MENSAJE DEL DÍA 5 DE FEBRERO DE 1994, PRIMER SÁBADO DE MES,
EN PRADO NUEVO DE
EL ESCORIAL (MADRID)
EL SEÑOR:
Hija mía, mira mi imagen, hija mía; mira la crueldad de los hombres, cómo ponen a Jesús.
LUZ AMPARO:
Veo a Jesús suspendido en el aire con los brazos en forma de “Y” griega. De sus cinco llagas vienen grandes rayos de luz... ¡Ay, ay, qué potencia! ¡Ay!
LA VIRGEN:
Esos cinco rayos caen sobre los hombres de buena voluntad; son gracias que el Señor derrama en este lugar.
LUZ AMPARO:
¡Ay, Señor, qué ejército de ángeles! ¡Ay, ay, tu Madre! ¡Ay, qué belleza, Madre mía, ay!
EL SEÑOR:
Hija mía, mira: ni, hija mía..., ni el tormento de la Cruz, ni las espinas en mi frente, ni la lanzada en mi costado, ni los clavos en mis manos, ni el camino del Calvario, hija mía, me dolió tanto como la burla y la mofa que los hombres hacían y siguen haciendo hacia mi divina Pasión, hija mía. Los hombres se mofan de mi Pasión. El dolor más inmenso que sentí en mi alma fue que los hombres de mala voluntad se iban a mofar de la divina Sangre del Cordero divino. Ni la negación de los sacerdotes, ni el desprecio de los impíos, ni la burla de Pilatos ni de Caifás, ni la negación de Pedro, ni la traición de Judas, hija mía, iba a hacer tanta mella y tanto dolor dentro de mis entrañas —como la perversión y la corrupción que vi antes y después—, sino la burla a la Divina Majestad de Dios. Ése es el dolor que sintió mi alma: la irreverencia de la Divina Majestad de Dios de los hombres y la Sangre pisoteada del Verbo humanado; y ni por esa Sangre, hija mía, los hombres iban a querer salvarse. ¡Qué crueldad la de los hombres! Ése fue el mayor dolor que sintió el alma del Hijo de Dios, que se humanizó para redimir al hombre, y el hombre se burlaba y se mofaba de la Redención. Ni aun mi Padre tuvo compasión de mí, para que comprara...
LUZ AMPARO:
¡Ay, Dios mío! ¡Ay, qué ingratitud!
EL SEÑOR:
Para que se cumpliese la Obra de la Redención, la Divina Majestad de Dios cerró los cielos y no tuvo compasión de su propio Hijo. Dios quiso que el Verbo encarnado bajase a la Tierra y se engendrase en las entrañas de una doncella humilde y virgen, para el bien de la Humanidad. Ni ante todas esas cosas, hija mía, los hombres tuvieron compasión del Hijo de Dios; sólo la humildad de María y la virginidad de María hizo que Dios mandase a su Hijo y se engendrase dentro de sus entrañas por obra y gracia del Espíritu Santo. Dios ya tenía en su mente el pensamiento de María para Madre del Redentor; ¿cómo los hombres ingratos y crueles quieren hacer desaparecer el nombre de mi santa y pura Madre? Quiero que mi Madre sea venerada, y quiero que la imagen de mi Madre salga en procesión y todos los hombres canten himnos de alabanza para María. Ella fue Corredentora del género humano, y los seres humanos, ¡qué ingratitud hacia Ella! ¡Quiero que se la venere en todos los lugares y que se la lleve por todos los pueblos creyentes y no creyentes, mahometanos, budistas, jóvenes, niños, mayores..., que veneren la imagen de mi Madre! ¡Quiero que todos vean su rostro doloroso y las lágrimas que derrama por toda la Humanidad! Quiero que mi Madre sea honrada como se merece. ¡Cuántas veces te he dicho, hija mía, que en los tiempos de mi Nacimiento y mi vida oculta mi Madre se ocultó por su humildad! ¡Ahora es el tiempo de María y quiero que en todas las iglesias haya un trono, y en todos los hogares un trono del Corazón de Jesús y del Corazón Inmaculado de María! ¡Hombres ingratos, que con vuestras astucias queréis hacer desaparecer el nombre de María tan amado por la Divina Majestad de Dios! ¿Cómo podéis creer que vosotros, criaturas desagradecidas, corruptas, vais a poder hacer desaparecer el nombre de la Reina de Cielos y Tierra?...
Son profecías que se están cumpliendo, hija mía. Os lo dije: que intentarían hacer desaparecer de este lugar el nombre de María. No harán desaparecer el nombre de María; intentarán, pero los cristianos tenéis que ser fuertes y los hijos buenos defienden a su madre; ¡defendedla con dignidad y con justicia! Que no pongan excusas, hijos míos, de que se deterioran los prados y de que se deteriora... la naturaleza, cuando ellos mismos están haciendo desaparecer de la creación la belleza de los campos y la hermosura de la obra de Dios. No hagáis caso, hijos míos; os dije que yo no permitiría que mi Madre dejase de plantar sus plantas virginales en este lugar; la distancia es igual, hijos míos. La voz de los cristianos llega al Cielo y para Dios esta distancia es muy corta. Cantad alabanzas a María y rezad el Rosario y no me defraudéis, hijos míos.
El mundo está corrompido y, a veces, hija mía, no merecería la pena salvarlo; pero por ese reducido grupo que hay de almas orantes, almas consagradas en los conventos, aquellas pocas que todavía quedan frescas y lozanas, por ese número de almas estigmatizadas que la Divina Majestad de Dios escoge para los bienes espirituales; gracias a esas almas la Humanidad..., la Humanidad sigue viviendo en la Tierra, hija mía, si no ya se hubiera destruido el mundo. Pero Dios coge a sus almas. En cuanto hay un reducido número de almas que oren con profundidad y con amor, Dios sigue derramando gracias sobre la Humanidad. Aunque los hombres son crueles, hija mía, y no tienen compasión y pisotean mi Sangre, yo derramo misericordia sobre ellos; pero también aplicaré mi justicia, porque mi justicia será santa.
