MENSAJE DEL DÍA 7 DE DICIEMBRE DE 1996, PRIMER SÁBADO DE MES,
EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)
LA VIRGEN:
Hijos míos, hoy mi manto viene más envejecido, porque vuestras oraciones son muy pobres, hijos míos, y vuestra entrega no es constante; por eso, hoy no traigo el manto de oro, porque vuestras oraciones, os repito, hijos míos, tienen que ser más ricas. Orad, hijos míos, pero que vuestra oración salga de lo más profundo de vuestro corazón.
EL SEÑOR:
Quiero, hijos míos, que cumpláis bien con vuestro trabajo. Muchos de vosotros, hijos míos, escondéis los talentos, no los multiplicáis. Ofreced vuestro trabajo a Dios vuestro Creador, para la redención de las almas; pero vuestro trabajo, hijos míos, tiene que ser un trabajo lleno de alegría. Yo doy talentos a los hombres, y unos los esconden y otros los multiplican.
¡Ay, siervo, que escondes tus talentos! ¡Siervo perezoso, siervo holgazán, que vives para ti, comes y bebes sin ocuparte del trabajo y de entregarte a cumplir las leyes de Dios! Ni cumples con tu trabajo, siervo holgazán, porque escondes tus talentos, ni cumples con las leyes de Dios. Trabajas sin gana y sin alegría. Sólo te puedo decir: ¡vete, siervo inútil, que no me sirves para nada!
Pero, ¡ay, siervo abnegado, que multiplicas tus talentos, trabajas con alegría, entregándote a los demás! Eres un siervo útil que no tienes pereza, eres abnegado y te entregas al servicio de Dios y al servicio de los necesitados. Yo te digo que eres un siervo útil, porque has multiplicado los talentos y verás mi rostro, y saldré a tu encuentro, porque has sido muy útil, y has estado siempre al servicio de Dios y de los hombres; porque no te has preocupado de ti, sino te has preocupado de los demás, y no has cargado cargas sobre tus hermanos, sino que las has cargado sobre tus espaldas.
¡Hijos míos, ¿cómo muchos huís del trabajo, si el trabajo santifica al hombre y le fortalece?! ¿A quién cogí yo? A unos hombres rudos con sus manos encalladas por su trabajo y su sudor. ¡Cuántos os preocupáis sólo de carreras y de estudios, hijos míos! ¿Para qué queréis la inteligencia, si esas carreras y esos estudios, muchos de vosotros, os sirven para no alcanzar la eternidad? Sí, hija mía, hay muchos siervos holgazanes, pero, ¡ay de esos siervos holgazanes que no podrán alcanzar a ver mi rostro!
LA VIRGEN:
Hija mía, sí, di a los hombres que Dios ha puesto el mundo en mis manos, no porque yo quiera quitar el puesto a Dios. Dios es el Creador, el Infinito, pero Dios, desde el principio, me escogió para poner a su Hijo dentro de mis entrañas.
El Verbo se encarnó por obra y gracia del Espíritu Santo, hija mía, y se hizo hombre y se igualó al hombre en todo menos en el pecado. Dios quiso escogerme como Madre de Dios. Desde que el mundo empezó a ser mundo ya Dios me había escogido. Me subió a los Cielos y me preparó, desde muy niña, para ser Madre de Dios.
Nunca quise resplandecer más que mi Hijo; me oculté porque yo era la creatura y Él era el Creador; pero Él me dio todos los dones: Madre de la Iglesia, pero no puedo quitar, ni quiero, el puesto al Representante de Cristo en la Iglesia. El ser Madre de la Iglesia y el que Dios haya puesto el mundo en mis manos, a nadie le quita el puesto que le corresponde, y el puesto que Dios ha escogido para él. Y me ha hecho Madre de Dios, Puerta del Cielo, Consoladora de los Afligidos y tantos y tantos dones y gracias que me ha concedido, como el de ser Virgen Pura e Inmaculada antes y después del parto. ¿Cómo los hombres quieren arrinconarme en un lugar donde no aparezca mi nombre, si soy la Madre de Dios? Donde está el Corazón del Hijo está el Corazón de la Madre.
Mira, hija mía, lo que tengo en mis manos: tu hijo. Mira: un lirio blanco y perfumado; me lo ha puesto el Amador de los lirios, el Creador. Soy Madre de los mártires y en el Cielo, hija mía, se ha celebrado la fiesta, aunque en la Tierra no se pueda celebrar. Mira qué lirio más perfumado ha llegado a mis manos virginales. En mejor lugar no puede estar, hija mía. Sé que tu corazón sigue sufriendo, como el mío siguió sufriendo durante toda mi vida. Sí, hija mía, no pierdas tu mirada de la Pasión de mi Hijo. Yo no perdí un instante la mirada del sepulcro de mi Hijo y recorrí todos los caminos de su Pasión. Toda mi vida estuve recorriendo, con Juan y con Magdalena, los Lugares Santos por donde mi Hijo había pasado, hija mía. Ni un solo instante pude olvidarme de Él. Toda la vida recordando su Pasión, su Muerte, su Sacrificio por la Humanidad.
