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NUEVO CURSO BIBLICO

"SÍNTESIS DE CATOLICISMO"

 

"Evangelizar constituye la dicha y vocación propia de la Iglesia. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su Muerte y Resurrección gloriosa. La Iglesia permanece en el mundo hasta que el Señor de la Gloria vuelva. Ella lo prolonga y lo continúa." (Juan Pablo II)

Conviértete en un Testigo de Cristo, compartiendo con todos tus hermanos el tesoro inagotable de nuestra Fe.


INDICE

Lección  1 ...... =  LA BIBLIA.

Lección  2 ...... =  EL EVANGELIO SEGÚN S. MATEO Y SEGÚN S. MARCOS.

Lección  3 ...... =  EL EVANGELIO SEGÚN S. LUCAS Y SEGÚN S. JUAN.

Lección  4 ...... =  VALOR CIENTÍFICO DE LOS EVANGELIOS.

Lección  5 ...... =  CRISTO HOMBRE-DIOS Y SU MISTERIO PASCUAL.

Lección  6 ...... =  LA IGLESIA OBRA DE CRISTO.

Lección  7 ...... =  LA IGLESIA PUEBLO DE DIOS.

Lección  8 ...... =  LA IGLESIA CUERPO DE CRISTO.

Lección  9 ...... =  MARÍA MADRE DE CRISTO Y DE LA IGLESIA.

Lección 10 ..... =  EL CUERPO DE CRISTO.

Lección 11 ..... =  LA PALABRA DE CRISTO.

Lección 12 ..... =  EL MENSAJE DE LA IGLESIA-CRISTO: VERDAD Y AMOR.


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LECCION 1

LA BIBLIA

INTRODUCCION.- Este libro -la Biblia- es el más importante de todos los tiempos. Ha sido en estos casi seis últimos siglos -desde que existe el libro impreso- el mayor éxito editorial. Con él se estrenó la imprenta: la Biblia de Gutenberg. Y se han impreso -de la Biblia completa o de los Evangelios- en estos últimos años más de cincuenta millones de ejemplares en casi 1.300 lenguas y dialectos; es decir en todas las lenguas escritas de la tierra. Es hoy mismo el libro más difundido, más citado y más leído.

Oportunamente probaremos la razón de su importancia: es decir su origen divino; o sea, que quienes lo escribieron lo hicieron bajo el influjo de Dios. En una palabra, que el autor principal, el verdadero autor es Dios. Sin embargo, vamos a hablar ya de él como del Libro Sagrado de la humanidad. Tenemos entre las manos: «Las Obras completas de Dios».

NOMBRE.- La palabra «Biblia» viene de la palabra griega «ta biblía», que quiere decir «los libros». Algo así como los libros más importantes; los libros imprescindibles y fundamentales. Reducidos a un solo volumen, es el libro insustituíble del cristiano, por ser, como hemos dicho, el libro de Dios. Nos habla de Dios y Dios es su autor.

CONTENIDO.- Este libro, voluminoso, contiene lo que llamamos «Historia de la Salvación). Es decir, las intervenciones especiales de Dios en la historia del hombre, para introducirlo en su intimidad y hacerlo eternamente feliz, junto a Sí.

Se divide en dos grandes partes. La primera, llamada Antiguo Testamento, consta de 46 libros. Las actuaciones de Dios que se han fundido con la historia de un pueblo, Israel. Dios va lenta y pacientemente enseñando al hombre por medio de otros hombres, sus enviados. La segunda parte -el Nuevo Testamento- consta de 27 libros. Dios, hecho uno más de los hombres, reúne a su lado a cuantos quieren seguirle y desean participar en la salvación de los demás hombres. De ser la historia de una nación concreta, con caracteres raciales determinados, ha pasado a ser la historia de un Pueblo nuevo, es decir informado de un espíritu nuevo y de cuantos hombres están unidos a ese Hombre que es su Hermano y su Dios; y están adheridos íntimamente al mismo tiempo entre sí. Que además «viven» de su mismo Espíritu y «tienen» al mismo Padre en los Cielos.

IDIOMA.- Estos libros, que tuvieron su origen en el próximo oriente entre los siglos XIII antes de Cristo al I después de Cristo, han sido escritos en las lenguas allí, entonces, habladas: Primero en hebreo, después en arameo y finalmente en griego, lengua ésta usada comunmente en el mundo entero durante la vida de Jesús y sus Apóstoles.

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ANTIGUO TESTAMENTO.- Punto de partida histórico.- Después de los once primeros capítulos del Génesis, nos encontramos con la figura de Abraham. (Gen 11, 27-32). Los tiempos de Abraham, por la referencia a Ur de Caldea, están perfectamente definidos en la historia. Es aproximadamente el siglo XVIII antes de Cristo. El famoso sepulcro, descubierto hace unos años, con 74 cadáveres momificados como cortejo de personas reales, nos decubre hasta en mínimos detalles la civilización contemporánea del gran Patriarca. Es pues un tiempo histórico conocido. Hablar de Abraham y su tiempo es hablar de tiempos y civilizaciones concretas hoy prácticamente conocidas.

I.- PERIODO DE FORMACIÓN DEL PUEBLO. Patriarcas, Moisés, Josué, Jueces, Monarquía. Dios quiere valerse siempre de un hombre para realizar sus planes de salvación de los demás hombres.

1.- Abraham

El hombre llamado por Dios para formar de él un pueblo (Gen 12, 1-3).
Es el hombre de fe (Heb 11,17-19).
Dios le promete una gran descendencia (Gen 15, 6-7).
Dios le exige hasta el sacrificio de su hijo (Gen 22, 1-12).
Isaac y Jacob continúan recibiendo las bendiciones de Dios; Jacob es el padre de las 12 tribus. Con su profecía (de Judá nacerá el Mesías, Gen 49, 10), se cierra prácticamente el libro del Génesis.

2.- Moisés - El liberador del Pueblo

Expulsados de Egipto los Faraones Hicsos de raza semita, se inicia, hacia el siglo XIV antes de Cristo, la época de opresión de los hebreos en aquel país. Moisés -en el siglo XIII- es el hombre escogido por Dios para liberar a su pueblo del cautiverio. Lo narra el libro del Exodo.

Moisés es «el amigo de Dios» (Ex 33, 11).
Vocación de Moisés (Ex 3, 1-6).
Intervención de Dios para librar a su pueblo: Las Plagas.
Dios se comunica a Moisés en el desierto (Ex 19,3-6).
Dios le da el Decálogo (Ex 20, 1-21).

Y por su medio hace con el pueblo la alianza del Sinaí (Ex 24, 4-8).
Moisés, figura excelsa ante el pueblo y prototipo del Mesías (Dt 18, 18).

Toda la historia del mundo y del pueblo hebreo, hasta este momento: la llegada a las puertas de Palestina -el Jordán-, queda condensada en los cinco primeros libros de la Biblia que se llaman el Pentateuco, y en nombre técnico «la Torá» (la Ley). Estos cinco libros -Génesis, Exodo, Levítico, Números y Deuteronomio-, en gran parte se pondrán por escrito después, durante la monarquía, recogiendo tradiciones de este tiempo.

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3.- Conquista de Canaán

Josué señalado por Dios para la conquista y establecimiento en la tierra prometida por Dios (Jos. 1,5-6).

