MENSAJE DEL DÍA 2 DE
JUNIO DE 1990, PRIMER SÁBADO DE MES,
EN PRADO NUEVO DE
EL ESCORIAL (MADRID)
LA
VIRGEN:
Hija mía, yo sigo dando
avisos a los humanos y los humanos siguen obstinados en no abrir sus oídos a mis
avisos. Como los hombres no cambien, hija mía, su salvación será
difícil.
Id a Cristo, hijos
míos, que allí está la luz, el camino y la vida. ¡Cuántos de vosotros, por no
dejar las cosas de la Tierra, vais a perder las cosas del Cielo, hijos míos! Os
gusta estar en la tiniebla. Id a Cristo, que es la paz,
no busquéis las guerras, hijos míos.
Y vosotros, guías de
los pueblos, guiad a las almas por el camino del Evangelio. No pongáis límites a
mis mensajes; ¿quién sois vosotros para limitar ni mi tiempo ni mi mensaje?
Dejad a los hombres que se conviertan, hijos míos, estudiad el espíritu del
mensaje y veréis de dónde viene; pero no queráis estropear los planes divinos.
No queráis estropear, hijos míos, el sacrificio de Cristo; Cristo vivió, murió y
resucitó para pagar la deuda de los hombres. Dios es el Padre universal, no sólo
de la palabra, hijos míos, sino de todo vuestro ser, aunque vuestra carne
indigna sea la causa del pecado.
Para salvaros, hijos
míos, es necesario que obréis el bien y que cumpláis con los
mandamientos.
Ahora, hija mía, te voy
a elevar a ver varias moradas; el guía que llevas te irá enseñando cada isla de
la luz y cada paraíso. Mira, hija mía, ¿ves estos siete círculos redondos?
Explica cómo los ves.
LUZ AMPARO:
Veo un círculo redondo
grande, muy grande, como si fuese una puerta, como una rueda de carro, mucho más
grande. Hay frondosas praderas dentro de ello... (Larga
pausa).
LA VIRGEN:
Son los siete paraísos
de la luz, hija mía. Mira, aquí están los jinetes, van montados; uno de ellos va
sangrando y derramando la sangre por todas las partes. Otro de ellos va segando
y dando muerte a la mayor parte de este planeta. Éste es el jinete, hija mía,
que va recogiendo el fruto de la cosecha. Éste es el jinete de los tres
circuitos de la morada universal del Padre que abastece el Cielo y la Tierra.
Mira, hija mía, el horno de luz; te abrasarías si no te hubiera puesto, hija
mía, esa pantalla protectora por delante. Ésta es la morada universal del Padre;
aquí mora el Padre Universal, el Hijo Eterno y el Espíritu Santo Infinito.
(Explica después Luz Amparo que esta morada está protegida por tres
misteriosos guardianes). De aquí se abastece todo lo creado. Aquí, hija mía,
llegan pocos, sólo unos pocos bienaventurados. Mira esas otras moradas, todos
esos puntos que rodean de luz, son veintiuna puerta más, hija mía, con veintiún
guardián dentro, para que nadie pueda entrar dentro de ella. Veinticuatro
hombres las guardan, hija mía. Esto está preparado para todos aquéllos que
guarden los mandamientos. Mira, hija mía, qué riachuelos, mira qué luz, qué
energía divina sale de todo este lugar. ¡Y que los hombres sean tercos y no
escuchen mi voz!... Todas éstas, hija mía, son islas de la luz del Padre; pero
tu espíritu no puede llegar más arriba. Hay billones y billones de almas dentro
de ellas, hija mía.
LUZ AMPARO:
¡Ay, qué belleza, Dios
mío! ¡Ay, ay, ay...! ¡Ay, qué grande! ¡Ay, Dios mío, y que no crean los hombres!
¡Ay!...
LA VIRGEN:
Aquí en el centro vive
la Familia Trinitaria: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y te repito: se
abastece todo el Universo y todo el globo terrestre de esta energía
divina.
¡Hombres de poca fe!
¿Cuándo vais a abrir vuestro corazón a Dios y vais a abrir los oídos y escuchar
mis palabras? Por muy pecadores que seáis, hijos míos, id contritos y arrepentidos, que
Cristo os espera con los brazos abiertos. Pero, ¡ay de los hombres que cierran
sus oídos!
LUZ AMPARO:
¡Ay, ay, Dios mío, ay,
ay!
LA VIRGEN:
Mira lo que se pierden,
hija mía, y mira dónde van.
(Luz Amparo llora y
se lamenta al comprobar la condenación de las almas).
No penséis tanto, hijos
míos, en las cosas terrenas y elevad vuestro espíritu a Dios, vuestro
Creador.
Mira mi Corazón, hija
mía, está afligido por los pecados de los hombres. Y más todavía sufre mi
Corazón por aquellos pecados de mis almas consagradas.
Besa el suelo, hija
mía, en reparación de tantos y tantos pecados como se cometen en el
mundo...
No endurezcáis vuestro
corazón, hijos míos; escuchad mis palabras, haced oración y sacrificios por los
pobres pecadores. ¿Qué puedo decir más, hijos míos, si ya lo he dicho todo? No
os apeguéis al mundo, que os quedáis en el tiempo por estar apegados a lo
material, hijos míos.
Otro día, hija mía,
seguirás viendo parte de las moradas.
Orad, hijos míos, y
haced sacrificios. Acudid a este lugar. Todo el que acuda a este lugar recibirá
gracias especiales para el cuerpo y el alma. Pero pensad más en vuestra alma que
en vuestro cuerpo, hijas mías.
Y vosotras, aquellas
que os habéis retirado del mundo, no tengáis vuestros pensamientos en la Tierra;
que vuestro pensamiento esté siempre elevado hacia Dios, vuestro Creador.
Renunciad a todos los gustos y caprichos y vanidades de la
Tierra.
Levantad todos los
objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para vuestra
salvación...
Os bendigo, hijos míos,
como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu
Santo.