MENSAJE DEL DÍA 2 DE AGOSTO DE 1997, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     LA VIRGEN:

     Aquí estoy, hija mía, como Reina y Señora de todos los hombres. Yo soy la fuente de todo lo creado, fuera de la unidad de la Santísima Trinidad. Soy la chispa que Dios quiere que alumbre los corazones. Soy la Reina del Cielo. Soy el puente para que los hombres se acerquen a la Iglesia. Y es lo que vengo a decir a los hombres, y lo que les he estado diciendo tantos y tantos años: que mi Inmaculado Corazón será el que reine sobre la Humanidad; que no olviden que soy la Madre de Dios, Corredentora con Cristo y Madre de todos los hombres. Los hombres quieren arrinconarme, no saben que es la hora de María. ¿Por qué los hombres son tan obstinados y se empeñan en hacerme desaparecer? ¿Cómo una madre no va a avisar a sus hijos la situación del mundo, y el peligro que los acecha?

 

     EL SEÑOR:

     ¡Ah, hijos míos!, salid de la tiniebla, aquéllos que estáis atrapados por ella, y venid a la luz, pues la luz se ha hecho para alumbrar la tiniebla, no la tiniebla para alumbrar a la luz. Sólo un alma en tiniebla no puede discernir los frutos. Quedaos con los frutos buenos, hijos míos, y no seáis discordia y sembréis calumnia por muchos lugares. El que no está contra mí, está conmigo. ¿Por qué no aprovecháis todos los buenos frutos?

     Hija mía, tú no sufras ni por la calumnia ni por el desprecio. Esto es de Dios y lo que es de Dios nadie lo podrá derribar. Es el sello más seguro, la persecución y la calumnia, de que esta Obra es de Dios, hija mía. Sólo los ciegos, que viven en la oscuridad, no quieren abrir sus ojos para ver la luz. Pero, hija mía, tú sé fiel al “sí” que diste, y cuanto más persecución y más calumnia, más cierto es el sello de Dios.

     Amaos unos a otros. Orad, hijos míos, haced penitencia y sacrificio por los pobres pecadores. Amad mucho a la Iglesia. Amad al Santo Padre. Todo el que ama a la Iglesia, como Cristo la amó, es perseguido, y muchos condenados a muerte, hijos míos. No desfallezcáis, hijos míos, que vuestra fe sea firme y vuestra caridad profunda, y que nadie os..., hija... (Luz Amparo muestra sorpresa).

     Sí, hija mía, sí, así se dedican los hijos de la tiniebla a destruir las obras de Dios: de un lugar a otro sembrando discordia y cizaña.

     Pero los hombres tienen que ser fuertes, y el que tiene a Dios nada tiene que temer. Yo odio la mentira, el engaño y la calumnia. Yo soy vuestro refugio. Y los que hoy os persiguen, un día estarán con vosotros.

     Orad, hijos míos, y haced penitencia y sacrificio, pues los hombres se han olvidado que la penitencia y el sacrificio es lo que puede reparar los pecados de la Humanidad.

     Y vosotros, sacerdotes, aquéllos que sois fieles testigos del Evangelio, sed firmes y valientes; convertid a las almas y orad mucho, para que los religiosos, religiosas formen jardines frescos y lozanos en los conventos, y no se acobarden. Las que sean fuertes, que se afiancen en Cristo y por Cristo, y no desfallezcan. Desde vuestros escondites, hijas mías, podéis salvar muchas almas, con vuestra oración y vuestro sacrificio. No os aletarguéis, hijas mías, orad y sacrificaos por los pobres pecadores. El espíritu se conserva fuerte con la oración, hijos míos. Sin la oración vuestra acción...

 

     LUZ AMPARO:

     (Ve a muchos rezando). ¡Oh! ¡Cuántos!

 

     EL SEÑOR:

     Mueven los labios, sí, hija mía, pero no sale la oración de su corazón. Es una oración pobre, pero, aun así, la recojo; la recojo y la aplico por los pobres pecadores. Pero mira la oración salida del corazón, hija mía, el fruto que tiene. ¡Cuántas almas han llegado a ver la Divina Majestad de Dios por la oración bien hecha y profunda! El mundo está necesitado de oración y de penitencia.

     Todo lo he dicho, y a todos he avisado. ¿Qué más palabras puedo decir, hijos míos? No os hagáis los sordos, y escuchad mi mensaje.

 

     LA VIRGEN:

     Acudid a este lugar, hijos míos, que recibiréis muchas gracias para vuestras pobres almas. ¡Pobres pecadores! Venid a mi Corazón y refugiaos en él, que yo os conduciré al Corazón de Cristo, y Cristo al Corazón del Padre, y todos juntos haréis morada en ellos.

     Besa el suelo, hija mía, en reparación de tantas ofensas como se cometen contra mi Corazón, y desprecios, hija mía...

     Amaos unos a otros, hijos míos. La unidad de hijos de Dios... ¡Es tan bella esa unidad, hijos míos!

     Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos para los pobres pecadores... Todos han sido bendecidos.

     Yo os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.