Josué «el hombre fiel» (Num. cc 13-14).

Las tribus se van esparciendo por el territorio y ocupándolo lentamente. No forman aún una nación compacta. Por ello los jueces son hombres carismáticos surgidos aquí y allá en momentos de peligro. El último de esta serie, Samuel, da paso a la monarquía. Tras el fallo de Saúl, él unge por Rey a David (1 Sam 16, 13).

4.- David

El «hombre según el Corazón de Dios» (1 Sam 13, 14).
De bella presencia (1 Sam 16,12).
Siempre triunfador (2 Sam 8, 13-14).
Dulce cantor de Israel (2 Sam 23, 1).

David centra el culto en Jerusalén y sistematiza la Liturgia. Es tiempo de redacción de numerosos salmos. David organiza su corte como las naciones más cultas de entonces, especialmente Egipto (2 Sam 8, 15-18). Nombra Secretario -Gran Visir- y empieza la recogida de tradiciones y la redacción sistemática de la Biblia. Este es el momento de hacer referencia -Biblia en mano- a los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes. Es la historia de Israel hasta la rendición de Jerusalén y el destierro (s VI). Estos libros se han compilado a una con el Pentateuco durante ese periodo (s X al VI antes de Cristo).

Dato Histórico.- El momento histórico de los reyes David y Salomón, es perfectamente conocido. Se han descubierto las ruinas de las caballerizas de Salomón en Megido (1 Re 9, 15.19) Y de las fundiciones del mismo rey en Asion-Gaber -golfo de Elat- relacionadas con la construcción de naves destinadas a largas travesías (1 Re 9, 26).

Compendiando este período -de Abraham a David y Salomón- puede decirnos la Iglesia en el Concilio (Constitución Luz de las Naciones n° 9) «...Dios eligió el pueblo de Israel como pueblo suyo, pactó con él una alianza y le instruyó gradualmente, revelándose a Sí mismo y los designios de su voluntad a través de la historia de este pueblo...» (LG 9).

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II.- PERIODO DE MADURACION DEL PUEBLO.- Los Profetas.- Dios quiere valerse de hombres para hablar a los hombres.

A la muerte de Salomón declina la monarquía. Viene la división del Reino: Israel al norte con 10 tribus y Judá con Benjamín al sur. Los Profetas empiezan su actuación por el reino del norte más rico y desarrollado y al mismo tiempo más materializado y necesitado de espíritu. Tras los Profetas, no escritores, Elías y Eliseo, del siglo IX, siguen los Profetas escritores del siglo VIII.

Los dos temas principales de los Profetas en su predicación:

1.- Adhesión a Yavé, único Dios verdadero «justo y misericordioso» (DV 15).
2.- Lo que Yavé exige de los suyos: Justicia y Caridad.
Enumeramos solamente algunos Profetas:
Así el ardiente Oseas o el rústico Amós.

Amós, granjero venido de Judea, predica en la opulenta Samaria:
Contra la injusticia (Am
2, 6).
Contra el lujo (Am 3, 15).

Oseas predica en el reino del norte, su patria, en años de descomposición política -cuatro reyes asesinados en 15 años- religiosa y moral. Mensaje ardiente y apasionado.
El pueblo abandona a Dios (Os 4, 1.6).
Pero Dios ama a su pueblo (Os 11,1-4. 9).

Isaías.- Su obra abarca tres siglos. Más que obra de un solo hombre parece ser obra de una escuela. Proto Isaías cc 1-39; Deutero Isaías 40-55; Trito Isaías 56-66. Es la cima de la inspiración profética y de la poesía del Antiguo Testamento. En los primeros capítulos tenemos un espécimen o muestrario de los temas y de la tónica de toda la obra:
Invitación a la conversión a Dios (Is 1, 18-20).
Injusticia y opresión del pobre (Is 3,14. 15. 24).
Una selección espiritual de israelitas formará el auténtico Israel (Is 4, 2-3).
Parece el libro preferido de Cristo. Es el más citado en el Nuevo Testamento. Lo aduce Cristo (Lc. 4, 18 citando a Is. 61, 1-2); y Pedro (1 Pe. 1, 24-25 citando a Is. 40, 8). Aparece citado otras muchas veces.

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Jeremías.- Es el hombre elegido por Dios para anunciar la ruina de su patria. Temperamento sensible, vibra torturado bajo el peso del designio de Dios (Jer 20, 7-9). Sabe que la ruina nacional se debe a la infidelidad del pueblo a Dios.

Dolor por la patria amenazada (Jer 9, 1).
La culpa: los pecados de todos (Jer 13,23).
Dios siente ternura por su pueblo (Jer 31,20).
Y finalmente un día lo salvará (Jer
31,31-33).
Jerusalén sucumbe definitivamente (Jer 39, 1-8).

Ezequiel.- Sacerdote, es quien levanta el ánimo de los deportados:
Esperanza de la vuelta a Jerusalén y conversión interior (Ez 11, 17-20).
Del siglo VIII al VI es la época de los principales Profetas escritores. Luego -los pocos restantes- se van espaciando hasta el siglo IV. Unos son astros de primera magnitud y otros menores. Unos y otros grandes ante Dios y ante los hombres por la inspiración y oportunidad de su mensaje. La división en Profetas mayores y menores se debe a la mayor o menor extensión de sus escritos. Su papel ha sido revitalizar el espíritu del pueblo, llevándolo así a la madurez.

En este punto de la Historia de la Salvación veamos el plan de Dios según la Constitución «Palabra de Dios» del Concilio Vaticano II: «Deseando Dios con su gran amor preparar la salvación de toda la humanidad, escogió a un pueblo en particular a quien confiar sus promesas... Israel fue experimentando la manera de obrar de Dios con los hombres y la fue comprendiendo cada vez mejor al hablar Dios por medio de los Profetas...» (DV 14).

III.- PERIODO DE PURIFICACION.- El «residuo» espiritual de Israel y los libros de los Sabios. Dios va formando en su pueblo un «grupo de selección», llamado «residuo» o «resto», con la mentalidad y espiritualidad fruto de todo el Antiguo Testamento (desde el siglo VI hasta Cristo).

A la vuelta del destierro (siglo VI antes de Cristo hasta el siglo IV antes de Cristo) tiene lugar la reorganización espiritual del pueblo. Florece el culto. Se escriben numerosos Salmos. Y se renueva el amor a los escritos sagrados antiguos. Parece que bajo Esdras, el reorganizador, adquieren muchos de los libros sagrados su redacción definitiva.

Según algunos autores, desde mediada la monarquía hasta estos tiempos, la reflexión teológica sobre las tradiciones primitivas, conservadas dentro y fuera de Israel, lleva a hombres inspirados por Dios a la redacción de los once primeros capítulos del Génesis. Son hechos dogmáticos -creación, pecado, castigos, promesas- revestidos de ropaje adaptado a la mentalidad infantil de un pueblo primitivo.

27 - 10 - 02

En este siglo IV se inicia la helenización del próximo oriente, caído bajo el dominio de Alejandro Magno; y cuyos generales, a su muerte, se dividen el imperio. Palestina queda primero bajo los Lágidas, señores de Egipto. Pasa después a los Seléucidas, que reinan en Siria. Lentamente, pero al fin, llega a Judea, en el siglo III antes de Cristo, la ola devastadora del secularismo pagano helenista con sus costumbres libres y el culto a los dioses. Se produce en el siglo II antes de Cristo la viva reacción de los Macabeos por su patria y por su Dios.

