MENSAJE DEL DÍA 2 DE JUNIO DE 2001, PRIMER SÁBADO DE MES,

EN PRADO NUEVO DE EL ESCORIAL (MADRID)

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Qué bella vienes!...

    

     LA VIRGEN:

     Mira, hija mía, hoy vengo con el manto de oro de tantas y tantas avemarías que he recibido de este lugar. Por eso te digo, hija mía: ¿ves cómo hay muchas almas que me aman? Todas las avemarías están recogidas, para cada uno colocarlas —los ángeles— en el lugar que le corresponde en la eternidad[1].

 

     EL SEÑOR:

     Es una riqueza la oración. Pero la oración sin la obra no es nada. Hay muchos que mueven los labios y no mueven el corazón, hija mía. Hay que mover los labios, para mover el corazón. Por eso he pedido obras de amor y misericordia; porque todas estas almas, la riqueza de su oración las ha llevado a la acción. La oración sin obras no sirve. Un alma que ora y odia no puede servirle la oración. La oración sirve para amar, para ayudarse unos a otros, para comprenderse; pero aquél que se da muchos golpes de pecho y luego ve a su hermano que está desamparado y triste, y le dice: “Dios te ampare”, ¿de qué le sirve la oración al hombre, si su corazón está paralizado? Y también quiero que vuestras obras no las pongáis al son de trompeta: que lo que vuestra mano derecha haga, no lo sepa vuestra izquierda. Te lo he dicho, hija mía, que muchas almas se quedan sólo en el tiempo, porque les gusta que se vean sus obras. Por eso os digo, hijos míos: todo el que quiere seguirme no tiene que ser halagado ni buscar glorias en la Tierra. Buscad la eternidad. Pero, ¡ay de todos aquéllos que os gusta que os recreen los oídos con lo que hacéis: son obras muertas! Dejaos reprender, hijos míos.

     Tú, hija mía, quiero que obres con sencillez, con naturalidad. Cuánto me gusta que te acerques a nuestros Corazones. Tú, hija mía, di las cosas, grítalas, para que las almas no estén engañadas. Me gustan las almas sencillas, las almas naturales. Grita lo que yo te digo; te buscarás enemistades, pero no perderás mi amistad, hija mía. Sé sencilla. Aprende a ser humilde. Bienaventurados los que se humillan, porque ellos serán ensalzados. Ama a los que te persigan, hija mía. Ora mucho y quiere mucho a los que te odian. Yo, por decir la verdad, hija mía, fui a la Cruz; mi verdad fue mi crucifixión. Por eso tuve tantos enemigos: por decir la verdad. Pero yo soy el Camino, la Verdad y la Vida; y el que hace lo que yo le enseño y camina por donde yo camino, no será abandonado de mi gracia.

     Orad, hijos míos, por los pobres pecadores. Qué tristeza siente mi Corazón cuando los pecadores se alejan y me rechazan, pero qué alegría cuando vuelven arrepentidos a mi regazo. Grita que yo soy un padre tierno, que espera a sus hijos, para abrazarlos y perdonar todas sus miserias. Sí, hija mía, aunque sus pecados sean gordos, mi amor es grande para todo aquél que se arrepienta.

     Acudid a este lugar, hijos míos, y orad con devoción. Aprended a amar a la Iglesia. Acercaos a la Eucaristía, pero antes pasad por el sacramento de la Penitencia. El que come mi Pan y bebe mi Sangre tendrá vida eterna. Amaos los unos a los otros, hijos míos. Sed pacientes unos con otros; ése es el mandamiento más importante, hijos míos: el que os améis unos a otros. Padres, educad a vuestros hijos, enseñadles que no sólo de pan vive el hombre, que tienen que alimentarse de la palabra de Dios. Si aman a Dios, hijos míos, os respetarán y os amarán a vosotros. Rezad el Rosario en familia, no os acostéis ni una sola noche sin rezar esta plegaria tan hermosa: Dios te salve, María, llena de gracia, el Señor es contigo, bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. Ahí está la Madre y el Hijo, los dos participaron en la Redención. Y el que ama a María, ama a Jesús. María y Jesús son un Corazón. Por eso quiero que se la conozca como Madre de todos los pecadores. Mi Madre tiene el Corazón tierno, tan tierno como un niño “chiquitito”, y os ama tanto que le he dado poder para aplastar la cabeza del Dragón, para estar en la puerta del Cielo y como refugio de los pecadores.

