MENSAJE DEL DÍA 3 DE JULIO DE 1993, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     EL SEÑOR:

     Hija mía, la situación del mundo es grave, muy grave. Mira, hija mía, hasta dónde traspasan los pecados de la Humanidad...

     Todos los pecados capitales, hija mía, han revuelto a las almas. Mira cómo triunfan, hija mía.

     ¿Hasta dónde, hijos míos, hasta dónde queréis llegar, con tanta ofensa a la Divina Majestad de Dios? Hijos míos, mirad a Cristo crucificado. ¡Cómo crucifican los pecados de los hombres al Hijo de Dios, hija mía! El hombre está aletargado por el pecado.

     ¡Moveos, hijos míos!; la oración, el sacrificio y la penitencia es la que salvará al mundo, hijos míos. ¡Estáis dormidos!; os dejáis engañar, hijos míos, por los hijos de la tiniebla.

     ¡Ay, gobernantes de las naciones, que hacéis creer a las almas que estáis unidos en la victoria para luchar por una libertad para el hombre! ¡Ay, hijos míos, que por culpa vuestra el mundo vive un flagelo! Aparentáis con palabras engañosas llevar a los hombres a un ideal destructor. ¿Hasta dónde vais a llegar, hijos míos? Queréis hacer desaparecer todos los principios de Dios... Si Dios es el Principio y el Fin, ¿cómo creéis que podéis quitar el principio de Dios? ¡Ay, cuando os presentéis ante Dios, qué palabras os responderá la Divina Majestad de Dios por vuestros errores!

     El mundo está corrupto, ¿cómo os dejáis engañar, almas inocentes? Con palabras engañosas y con mentiras queréis, hijos míos, apartar a los hombres del camino de la verdad.

     Y vosotros, ¡ciegos!, ¿no os dais cuenta que os hablan de paz y ellos están en guerra, hijos míos? Se unen para aparentar en la victoria y es para luego aplicar la venganza. Ellos, unos con otros, hijos míos, están divididos y hacen lo que los hijos de las tinieblas. Ellos están divididos y quieren dividir al pueblo. ¡Despertad de ese letargo que tenéis, hijos míos! El hijo de la iniquidad quiere engañaros con promesas y mentiras. Despertad, hijos míos, orad; sacrificio y penitencia. ¿No veis, hijos míos, que os quieren golpear y herir para que neguéis la palabra de Dios, hijos míos? Pero no saben que ningún arma podrá con los que viven la fe, con los que viven el Evangelio, con los hijos de Dios. Vivid, hijos míos, el Evangelio. Todo el que vive el camino recto, el camino del Evangelio, es perseguido, hijos míos. ¿Por qué me perseguían a mí?, por hacer el bien, hija mía. Yo vine a dar vida al mundo y el mundo me condenó a la muerte.

     Amad, hijos míos, con todo vuestro corazón y no os hundáis. Dios está por encima de los hijos de las tinieblas. Los hijos de las tinieblas, hija mía, aparentarán ser mejor: moverán los labios, ellos mismos se creerán santos; pero no ejercitan el corazón porque están en tinieblas y no viven nada más que para sí mismos y no piensan en el flagelo de los necesitados, hija mía.

     ¡Ay, almas ingratas, que ni amáis ni dejáis amar!

     Orad, orad mucho, hijos míos, y reuníos todos; quiero que se forme un gran rebaño; y no os importen las persecuciones ni las calumnias. Sed firmes y seguid amando, pues la caridad es tan hermosa, hijos míos. ¿No veis que los hombres no cumplen las leyes de Dios? Si hay diez mandamientos, hija mía, y el más firme de todos es amar a Dios y al prójimo como a vosotros mismos. ¡Ay de aquéllos que se aman a sí mismos sin acordarse de los demás! ¿No os dais cuenta, hijos míos, que os dije que tendríais una persecución constante y recibís la persecución de aquéllos que más cerca están de vosotros? No os angustiéis, hijos míos, estad alegres, y que nada ni nadie os turbe. Os golpearán y os herirán, hijos míos, pero si estoy yo con vosotros, ¿a quién podéis temer?

     ¡Ay, vosotros, que habéis cambiado la fe por el orgullo y la venganza, y os dedicáis a dividir los pueblos, a dividir las almas! Con vuestras tramas y mentiras, hijos míos, engañáis a los inocentes. ¿No os dais cuenta, hijos míos, de la situación del mundo, que el mundo cada día está peor? Sólo los hijos de Dios sois los que tenéis que luchar y estar unidos como hermanos y vencer todas las batallas y todos los golpes, hijos míos.