Toda esta época es de interiorización y profundización de la fe en los estratos fieles del pueblo. Y al mismo tiempo de aparición de los últimos libros inspirados. Unos alientan en momentos de peligro la fe popular como Ester, Daniel y Judit. Otros narran las luchas y vicisitudes de la patria como los dos libros de los Macabeos. Finalmente otros condensan la Sabiduría antigua profundizando en la historia del pueblo de Dios como el Eclesiástico; o espiritualizando la misma sabiduría helénica que viene a modernizar así la eterna sabiduría de Israel. El «Libro de la Sabiduría», escrito en Alejandría en el siglo I antes de Cristo, es el último de los libros inspirados del Antiguo Testamento.

Lanzando una mirada retrospectiva a la pedagogía de Dios con Israel durante todo el Antiguo Testamento recordemos estas dos ideas propuestas por la Iglesia en el Concilio Vaticano II:

1ª.- Condescendencia de Dios poniéndose al nivel del hombre: «Sin mengua de la verdad y de la santidad de Dios, la Sagrada Escritura nos muestra la admirable 'condescendencia' de Dios, 'para que aprendamos su amor inefable y cómo adapta su lenguaje a nuestra naturaleza con su providencia solícita'» (DV 13).

2ª.- Finalidad total del Antiguo Testamento: Ser «preparación y figura de la alianza nueva y perfecta que había de pactarse en Cristo y de la revelación completa que había de hacerse por el mismo Verbo de Dios hecho carne» (LG 9).

Resumen del Antiguo Testamento: Dios ha pretendido rehacer espiritualmente al hombre que El creó, y que se perdió por desobediencia; y esto, 1º escogiendo principalmente a un hombre en cada época para influir en los demás hombres (primer período). 2° Hablando a los hombres a través de un hombre determinado en ciertos momentos históricos de particular interés (segundo período). 3° Sometiendo a hombres que le han correspondido con más fidelidad a las pruebas de la pobreza, la persecución, la obediencia, para lograr servidores espirituales perfectos e hijos obedientes. Así llega el momento en que Dios se aproximará íntima, definitiva y personalmente a los hombres.

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EL NUEVO TESTAMENTO.- Llega la plenitud de los tiempos (Gal,4), es decir, el momento cumbre de la historia del mundo, según los planes de Dios. Entre el pueblo sencillo han madurado almas buenas que van a recibir al Esperado de los siglos, al Mesías, al Salvador prometido a Israel. Purificadas por la persecución y la pobreza, viven un denso ambiente de fe. Un pueblo así -aunque sólo sea en minoría- va a tener una prolongación maravillosa, no racial sino espiritual. De él va a surgir el Israel de Dios, agrupado junto a Cristo. Y Cristo fue el ideal vislumbrado de todos los libros del Antiguo Testamento y es también el centro de todos los del Nuevo. La realidad maravillosa es Cristo. Lo que le sigue es como su sombra. O mejor: la explicitación del misterio de Cristo y lo que debe ser el cristiano, miembro del cuerpo místico de Cristo. Porque los libros del Nuevo Testamento van surgiendo, como impensadamente, ante la necesidad concreta del momento y por la solicitud apostólica:

Primero, unas cartas ocasionales de Pablo. Después, las narraciones primitivas sobre la vida aún reciente de Jesús. Luego una panorámica de los primeros años de la Iglesia naciente. Más cartas, que alguna vez son tratados sobre puntos concretos del dogma cristiano (Carta a Hebreos). Un libro alentador, en momentos de lucha, que presagia el triunfo final de la Iglesia (Apocalipsis). Finalmente y como corona, el admirable Evangelio de Juan.

Al llegar a este punto puede decirnos justamente la Iglesia: «La Palabra de Dios, que es fuerza de Dios para la salvacion del que cree, se encuentra y despliega su fuerza de modo privilegiado en el Nuevo Testamento» (DV 17). Y añade: «Todos saben que entre los escritos del Nuevo Testamento sobresalen los Evangelios, por ser el testimonio principal de la vida y doctrina de la Palabra hecha carne, nuestro Salvador» (DV 18).

Podemos terminar considerando la eficacia que atribuye la Iglesia a la Palabra de Dios conservada por escrito en estos libros: «Y es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual. Por eso se aplica a la Escritura, de modo especial, aquellas palabras: 'La Palabra de Dios es viva y enérgica' (Heb 4, 12), 'puede edificar y dar la herencia a todos los consagrados' (Hch 20, 32; 1 Tes 2, 13) » (DV 21).

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LECCION 2

EL EVANGELIO SEGUN S. MATEO Y SEGUN S. MARCOS

INTRODUCCION.- Hemos expuesto a grandes rasgos en la lección anterior las ideas fundamentales de la Biblia. No son otra cosa que los planes de Dios para salvar al hombre. El los ha ido comunicando a los hombres de di- versas maneras, hasta finalmente hacerse El mismo hombre (Heb 1, 1).

Hoy vamos a dirigir nuestra mirada a lo que constituye la médula de todos los libros: a esos cuatro pequeños escritos que son el núcleo de toda la Biblia: Los Cuatro Evangelios. Ellos nos narran la vida, palabras, milagros, muerte y resurrección del personaje central de toda la Biblia: Jesucristo. Los libros más discutidos del mundo un día, después los más apasionadamente estudiados y hoy los más conocidos y científicamente mejor documentados.

La Palabra Evangelio significó en la antigüedad principalmente conforme al origen de la palabra griega (eu = bueno; anguel-lion = noticia) buena noticia, gran noticia. Euanguel-lion se llamaba a la noticia llegada a la ciudad, del nacimiento del heredero al trono, de una gran victoria nacional, etc. En este sentido se utilizó en el siglo I de nuestra era. Evangelio era la gran noticia de Dios hecho hombre (por amor al hombre, y para elevarlo a la dignidad de Dios), que Pablo predicó en Efeso, Atenas, Corinto y España; y Pedro en Antioquía y Roma; y los apóstoles en general por todo el mundo entonces conocido. Sólo, posteriormente, en el siglo II, se denominó Evangelio a los libritos, reconocidos oficialmente por la Iglesia, que contenían esa noticia sensacional: la aparición en el mundo de un ser admirable, maravilloso, que siendo verdadero hombre es también verdadero Dios; que ha venido a traer la alegría a nuestras vidas, a solucionar todos nuestros problemas definitivos, es decir a salvamos para siempre.

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGUN SAN MATEO

El primero de estos cuatro libros aparece en todos los códices más antiguos con este epígrafe: «Evangelio de Jesucristo según Mateo». Veremos más adelante que el argumento histórico y la crítica interna del mismo libro confirman esta atribución.

AUTOR.- El autor es un hebreo, contemporáneo del héroe de su libro, testigo personal e íntimo de El. El libro encierra datos autobiográficos. Cuando pone la lista de los Apóstoles de Jesús, se incluye, añadiendo el califi- cativo denigrante de su profesión, «publicano» (10, 3). Poco antes (9, 9 ss) había narrado su llamada para seguir a Cristo, y el convite que había organizado con sus amigos para celebrarla.

