MENSAJE DEL DÍA 3 DE FEBRERO DE 1990, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     LA VIRGEN:

     Mira mi rostro, hija mía, cómo refleja el dolor de la amargura que siente mi Corazón al oír gritar a los hombres que no conocen a Cristo.

     Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantos y tantos pecados como se cometen en la Humanidad...

     Hoy, hija mía, vamos a recorrer el Calvario; tú me vas a acompañar, hija mía. (Luz Amparo ve, en este momento, a Jesús en Getsemaní).

     Mira mi Hijo orando. Mira, ¡cómo mana la sangre de su rostro! Mira, hija mía, la ingratitud de los hombres. Toca, hija mía. (Llanto de Luz Amparo. Extiende las manos para tocar y, enseguida, aparecen a la vista de los presentes ensangrentadas).

     Vuelve a besar el suelo, hija mía, por el dolor que siente mi Corazón...

     Y así es derramada la Sangre de mi Jesús. ¡Hasta dónde llega la ingratitud de los hombres, hija mía! Copioso sudor, hija mía, brota de su cuerpo; sus venas se abren como manantiales y su divino cuerpo queda ensangrentado, hija mía.

     Mira mi Hijo orante, para enseñar a los hombres la oración y el amor, hija mía; ora con la cabeza en el suelo. Mira, hija mía, nadie es capaz de alargar su mano para consolar a Cristo. Se sigue repitiendo la negación de Pedro, hija mía, y la traición de Judas; pero con una diferencia, hija mía, de la negación de Pedro: que Pedro lloró su negación durante toda su vida, y los hombres se regocijan en el pecado. ¡Qué ingratitud, hija mía!

     Jesús es condenado a muerte; pero Él no siente su condena. Su Corazón está entristecido por la condenación de las almas, por la ingratitud. ¡Consoladle, hijos míos! Se sigue repitiendo la historia.

     Los hombres, hija mía, han ofendido gravemente a Dios y siguen ofendiéndole. Satanás está construyendo una nueva sociedad y los hombres quieren vivir en esa sociedad de odios, de envidias, de rencores, hija mía, y de crimen; las madres matan a sus propios hijos dentro de sus entrañas; los hogares están destruidos, hija mía, y los padres dan un mal ejemplo a los hijos con su falta de amor. Satanás, hija mía, se apodera de la Humanidad; lo hace tan invisiblemente que los hombres no se dan cuenta de que Satanás, con su astucia, quiere ir demoliendo el mundo, hija mía.

     Mira la juventud: los padres no se preocupan de su alma, sólo piensan en que disfruten de su cuerpo y Satanás los introduce en el vicio de la carne, de la droga, del alcohol..., y los arrastra al camino de la perdición.

     Mira mi Hijo, hija mía, ¡tened compasión de Él! ¿Cómo los hombres pueden decir que mi Hijo no sufre, si el pecado cada día aumenta más en la Humanidad? También hay un gran grupo de almas consagradas víctimas de Satanás, que se dejan arrastrar y seducir por él y no cumplen el Evangelio, y llevan consigo millares y millares de almas al camino de la perdición; y muchos de aquéllos que se llaman hijos de Dios, hija mía, su cobardía no les deja dar testimonio de su verdadera fe y hacen una entrega a medias; no se entregan total a Cristo; y cuántas veces responden: “No le conozco, yo no conozco a ese hombre”. La historia sigue, hija mía, y gran número de masas de almas se quedan sordos y ciegos a las verdades del Evangelio. No escuchan mis llamadas a la oración y a la penitencia, hija mía, y sus corazones están tibios y bloqueados por grandes bloques de hielo. Quieren la paz, hija mía, y en su boca la palabra paz es vana; no conseguirán la paz, si ellos no construyen la unidad, el amor. Sólo se construirá la paz si los hombres se aman y no se odian a muerte.

     ¿Cómo puede sonreír mi rostro, hija mía, si los hombres malvados se dejan arrastrar por las asechanzas del enemigo y arrastran a cantidad de almas hacia el abismo, hija mía?

     Aprended a orar, hijos míos, y sed mansos y humildes de corazón. Haced vuestro corazón semejante al de Cristo. Miradle, hijos míos, miradle crucificado en la Cruz por el amor a los hombres. Y mi Corazón traspasado de dolor viendo que la Humanidad se introduce cada día más en el cieno del pecado. Sólo se puede hacer un reinado de paz cuando el hombre aprenda a amar y a practicar la caridad. Ése es el primer mandamiento de la Ley de Dios.

