MENSAJE DEL DÍA 7 DE OCTUBRE DE 1989, PRIMER
SÁBADO DE MES,
EN PRADO NUEVO
DE EL ESCORIAL (MADRID)
LA
VIRGEN:
Hijos míos, vengo
triste porque los hombres me desprecian, desprecian mi Corazón. En mi propia
casa, en mi Iglesia, hacen desaparecer mi imagen. Por eso quiero formar un gran
rebaño que ame mi Corazón y me venere. Así lo quiere el Todopoderoso. El
Todopoderoso quiso que yo fuese el medio de la Redención por el misterio de la
Encarnación; y los hombres desprecian a la Madre de Dios, la dejan como mujer
que tuvo al hombre. En Cristo estaba la plenitud de la divinidad, y la divinidad
entró dentro de mi vientre y se hizo carne, y salió la divinidad de dentro de mi
vientre con cuerpo, alma y divinidad. ¿Cómo los hombres dicen que es una herejía
ser Madre de la divinidad de Cristo? Dice Cristo: “Yo soy el Alfa y la Omega, el
principio y el fin; el que cree en mi palabra tendrá vida eterna, y el que no
cree en mi palabra tendrá condenación eterna”; así dice Cristo. Y Dios Creador
quiso obrar en su esclava grandes misterios. Desde antes de mi nacimiento obró
en mi santa madre el gran misterio de mi nacimiento. Quedando estéril después de
mi hermana, Dios Creador quiso, por su gracia, hacer el misterio de mi
nacimiento. Mis padres estaban tristes, cuando al nacer mi hermana María, mi
madre estaba pensando en que nacería su hija predilecta y su hija privilegiada
del Señor; así le profetizó una profetisa. Pero cuando nació y se quedó estéril,
vio que no era la privilegiada del Señor; su corazón se entristeció mucho,
creyendo que había ofendido a Dios, porque una criada de la casa de mi madre
había ofendido gravemente a Dios con un primo de mi padre. Mi madre le reprendió
hasta tal punto que la criada tanto dolor sintió en su corazón que el niño nació
muerto.
Por ese tiempo, mi
hermana María nació también antes de los nueve meses, y mi madre creyó que había
ofendido a Dios regañando a esa pobre mujer, y, desde ese momento, empezó la
penitencia, el sacrificio y la oración más profunda. Mi padre y mi madre oraban
juntos y prometieron a Dios la castidad y el sacrificio. Viendo mi padre que su
vientre se quedó cerrado por la esterilidad, sufrió su corazón mucho y eran
repudiados por muchos judíos porque era estéril, hasta tal punto que mi santo
padre presentaba los mejores presentes de su rebaño en el templo y los
sacerdotes lo despreciaban. Hasta que un ángel, estando mi madre en oración,
vino a anunciarle mi nacimiento y le dijo: “Ana, coge a los criados y vete a
Jerusalén, a la Puerta Dorada; tendrás fertilidad y
nacerá de ti una
hija”. Mi madre sintió tal regocijo en su corazón que quedó extasiada y
arrebatada por el amor de Dios. Se acostó y en sueños volvió a manifestársele el
ángel y sobre la pared de su alcoba escribió un nombre: “Miriam”. “Así se
llamará la Niña que nazca de tu vientre. Será la Madre del Mesías. A Joaquín,
también le ha sido revelado este misterio”. Pues mi padre, triste y disgustado,
porque creía haber ofendido a Dios y por el desprecio de los sacerdotes y el
rechazo de sus presentes, se había marchado a una casa de oración y hacía varios
meses que no estaba en compañía de mi madre. Cuando el ángel le anunció el mismo
mensaje que le había anunciado a mi madre y que se pusiese en camino, de su
rebaño cogió los mejores presentes y los partió. Los mejores fueron para el
Señor, los otros mejores fueron para los pobres y los peores se quedó él con
ellos. Acudió al templo, y le dijo que en la Puerta Dorada estaría
María[1] esperándole. Allí se obró el gran
misterio de mi nacimiento. Dios Creador llenó a mi padre de gracias y me evitó a
mí del pecado original. Le dijo el ángel: “Joaquín, de tu obra nacerá una niña y
se llamará María, y en Ella se obrarán grandes misterios, y Dios le dará poder
para aplastar al enemigo y la llamarán todas las generaciones bienaventurada”.