LENGUA.- La lengua en que se escribió este libro es el arameo, la que hablaba Jesús, el personaje central. del libro. Es un librito escrito para sus paisanos hebreos, por un hebreo, que había conocido al personaje en cuestión; y que ahora les presenta un extracto de su vida, actividades y enseñanzas, según la pauta que en la exposición oral acostumbraban sus compañeros los otros apóstoles. Escrito en arameo, la lengua de Jesús, la suya propia y la de sus oyentes; el libro pronto rebasó las fronteras de Palestina y fue traducido y adaptado, teniendo a la vista el evangelio de Marcos, a la lengua usada por entonces en todo el Imperio Romano, el griego. Se multiplicaron las copias en griego, pasó a segundo término, y acabó por estropearse o perderse el original arameo; y la Iglesia reconoció aquella traducción o adaptación en griego, difundida por todo el Imperio, como edición oficial, «canónica», del Evangelio de Jesucristo según Mateo.

TESIS.- La tesis de este librito de Mateo es que Jesús, -ese paisano vuestro que todos habéis conocido,- es el Mesías, anunciado en el Antiguo Testamento, desde Moisés, por todos los profetas. Veamos Mateo (1,1). Sólo esa enunciación, «Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham», es una forma clarisima de decirnos que Jesús es el prometido a Abraham en la aurora de los tiempos históricos, y posteriormente al gran Rey David, personaje que representaba los más altos valores del pueblo de Israel.

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IDEAS PRINCIPALES.- 1.- Jesús es el Mesias, es la idea que preferentemente se propone desarrollar Mateo. Veamos: Mateo ha expuesto la forma milagrosa en que se verificó la concepción de Jesús. Ya en este primer paso que es su entrada en el mundo, ve Mateo el cumplimiento de aquella profecía de unos setecientos años antes, hecha por el gran lsaias (Mateo 1, 22; ls 7, 14). En (2, 5) nos dice que resulta claro, para los escribas y doctores del pueblo, determinar dónde habia de nacer el Mesias. Es la respuesta dada por Herodes a los Magos. Sigue una serie de profecías, cumplidas literalmente en Jesús o aplicaciones de profecías hechas por Mateo a la persona de Jesús. Casi siempre, Mateo presenta estas profecías bajo el epígrafe «esto sucedió para que se cumpliese lo que el Señor había anunciado por el profeta». Marcos y Lucas, en ocasiones similares, nos hablan sólo una vez en esa forma. Mateo nos presenta así, solemnemente, doce profecías, cumplidas en Jesús. Se ve claramente su empeño en demostramos, realizados en Jesús, los más antiguos vaticinios hechos sobre el Mesías. Veamos sólo dos, como casos típicos: primero, el de la alegría de la naturaleza y de las gentes al ver aparecer en Galilea al esperado de las naciones (Mateo 4, 12 ss; ls 9, 1 ss); en segundo lugar la fisonomía moral, el carácter generoso, noble y compasivo de Jesús, descrito también proféticamente siglos antes (Mateo 12, 15 ss; 1saías 42, 1 ss).

2.- Discursos.- Es nota característica del Evangelio de Mateo. Ya un antiguo Obispo de las primeras generaciones cristianas, mitad del siglo II, el famoso Papías de Hierápolis, en Frigia -Asia Menor-, califica el escrito de Mateo como «los Lóguia» o «discursos» de Jesús. En realidad, las tres quintas partes de este librito se dedican a presentamos las enseñanzas o discursos de Jesús. Si el Mesías viene a implantar y organizar en el mundo el Reino de los Cielos, el Reino de Dios, es lógico que Mateo, su biógrafo, dedique gran parte de su escrito a expresar y exponer las enseñanzas o discursos del Mesías acerca del Reino de Dios.

Mateo nos reúne en cinco grandes Discursos de Jesús sus principales enseanzas.

Cap 5 al 7.- Promulgación del Reino de los Cielos - Discurso Evangélico.
Cap 10.- Predicación del Reino de los Cielos - Discurso Apostólico.
Cap 13.- El Misterio del Reino de los Cielos - Discurso Parabólico.
Cap 18.- La Iglesia: Primicias del Reino de los Cielos - Discurso Eclesiástico.
Cap 23 al 25.- Próxima venida del Reino de los Cielos -Discurso Escatológico.

3.- Jesús, Hombre de su Pueblo.- En Mateo aparece clarísimamente su héroe, Jesús, como prototipo del espíritu nacional, hombre amante de su pueblo y de su patria. En las instrucciones a sus discípulos sobre cómo y dónde han de actuar, les dice expresamente que se consagren a formar a su pueblo (10, 5 Y 6). Y Él mismo confiesa paladinamente que se quiere reservar exclusivamente para los hombres de su nación (15,24). Va de incógnito enseñando a los suyos por tierras fuera de Palestina. Allí, descubierto por la mujer que tiene a su hija enferma, se ve forzado en su bondad a hacer el milagro y lamenta la suerte futura de Jerusalén, capital de su patria, por no haber querido recibir a tiempo sus consejos y sus enseñanzas (23, 37 s).

4.- Universalidad de su misión.- Por otra parte, la mente de Jesús encierra una amplísima universalidad. Como cuando, después de reconocer la gran fe del centurión, anuncia que vendrán de otras muchas naciones hombres extraños a formar una sola comunidad con los Patriarcas, que son los héroes de su pueblo (8, 11). Cuando disputa con los jefes de Jerusalén, al fin de su vida, aparentemente fracasada en su empeño de atraer a los suyos a su persona, les anuncia que será dado a otros el Reino (21, 43). Finalmente, en el último momento en que se despide de los suyos, expone con toda evidencia, que su mensaje está destinado a todas las razas, a todo el Universo (28, 19).

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5.- La Iglesia.- Si Jesús se consagra a los hombres de su pueblo, es porque en los planes de Dios entra que las piedras fundamentales de su futura sociedad salieran de aquella cantera del pueblo de Dios. Es Mateo el único evangelista que nombra la palabra Iglesia, primero en el pasaje tan conocido por la confesión de Pedro (16, 13 ss). Y después hablando a todos los discípulos (en el capitulo 18, 17), la presenta como tribunal supremo de apelación para los que le sigan. Y, en ese empeño por hablar de la Iglesia, nos narra su especial predilección por Pedro (17,24), jefe de ella en su ausencia; hecho que sólo nos cuenta Mateo. Es tan patente esta orientación del Evangelio de Mateo hacia la Iglesia, que, al decir de Renan, tan poco sospechoso por cierto, el Evangelio de Mateo es el Evangelio de la Iglesia.

RESUMEN. El Evangelio de Mateo, en sus 28 capítulos, ha sido a través de todos los siglos, hasta época muy reciente, considerado como el más armónico, más completo y prototipo de la enseñanza de Jesús ordenada y sistematizada. Los grandes comentarios de los Santos Padres en la antigüedad se dedican de modo preferente al Evangelio de Mateo. Entre otros el clásico y universalmente conocido de San Juan Crisóstomo.

