MENSAJE DEL DÍA 1 DE MARZO DE 1997, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     EL SEÑOR:

     Hija mía, nuestros Corazones están muy afligidos, porque el mundo camina hacia la destrucción. Cada día, el mundo está en peor situación, hija mía. Ora, hija mía, y haz sacrificio, y enseña a los hombres que el mundo está necesitado de amor, de caridad. Con tu caridad, hija mía, tráeme muchas almas a mi rebaño. Enseña a amar a los hombres a tu santa Madre, la Iglesia de Cristo. Diles, hija mía, que la Iglesia es la luz que alumbra a las almas; en ella está el Manjar que las alimenta; que se acerquen a comer de ese Pan vivo, para que sus almas estén fortalecidas. Diles que ahí está el banquete eterno, el canal donde pueden beber los sedientos, que es el camino y la verdad.

     Hija mía, el mundo está trastornado, no hay respeto hacia el Creador; quieren adaptar al Creador a la ley de la criatura, hija mía, y no quieren aceptar la Ley de Dios. ¡Qué pena! Sufro mucho por mi Iglesia, hija mía, más que sufrí por mi Pasión. Hay muchos de mis sacerdotes que reniegan mi verdad y olvidan mis enseñanzas, hija mía, y no predican el Evangelio tal como está escrito. El Evangelio lo están convirtiendo sólo en metáforas, hija mía. Sufro mucho por la Iglesia; mi Corazón sufre, hija mía; amadla mucho. Y sacerdotes, aquéllos que os desviáis del Evangelio, ¿cómo queréis caminar bien, si estáis ciegos, hijos míos? Nuestros Corazones están muy afligidos, hija mía, pues los hombres han perdido todo el respeto hacia Dios. Hay mucha necesidad de oración y de acción, hija mía. Los hombres quieren convertirse en dioses y no saben que puede venir la destrucción del mundo, porque Dios es el Creador Increado. ¿Cómo quieren igualar a Dios con la criatura?

     Pido a aquellos sacerdotes, que se retiran del camino del Evangelio y que convierten el Evangelio en metáforas, que prediquen la verdad que hay en él; y a aquéllos que verdaderamente caminan hacia el camino de la verdad: sed fuertes, hijos míos, fuertes y valientes; no os dejéis destruir, hijos míos, ni engañar. Mi Iglesia tiene muchos enemigos. ¡Ay, sacerdotes —muchos de vosotros—, vuestra desobediencia al Santo Padre, a vuestros obispos..., ¿hasta dónde queréis llegar, hijos míos?! Estáis quitando la devoción al hombre y queréis dejar al hombre por el hombre; no queréis encaminar el hombre hacia Dios. ¡Ay, qué pena, hijos míos, vuestra soberbia no os deja reflexionar y estáis convirtiendo las almas en destructores de la Humanidad! Dedicaos a vuestro ministerio, hijos míos, que hay muchas almas en mi rebaño que necesitan que les habléis de Dios. Dios está desapareciendo en los corazones de los hombres. ¿Cómo queréis que el mundo, hijos míos, camine hacia la paz, hacia el amor, si los hombres quieren convertirse... en hacer un mundo nuevo, en ser creadores de la Humanidad? Sólo uno es vuestro Señor, al que tenéis que amar, respetar y adorar. Pero, ¡ay, sacerdotes, muchos de vosotros, que aconsejáis al hombre que no hinque su rodilla ante la Divina Majestad de Dios! ¡Que toda rodilla se hinque ante Dios su Creador, del Cielo, de la Tierra y de los Infiernos!

     ¿Cómo vosotros, muchos, estáis haciendo desaparecer, hijos míos, el respeto a Dios? Ya te lo dije, hija mía, que se aboliría el poder eclesiástico y el civil, y cada individuo se gobernaría por sí mismo.

     Vosotros, almas queridas de mi Corazón, aquéllos que seguís el Evangelio sin quitar ni poner nada de lo que hay escrito, reuníos todos, hijos míos, y sed valientes y defended mi Iglesia y mi Evangelio tal como está escrito. No os dejéis trastornar por el enemigo, hijos míos. El enemigo, cada día, está quitando más de mi Evangelio. Igualan Dios al hombre. Pero ¡cómo, hijos míos, la Divina Majestad de Dios, el Increado, el que siempre ha existido, el que nunca jamás dejará de existir, queréis igualaros a Él! Porque el hombre quiso igualarse a Dios fue arrojado del Paraíso por su desobediencia. Porque el ángel más poderoso quería ser más y más, quería ser más que Dios, mirad dónde está: en la profundidad del Infierno. Si hasta los ángeles fueron arrojados del Cielo a los Infiernos, hijos míos, ¿cómo no tenéis respeto y temor a Dios? Y no queráis que Dios se adapte a las leyes del hombre; adaptaros vosotros a las leyes de Dios. No seáis destructores de la verdad. ¡Ay de aquéllos que su sabiduría la emplean para destruir a la Humanidad!

