MENSAJE DEL DÍA 7 DE OCTUBRE DE 2000, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

       LUZ AMPARO:

     ¿Me dais permiso, Señor, para sentarme?

 

       EL SEÑOR:

     Siéntate, hija mía.

     Hija mía, aquí estoy, el Hijo de María Virgen e Inmaculada. Quiero que se venere a mi Madre con los títulos que la Divina Majestad de Dios le ha otorgado. Que los hombres quieren hacer desaparecer el nombre de María Virgen; la quieren dejar como mujer del hombre no como Madre de Dios. Hijos míos, veneradla, porque es la Puerta del Cielo, porque Dios la quiere para la salvación de la Humanidad.

     Los hombres, hija mía, tienen ojos y no ven, y orejas y no oyen. Yo traigo la palabra para hacer cambiar los corazones de los hombres, y los hombres, hija mía, en vez de escuchar mi voz y convertirse, se mofan de mis palabras. Hija mía, hay que hacer mucha penitencia, mucho sacrificio, para que las almas vuelvan la mirada a Dios. El mundo está sin Dios, y los hombres son monstruos que matan sin respetar las leyes de Dios; profanan sus cuerpos, hija mía, instrumento de santificación, y sus almas, herencias de Dios por el Bautismo. Dicen que no sufro; ¿cómo no voy a sufrir, hija mía, viendo la situación de la Humanidad? Y lo que más angustia mi Corazón es ver a mis almas escogidas cómo se desvían del redil.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, Señor!, yo pido por ellas y me ofrezco víctima de reparación.

 

     EL SEÑOR:

     Todos los pecadores, hija mía, me causan dolor, pero mi Corazón siente mucha amargura por mis almas, por mis sacerdotes, por mis consagrados.

     Hijos míos, venid a mí, que por muy graves que sean vuestras culpas, mayor es mi misericordia, hijos míos. Amad a la Iglesia, hijos míos, obedecedla. El mundo sin Dios está enfermo; por eso, hijos míos, tenéis que trabajar mucho para sanar las almas. No os abandonéis, hijos míos, ¡os ama tanto mi Corazón!; pero vosotros, hijos míos, me despreciáis, me humilláis. Y aquéllos que sois buenos, hijos míos, no os dejan porque...

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, ay, Dios mío!...

 

       EL SEÑOR:

     Ni entráis ni dejáis entrar en el Cielo, hijos míos.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, Dios mío!, te pido por todos.

 

     EL SEÑOR:

     Lo que más angustia mi Corazón, hija mía, es la infidelidad de mis almas consagradas, es el desamor de mis sacerdotes. Los ama tanto mi Corazón, y cuántos de ellos corresponden muy mal a este amor. Los hombres han olvidado el sacrificio y la penitencia, y por eso el mundo camina hacia la perdición, hija mía.

     Orad, hijos míos, orad, haced penitencia y sacrificios para poder salvar a la Humanidad. El mundo está en manos de Satán. Sólo con oración, hijos míos, con sacrificio y penitencia huirá el maligno, hijos míos. ¡Los hombres, hija mía, afligen tanto mi Corazón!

 

     LUZ AMPARO:

     Señor, yo quiero reparar el pecado de todos los hombres. Ayúdame a ser fuerte. Dame fortaleza, Señor.

 

     EL SEÑOR:

     Hija mía, el sacrificio y la penitencia hacen mucho bien a las almas, pero las almas no saben orar ni sacrificarse, y por eso a los hombres los posee Satanás.

     ¿No veis la situación del mundo, hijos míos?; que los hombres no se respetan unos a otros, que en los hogares no hay amor ni paz, que las madres matan a sus hijos dentro de sus entrañas, que en la mayoría de los conventos están aletargados, y mis sacerdotes queridos se desvían de su ministerio; ora mucho por ellos, hija mía.

     Sacrificio pido y penitencia. Oración, hijos míos. Haced visitas al Santísimo. Acercaos a la Eucaristía y pasad por la Penitencia, hijos míos. Volved, hijos míos, al camino de la perfección. Cumplid las leyes, los diez mandamientos, hijos míos. Amad nuestros Corazones.

     Y vosotros, sacerdotes queridos de mi Corazón, venid a mí, que yo os daré felicidad en la Tierra y en la eternidad. Orad por los pobres pecadores, hijos míos, orad y haced penitencia.

 

     LA VIRGEN:

     Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos para los pobres pecadores...

     Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.