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGUN MARCOS

INTRODUCCION.- Junto al Evangelio de Mateo, tan ordenado y armónico, escrito por un testigo ocular, nos encontramos el Evangelio de Marcos, escrito aparentemente sin orden claro, como nos dice el mismo Papías de Hierápolis, y escrito por un testigo no presencial. La historia y la crítica interna nos confirman que el autor es Marcos, mejor Juan-Marcos (con doble nombre, que generalmente solía indicar familia de buena posición dentro del pueblo hebreo, tan próximo entonces al Imperio Romano), Marcos el compaero de Pedro, su fiel discípulo y secretario. Justino, filósofo y mártir (mitad del siglo II), es quien nos presenta el Evangelio de Marcos como el Evangelio de Pedro. Marcos pone fundamentalmente, por escrito lo que le oyó a Pedro. Justino lo califica, acertadamente, como «las memorias de Pedro».

La figura de Marcos es interesantísima. Parece ser el muchacho que sigue a Jesús en la noche del prendimiento (Mc 14, 51). Por ser de familia rica, usa ropa distinta para dormir. Los pobres dormían envueltos en su manto sobre una esterilla. La casa de su madre, probablemente viuda y ciertamente acomodada, es la que tal vez sirvió para la celebración de la última Cena. Es sin duda en la que Pedro se refugió al ser milagrosamente liberado de la cárcel (Hch 12, 12 ss). Juan-Marcos, de familia distinguida y joven poco curtido, acompaña a Pablo y Bernabé en su primer viaje apostólico (Hch 13, 5), pero se asusta al llegar a las tierras difíciles de Cilicia en el Asia Menor. Por ello, Pablo, en su segundo viaje, no quiere tomarle consigo (Hch 15,36 ss), y se separará de Bernabé, quien no lo abandona y lo forma a su lado. Largos años después Pablo ya preso en Roma, escribiendo a Timoteo, su discípulo y sucesor en Efeso, reconoce en Marcos un excelente e insustituíble auxiliar (2 Tim 4, 11). Pero es Pedro en su primera carta, quien por aquellos años, nos da la más intima y carifiosa definición de Marcos (1 Pe 5, 13).

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LENGUA.- Escrito en griego, como todos los demás libros del Nuevo Testamento a excepción del de Mateo, por ser la lengua general en el Imperio y ser la reproducción de las enseñanzas de Pedro a los discípulos de Roma. Es sin embargo, un griego rudo, sin aliño de ninguna clase, reproducción fiel de la forma en que se expresaba Pedro. Este hombre inteligente, nunca fue un hombre culto. Véase por ejemplo: Mc 3, 1 ss. En esos primeros versículos una «y» infantil y primitiva enlaza las diversas ideas.

TESIS.- La tesis de Marcos, o sea la tesis de Pedro, es que Jesús es Hijo de Dios (1, 1). Y esta impresión personal es la que va a demostrar a través de todo el Evangelio. Tan es así, que el centurión, en la última hora de la vida de Jesús, que presencia sus sufrimientos y su muerte, exclama, sin darse cuenta de todo el profundo sentido de su frase (15,39). Es la impresión que Cristo deja en quien tiene ocasión de conocerlo de cerca.

IDEAS.- Si el Evangelio de Mateo fue el Evangelio de los «Discursos de Jesús», éste es el de los «Hechos de Jesús». Son pinceladas profundas y amplias, sin contornos delicados, que nos presentan en hechos concretos, no tanto lo que dijo, como lo que hizo Jesús. Mas que un libro redondeado y completo de iniciación cristiana, como puede considerarse el Evangelio de Mateo, el Evangelio de Marcos es un librito de apuntes de un misionero, que contiene principalmente un conjunto de escenas de la vida de Jesús. Escenas que nos demuestran el poder divino de Jesús, para hacer el bien y destruir el imperio de Satanás. Así se demuestra que Jesús es el Hijo de Dios.

Basta abrir el Evangelio. El primer sábado -día de fiesta- de Jesús en Cafarnaúm y la expulsión del demonio (1, 21-28). Curación de la suegra de Pedro (1, 29, 31). Curación en masa allí mismo (1,32-34). A continuación tras breve paréntesis, un leproso curado de forma impresionante (1,40,45). Con un milagro de primer orden empieza el capítulo 2 (2, 1-12). Con otro milagro admirable, porque pone frente a frente la bondad de Cristo y la dureza de sus adversarios, empieza el 3. En el capítulo 4, la tempestad calmada, etc. Hasta el cap. 13 no hay capítulo que no contenga narración de milagros: dominio sobre la naturaleza para hacer el bien y de poder sobre el demonio para acabar con el imperio del mal. El cap. 13 es ya el preludio de la Pasión.

La fuerza del Evangelio de Marcos -como Evangelio de Jesucristo Hijo de Dios- está en su sola exposición. Copiamos sobre el caso unas palabras sencillas y sensatas de un historiador moderno (Huby). Marcos, «propiamente hablando, no hace una descripción del carácter del Señor. Simplemente deja que se revele a través de sus palabras y de sus actos. Para San Marcos, las palabras de Cristo llevan en sí mismas la impronta de su autoridad; y sus actos, sin necesidad de glosarios, conducirán a toda alma de buena voluntad a la creencia cristiana, como antaño había ocurrido con los primeros discípulos. Los racionalistas reprochan a San Marcos el haber concedido demasiado lugar a los relatos milagrosos. Pero no lograrán explicarse nunca cómo los Judíos de aquel tiempo, que eran estrictamente monoteístas y que esperaban el próximo mesianismo gloriosamente terrestre, llegaron a creer en la divinidad de Jesús, y de un Jesús crucificado: si Este no hubiera hecho obras extraordinarias. Ya lo ha dicho un crítico inglés (Wood): 'un historiador científico no podrá nunca aceptar como digna de fe una historia de Jesús que no explique cómo los hombres llegaron a creer en El'.»

Y por lo que a nosotros respecta, creemos que Pascal es más humano y más sincero cuando dice: «Yo creo gustoso las historias cuyos testigos se dejan degollar en prueba de su veracidad».

La forma en que estos hechos se nos presentan es impresionante, por su sencillez, su proximidad, su viveza y frescura. «Narra Marcos, es decir Pedro por su pluma, a la manera de las gentes sencillas, de los hombres del pueblo, cuando tienen el don de ver las cosas» (Huby). Parece seguir los acontecimientos como si se desarrollasen ante sus ojos. Veamos cuatro detalles sencillos, que nos harán penetrar en la esencia de este Evangelio.

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1.- Primera jornada de Jesús en Cafamaúm.- (1,21ss). En la retina de Pedro quedó profundisimamente grabada esta jornada, primera de Jesús en Cafarnaúm, su pueblo. Nos da la impresión que produjo la primera aparición de Jesucristo en la Sinagoga, en el primer sábado que allí se encontró, de autoridad y de poder (1,21ss). La curación en masa de cuantos, terminado el sábado, se llegaron a su casita modesta de pescador (1,32ss). Y tras un breve descanso, su dedicación a la oración (1,35).

2.- Sentimientos de Jesús.- En medio de esa rudeza de lenguaje, apreciamos no sólo los hechos, sino los sentimientos mismos del interior de Jesús (1,40ss). Es el leproso, que no debiendo aproximarse por las prohibiciones legales, se echa a sus pies ganado por la bondad que irradia Jesús (1,40ss). Es también Jesús, quien prescindiendo de las prescripciones legales extiende su mano, y la posa sobre el hombre a quien se le pudren las carnes. Nos da el Evangelio, no sólo el hecho, tan patéticamente descrito, sino hasta esta con- movedora expresión, «enternecido» (1,41), la palabra griega nos dice, «conmovido en sus entrañas». Es decir nos reproduce la situación de espíritu de Jesús al realizar la curación. Veamos también (3,5). Es el portento que realiza de nuevo en la Sinagoga. Marcos nos dice «entristecido» por la dureza de su corazón. Esa tristeza del hombre noble, que ve la envidia y doblez de sus adversarios.

