MENSAJE DEL DÍA 3 DE FEBRERO DE 1996, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     EL SEÑOR:

     Hija mía, nuestros Corazones están muy tristes y afligidos porque los hombres son esclavos de los pecados, de sus propios pecados, hija mía; niegan el Nombre de Dios, rechazan su Ley. Los hombres, la mayoría, se comportan peor que las fieras; no se respetan unos a otros, se matan unos a otros. ¿Cómo no va a estar triste mi Corazón si el hombre no parece un ser humano? Las fieras se portan mejor que los hombres, porque las fieras defienden sus camadas y los hombres se destruyen unos a otros.

     Yo bajé a la Tierra y puse mi cuerpo en alto, en una cruz. Fui crucificado para salvar a la Humanidad y para reunirlos a todos y para que todos los hombres fuesen hermanos, hijos míos. Fundé una Iglesia para que todos se reuniesen en ella, como hijos míos, y los sellé con el sello del Espíritu Santo, pues ésa es la herencia de la salvación; pero los hombres son tan ingratos, hija mía, que ni la muerte de Cristo ni los dolores de María ablandan sus corazones.

     El mundo va, de día en día, peor. La inmoralidad aumenta. El mundo vive una corrupción y los hombres siguen ciegos. La única tabla de salvación es el amor a Dios y al prójimo; ahí están las leyes, para que las cumpláis, hijos míos; pero pisoteáis la Sangre de Cristo y ultrajáis el Nombre de Dios. La mayoría de la Humanidad está cambiando de piadosos a impíos; pero, hijos míos, ¿cómo os abandonáis en la oración y en el sacrificio? ¿Cuántas veces os voy a repetir, hijos míos, que bebáis de las fuentes de la Iglesia y que alimentéis vuestro espíritu, hijos míos?; pero los hombres están tan metidos en el pecado que no distinguen dónde está la gracia y dónde está el pecado; no quieren distinguir. A mis llamadas con tanta insistencia no hacen caso, cierran los oídos. ¡Ay, Humanidad, cómo os habéis deshumanizado! ¡Cuánto os cuesta, hijos míos, amar a Dios vuestro Creador y cómo os dejáis arrastrar por los placeres de la carne, de la soberbia!

 

     LA VIRGEN:

     Hijos míos, cambiad vuestras vidas, refugiaos en mi Inmaculado Corazón, que, por muy graves que sean vuestros pecados, mayor es la misericordia de mi Hijo; yo os mandaré a Él, hijos míos, y Él os abrazará como amigos y perdonará vuestras culpas. Amad a la Iglesia, hijos míos, y reuniros en ella; ahí hay fuentes que alimentarán vuestra alma y la fortalecerán.

     Amad a los sacerdotes, hijos míos, son ministros de Cristo; son débiles también; pedid por ellos, para que sean buenos pastores y lleven a sus ovejas donde hay buenos pastos, para que las ovejas se nutran de las gracias; orad por ellos, hijos míos, y orad por vosotros. El mundo está en una situación muy grave por causa del pecado y del desamor que hay en el mundo.

     Amad a los necesitados, hijos míos, y compartid con ellos vuestras herencias y vuestras haciendas. No seáis ingratos, hijos míos, y no hagáis sufrir a nuestros Corazones. Amad mucho al Vicario de Cristo, a ese santo varón que sufre tanto por los componentes de la Iglesia y por las almas infieles que no cumplen con la Ley de Dios.

     Penitencia y sacrificio, hijos míos. Reuníos todos en este lugar, que seguiré derramando gracias para vuestras almas; aprovechadlas, hijos míos, y venid a mí, que yo con mi manto os protegeré de las asechanzas de Satanás. Orad y acercaos al sacramento de la Eucaristía, al sacramento de la Penitencia. Muchos, hijos míos, vais sacrílegamente a recibir el Cuerpo de Cristo. Para que vuestra alma esté limpia, hijos míos, primero tenéis que lavarla. Si no pasáis a lavar vuestra alma, vuestros pecados no serán perdonados. La misión de los pastores es la de perdonar los pecados, hijos míos. Id, confesad vuestras culpas y cumplid la penitencia, y recibid el Cuerpo de Cristo y Él os fortalecerá. Humildad os pido a todos, hijos míos.

     Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantos y tantos pecados como se cometen en la Humanidad... Sed misericordiosos, hijos míos, y amaos unos a otros; éste es el mandamiento muy importante que a Dios le agrada, porque el que ama a Dios ama al prójimo, y el que ama al prójimo no le daña. Pedid, hijos míos, por tanta y tanta corrupción como hay en el mundo y tanta inmoralidad. Ya os dije que llegaría el momento en que cada individuo se gobernaría por sí mismo y el poder eclesiástico y el civil sería hollado por los propios seres humanos.

     Hijos míos, todos los que acudís a este lugar, cambiad vuestras vidas y entregaos a los pobres y necesitados; amaos unos a otros.

     Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales...

     Yo os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y del Espíritu Santo.

     Todos estos objetos, que han sido bendecidos, servirán para los pobres pecadores.