LUZ AMPARO:
Veo que la Iglesia va decayendo. Veo a muchos clérigos que no obedecen al Santo Padre. ¡Ay, Dios mío!
EL SEÑOR:
Por eso, hija mía, es necesaria una purificación en el mundo y aquéllos que aman a Dios y rezan con lo más profundo de su corazón, gustosos participarán de esa purificación.
¡Cómo los hombres pierden el tiempo en buscar discordias, hijos míos, mientras sus hermanos están muriendo de hambre y de frío por otros lugares! Quiero que pidáis por esas guerras, hijos míos, porque los hombres hablan de la paz y les gustan las guerras.
Quiero que se saque la imagen de mi Madre en procesión y que se pida por esas guerras, para que acabe la violencia entre los hombres. Y no quiero que os abandonéis, hijos míos, en la oración y en el sacrificio. Orad, hijos míos, orad; el mundo está necesitado de oración y penitencia. La sociedad está pasando por el huerto de Getsemaní. Mi Iglesia agoniza, ¡y quiero que haya una renovación en ella y que florezca mi Iglesia con sacerdotes santos que prediquen el Evangelio! Pedid por aquel número de sacerdotes santos que llevan el Evangelio con santidad y justicia; se mofan de ellos, hijos míos, pero hay que ser valientes; los vasallos de Cristo tienen que coger la cruz y crucificarse con Él. Hay muchas formas de crucificarse, hijos míos: aceptando el desprecio, la persecución, la calumnia; sed valientes, que yo quiero un rebaño valiente, limpio y con la verdad.
LA VIRGEN:
La Verdad es Cristo; Él es la Vida, Él es la Resurrección, Él es el Camino. Por eso, hijos míos, os pido que vengáis a mi Inmaculado Corazón y yo os llevaré al Divino Corazón de Jesús. Yo soy Madre de amor, Madre de misericordia.
La Divina Majestad de Dios es tan buena y tan santa, hija mía, que... ¡Cuántas veces te lo he dicho!: que los hombres están hechos de amor; ¿cómo los hombres son tan crueles que han olvidado ese mandamiento importante: amarás a tu Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, y al prójimo como a ti mismo? Ese mandamiento lo han olvidado los hombres, y ven ficticiamente y viven las comodidades del mundo. ¡Qué pena de Humanidad! Mira mi manto, hija mía, yo soy la que protejo a mi Iglesia, soy Madre de la Iglesia y la amo con todo mi Corazón, como os pido que la améis vosotros, hijos míos. ¿Ves, hija mía?, en algunos templos sólo queda en pie el sagrario. Los hombres se olvidan de ser templos vivos, hija mía, porque acuden a los templos con las almas muertas, hija mía; porque están llenos de pecados, llenos de soberbia y de lujuria, y donde está el pecado y la mentira, no está Dios, sus almas están muertas. ¡Qué tristeza siente mi Corazón por esas almas, hija mía! Yo seré con mi luz...
LUZ AMPARO:
¡Ay, llena de luz toda! ¡Ay, si parece el Sol! ¡Ay, ay! ¡Cómo pisa a todos los enemigos, montones y montones de secuaces del Anticristo! ¡Ay, cómo los aprieta y caen! ¡La luz que trae la Virgen! ¡Ay, y con las llagas de Jesús, parece un sol todo lo que se envuelve en ese lugar! ¡Ay, ay, Dios mío! ¡Ay, ay, ay, qué cosa, ay, que traspasa el alma! ¡Ay, que traspasa todo el ser! ¡Ay, Dios mío, cómo penetra la luz! ¡Ay, qué grandeza: una luz abrasadora para todas las almas que quieran abrasarse en esa luz! ¡Ay, cómo protege con ese manto lleno de luz a muchos sacerdotes que hay santos, que llevan el Evangelio! Otros muchos se han quedado fuera del manto de la santísima Virgen, porque se mofan de Ella y se ríen de la Pasión de Cristo.
LA VIRGEN:
¡Ay!, ¿¡hasta cuándo, almas ingratas, os va a estar avisando mi Corazón Inmaculado, para que os salvéis!? No deis mal ejemplo y dejad vuestro ministerio, si no cumplís con él. Os quiero almas santas, almas que caminéis por las pisadas de Cristo. ¿Hasta cuándo vais a ser capaces de estar haciendo tanto daño a las almas, hijos míos?
Y no os preocupéis, hijos míos, hay muchos lugares por todo este alrededor para rezar. No abandonéis este lugar, pues seguiré manifestándome en él; mi Hijo así lo quiere, hijos míos. Sed humildes, que yo derramaré gracias sobre vuestras almas y sobre vuestros hogares.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantas ofensas hechas a la Divina Majestad de Dios...
Quiero humildad y sacrificios; quiero que renunciéis a tantas comodidades del mundo, quiero que andéis en la verdad, no en la tiniebla, hijos míos, en el enredo y en la mentira. Los hijos de la luz están en la luz y los hijos de las tinieblas se esconden en los escondrijos para maquinar el mal.
¡Ay, pobres de vosotros, qué difícil será vuestra salvación, hijos míos, si no cambiáis vuestras vidas!
Amaos los unos a los otros, no forméis querellas, hijos míos. Cómo odiáis a los hijos de la luz, porque no la veis, hijos míos, porque estáis en la tiniebla. Sed mansos y humildes de corazón.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para vuestras pobres almas...
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.