     Hija mía, vas a ver la fuerza de la oración. Mira cómo está el mundo, aunque los hombres y los dictadores dicen que el mundo está en una situación buena. No os lo creáis, hijos míos, el mundo tiene un flagelo y está herido de muerte. Pero, mira el poder de la oración y mira cuántas almas se han salvado de tantas y tantas oraciones. Y mira también los miles de almas que por las gracias que han recibido en este lugar... Vas a ver, hija mía, el valor que tiene la oración. Mira todos los pecadores que hay en el mundo, y mira a estas almas que interceden a los santos y a los bienaventurados. Mira cómo llegan a mí los santos y bienaventurados y me dicen: “Dios eterno y Divina Majestad de Dios, nosotros, que fuimos justos en la Tierra y odiamos el pecado, y nos retiramos del mundo y lo despreciamos, siguiéndote a Ti en todo el camino del Evangelio tal como está escrito, y renunciando a las comodidades y los gustos... Todas estas almas no se atreven, por temor y respeto hacia Ti, pedirte perdón, y vienen a nosotros para que intercedamos por ellas”.

     Mira, hija mía.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, cuántas miles y miles de almas! ¡Ay! ¡Ay!, pero están como si estuviesen en una tierra; ¡ay!, parece que tienen miedo, ¡ay!, son pecadores. ¿Qué va a ser de ellos, Señor? ¡Ay! ¡Ay, todos los santos y bienaventurados llegan a Ti, Dios mío! ¡Ay!, a pedirte perdón por todas ellas; y por todos sus sacrificios y penitencias, por su ignorancia y por su desconocimiento de Ti. ¡Ay, Señor!, ¿qué va a pasar con todos ellos, Dios mío? ¡Ay, son tantos!... ¡Ay!, el Señor levanta la mano, ¡ay!, y bendice a todos ellos por la intercesión de todos los santos y bienaventurados. ¡Ay!, ¿están salvos? ¡Ay!, ¿ya no se condenan? ¡Ay, ay!; ¡ay!, el Señor les dice: “Id y pagad vuestras culpas... (Lamentos de Luz Amparo). Pero no estaréis eternamente condenados, por los méritos de los bienaventurados y de los santos, y de tantas y tantas almas como rezan por los pecadores; estáis absueltos del pecado”. ¡Ay, cuántas, cuántas! ¡Ay, cómo van todas en bandadas! ¡Oy, pero hay tantos aquí en este lugar! ¡Ay, Señor, mira todos los que hay en este lugar! ¡Ay!

 

     EL SEÑOR:

     Muchos no quieren salvarse, hija mía.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, viene la Virgen llena de luz!, ¡ay! ¡Ay, qué manto tan bonito!, resplandeciente, pero su cara triste, porque ve tantos y tantos pecados como hay en la Humanidad. ¡Ay!, se acerca a su Hijo y el Hijo le dice...

 

     EL SEÑOR:

     ¿Qué quieres ahora, Madre mía?

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay!, la Virgen llena de dulzura, con su cara y los ojos llenos de lágrimas se arrodilla ante el Hijo y le dice...

 

     LA VIRGEN:

     ¡Hijo mío, ten compasión de todos estos hijos, porque sus madres han derramado caudales de lágrimas de dolor por ellos! ¡El amor de la madre, hijos míos!... (Luz Amparo manifiesta un gran gozo).

     Mira, Hijo mío, el amor en los corazones de las madres, cómo interceden por sus hijos. Y esas lágrimas las traigo aquí; ¡cuántas lágrimas traigo de todas esas madres, Hijo mío! ¡Ten compasión de sus hijos; ellas se han sacrificado y se han inmolado orando por todos ellos!

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay! ¡Ay, qué grandeza, Dios mío! ¡Ay!, el Hijo levanta a la Madre y con palabras fuertes dice...

 

     EL SEÑOR:

     ¡Levantaos todos! Todos sois perdonados por el amor y las lágrimas de vuestras madres. Pecadores habéis sido, pero vuestras madres han sido mártires del sacrificio y la oración por vosotros. ¿Cómo puede un Dios de amor y misericordia dejar esas lágrimas dolorosas de las madres; y cómo puede olvidar las oraciones que salen de lo más profundo de sus corazones? Levantaos y volad a otra tierra. Tendréis que purgar también vuestros pecados, pero no estaréis eternamente sin ver la presencia de la Divina Majestad de Dios.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, qué alegrías y qué gritos todos!; todos gritan con gritos de alegría. ¡Ay, cómo suben todos hacia otro lugar! ¡Todos están salvos!

 

     EL SEÑOR:

     Mira, hija mía, este otro lugar; este otro lugar es triste y fúnebre. Aquí no quieren mirar a la Divina Majestad de Dios, aquí no hay súplicas, aquí no hay rechinar de dientes, aquí no hay lágrimas; no quieren salvarse, quieren vivir en comodidades, quieren, hija mía, vivir los siete pecados capitales.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, Dios mío! ¡Ay, cuántos también hay en ese lugar! ¡Ay!