EL SEÑOR:
No te aflijas, hija mía, y no pienses que por qué los hombres te dicen que si la fe no te hace olvidar. La fe, a veces, te hace recordar más que olvidar, hija mía, y a ti te he dado una capacidad de dolor muy grande, como te he dado una capacidad de amor inmensa, hija mía. Pero ¿cómo no vas a sufrir y llorar si es tu hijo, que ha salido de tus entrañas? La fe no te quita el dolor ni el recuerdo, te repito, hija mía; te ayuda a soportar el dolor y el recuerdo.
LUZ AMPARO:
¡Ay, hijo mío, ay!... ¡Cuánto daría por ir ahí!... ¡Cuánto daría, Señor!... ¡Ay..., ay..., lo bien que se está ahí, Señor!... ¿Hasta cuándo vas a querer que esté aquí?... ¡Ay, Señor!, ¿hasta cuándo? No quiero ser soberbia y quiero aceptar tu voluntad... Pero yo no puedo, Señor, ayúdame...
LA VIRGEN:
Refúgiate en nuestros Corazones, hija mía; nuestros Corazones te aliviarán; yo soy Madre de los que sufren. Sé cómo está tu corazón, hija mía. No hay dolor que se parezca a ese dolor, te lo he repetido, hija mía, pero ya sabes que tu hijo, hija mía, lo han cogido mis manos virginales y ha sido un valiente, un héroe, hija mía, de dar la vida por esta gran Obra, hija mía.
EL SEÑOR:
Crimen perfecto, muy perfecto en la Tierra, pero ¡ay de vosotros, cuando os presentéis ante la Divina Majestad de Dios! ¡Qué juicio tan terrible os espera! ¡Convertíos y arrepentíos, malvados, ingratos, que no entráis en el Cielo, ni dejáis entrar a las almas! Dejad a los cristianos que vivan como cristianos y no entorpezcáis mis leyes. Yo soy el Creador y todos seréis juzgados. ¡Ay de vosotros! Por muy perfectos que hagáis los crímenes en la Tierra, cuando lleguéis ante Dios, vuestro Creador, toda vuestra perfección será destruida y muchos de vosotros lo pagaréis en la Tierra también, hijos míos.
JESÚS BARDERAS:
Perdónalos, mamá, perdónalos y no sientas ningún rencor por ellos. Pide mucho por ellos, para que se conviertan, mamá. Nada ante los ojos de Dios será oculto; por eso te pido que pidas que se conviertan. En mejor lugar no puedo estar. Acércate a la Madre del Redentor, para que se calme tu dolor. No sufras por mí. Estoy gozoso y he dejado de sufrir.
LUZ AMPARO:
¡Ay, hijo mío, Ay...! Cuando yo llegue ahí, Señor, ¡qué alegría! Yo quiero ser fiel, Señor, y haz lo que quieras de mí; pero dame fuerzas para poder soportarlo todo.
LA VIRGEN:
¿Ves cómo también, hija mía, se convierten almas? ¿No has visto esa pobre alma, qué arrepentido y contrito está de sus ofensas, de sus calumnias y de su persecución, hija mía? No me pidas que se cure, hija mía, porque ahora es el momento, el momento de llevarlo a la eternidad; su dolor es profundo y su arrepentimiento es verdadero.
LUZ AMPARO:
¡Qué alegría!
LA VIRGEN:
¿Ves, hija mía, cómo yo estoy en todos los detalles de las almas? Él me amó mucho, aunque a veces, ese amor era un poco desordenado; pero a todo el que ama mi Corazón, yo saldré a su encuentro; y saldré a su encuentro, pero no me pidas la curación de su cuerpo, porque más me ha llenado de alegría la curación de su alma. Sigue, hija mía, rezando y pidiendo por él, porque es el momento de cogerle, no dejarle. Sigue amando al prójimo, hija mía, con todo tu corazón, y nunca tengas rencores hacia nadie. Tus sacrificios y tus dolores sirven para la conversión de las almas, ¿No sientes un gran gozo por la conversión de esta pobre alma? Muy inteligente, pero que su inteligencia, a veces, le servía para torcer los caminos que él trazó en su vida.
Besa el suelo, hija mía, en reparación de todos los pecadores del mundo...
Acudid a este lugar, que recibiréis gracias de alma y cuerpo.
Hijos míos, orad, para que el demonio no destruya los planes de Dios; pues quiero, hijos míos, daros una gran sorpresa. Por eso os pido que oréis. Oración y sacrificio os pido, hijos míos, y penitencia.
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales...
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.