MENSAJE DEL DÍA 4 DE NOVIEMBRE DE 2000, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     EL SEÑOR:

     Hija mía, hay que seguir reparando por estas almas. Estas almas están introducidas en el mundo; su infidelidad, hija mía, no las hace retornar al verdadero camino; sólo piensan, hija mía, en la sangre, en la carne, en el hogar que las vio nacer; se han entregado a Dios, pero lo siguen a medias, hija mía. ¿No es triste que unas almas tan queridas me sirvan a medias, hija mía?

     ¡Ay, pastores de mi Iglesia, que no os conducís por el camino de la verdad, y os dejáis arrastrar por los halagos de la carne y de la sangre y vuestras amistades, hijos míos! Renunciad a lo doméstico, a la carne y a la sangre, y seguid a Dios, vuestro Creador. Ocupaos de las almas, hijos míos, que hay muchas almas que os necesitan, y no os preocupáis de ellas.

     Grita, hija mía, para que los pastores de mi Iglesia oigan mi voz y la transmitan a los hombres; que Dios está triste, porque los hombres han abandonado la mirada de Dios, y han cubierto la Tierra de crímenes y de pecados.

     Guías de los pueblos, enseñad a los hombres el Evangelio. Enseñadles que vayan a la Iglesia y que se alimenten de los canales que hay en ella, y beban de las fuentes de gracia. Que los hombres se han abandonado y el mundo está en manos de Satanás. ¿No lo veis, hijos míos? No os hagáis los sordos y coged los frutos buenos y seleccionadlos. ¡Ay, hijos míos, que os hacéis los sordos y no queréis escuchar mis palabras! Vuestra soberbia no os deja ver ni oír, hijos míos. ¿Quién sois vosotros para limitar a Dios? Dios se manifiesta a quien quiere, como quiere y cuando quiere. ¿Cómo sois tan obstinados y os empeñáis en no escuchar la palabra de Dios? Revisad vuestras vidas y veréis a lo que baja Dios a la Tierra: a enseñaros que cumpláis con el Evangelio. Sólo a recordároslo, hijos míos; porque muchos de vosotros os habéis desviado y vivís según vuestros gustos. Predicad a los hombres, hijos míos, las verdades que hay escritas y no os dejéis dominar por vuestros gustos y vuestros caprichos. Sed sacerdotes santos, que las almas están muy necesitadas, hijos míos. ¿No veis la invasión, que hay en el mundo, de los demonios? Han invadido el mundo, hijos míos; tenéis que ayudar a las almas a sacarlas de las tinieblas que las tiene Satanás. Muchas almas no encuentran consuelo donde descargar sus culpas, y muchas quieren liberarse de Satán, pero no encuentran sacerdotes preparados para expulsar los demonios de sus espíritus. Hijos míos, sólo os pido que enseñéis a los hombres las verdades del Evangelio, para que los hombres vuelvan la mirada a Dios y se arrepientan.

     ¡Ay, juventud, juventud empedernida! ¿No os dais cuenta, hijos míos, que el demonio quiere apoderarse de vuestras almas y os introduce en los placeres, en los gozos?

     ¡Ay, hombres de poca voluntad, que no aceptáis ni las leyes naturales, ni las divinas!

     ¿No os aceptáis vosotros mismos como sois, hijos míos? Aceptaos como hombres los que sean hombres y como mujeres las que sean mujeres. No adulteréis vuestro cuerpo, hijos míos; son templos del Espíritu Santo. No toméis malas inclinaciones, hijos míos.

     Bebe unas gotas del cáliz del dolor, hija mía, por tantas ofensas como cometen estas almas... Hija mía, cuánto dolor causan a mi Corazón los pecados de impureza de los hombres, de no aceptarse cada uno como es. Y cuánto dolor causan a mi Corazón mis almas escogidas, que también hay muchas que no se aceptan como son. ¿Cómo Dios no va a estar triste viendo a sus criaturas que se inclinan por el mal sin querer aceptarse a sí mismos ni aceptar la voluntad de Dios?

     ¡Ay, hombres, que habéis dejado la oración y no conocéis el sacrificio ni la penitencia! Por eso el mundo está en las condiciones que está, hijos míos; porque los hombres pisotean las gracias y pisotean los sacramentos. Acercaos a la Penitencia, hijos míos, al sacramento de la Eucaristía. Todo el que coma mi Cuerpo y beba mi Sangre tendrá vida eterna. Amad a la Santa Iglesia, acercaos a ella, hijos míos; ella os enseñará a amar a Dios. Amad al Santo Padre.

     Y vosotros, sacerdotes, obispos, cardenales, obedecedle a ese santo varón, y protegedle. ¡Cuánto sufre por las desobediencias, hijos míos! Es un santo varón como jamás ha habido en la Tierra; un varón entregado a Dios y uniendo a los hombres, sin importarle razas ni colores, sin mirar por sí mismo, sino mirando por los demás constantemente. Imitadle, hijos míos, imitadle, y veréis cómo camináis por el camino de la perfección.

     Orad, hijos míos, no os olvidéis de la oración; con la oración, el demonio huye de las almas. Y orad mucho para que haya sacerdotes santos, que puedan expulsar las almas de los enemigos que se introducen dentro de ellas. (1) Satanás es muy astuto y se introduce dentro de las almas, para ir contagiando unas a otras; tened cuidado, hijos míos, no os abandonéis en los sacramentos, orad mucho, que Satanás huye con la oración.

