MENSAJE DEL DÍA 6 DE JULIO DE 1991, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     LA VIRGEN:

     Hija mía, mi Corazón sigue sufriendo porque los hombres siguen viviendo en la maldad y han dejado que se refugie en sus corazones el rey de la iniquidad; el rey de la iniquidad, hija mía, está al acecho como el águila para atrapar las presas y hundirlas en el lodo del pecado.

     ¡Despertad, hijos míos, oíd nuestras llamadas y cumplid las leyes, las leyes del Evangelio, hijos míos! Os estáis dejando arrastrar por el rey de la mentira y el mundo se está convirtiendo en una carnicería. Hija mía, ¿cómo no va a estar triste mi Corazón? Mira en él las espinas que hay tan profundas, hija mía. No las puedes tocar, hija mía, porque los hombres viven una fe superficial. ¿Hasta cuándo, hijos míos, vais a renunciar a vuestra soberbia y a vuestro orgullo y os vais a dejar conducir por la verdad del Evangelio? El orgullo y la soberbia, hijos míos, vienen de la iniquidad. ¡Despertad a las llamadas que se os hacen!, ¡no endurezcáis vuestros corazones!

     Hija mía, mi boca no para de dar avisos a los hombres, y los hombres siguen obstinados en el pecado, en el odio, hija mía, en la envidia. Mi Corazón quiere, como Madre, recogeros a todos bajo mi manto y protegeros del gran Castigo que va a caer sobre la Humanidad, hija mía. Despertad, hijos míos, no os hagáis los sordos a las llamadas de vuestra Madre. Mi Corazón derrama misericordia. ¡Dichosos aquéllos, hijos míos, que sois corregidos, y aquéllos que sois avisados y escucháis esta llamada, hijos míos! Pensad que Dios os ama; os da la herida y está pendiente de vosotros para vendárosla, hijos míos. Él os hiere y Él os cura, hijos míos. ¿Hasta cuándo, hijos míos, vais a hacer sufrir a mi Corazón? Pensad que soy vuestra Madre, y una madre no abandona a su hijo, si es una madre buena, hija mía.

     Orad, hijos míos, que por eso no conseguís el verdadero amor y el puro amor que viene del costado de Cristo: por vuestra falta de oración y vuestra falta de renuncia y de sacrificio. Renunciad a vosotros mismos, hijos míos, y amaos unos a otros; ése es el mandamiento de la salvación, el mandamiento del amor.

     Y vosotros, almas consagradas, que vivís en la oscuridad y camináis en las tinieblas, buscad la verdad que está en el Evangelio. Id a Cristo, hijos míos, y Cristo sacará la tiniebla de vuestro corazón y la convertirá en luz. Sed constantes, hijos míos, en la oración; fuertes en el amor, hijos míos, y preocupaos de que vuestro tiempo sea para el apostolado de las almas, hijos míos. No empleéis vuestro tiempo en el mundo, dedicadlo a vuestro ministerio. La mayoría de vuestros corazones están tibios, hijos míos. Cristo es el fuego que derrite los corazones, no os desviéis de su camino. Mi Corazón os ama, hijos míos, y el pueblo necesita buenos pastores de almas que se dediquen al pueblo, a conquistar el rebaño de Cristo. ¿A quién engañáis, hijos míos, llamándoos almas consagradas y sacerdotes del Señor? Y muchos de vosotros estáis entregados a las cosas mundanas y habéis olvidado vuestro ministerio. ¡Volved, hijos míos, que Cristo os espera como conductores de su Cuerpo, entregados, humildes y sacrificados! ¡Dad buen ejemplo, hijos míos, a las almas y estimulad a la Iglesia con verdadero amor! No hagáis sufrir más al Vicario de Cristo, hijos míos. Mira, hija mía, cómo sufre el Vicario de Cristo; está triste.

 

     LUZ AMPARO:

     El Santo Padre está muy triste, le veo muy triste.

 

     LA VIRGEN:

     Porque ve la impiedad de sus almas consagradas. La Iglesia está desolada, muy desolada, ¡cómo no va a sufrir mi Corazón si soy Madre de la Iglesia! Pide mucho por el Vicario de Cristo, hija mía, ¡qué triste está su corazón!

     Almas consagradas, obedecedle, no seáis rebeldes. Y aquéllos que tenéis votos, renovad vuestros votos y consagraos a mi Corazón, y mi Corazón os protegerá de las asechanzas del enemigo; mi Corazón os ama, hijos míos; sed fuertes y no busquéis las comodidades del mundo. Imitad a Cristo, Él no buscó comodidades, hijos míos, toda su vida estuvo llena de incomodidades y de sacrificios.

     Acudid a este lugar, hijos míos; todos los que acudáis a este lugar recibiréis gracias especiales y seréis bendecidos contra las asechanzas de Satanás. Aunque sufre mi Corazón, también siente gozos de ver que muchas almas han renunciado a muchas cosas del mundo y se han introducido en el rebaño de Cristo. Sed fuertes, hijos míos, y no os apartéis de las gracias. El que se aparta de la gracia se queda muerto, y la muerte, hijos míos, es tenebrosa y oscura.

     Tú, hija mía, humíllate y sacrifícate; piensa que eres víctima, y las víctimas se tienen que inmolar para la salvación de las almas. Sí, hija mía, mi Obra y la Obra de Cristo es tu Obra y tienes que preocuparte por ella, y tienes que poner, hija mía, todo tu amor en ella. Sé que sufres. Bebe unas gotas del cáliz del dolor... Está muy amargo, hija mía; queremos que participes de la amargura de nuestro Corazón, hija mía. Tienes que ser fuerte, hija mía; encontrarás muchos obstáculos, pero piensa que es mi Obra y la Obra de mi Hijo, y todo el que ame esta Obra se tiene que entregar a ella, cada uno a la medida de sus fuerzas. Y yo derramaré gracias sobre vosotros. Pensad, hijos míos, que es el mandamiento del amor esta Obra: es amar al desvalido y protegerle y recogerle. Ahí están las bienaventuranzas... Tuve hambre y me disteis de comer; mendigo y me recogisteis; desnudo y me vestisteis; enfermo y me visitasteis. ¿Qué es la fe, hija mía —te lo he enseñado muchas veces—, qué es la fe sin obras? La fe tiene que estar acompañada de la caridad. El que no ama y no tiene caridad no entrará en el Reino del Cielo. El que no comparte con el hermano de su hacienda y lo guarda para que se lo coma la polilla, no entrará en el Reino de los Cielos. Ése es el mandamiento del amor; ésta es mi Obra, ésta es tu Obra, y también es la Obra de todos los que han recibido gracias de este lugar.

     Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantos pecados y tantas ofensas de las almas consagradas...

     Humildad pido; sin humildad, hija mía, no se consiguen las demás virtudes.

     Voy a dar una bendición especial para todos los objetos contra las asechanzas del enemigo y para los moribundos. Levantad todos los objetos... Todos han sido bendecidos con bendiciones especiales.

     Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

     La paz sea con vosotros, hijos míos.