MENSAJE DEL DÍA 2 DE DICIEMBRE DE 2000, PRIMER SÁBADO DE MES,
EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL
(MADRID)
LA
VIRGEN:
Hija mía, aquí estoy
como Madre de los desamparados.
EL
SEÑOR:
Bebe unas gotas del
cáliz del dolor, hija mía... Es amargo, hija mía, pero al mismo tiempo te
fortalece. Ámame mucho, hija mía, y hazme amar. Repara tus miserias, hija mía, y
las miserias de los demás. Cuando yo veo que las almas reparan las miserias de
los demás y las suyas propias, mi Corazón se vuelca en ellas y yo me refugio en
sus corazones. Cuando las veo que tienen deseos de amarme, no me importan sus
miserias, me importa su amor. Por eso te pido, hija mía, que hagas porque las
almas me amen, y no te angustien las difamaciones, las calumnias. Pide por esas
pobres almas que quitan del Evangelio y ponen lo que les agrada; ellos hacen un
Evangelio a su gusto; por eso, siempre ven la misericordia, pero no ven mi
justicia. Y mi justicia es igual que mi misericordia. Y la aplicaré con ellos
para que vean mi justicia, para que no vayan diciendo a los hombres que sólo
empleo mi misericordia. Soy Juez Supremo de vivos y muertos. Que mi Corazón se
vuelca hacia las almas que tienen deseos de amarme, de ser fieles y de
respetarme. Pero, hija mía, ¡cuánto sufre mi Corazón por la infidelidad de mis
almas! Por eso pido, como un mendigo, un poco de amor. ¿Y sabes quién detiene mi
ira, hija mía? Esas almas que tienen deseos de amarme, ésas son las que sujetan
mi brazo. Mira, hija mía, los hombres dicen que no empleo mi justicia. Si no
emplease mi justicia, no estarían éstos en este lugar, estarían todos en este
otro, hija mía.
LUZ
AMPARO:
(Durante unos
instantes, tiene una visión del Infierno). ¡Ay, ay! ¡Ay, qué horror! ¡Ay,
qué horror! ¡Ay!
EL
SEÑOR:
Pero no quiero que tu
corazón sufra. Mira la felicidad de estos otros, hija mía; todos han llegado a
mí por el amor, por la obediencia, por la fidelidad. Todos han llegado a este
lugar, por muy pecadores que sean; si ellos tienen voluntad y vienen a mí, yo
los perdono, y les abro los brazos, y les doy un abrazo eterno. Pero aquéllos
que no quieren hacer mi voluntad, y matan a los seres, se convierten en fieras
heridas por el odio y por el desprecio a las almas, hija mía. Yo, todo amor,
enseñé a los hombres a amarse, y ¿en qué han convertido mi mandamiento, hija
mía? En desunión, en odios, en destrucción. Yo, que bajé a darles vida a las
almas, hija mía, con mi muerte; mira qué mal correspondieron a ese amor. Yo, que
sufrí tanto por ellas, que mi Corazón era un volcán de fuego e instituí la
Eucaristía para que todos viniesen a alimentarse de mi Cuerpo y de mi Sangre; la
instituí por amor, y ¿qué hacen, hija mía? ¿Cómo corresponden a ese amor?
Pisoteando mi Cuerpo. ¿Cómo me reciben muchas almas, hija mía? En pecado mortal.
¡Cuántos sacrilegios cometen con mi Cuerpo, hija mía! Yo, que dije: “El que coma
mi Cuerpo y beba mi Sangre tendrá vida eterna”, también sufro porque veo que a
muchos les sirve de condenación porque me reciben en mal estado, hija
mía.
Por eso pido: ¡hijos
míos, id al sacramento de la Penitencia, confesad vuestras culpas!, y después
venid a recibir el Cuerpo de Cristo. Pero no sembréis vuestra condenación
recibiéndome en mal estado, hijos míos. Acercaos al sacramento de la Penitencia,
que muchos de vosotros no os acercáis, hijos míos. Confesad vuestras culpas,
hijos míos, y recibidme dignamente. No ultrajéis más el Cuerpo de Cristo, hijos
míos. Id a la Penitencia: el sacerdote perdonará vuestras culpas, y acercaos a
la Eucaristía, que yo os daré fortaleza y avivaré vuestra fe para que
permanezcáis en mi amor. Todo aquél que permanece en mi amor, yo estaré siempre
con él. Hijos míos, amaos unos a otros; caridad pido entre los hombres. Y todo
aquél que siga mi camino, tendrá un lugar en la eternidad junto a mí, hija
mía.