3.- Miradas.- Marcos subraya además la forma en que Jesús mira a su alrededor: expresión espontánea de su estado interior. En el pasaje antes aludido (3,5), nos dice la forma en que antes de realizar el milagro extiende su mirada por toda la concurrencia. Poco más adelante (3,34), la manera bellísima de exponer quiénes forman su auténtica familia. Después (5,32), cuando quiere realizar no solamente una obra de beneficencia material, sino una transformación del corazón. Finalmente (10,21 y 23), la expresión del afecto de Jesús a un hombre joven, sinceramente bueno, y el deseo de inculcar a los suyos la gran lección de la pobreza.

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4.- Palabras.- Pero Marcos, o sea Pedro por boca de Marcos, llega aún a más: a darnos las palabras exactas, las palabras arameas, los sonidos mismos articulados por Jesús. Volvamos a (5,41). Leyendo todo el pasaje, se ve perfectamente la figura de Jesús, que se compadece, que domina las circunstancias y la muerte, y que se complace en realizar con toda sencillez y naturalidad el hecho portentoso de devolver una hija a sus padres. La palabra «talita cumi», son los sonidos mismos articulados por Jesús en arameo. Es Marcos quien nos transmite las palabras escuchadas por Pedro de labios de Jesús. En 7,34 nos pone otra palabra exacta, salida de labios del Maestro, palabra que es un mundo de ideas y sentimientos. Es un abrirse los oídos a la voz de Cristo y a la gracia. Palabra que en la ceremonia del Bautismo ha repetido la Iglesia durante siglos, remachando todo su sentido simbólico. En la oración del huerto, la invocación exacta de Cristo, «Abba», que indica intimidad y ternura de un hijo, terriblemente afligido, para con su Padre. Algo así como «Papaíto», «Padrecito». Esta palabra «Abba» nos la da sólo Marcos (14,36). Finalmente, en el momento mismo en que Cristo va a expirar, Marcos nos dice las palabras mismas y en arameo, que El profirió (15,34).

RESUMEN.- El Evangelio de Marcos, según Wellhausen, alemán protestante, «contiene la rudeza del arte popular». Según Stanton, inglés protestante, es «la pincelada gráfica». Según el helenista Pernot, «está lleno de sensibilidad, vida y frescura». Es el más breve de los Evangelios; pero, con frecuencia, en los hechos que narra es el más rico en detalles. El Evangelio más breve de los cuatro, el más rudo en su forma externa, el más descuidado durante la antigüedad por creer que estaba contenido en los otros; es hoy uno de los preferidos, por esa viveza, por esa plasticidad, por esa frescura y por esa impresionante proximidad a los hechos narrados. Y además por su teología, sobre todo en la presentación de Jesús como Mesías e Hijo de Dios.

CONCLUSION

¿Verdad que en estos relatos tan sencillos y espontáneos nos sentimos junto al héroe central, Cristo?

En estas narraciones parece palparse la verdad de estas recientes palabras de la Iglesia en el Concilio Vaticano II: «Dios quiso que lo que había revelado para salvación de todos los pueblos se conservara y fuera transmitido a todas las edades». (DV 7). Al fin y al cabo, el Evangelio, en frase de los Padres de la Iglesia, no es otra cosa que «la boca misma del Señor».

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LECCION 3

EL EVANGELIO SEGUN SAN LUCAS Y SEGUN SAN JUAN

INTRODUCCION.- Hemos visto en la lección anterior la figura de Jesucristo presentada por San Mateo, apóstol de Cristo y que escribió la vida de su Maestro en la lengua misma hablada por él -el arameo- poniendo especial empeño en resumirnos sus principales enseñanzas. Por eso se llamó a este su libro en la primera antigüedad cristiana, el libro de los «Discursos de Jesús». Y estos reunidos en cinco grupos, tal vez en recuerdo de los cinco primeros libros de la Biblia, especialmente reverenciados por los hebreos, como la Torá o la Ley. Luego vimos el Evangelio escrito por Juan-Marcos el discípulo y secretario de Pedro. Libro el más breve de los cuatro Evangelios y que más que en los Discursos se fija en los «Hechos de Cristo», para demostrar que Cristo es el Hijo de Dios. Por su dependencia de San Pedro, en el siglo II se le llamó a este escrito las «Memorias de Pedro».

Vamos a estudiar ahora, rápidamente, los Evangelios escritos por dos personajes muy desiguales en procedencia, cultura y profesión.

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGUN SAN LUCAS

AUTOR.- Es la primera parte de una obra más completa, pues Lucas pensó no sólo en la vida de Jesús, sino también en la de la primitiva Iglesia: Evangelio y Hechos de los Apóstoles. Lógicamente se intercaló, posteriormente, entre ellos, el Evangelio de San Juan escrito más tarde.

Lucas no es de los doce apóstoles de Jesús, como Mateo, ni persona localmente próxima, como Marcos. No es tampoco semita como Mateo y Marcos y todos los demás escritores del Nuevo Testamento. Es el único escritor de raza griega, y es además un griego culto; hombre de profesión distinguida, es médico. Así como Marcos es compañero y secretario de Pedro, Lucas es compañero y discípulo de Pablo. Lucas probablemente nació en Antioquía de Siria, la tercera ciudad del Imperio; maravillosa por sus avenidas, adornadas con columnas de mármol y alabastro, iluminadas por la noche. Ciudad de placer, con sus piscinas de agua templada en invierno y sus famosos bosques sagrados. En este centro de refinamiento y molicie, empieza a echar raíces el cristianismo y aquí parece que Lucas es convertido por Pablo y se constituye en su compañero. No puede decirse que Lucas sea secretario de Pablo, pero sí un hombre de refinada cultura helena, que al escribir se inspira en el espíritu de Pablo al que conoce profundamente. Con toda propiedad, Tertuliano, el gran apologista de fines del siglo II, ha dicho de Lucas que está «iluminado por Pablo». Lucas expone ampliamente en los Hechos de los Apóstoles los viajes de su apóstol, Pablo. Le ha acompañado, ha estado a su lado constantemente, ha oído sus experiencias ardientes y apasionadas sobre Jesús.

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En los Hechos de los Apóstoles son de particular interés los pasajes en que habla en primera persona del plural, pasajes «Nosotros», indicando -así suele interpretarse- que él se encuentra en el grupo pequeño que acompaña a Pablo. En el salto de Asia a Europa, pasando junto a la antigua Troya, llega a Filipos, donde parece queda, tal vez por comisión expresa del Apóstol, durante años. Hasta que, hacia el fin del tercer viaje de Pablo, se incorpora definitivamente a su comitiva (Hch 20,5). Está dos años, durante la prisión de Pablo, en Palestina, y marcha con él a Roma. Nos consta que en los últimos años de Pablo (2 Tim 4,11), está solo junto a él, seguramente hasta la muerte de su maestro.