 

     LA VIRGEN:

     Tú, hija mía, protégete bajo este manto, será tu alivio y tu fortaleza. Protegeré a todos los tuyos y, sobre todo, hija mía, para que entren en el Cielo. Esto no quiere decir que dejes de sufrir, hija mía; tu misión es sufrir desde que naciste, pero mi protección nadie te la quitará, hija mía. Los hombres cambian pero yo no cambio. Yo te escogí como instrumento de mi Obra para que hagas este trabajo, y te he ido puliendo, hija mía, en dolores y sufrimientos, calumnias, desalientos, pero ése es el Cielo, hija mía. [2]

 

     LUZ AMPARO:

     Yo te pido, Madre mía, por todos mis hijos, por todos los pecadores del mundo, y amo a todos los que me odian y haré sacrificio por todos los que me calumnian.

     EL SEÑOR:

     Madres, luchad por vuestros hijos, pedid por ellos. Las madres que sean leales se salvarán por los hijos. Te dije, hija mía, en una ocasión, que la madre asciende o desciende como el hijo. Procurad, madres, hacer oración por ellos y darles buenos ejemplos. Pero tampoco os dejéis, aquellas madres, arrastrar por vuestros hijos; pedid por ellos.

     Ora por la Iglesia, hija mía, la Iglesia está en Getsemaní, y el mundo está cada vez peor, aunque los hombres no quieren ver la situación del mundo. Ama mucho, hija mía, por eso tu corazón se dilata, por el amor que tienes, hija mía; has sido como una gallina que protege a sus polluelos. Tu vida la has basado en tus polluelos, hija mía, y aunque hayas recibido sinsabores, también has recibido alegrías, hija mía. Yo pongo a prueba las almas, para ver hasta dónde son capaces de no dejarse engañar y de no dudar nunca de la palabra de Dios. Pero el demonio es muy astuto, no duerme, hija mía, y está siempre maquinando a ver cómo puede hacer ver lo que no es, hija mía. A veces son pruebas dolorosas, pero el alma víctima tiene que pasar por todas esas pruebas, hija mía. Ora y nunca te abandones, hija mía, te pase lo que te pase; no te desanimes, sigue adelante. El tiempo aquí no va a ser largo, hija mía, y allí es la eternidad. No cambies esto por aquello.

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, qué felicidad!...

 

     EL SEÑOR:

     Has sentido la felicidad. Bebe unas gotas del cáliz del dolor... Está amargo, hija mía, pero éste es el camino de la reparación. Ahora vas a escribir en el Libro de la Vida diez nombres; escógelos tú... No se borrarán jamás estos nombres, hija mía, están escritos en el Libro de la Vida, en recompensa a tu dolor, a tu sufrimiento, a las calumnias, a las persecuciones. ¡Ves cómo recompenso, hija mía!

 

     LUZ AMPARO:

     Gracias, Señor.

    

     EL SEÑOR:

     ¡Cuántos miles de almas se han salvado, hija mía! ¡Cuántos frutos! ¡Qué alegría sienten nuestros Corazones por todas estas almas que han llegado a lugares como éste, hija mía, porque han aprendido a orar y amar a la Iglesia!

 

     LUZ AMPARO:

     ¡Ay, cuántas, Señor! ¡Gracias! ¡Gracias, Señor! ¡Oy, cuántas almas! ¡Ay, cuántas! ¡Qué grandeza, Dios mío! Gracias, Señor, gracias.

 

     EL SEÑOR:

     Todos son bienaventurados. Esta recompensa es la que te tiene que animar, hija mía. ¡Adelante! Oración y amor, hija mía.

     Seguid luchando. Y también derramaré muchas gracias sobre todo el que colabore en esta misión.

 

     LA VIRGEN:

     Levantad todos los objetos; todos serán bendecidos con bendiciones especiales para los pobres pecadores...

     Os bendigo, hijos míos, como el Padre os bendice por medio del Hijo y con el Espíritu Santo.

     Gracias, hijos míos, por todas vuestras oraciones.



[1] Construcción gramatical extraña; el sentido parece ser: “Todas las avemarías están recogidas, para colocarlas los ángeles —cada uno de ellos— en el lugar que les corresponde en la eternidad, conforme a sus frutos”.

[2] No identifica las tribulaciones con el Cielo, al que no pertenecen, sino que las pone como medio para alcanzarlo. Según esto, la frase podría quedar así: «Te he ido puliendo, hija mía, en dolores y sufrimientos, calumnias, desalientos, pero ése es el camino del Cielo»