     Sacerdotes de mi Iglesia: dejad de ser funcionarios y dedicaros a ser buenos pastores, para que la Humanidad cambie. Conquistar a las almas y acercarlas a vuestro rebaño, a la Iglesia, que el Fundador de la Iglesia os lo pide, hijos míos. Cristo, vuestro Redentor, os pide que seáis mansos y humildes y reflexionéis si dais buen ejemplo, hijos míos, a la Humanidad, muchos de vosotros. Que aquellos santos pastores que hay, aquellos santos sacerdotes, que no se dejen engañar, ni arrastrar como... (Luz Amparo muestra admiración ante lo que contempla). Hija mía..., ¡mira cómo se arrastraron los ángeles unos a otros! El ángel más poderoso arrastró a los otros y millares de ellos se dejaron arrastrar, porque querían ser como Dios, y como Dios nadie puede llegar a ser, hijos míos.

     Os pido amor, hijos míos, a nuestros Corazones. Sí, yo creé al hombre y le creé para glorificar y para amar a Dios su Creador, a la Divina Majestad de Dios. Yo, vuestro Dios, hijos míos, fui el Creador del mundo, y yo mandé a mi Hijo para salvar a la Humanidad. Y yo me compadezco del hombre desde hace siglos, y el hombre tan cruel no tiene compasión de su Dios. ¿Hasta dónde vais a llegar, hijos míos, con vuestras ideas destructoras? Respetad a la Iglesia. Amad al Santo Padre. Obedeced. Veréis cómo vuestro camino es suave y ligero. Pero ¿sabéis por qué no podéis con la carga, hijos míos? Porque os falta humildad y no queréis aceptar ni reconocer las verdades que están escritas. Cumplid con los mandamientos, hijos míos. Acercaos a los sacramentos. Renovad vuestra vida. Perseverad.

 

     LA VIRGEN:

     ¡Ay, hija mía, qué dolor siente mi Corazón, mi Corazón de Madre, hija mía! Dicen que mi Corazón no sufre; mira cómo está mi Corazón, hija mía: atravesado y lleno de espinas.

     Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantos pecados como se cometen contra mi Inmaculado Corazón... El mundo, hija mía, está desmoralizado(1). Mi Corazón puro e inmaculado sufre por la Humanidad. No le dan importancia al pecado, hija mía; por eso los pecados los convierten en virtudes y las virtudes en pecados, hija mía.

     Orad mucho, orad mucho, hijos míos, y amaos unos a otros. Es la falta de amor, la falta de respeto hacia Dios, la que hace caminar al mundo a este trastorno. Por eso hago una llamada a mis sacerdotes, a todos aquéllos que sean limpios de corazón: hijos míos, no retrocedáis, caminad con paso firme y seguro por las huellas que caminó Cristo. No seáis cobardes, hijos míos.

 

     EL SEÑOR:

     Yo quiero que el hombre conozca mi Evangelio tal como está escrito; sin deformación, hijos míos, porque los hombres están confundidos, porque muchos de vosotros los habéis confundido, hijos míos. Por eso el hombre no cambia, porque cree que está salvado haga lo que haga; y por eso comete pecados, porque les habéis enseñado que los pecados no son pecados, ni tienen importancia los pecados. ¿Hasta dónde queréis llegar, hijos míos?

     Y vosotros laicos, seglares casados, caminad y renovad vuestro espíritu, y haced todos una gran masa, con el Evangelio en la mano y defendiendo y amando a la Iglesia, al Santo Padre, y a los obispos, para que ellos puedan trabajar sin temor y con fortaleza. Orad, orad, hijos míos. Extended la Comunidad, para que las almas se multipliquen y viváis como los cristianos. ¡Ay, hijos míos, aquél que deje a su padre, a su madre, a su hermano, a su hermana, por mi amor, le daré un premio en la eternidad! Quiero, hijos míos, comunidades donde el maligno puede menos atacar. Donde hay varios juntos en mi Nombre, allí estoy yo presente. Yo soy vuestra fortaleza. Yo soy la Verdad, el Camino y la Vida. No busquéis la vida en el ser humano, que es corrupto; buscad la vida en el Incorrupto.

 

     LA VIRGEN:

     Acudid a este lugar. Amaos unos a otros, hijos míos, como Cristo os ama, y sed valientes, sin fanatismo, hijos míos, pero sí con humildad y con la verdad. Y amad mucho a la Iglesia de Cristo.

     Nunca está el mundo como está en esta situación, hijos míos.

     Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para la conversión de las almas...

     Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

 

 

 

 

 

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(1) “Desmoralizar” no significa aquí “desalentar”, sino “corromper las costumbres con malos ejemplos o doctrinas perniciosas”, según la primera acepción del verbo. Cf. Mensaje 7-7-2001.