     Sí, hijos míos, quiero almas que sean capaces de darlo todo por mi amor, no que se queden en el tiempo, en los apegos de la carne y de la sangre y del hogar; que la mayoría se despegan de Dios para apegarse a lo mortal.

     Seguid orando, hija mía. Mira cuántas almas hay, por vuestra oración, a punto de llegar al Cielo.

     Una de ellas va a ser portavoz de todas.

 

     ALMA DEL PURGATORIO:

     Gracias, gracias por tantas oraciones dedicadas a nuestras almas. Gracias porque muchas de nosotras no hemos recibido ni una sola oración de nuestros seres queridos. Hemos recibido lágrimas, pero oraciones no, y las lágrimas no nos han servido de nada. Mira, hermana mía, qué sufrimiento tan horrible sienten nuestras almas, porque carecemos de la oración, y qué alivio sentimos cuando viene una oración a nosotros; porque el más grande tormento que hay en la Tierra es el más pequeño que sufrimos nosotros aquí. No se puede comparar los tormentos de la Tierra con los tormentos del Purgatorio; el más pequeño es más doloroso que cualquier sufrimiento de la Tierra por muy grande y muy doloroso que sea. Nuestro dolor es más grande que ningún dolor, porque deseamos ver a Dios, tenemos ansias inmensas de ver a Dios. Orad por nosotras para que podamos ir al Creador. Muchas estamos aquí millones de años porque hay muy poca oración. Nuestras familias nos quieren y nos aman mucho, pero cuando dejamos de existir sólo echan lágrimas, no hacen oración ni oyen el Santo Sacrificio de la Misa, que tiene tanto valor para nosotras. Haced sufragios por nosotras, ofrecednos oraciones, que nosotras también colaboraremos un día con vosotras, para ayudaros. Mira cuánto puede hacer una sola oración llena de caridad y de amor.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, cómo vuelan al Cielo! ¡Ay...!

 

     ALMA DEL PURGATORIO:

     ¡Gracias, gracias por las oraciones! No podemos decir otra palabra, nada más que gracias.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, qué grandeza, Dios mío! ¡Ay...!

 

     ALMA DEL PURGATORIO:

     La caridad vale mucho para calmar nuestras penas y para llegar a la Gloria, la oración y el Santo Sacrificio de la Misa. Orad por nosotros. Gracias, otra vez.

 

     EL SEÑOR:

     ¿Ves, hija mía, cuánto sirve la caridad, el amor? Y los hombres no se aman ellos mismos, ni unos a otros. ¡Cómo se van a acordar de los demás! Por eso, hija mía, la Tierra es tan castigada. ¡Cuántos años, te dije que vendrían trombas de agua, huracanes, mares desbordados, naciones engullidas bajo los escombros, porque los hombres no vuelven su mirada a Dios! Hijos míos, sin Dios el hombre no es nada, está muerto, es un muerto viviente, hija mía; y aquéllos que se llaman cristianos practicantes, y participan en el pecado de los hombres y pecan de omisión, sin retirarse y olvidarse de aquéllos que ofenden a Dios. ¡Qué crueles, hijos míos; cómo sois partícipes de la ofensa a Dios! ¡Cambiad vuestras vidas y amad a Dios sobre todas las cosas! ¿¡Quién cumple este mandamiento, hijos míos!? Ni los laicos, ni los sacerdotes, ni los religiosos. Todos anteponen antes a su padre, a su madre, a su hermano, a su hermana, antes que a Dios su Creador. Amad a Dios vuestro Creador, hijos míos. Cumplid los mandamientos. Todo el que cumpla los mandamientos se salvará. Amaos los unos a los otros, hijos míos; practicad la caridad. ¡Cuántas almas, que han llegado a este lugar, se han salvado y están gozando de la eternidad! Eso sí que es un gozo para nuestros Corazones.

     Acudid a este lugar, hijos míos, que yo cambiaré vuestras vidas y os enseñaré a amar a la Iglesia y a frecuentar los sacramentos. Amad nuestros Corazones, hijos míos. ¡Cuántas almas de las que acuden a este lugar...!

 

     LA VIRGEN:

     Mira qué gozo, hija mía, mira, qué gozo siente nuestro Corazón de tantas y tantas avemarías que alegran nuestros Corazones, y son jardines que tienen preparados en el Cielo por cada avemaría.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Oy, qué belleza!...

 

     EL SEÑOR:

     Sed firmes, hijos míos, y perseverad. No os hartéis, hijos míos. Venid, rezad el santo Rosario. Acudid a este lugar, que yo os bendeciré, hijos míos. Amaos unos a otros, ése es el mandamiento más importante, hijos míos.

 

     LA VIRGEN:

     Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

 

 

 

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(1) Frase de construcción equívoca. Al transmitir la vidente el contenido del mensaje, en este punto, parece omitir una preposición y trasponer otra. Salvando el sentido que consideramos propio, quedaría, pues, así: “Y orad mucho para que haya sacerdotes santos, que puedan expulsar de las almas a los enemigos que se introducen en ellas”.