LENGUA.- El Evangelio de Lucas está escrito en griego, y en un griego elegante, dentro del griego común entonces, llamado «koiné». Junto al griego rudo de Marcos, este griego terso, nítido, como el cielo y el mar de Grecia. Si el Evangelio de Marcos es el más breve, el de Lucas es el más largo. (Marcos tiene 746 versículos; Mateo, 1.068; Lucas 1.140).

TESIS.- La tesis del Evangelio de Lucas: «Jesús, el Salvador del Mundo». Para Lucas, la persona de Cristo es solución de los problemas todos de su mundo materializado y consiguientemente triste y angustiado.

CARACTERISTICAS ESPECIALES.- Lucas es un hombre culto, de su tiempo, y tiene interés en indicar con nitidez las fuentes de su obra (1,3).

En este prólogo, perfecto, de un hombre que sabe escribir en el griego de su tiempo, nos dice que se ha informado bien, que ha recogido los datos transmitidos por testigos oculares, que actualmente son «servidores de la palabra». Son las dos cualidades del Apóstol: saber algo de verdad y poner la vida en testimoniarlo. La palabra griega equivalente a servidores «iperetes», es lo mismo que criado, esclavo.

Otra característica importante es la indicación de las fechas exactas en que empieza la vida oficial de Jesús (3,1ss). Son fechas de todos conocidas y garantía de su fidelidad.

Lucas, que durante años acompañó a Pablo y que estuvo al menos dos años en Palestina (durante la prisión de Pablo en Cesárea) y que convivió con discípulos de la primera hora, escoge entre todos los datos acumulados acerca de su héroe, Jesús, los rasgos que más pueden impresionar y atraer al mundo pagano que le rodea.

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IDEAS.- 1.- Universalidad del mensaje de salvación.- Es un ambiente general que invade la obra. De cuando en cuando aflora en labios de los personajes más relevantes o más inspirados. Es el anuncio de los ángeles a los sencillos pastores (2,10s), es el himno que Lucas pone en labios de Simeón (2,32). Es la profecia de Isaías que se cumple con la aparición de Cristo en el mundo (3,6): la salvación universal que se ofrece en Jesús.

2.- El Espíritu Santo.- A imitación de su Maestro Pablo, ve Lucas constantemente en Jesús, un influjo constante del Espíritu Santo. Jesús en el momento de ser bautizado está, incluso exteriormente, poseído por el Espíritu (3,22). Jesús se mueve constantemente bajo su influjo (4,1). Jesús marcha a Galilea impulsado por el mismo Espíritu (4,14). En Jesús se cumple la profecía de Isaías, de que será instrumento dócil del Espíritu Santo para felicidad de muchos (4,18). El Espíritu Santo inunda de alegría el alma de Jesús cuando éste comprueba cómo el Padre revela sus secretos a sus discipulos, que pertenecen a los sencillos (10,21).

3.- Oración.- Como su Maestro Pablo, Lucas se complace en subrayar que la atmósfera del cristiano es la oración. Por eso nos indica que los hechos principales de la vida de Cristo están impregnados de oración. La primera manifestación de la Trinidad -en la presentación oficial de Cristo en su Bautismo- es mientras Cristo ora (3,21). Cristo dedica largas horas a la oración (5,16). Elige a sus 12 Apóstoles tras una noche entera de oración (6,12). El hecho trascendental de la confesión de Pedro tiene lugar después de una intensa oración de Cristo a solas (9,18ss). La transfiguración de Cristo ante sus discípulos predilectos ocurre mientras El ora (9,28 y 29). Tan impresionados están los discípulos con la oración de su Maestro que después de unos de esos largos espacios de oración, es cuando le piden que les enseñe a orar (11,1). La oración de Cristo en el Huerto no es sino una de tantas ocasiones que Cristo utiliza para orar, en los momentos de más necesidad o dificultad (22,39ss). Así pues, Jesús en su preparación para el ministerio apostólico-público, en su intensa actividad de apostolado y, especialmente, en las horas de mayor importancia de su vida, procura impregnarlo todo de oración.

4.- Misericordia.- El Evangelio de Lucas es el Evangelio de la misericordia. Exclusivas de este Evangelio son las parábolas del buen samaritano (10,30ss). y las tres preciosas de la oveja extraviada, la dracma perdida y el hijo pródigo (15,3ss). La conversión de Zaqueo (19,1ss). El pedir perdón para sus propios verdugos (23,34). Y el perdonar, en el acto, al ladrón arrepentido (23,43). Este Evangelio, maravilloso, de misericordia, puede compendiarse en las frases que Lucas pone en labios de Jesús cuando la conversión de Zaqueo (19,10). Con gran acierto el Dante caracteriza a Lucas como el «escritor de la bondad de Cristo» («scriba mansuetúdinis Christi»).

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5.- Alegría.- Fruto de esta bondad y misericordia de Cristo es la alegría ambiental que invade toda esta obra maravillosa. Las voces de júbilo de los ángeles al aparecer Cristo en el mundo (2,13-14). El júbilo de aquel anciano venerable, representante de su pueblo, a la espera del Mesías (2,29ss). El gozo del buen pastor que recupera su oveja perdida; reflejo de la alegría de los ángeles en el cielo, cuando un pecador se convierte (15,5ss). Por último, el gozo de los apóstoles, cuando, marchado el Maestro, van a empezar su obra de conquista del mundo (24,52).

6.- Evangelio de María.- Lucas, personalmente, o al menos a través de quienes trataron íntimamente con Nuestra Señora, conoció los afectos y sentimientos de ésta. El es quien nos dice, en dos ocasiones, lo que María sentía en su corazón (2,19 y 51).

RESUMEN.- En ningún otro lugar del Nuevo Testamento la nota de entusiasmo radiante y de optimismo alegre resuena más clara que en este maravilloso Evangelio de Lucas. Ha aparecido Jesús, El Salvador del Mundo.

LOS EVANGELIOS SINOPTICOS

Los tres primeros Evangelios reciben el nombre de «sinópticos», porque yuxtaponiéndolos paralelamente, se puede abarcar, con una sola mirada de conjunto, la triple versión de un mismo relato, con grandes afinidades sustanciales y cronológicas, a pesar de sus conocidas diferencias.

Se ve que ha habido una fuente común: la primera narración que, ya desde el principio como estereotipada, comenzaron a proclamar los Apóstoles. De esto hablaremos en la lección siguiente.

EVANGELIO DE JESUCRISTO SEGUN SAN JUAN

Y estamos ante «la pieza maestra de las Escrituras», Así lo califica Orígenes, el gran científico cristiano de la Escuela de Alejandría, primera universidad cristiana del mundo, en el siglo III. Y al decir del primer gran hombre de dicha Escuela de Alejandría, Tito Flavio Clemente, el Evangelio de Juan es el Evangelio «del espíritu», el Evangelio del interior de Cristo, «del Corazón» de Cristo.

AUTOR Y LENGUA.- Juan es por antonomasia el testigo de Cristo. Rotundamente nos lo dice él en su primera carta (1 Jn 1,1ss), que es como el prólogo a su obra «prima»: El Evangelio. Juan es un hombre admirable, que junta a la profundidad y lejanía de los años, el ardor de la juventud. Es un contemplativo, al mismo tiempo que un apóstol ardiente. Escrito en griego, como todos los demás libros del Nuevo Testamento a excepción del Evangelio de Mateo, el cuarto Evangelio refleja una forma de pensar auténticamente oriental. Es un semita que piensa en arameo, pero que escribe en griego. De ahí su forma original de escribir y la pobreza de su vocabulario. Estos son los rasgos sicológicos-literarios de este librito.