 

     EL SEÑOR:

     No merecen lágrimas, hija mía; han tenido profetas y han tenido fuentes de gracias y se han hecho los sordos, y no han querido caminar hacia el camino de la luz, y se encuentran en tiniebla para toda la eternidad.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, Dios mío, que se haga tu voluntad! Tú eres el que lo haces todo bien. ¡Ay, la Virgen, cómo da gracias a su Hijo por haberla escuchado! ¡Ay, cuántas almas se salvan, ay, por las plegarias que se le rezan a María! ¡Qué Madre tan grande eres y cómo te has acordado de las madres para salvar los hijos! ¡Ay, qué grandeza, Madre mía! ¡Ay, ay, ay, qué belleza tienes! ¡Ay..., qué dulzura y que... cosa más hermosa, Dios mío, es tu Madre!

 

     EL SEÑOR:

     Todo el que interceda a mi Madre será escuchado, pues mi Madre vale más y tiene más méritos que todos los santos juntos; y si las oraciones de los santos y la intercesión de los santos es escuchada, ¿cómo no voy a escuchar el ruego de mi Madre? ¡Si somos dos Corazones unidos en uno! ¡Acudid todos a mi Madre y mi Madre os encaminará hacia el camino del Evangelio! Estos tiempos los dejo en sus manos. Ella es la Puerta del Cielo; Ella os enseñará, porque Ella fue el primer apóstol para dar testimonio de la Iglesia.

     Seguid orando y seguid acudiendo a este lugar, que seguiréis recibiendo gracias especiales para los pobres pecadores. Todas las oraciones son recogidas para los pobres pecadores. Y ¡ay, mis almas frescas y lozanas, consagradas, que oráis e intercedéis por los pecadores!; vuestras oraciones también llegan a lo alto del Cielo, y ¡cuántos pecadores se salvan por medio de vuestra caridad y vuestras oraciones! ¡Conservaos lozanas y frescas, aquéllas que estáis escondidas en la oración y retiradas del mundo! Y orad mucho; el mundo está en una situación grave, hijos míos. Lo que no sabéis...

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, ay, ay! ¡Ay, qué grande, Dios mío! ¡Ay! No sabéis las grandezas que hay ahí arriba. ¡Ay, Dios mío, ay! Jardines frondosos, arroyos cristalinos y bellos, ¡amor!, ¡hay paz!; ¡ay, lo que se siente, Dios! ¡Ay, ay, ay...! ¡Qué grandezas, Dios mío! ¡Ay, que los hombres se pierdan todas estas grandezas, ay, por un placer, por un ideal; ay, por envidias y soberbias! ¡Ay, Señor, ay, yo te pido por todos: que gocen de esta grandeza! ¡Ay!

 

     EL SEÑOR:

     Seguid orando, hijos míos, para que todos puedan participar de esta Tierra Prometida. ¡Gracias a todos los que oráis por los pobres pecadores! Y a mis almas consagradas les pido que caminen por el camino recto del Evangelio. Y a las que estáis escondidas en los conventos, hijas mías: ¡sed fuertes, y con fortaleza y con energía defended vuestra fe! Llenaos de Dios, porque el que está lleno de Dios no teme a ningún mal. No hay ningún arma que pueda hacer desaparecer la fe en los corazones, ni la alabanza en los labios de los hombres de buena voluntad hacia Dios, su Creador. Por mucho que hiráis y por mucho que golpeéis, hijos míos, ¡el hijo de Dios (1) no se rinde; es fuerte, porque la fortaleza está en Dios!

     Y vosotros, aquéllos que oráis moviendo sólo los labios, moved vuestro corazón, hijos míos, para que vuestra oración tenga poder y se pueda recoger y aprovechar para los pecadores.

     Hijos míos, os promete el Hijo de Dios vivo que todo el que cumpla las palabras del Hijo de Dios vivo, será protegido con una señal que nadie podrá borrar. Serán selladas vuestras frentes a todos los que acudáis a este lugar y recibiréis una protección especial. Desprendeos del mundo, hijos míos, amaos los unos a los otros y haced obras de amor y misericordia. No tengáis el corazón apegado a las cosas materiales de la Tierra; vuestro corazón y vuestro tesoro tiene que estar en el Cielo.

     Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones muy especiales para los pobres pecadores...

     ¡Sed fuertes, hijos míos!

     Os bendigo como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

 

 

 

 

 

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(1) No se refiere aquí a la segunda Persona de la Santísima Trinidad, sino a quienes no se rinden ante las tribulaciones, porque reciben su fortaleza de Dios.