llaman buenos que morirán junto a los malos. Mira qué gran número, hija
mía; y todo esto, hija mía, por falta de amor. Los hombres no se aman, sus
corazones fingen amarse.
Tu sufrimiento, hija
mía, llevará un gran número de almas a la eternidad; pero tu corazón se está
agotando poco a poco; pero no te importe el dolor, hija mía, vale la pena el
dolor para recibir esta recompensa.
¡Ay, también, hija mía,
de aquellos pastores que se les ha dado potestad para gobernar la Iglesia y
cambian las leyes que Cristo ha instituido en ella! ¡Ay de aquellos pastores que
no obedecen al Vicario de Cristo! ¡Ay de aquellos pastores que han arrastrado y
siguen arrastrando un gran número de almas al abismo! ¡Ay de aquellos pecadores
empedernidos que no quieren amar, ni dejan!
Tú, hija mía, sé
humilde y que nada te turbe. Ama con todo tu corazón, aunque no seas amada, hija
mía. Piensa, hija mía, que Cristo fue vendido por el más
cercano.
Y te vuelvo a repetir,
hija mía: no te entristezcas. Tú sigue reparando por su pobre alma, y no te
entristezca nada, hija mía. Ama con todas tus fuerzas, con todo tu corazón,
hasta que no te quede aliento para poder respirar, hija mía. Piensa que ese amor
te lo ha enseñado mi Hijo y viene de su costado. Sigue adelante, hija mía, y
repara los pecados de la Humanidad, esta Humanidad empedernida, hija mía, que ni
ama, ni quiere ser amada.
Yo derramaré gracias
sobre este lugar,
hija mía, sobre todos
los corazones que acudan a él, gracias muy especiales.
LUZ
AMPARO:
Madre mía, te pido que
derrames gracias sobre todos los hogares de la Tierra y sobre todas las almas.
Dales oportunidad para que se arrepientan, Madre mía. Tú que eres Madre de
misericordia, ten compasión de todas ellas.
LA
VIRGEN:
Ya te he dicho, hija
mía, que también soy Madre de la Divina Justicia y tengo que cooperar con mi
Hijo en esa justicia, hija mía. Fui Corredentora con Cristo, y en estos tiempos
tan graves, me ha puesto como ancla de salvación para las
almas.
Pero, ¡ay de aquellas
almas que dando tantos avisos y tantas gracias no se arrepientan de sus pecados
y sigan viviendo en la hipocresía, en el fango del abismo, hija mía! No habrá
lamentos.
Mi Corazón está
dolorido, hija mía, porque esos corazones son duros como bloques de
hielo.
Yo soy María
Auxiliadora, pero para aquél que quiere y pide auxilio de mí, hija
mía.
Vuelve a besar el suelo
por mis almas consagradas, hija mía...
Sigue reparando, muchos
pastores han vuelto a su iglesia, hija mía, y muchas almas han vuelto al rebaño
de Cristo. Amad a la Iglesia, hijos míos; respetad y amad al Vicario de
Cristo.
Tú, hija mía, refúgiate
en mi Corazón, que yo te daré fuerza hasta tu última hora para tan grandes
pruebas como tienes que pasar, hija mía.
Que tu corazón no deje
de amar como ese niño que ama a su madre, como ese corazón inocente del niño,
hija mía.
Búscame cuando estés
triste y angustiada, que yo estaré contigo. Pero que nada te turbe, hija mía, y
ama con todo tu corazón, para que cuando llegues allá arriba, hija mía, salgas
al encuentro de tantas almas como por tu reparación y por tu amor han llegado a
la Patria Celestial, hija mía. Saldrá el Amor al encuentro del amor, hija mía.
Mira, hija mía, cómo es la puerta estrecha; pero, ¡qué belleza encierra, hija
mía! Y cómo saldrás al encuentro: el amor con el Amor; cuando se presente el
amor ante el Amor, hija mía, ¡qué grandeza!; pero, ¡ay de aquellas almas que no
aman y se encuentren ante el amor tan omnipotente de Dios sin su amor! ¡Será
terrible, hija mía!
Cumplid con los diez
mandamientos, hijos míos. El que no cumpla con las leyes que Dios ha instituido
no entrará en el Reino del Cielo.
Hay muchos “caínes”[1] en la Tierra, hija mía, hay muchas
samaritanas en la Tierra, hija mía, y hay muchos judas en la Tierra hija mía;
pero para tu consuelo, hija mía, también hay muchos “abeles”, muchos “abrahanes”, hija
mía, y muchas magdalenas arrepentidas.
Voy a bendecir todos
los objetos que hay en este lugar. Levantad todos los objetos, hijos míos. Todos
serán bendecidos...
Y acudid a este lugar y
rezad el santo Rosario todos los días. Con el rezo del santo Rosario se salvarán
muchas almas, hija mía.
Amad mucho a mi
Corazón, amad a la Eucaristía. Yo también soy Madre de la
Eucaristía.
Os bendigo, hijos míos,
como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu
Santo.
Adiós, hijos míos.
¡Adiós!
[1]
Varias
palabras del párrafo no se incluyen en el Diccionario de la lengua española; hay
una especie de licencia verbal; por eso aparecen
entrecomilladas.