Mi padre fue a Jerusalén y allí se juntó con mi madre; pasaron por la Puerta
Estrecha, y el sacerdote, que antes le había repudiado y despreciado, le recibió
con grandes honores, dándole la enhorabuena y recogiendo sus presentes. Al besar
a mi madre se obró el misterio de mi nacimiento, de mi
encarnación.
LUZ
AMPARO:
Veo una luz como una
espiga reluciente que, cuando besa Joaquín a Ana, se desgrana y entra dentro de
ella. Están los dos en éxtasis, en un éxtasis de amor. Su tristeza ha
desaparecido. ¡Ay, qué alegría tienen los dos, ay! Los dos cogidos de la mano
salen del templo y a la salida gritan: “El Poderoso ha obrado en mí un gran
misterio. De mi vientre nacerá la Madre del Mesías, y se le pondrá el nombre de
Miriam, que quiere decir María, Madre de la Humanidad. Será la Torre de Marfil,
la Casa de Oro, el Arca de la Alianza, donde serán guardados todos los
misterios. ¡El medio que Dios pone a la Humanidad para que se encarne la
Redención del mundo!”.
LA
VIRGEN:
¡Cómo los hombres
desprecian mi Corazón, hija mía!, ¡cómo me rechazan hasta mis mismos hijos
predilectos! Por eso quiero formar un gran rebaño, porque Dios no permite que en
estos tiempos tan graves por el pecado... —yo que soy el medio para conquistar a
las almas y llevarlas a Cristo—, Dios no permite que me oculten y quiere que
esté a la luz.
¡Pobre Humanidad, hijos
míos! La Humanidad está corrompida por el pecado. El mayor castigo que puede
caer sobre la Humanidad es que el hombre no acepta la gracia de Dios. Y ellos
solos se gobernarán por sí mismos y se matarán unos a otros. Se envidiarán, se
despreciarán, se destruirán. Ése es el mayor castigo que va a caer sobre la
Humanidad. Por eso quiero formar un gran rebaño, donde todos glorifiquen a Dios
y donde mi Corazón sea venerado. Por eso quiero que viváis, hijos míos, el
Evangelio tal como está escrito, que viváis en pobreza, que renunciéis a
vuestros bienes y que os alimentéis de la savia del
Evangelio.
Y todo el que acuda a
este lugar recibirá grandes gracias para que pueda evangelizar a la Tierra. Los
hombres han olvidado la palabra de Dios. Quiero almas reparadoras, sacrificadas,
pobres y humilladas. Humillaos, que todo el que se humilla será ensalzado ante
los ojos de Dios, y todo el que sea pobre en la Tierra será rico en la
eternidad. Porque con todos los dones que haya dejado en la Tierra, los recibirá
eternamente en el Cielo.
Amaos unos a otros y
buscad la gloria de Dios, no busquéis vuestros honores ni vuestra gloria en la
Tierra.
Tú, hija mía,
humíllate, y bienaventurado el que te desprecie y te calumnie, porque él será el
que te siembre el camino de la eternidad. No le desprecies, llámale
bienaventurado, porque por él gozarás eternamente.
Besa el suelo, hija
mía, en reparación de tantos y tantos pecados como se cometen en el
mundo...
Refugiaos en mi
Inmaculado Corazón, pues él triunfará y
aplastará la cabeza
de Satanás. Sobre toda la Humanidad triunfará mi Corazón.
Sed humildes, hijos
míos, desprendeos de todos vuestros bienes y ponedlos todos en comunidad, como
los primeros cristianos. Y
que no sea nada
vuestro; que lo vuestro sea de todos. Pero no hagáis lo que aquel joven del
Evangelio, cuando se presenta ante Cristo y le dice: “Señor bueno, yo ya cumplo
con todo lo que Tú has dicho”. Y le pide que renuncie a sus bienes, y eso no le
agradó, y
su corazón se
entristeció y se llenó de soberbia, y no quiso aceptar la palabra de
Cristo.
Los que quieran ser
discípulos de Cristo tienen que ser desprendidos, humildes y
humillados.
Levantad todos los
objetos, hijos míos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales. Y todos
los que acudan a este lugar, hoy prometo que serán selladas sus frentes con una
protección especial para cambiar sus vidas.
Levantad todos los
objetos; todos serán bendecidos por los ángeles
custodios...
Os bendigo, hijos míos,
como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu
Santo.
Adiós, hijos míos.
Adiós.
[1] Luz Amparo ha aclarado después que se trata de
santa Ana, cuyo nombre completo, según la vidente, era María
Ana.