Y vosotros, guías de
los pueblos: explicad a los hombres las verdades del Evangelio; no os comáis lo
que queréis y añadís lo que queréis también, hijos míos. ¡Ay de vosotros,
aquéllos que quitáis o ponéis! ¡Cómo os asustan mis mensajes catastróficos —como
decís vosotros, hijos míos— y no os fijáis en la Biblia! ¿O es que no creéis en
ella? Es palabra de Dios; explicadla según está escrita, hijos míos, y enseñad a
los hombres las verdades. ¿Cómo os coméis lo que queréis? Vuestra infidelidad,
hijos míos, os ha dejado ciegos y, por eso, escondéis lo que queréis y habláis
lo que no debéis. ¿No os da miedo, hijos míos, que puedo aplicar mi justicia
sobre vosotros?
¿Cómo perseguís a los
que intentan vivir el Evangelio, si el que está conmigo no está contra mí? ¿Qué
motivos tenéis, hijos míos, para perseguirlos, calumniarlos? ¿No os remuerde la
conciencia, hijos míos? ¿Dónde está vuestra caridad, vuestro amor al prójimo?
Quedaos con lo bueno y no busquéis siempre lo negativo. ¿Quién sois vosotros
para decir a todo un Dios a quién tiene que manifestarse, dónde y cuándo? Y me
limitáis también el tiempo. Si tuvierais fe, hijos míos, no os asustaríais de
nada. ¿No será que no estáis tranquilos vosotros? Buscad lo positivo y no
destruyáis las almas.
Y vosotros, no tengáis
miedo a aquéllos que os quieran destruir. Yo estoy con vosotros, ¿a quién vais a
temer? Y no escudriñéis tanto el mensaje. El mensaje divino es muy difícil
entenderlo, hijos míos. Tú, comunica todo mi mensaje y no te angusties, hija
mía, que cada uno lo entienda a razón de su inteligencia. Mi tiempo no es el
tiempo de la Tierra y mis palabras están impregnadas de gracia y de vida eterna.
Hay almas en el Purgatorio, lo repito, siglos de mi tiempo, no del vuestro,
hijos míos.
Y sobre el Santo Padre,
hijos míos, os lo repito: un varón santo en la Tierra, mártir por la Humanidad,
que une a los pueblos y a naciones enteras. Ése es un santo varón. Y repito:
después de Pedro, el santo más santo de todos los papas.
Pero, hijos míos, si el
que está en gracia sabe discernir todo. Amad mucho a las almas, y pedid mucho
por la Iglesia y por los que la componen, hijos míos; por el Vicario de Cristo.
Orad, hijos míos, orad. No os abandonéis en la oración, el mundo está en esta
situación porque los hombres no elevan su mirada a Dios, y los hogares están sin
Dios, y los hombres anteponen todo a Dios. Y mi Corazón está triste por mis
almas queridas.
Repito otra vez, hijos
míos: no seáis funcionarios, sed pastores de mi Iglesia; reunid los rebaños que
están esparramados, hijos míos, y enseñadles las verdades del Evangelio; y,
sobre todo, os pido, hijos míos, la caridad; emplead vuestra caridad con el
prójimo. El amor es lo más importante. ¿Cómo, hijos míos, podéis tener
vuestra alma tranquila persiguiendo a las almas que intentan seguir el
Evangelio? Y enseñad a los hombres que soy Juez, y que los juzgaré según sus
obras, y que Dios no es catastrófico, pero Dios es Juez y juzgará a cada uno
según su comportamiento. Y vendré a la Tierra y traeré la guerra, y la madre irá
contra el hijo, el hijo contra la madre, la suegra contra la nuera, la nuera
contra la suegra, hermanos contra hermanos, para todos aquéllos que hayan
rechazado mi palabra y que pisotean el Evangelio y que ponen y ponen lo que a
ellos les gusta. ¡Ay de aquéllos que no creen en mi justicia!, cuando la emplee
sobre ellos, hijos míos, ¡qué horrible será!
Orad, haced sacrificios
y ayunos, hijos míos. Pedid por los pobres pecadores. Amaos unos a otros, estad
unidos todos, hijos míos, para que todos caminéis juntos y nadie os derribe.
Vuestro silencio es importante, hijos míos, aunque el enemigo no aprende de
vuestros silencios. Pedid por mis almas, por mis pastores, y cambiad vuestras
vidas, hijos míos. Amad nuestros Corazones. Venid contritos y arrepentidos. Dad
testimonio de vida, hijos míos, con vuestro ejemplo, aunque el malvado no querrá
ver, porque el que tiene la gracia es el que ve, pero el que está en tinieblas
nunca verá. Penitencia y sacrificio, hijos míos.
LA
VIRGEN:
Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para los pobres pecadores. Acudid a este lugar, que recibiréis gracias corporales y espirituales, hijos míos.
Os bendigo, hijos míos,
como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu
Santo.