MENSAJE DEL DÍA 2 DE NOVIEMBRE DE 1996, PRIMER SÁBADO DE MES,
EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)
LA VIRGEN:
Hijos míos, hoy vengo como Madre de todos los pecadores, como Reina de todos los afligidos. Hoy traigo un manto de oro, y de este manto saldrán rayos de luz que cubrirán la Tierra. Yo soy Madre de todos los que sufren y mi Corazón los ama. Mira, hija mía, cómo hoy voy a este lugar y con mi manto voy a sacar a muchas almas y, protegidas bajo él, van a volar hacia la Patria celeste.
LUZ AMPARO:
¡Ay, cuántas almas salen hoy a gozar! Ya entran en tropel. ¡Ay, cuántas salen!
LA VIRGEN:
Hoy se concede el privilegio a las almas de llegar aquí ante los bienaventurados; pero he tenido muchas veces que consolarlos porque estaban afligidos, purificando sus culpas. Hoy gozan de la Divina Majestad; por eso soy Madre de los que sufren; Madre de todos los pecadores.
Venid a mí, que yo os llevaré a mi Hijo y yo intercederé ante Él, para que perdone vuestras culpas. Yo soy la Madre del Divino Redentor. Me han dejado el timón de Pedro en mis manos; por eso soy Madre de la Iglesia, y quiero reunir todo el rebaño para que ame a la Iglesia y se conviertan tantos y tantos pecadores como ofenden a la Divina Majestad de Dios. Hoy derramaré gracias especiales para esos pobres pecadores.
EL SEÑOR:
Sí, hija mía, que los guías del pueblo se dediquen a predicar bien mi palabra. Pastores de mi Iglesia, que vuestro corazón esté en el Cielo, que no esté en el mundo; porque muchos de vosotros, hijos míos, mientras os dedicáis al mundo, yo soy desconocido, ultrajado y despreciado. El sacerdote tiene una misión como pastor: la de proteger a su rebaño y examinar dónde está la luz; no esconderla, sino mirar todo y quedarse con lo bueno, y dar testimonio de la verdad; pero hay muchos de vosotros que escondéis la verdad y lleváis la mentira en vuestros labios para dañar allí donde yo derramo tantas gracias. ¡Ay de vosotros, que quitáis las palabras del Evangelio y añadís lo que queréis! ¿Cómo podéis deformar, muchos de vosotros, el Evangelio? Cuando resucité, descendí a los Infiernos; ¿cómo podéis esconder a los hombres que existe el Infierno? ¿Habéis leído el Evangelio, las veces que repite la palabra Infierno y castigo? Dios castiga a los malos y premia a los buenos; si no, no sería un Dios justo. ¡Cómo deformáis la palabra de Dios! ¿Cómo decís que no se puede meter miedo a las almas?, si está escrito: “¿Quién se salvará? El que cumpla con los mandamientos”; y vosotros, guías de mi Iglesia, muchos de vosotros no queréis entender, ni los demás comprender, que existe el Infierno. ¡Ay, predicad el Evangelio como está escrito, no lo pongáis siempre como ejemplos!...
LUZ AMPARO:
¡Ay, qué deformación!
EL SEÑOR:
¡O como parábolas que no existieron! Todo lo que está escrito, está escrito con la sangre del Redentor; así lo atestiguaron los que lo vieron. Entonces, hijos míos, ¿de qué sirve el Credo? Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y Tierra. Creo en Jesucristo, único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen, padeció debajo del poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los Infiernos y al tercer día resucitó de entre los muertos, y subió a los Cielos y está sentado a la derecha del Padre. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos. Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica, la Comunión de los Santos, el perdón de los pecados, y la vida del mundo futuro. Así es.
¿Cómo os coméis esas palabras? Estoy sentado a la derecha del Padre y descendí a los Infiernos; Hijo de María Virgen; y no lo dudéis, porque el que dude estas palabras, anatema se puede llamar.
Hijos míos, dedicaos a las almas, que los hombres están sedientos del Nombre de Dios. Dedicaos a vuestro ministerio, y reunid el rebaño, que está esparcido por todos los lugares de la Tierra, y no hagáis dudar a las almas del Evangelio. Amad a la Iglesia, obedeced al obispo, amad al Santo Padre. La obediencia es muy importante, hijos míos. No hagáis cada uno lo que os venga en gana. Predicad la palabra de Dios y llevad el consuelo a los afligidos.
Mira, hija mía, las fuentes de agua viva que los hombres dejan de beber porque están faltos de la palabra de Dios. Acercaos a estos canales, hijos míos, y bebed de ellos. En la Iglesia hay agua viva que da la vida —no la vida temporal—, la vida eterna. Cristo os enseña a amar. Cristo no rechaza a los hombres y, muchos de vosotros, vuestra soberbia no os deja entender ni comprender que Dios Todopoderoso puede manifestarse a lo más inculto, miserable y humilde, para confundiros a aquéllos que os creéis más grandes y poderosos. Sed humildes y no escondáis la luz, y escoged lo bueno y dejad lo malo; pero, hijos míos, ¿estáis ciegos? Yo os puse los ojos para ver y los oídos para oír, pero os fiáis más de lo que escucháis que de lo que veis, hijos míos. Sed buenos pastores de la Iglesia y no critiquéis a aquéllos que son buenos pastores y cumplen el Evangelio tal como está escrito. Ayudaos y volved vuestra mirada, y enseñad a los hombres lo que es pecado, porque no le dais importancia al pecado. Hoy, para vosotros, nada es pecado, hijos míos. Así está el mundo y así está la situación entre la juventud; todo es bueno entre las parejas. No hay pecado; por eso se usa tan poco los confesionarios, hijos míos. Vuestro trabajo es pastorear el rebaño y dirigirlo y enseñarles las verdades que hay escritas. Cuántos de vosotros llegaréis ante mis ojos y oiréis estas palabras: “Id, malditos, porque no habéis cumplido con la misión que os encomendé”. Revestíos con la vestidura de la pureza, de la humildad y de la caridad y veréis, hijos míos, cómo alcanzaréis la sabiduría y sabréis discernir el bien del mal.
LA VIRGEN:
Hijos míos, acudid todos a este lugar. Confesad vuestras culpas y pedid perdón a Dios; que Él abrirá su Corazón y os dará un abrazo eterno que olvidará vuestras miserias y vuestros pecados, pero si vosotros os humilláis, hijos míos, y cumplís con las leyes de Dios.
Amaos unos a otros y compartid. Haced comunidades, hijos míos, y vivid en comunidad, donde reine el Creador del Universo. Vivid, hijos míos, en oración y en sacrificio; también la alegría es un don del Espíritu Santo; el que está en gracia está alegre, hijos míos. Estad alegres, porque tenéis el Espíritu de Dios con vosotros.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantos y tantos pecados como se cometen en el mundo...
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para los pobres moribundos, con gracias para que reciban la luz en la hora de su muerte y morir en gracia de Dios. Todos han sido bendecidos; todos los objetos, hija mía.
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.