     Por eso, hija mía, necesito víctimas de reparación para salvar a la Humanidad y quiero que estas víctimas se vayan desgastando, día a día, por los pobres pecadores.

Quiero que todos los días me acompañéis un ratito, hijos míos, en el camino del Calvario.

     Pon el rostro en tierra, hija mía, y ora como Cristo, hija mía, con el rostro en tierra. Si los hombres se humillasen, comprenderían la verdad del Evangelio. Aprende de Cristo orante en la oración en el Huerto, hija mía. Los hombres no saben orar, por eso no saben amar, hija mía.

     Sólo cuando el hombre sea capaz de humillarse e hincar la rodilla ante Dios, su Creador, el mundo dará un giro. Los hombres son cobardes, y muchos, aun después de recibir tantas y tantas gracias, se quedan en la mitad del camino por su cobardía, por miedo a ser despreciados y marginados. Dad testimonio de la verdad, hijos míos, y refugiaos en mi Corazón. Yo soy el camino para ir a Cristo. Y seguid, hijos míos, el Evangelio, tal como está escrito. Quiero que la juventud aprenda el Evangelio tal como es, y vayáis de pueblo en pueblo enseñando a los hombres la verdad y la palabra de Cristo. No os durmáis, hijos míos, y haced una renuncia de vosotros mismos. Aquéllos que han renunciado a sus bienes, que renuncien a sus gustos, que no se queden a medias.

     Hija mía, otro día seguiremos el camino del Calvario, sigue siendo víctima de reparación por la Humanidad. Pero te quiero humilde, muy humilde. Y haz que conozcan los hombres la verdad. La verdad es Cristo; Cristo en la Cruz por el amor a los hombres. ¿Cómo los hombres son tan ingratos, hija mía? ¡Pobre Hijo de mis entrañas!

El mundo, cada día, aumenta en esa falsa paz. Amad a la Iglesia, hijos míos; Jesucristo es la piedra angular de ella, no le despreciéis porque los hombres no cumplan con las leyes tal como están escritas; todo aquél que no cumpla será juzgado y recibirá su castigo, hija mía, pero no hagáis lo que ellos hacen, ya que ellos no entran en el Reino del Cielo.

     Orad vosotros, hijos míos, formad grandes comunidades donde reine el amor, la unión y la paz. Y gritad fuertemente que sois católicos, aunque los hombres quieran confundirlo. Cumplid como buenos católicos y amad a la Iglesia con todo vuestro corazón. Amad al Papa, hijos míos; él sufre también mucho viendo que los pastores, muchos de ellos, sus corazones están tibios. Rezad por ellos, para que vuelvan a su ministerio, para que vuelvan al rebaño de Cristo y para que todas aquellas almas que escuchan doctrinas confundidas, invoquen al Espíritu Santo y vean la luz y la verdad de la doctrina.

     Amaos unos a otros, hijos míos, como mi Hijo os ama.

     Y tú, hija mía, sigue contemplando el rostro de Cristo despreciado y ultrajado por los pecados de los hombres.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, Dios mío, Dios mío! ¿Qué puedo hacer, Dios mío, para ayudarte a reparar tanto dolor?

     ¿Y a Ti, Madre mía? ¡También tu Corazón está traspasado por grandes espinas! ¡Enséñame a orar, Señor! ¡Enséñame a ser más víctima, para consolar vuestros Corazones y para enseñar a los hombres que consuelen vuestros Corazones!

 

     LA VIRGEN:

     Enseña a los hombres que aprendan a orar con el corazón, no con la boca, hija mía. Sólo mueven los labios, pero su corazón no se ejercita.

     Como he dicho, hija mía: si los hombres se pusieran por penitencia la caridad, conseguirían el amor, hija mía. Pero los hombres no aman porque no practican la caridad. Sólo piensan en rezar mecánicamente, como los fariseos, hija mía, hipócritas fariseos.

     Moved vuestro corazón y no mováis tanto vuestros labios. Me gusta la oración que sale del corazón porque es la oración que se comunica con Dios.

     Hoy habrá una bendición especial para todos aquéllos que acudan a este lugar y todos quedarán sellados de cualquier parte del mundo que vengan. Será una protección para su alma, hija mía.

     Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos, hija mía, con bendiciones especiales para su salvación...

     Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

     La paz os dejo, hijos míos. Adiós.