MENSAJE DEL DÍA 5 DE AGOSTO DE 2000, PRIMER SÁBADO DE MES,
EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)
EL SEÑOR:
Hija mía, aquí está el Hijo de Dios vivo. ¡Cuánto cuestan las almas, hija mía! Mira mi rostro, mira mi cuerpo, mira mis manos, hija mía. Las almas ingratas, hija mía, son las que me ponen así. ¡Cuánto cuesta un alma, hija mía, y qué desagradecidos son los hombres! Mira, así es como agradecen la agonía de todo un Dios agonizando por los hombres. Hija mía, y vuelvo otra vez a repetir: no estoy triste por los que no me conocen, sino por los que se llaman míos y me siguen ofendiendo. El demonio está ganando la batalla en las almas consagradas, en muchos de los sacerdotes. Se han abandonado a la oración y al sacrificio, hija mía; y ahí es donde el demonio hace más daño, por el ejemplo que dan a las almas. Mira qué letargo tienen, y es porque han dejado a Dios, hija mía, y los hombres sin Dios no pueden caminar. La grandeza de todo un Dios pendiente de sus criaturas, y sus criaturas se oponen a las gracias y a las palabras de Dios.
Pero, hijos míos, ¿cuántas veces os voy a decir que cogéis los frutos y no queréis reconocer el árbol? Guías ciegos de los pueblos, ¿hasta cuándo hay que estar dando avisos, hijos míos? Vuestro comportamiento no es bueno, hijos míos, y por eso bajo a la Tierra para que os enmendéis; y os hacéis los sordos, hijos míos; y no sólo no entráis en el Cielo, que no dejáis que entren los demás. ¿No os dais cuenta, hijos míos, que los que están conmigo no están contra mí? ¿Por qué sois tan testarudos y queréis hacer desaparecer, como habéis hecho en otros lugares, la obra de Dios vivo?
Hija mía, así ponen mi rostro mis almas: la belleza de todo un Dios la ultrajan con sus pecados y con las lujurias. Los pecados que más ofenden al Señor son los pecados de la carne, hijos míos, y son los que vosotros os dejáis arrastrar por el demonio y sus secuaces. Conservaos limpios y puros, hijos míos. El que está en lujuria se queda ciego y va cayendo en todos los pecados. Cuántas veces te lo he dicho, hija mía: que el pecado de la carne es el que más ofende a la Divina Majestad de Dios.
LUZ AMPARO:
Señor, yo quiero reparar contigo. Yo quiero, Señor. Ayúdame a ser fuerte. A veces me fallan las fuerzas.
EL SEÑOR:
Hija mía, tendrás que enfrentarte a muchos enemigos, pero yo soy la fuerza.
LUZ AMPARO:
Señor, yo te amo con todo mi corazón.
EL SEÑOR:
Porque me amas, hija mía, nunca te abandonaré. Piensa que cuando yo veo un alma que me ama, siempre estoy con ella; y aunque sean sus miserias muchas, hija mía, yo aplico mi amor y mi misericordia, y no me retiro del alma que me ama. Pero aquéllos que desgarran mi Corazón, aquellas almas que sólo tienen el nombre, muchos, de consagrados o de sacerdotes, pastores sin rebaño, porque habéis abandonado el rebaño y os habéis introducido en el mundo y tenéis olvidado a Dios. Tomad ejemplo de aquellos sacerdotes santos que llevan el Evangelio tal como está escrito. Os repito: que lo dejáis muchos en metáforas y el Evangelio hay que explicarlo tal como está escrito. Cuántos, hijos míos, os coméis el Purgatorio, el Infierno, y sólo existe la Gloria. Explicad a los hombres las verdades del Evangelio, para que los hombres se santifiquen con las verdades que hay en él. Tú, hija mía, no tengas miedo y di todo lo que yo te digo. El mundo está así porque se ha olvidado de Dios, y muchas de mis almas, tan queridas por mi Corazón, están en un letargo y no trabajan para la gloria de Dios, trabajan para el mundo y sus vanidades. Se han olvidado de rezar el santo Rosario, y el santo Rosario, hijos míos, es muy importante porque puede parar una guerra, ganar una batalla, curar enfermedades, sanar almas... Es una plegaria tan hermosa, que a Dios le gusta que se rece. Hijos míos, no dejéis de rezar un solo día el santo Rosario. Dios ha puesto a su Madre como Puerta del Cielo, como Refugio de los pecadores, Madre de los afligidos; por eso, os pido esta plegaria; es la favorita de Dios. El demonio rechaza a María porque María es la Puerta que ha puesto Dios para entrar en el Cielo. Acudid a María, hijos míos, y Ella os llevará a Jesús...
LA VIRGEN:
Hijos míos, acudid a este lugar, que seréis bendecidos y recibiréis muchas gracias. Y orad, hijos míos, sin cesar. Haced sacrificios y penitencias, que los hombres las han olvidado y por eso el demonio se ha apoderado de las almas. Rezad por la Iglesia, amad al Santo Padre, hijos míos, amad a los obispos y rezad por todos.
EL SEÑOR:
Y vosotros, hijos míos, no coléis el mosquito y os traguéis el camello. Reflexionad, hijos míos, y escoged el buen fruto, pero no obréis a la ligera sin examinar el árbol. ¡Ay de aquéllos que no oyen mi voz y los que la han oído y la abandonan! Pobres almas; aquéllos que tienen este comportamiento los arrojo lejos de mí, porque no quieren que aplique mi misericordia sobre ellos; son tan orgullosos y tan soberbios que ni el amor de Dios ni su misericordia les importa para su salvación. ¡Ay, hijos míos, cuando llegue el día que tengáis que presentaros ante la Divina Majestad de Dios! ¡Cuántos querréis entrar y no podréis, porque no habéis sido dignos de estar en mi presencia! No dejéis de sacrificaros, hijos míos. Haced oración, visitad al Señor en el Santísimo Sacramento, que se encuentra solo, hijos míos. Amad nuestros Corazones, que todo el que ame nuestros Corazones... no quedarán, hijos míos, en el olvido. El amor de todo un Dios se derrama sobre sus criaturas. Orad, haced sacrificios, hijos míos.
LA VIRGEN:
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para los pobres pecadores...
Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.