TESIS.- La revelación a los hombres del Verbo de Dios encarnado un día y ya glorificado.
Juan Apóstol, «el Teólogo», ha volcado su corazón a fin de hacer resplandecer en su Evangelio, a lo largo de la vida de Cristo, la divinidad que él contempló en la faz adorable de su Maestro. Y al mismo tiempo su humanidad real y magnífica.

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CIRCUNSTANCIAS DE SU APARICION. - A fines del siglo l, cuando Juan escribe su Evangelio, están surgiendo ya diversas herejías en la Iglesia. Y en particular la afirmación de que Cristo no es verdadero Dios o de que no es verdadero Hombre. Por eso Juan en su Evangelio hace la afirmación más rotunda de la divinidad, de la humanidad y de la misión de Cristo Dios-Hombre (enviado del Padre para crear nuestra Fe, descubriéndonos la vida íntima de Dios, que es Padre, Hijo y Espíritu Santo).

IDEAS

1.- Prólogo-Resumen.- El Prólogo de Juan es una mirada de conjunto o una síntesis de todo el Evangelio, que expone las ideas fundamentales del libro con lirismo sublime y profundidad admirable. Es un pórtico luminoso que supone la asimilación de cuanto se va a ver en el libro. Para no ser herido por esa luz, se requiere una iniciación en el amor. Para aceptarlo plenamente, es necesario haber sido admitido por Cristo a su intimidad. «Para entender este Evangelio, nos dirá el gran Orígenes, es preciso haber reposado la cabeza sobre el corazón de Cristo o haber recibido de Jesús a María por madre». Es necesario poseer el espíritu de Cristo, como diría San Pablo.

v.1
El Verbo es eterno y es Dios.
El Verbo es eterno.
El Verbo es persona que está próxima, pero que es distinta del Dios único.
Y el Verbo también es Dios.
(Consecuencia clara: como sólo hay un Dios, y en El aparece diversidad consciente que, por llamar esto de alguna manera, lo llama
mos Personas. La Fe católica enseña que Dios es único y en El hay Personas. Hasta este momento sólo conocemos dos: el Padre y el Verbo. Son los datos ciertos y armonizados de la Revelación, hecha por Dios).

v.14
El Verbo-Dios se ha hecho carne (debilidad y flaqueza humana como cualquier otro hombre, no debilidad moral o pecado).

v.18
Y ese Verbo-Dios-Hijo es quien nos descubre la vida íntima de Dios. Y nuestra participación en esa vída como hijos, mediante la fe, v.12.

El resto del Evangelio es una exposición de estas tres ideas: Cristo es Dios, Cristo es Hombre y procura crear en nosotros la fe en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo (del que hablaremos después); fe que tendrá como consecuencia vivir según Dios, amando. (Esta última idea -nuestra vida según Dios- está expuesta sobre todo en la primera carta de Juan, que es como una representación del Evangelio).

2.- Cristo es la máxima manifestación de Dios.

El Evangelio de Juan se centra sobre todo en afirmar la divinidad de Cristo:

Y otras innumerables afirmaciones. No olvidemos que esta idea es la tesis principal de Juan, incluso considerando sólo históricamente la intención del escritor. Segundo, que siendo un Evangelio o proclamación de la fe, el autor sagrado ve mucho más ahora de lo que entendíó cuando se realizaron los hechos. El Concilio Vaticano II nos da la clave. Muchas de las afírmaciones, que literalmente no tendrían valor demostrativo, lo adquieren ahora a los ojos del autor sagrado que los ve con nueva luz: «...después de la Ascensión, los Apóstoles comunicaron a sus oyentes esos díchos y hechos con la mayor comprensión que les daban la resurrección gloriosa de Cristo y la enseñanza del Espíritu de la verdad». (Constitución Dogmática «Palabra de Díos» n.19).

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3.- La humanidad de Cristo, es decir que Cristo sea verdadero hombre, es evidente para Juan que tan constantemente y tan de cerca le trató. Pero no olvida el exponerlo algunas veces con toda claridad:

a) Cristo se fatiga y tiene hambre (4,6.8).

b) Cristo siente profundo amor a sus amigos (11,5).

c) Cristo se siente afligido por sus propios sufrimientos inminentes (13,21).

d) Cristo ama tiernamente a sus discípulos (13,33ss).

4.- Las credenciales de Cristo: Sus milagros. Cristo presenta unas credenciales, dignas de Dios: Sus milagros, que son «signos» o «señales» con que Dios todopoderoso refrenda totalmente su persona y su actuación (2,11). El texto original griego de Juan, ahora citado, habría de traducirse literalmente «el primero de los signos». Y habla de otros muchos «signos» o milagros (20,30).

5.- El fin que pretende es nuestra Fe en El. Que se crea en El, como se cree en el Padre. «Creéis en Dios, creed también en Mi» (14,1). Fe a la que se cierran oficialmente los poderosos, y que sólo halla una tímida acogida entre el pueblo. Fe a la que sólo responden con plenitud unas pocas almas privilegiadas.

6.- Nos descubre la vida intima de Dios. Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Padre y el Hijo aparecen constantemente en el 4º Evangelio. Cristo, en la última Cena, nos habla con insistencia de la Persona del Espíritu Santo, distinto del Padre y del Hijo y con cualidades personales y divinas. El Espíritu Santo es Dios. Por ejemplo 14,16-17; 14,23-26.

7.- La Iglesia.- Esa fe en Cristo congrega a su alrededor un grupo de discípulos «los suyos» (20,17s) -por oposición a los judios, sus adversarios- y aunque no se nombre taxativamente la palabra, equivale a decir: «Su Iglesia». Porque «Iglesia» es un nombre técnico que designa a los que especialmente se juntan o se le adhieren, alejándose de los que se le oponen y persiguen.

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8.- Sacramentos.- A su grupo, a su Iglesia, transmite sus poderes divinizadores, simbolizados en el Espíritu Santo (20,22), y hechos realidad visible en los Sacramentos. Son acciones llenas de su poder y que tienen como fin unirnos a El, para transformarnos en El. O sea divinizarnos. Juan habla con detenimiento del Bautismo, de la Eucaristía y de la Penitencia. Bautismo: 3,3ss; Eucaristía: 6,51ss; Penitencia: 20,22s.

Plan del Evangelio de Juan.- Juan sigue un esquema completamente diferente de los otros Evangelistas. Centra la vida de Cristo en las fiestas del Templo, centro espiritual de su pueblo y lugar, elegido por Dios para ser allí adorado. Templo que en adelante no tendra sentido, pues, el verdadero templo será el propio cuerpo de Cristo, sede de la divinidad. Cuerpo vivo, inmolado y glorioso, con el pecho rasgado, camino abierto hacia el corazón. Como siglos antes predijera inspirado Zacarías: «Contemplarán al que atravesaron» (Zac. 12,10).

Es pues el Evangelio de Juan el Evangelio de la Encarnación de Dios: Cristo Dios y Hombre.
El Evangelio de los «Signos» o señales, credenciales de Cristo Dios.
El Evangelio de la fe.
El Evangelio de la Trinidad o sea de la vida íntima de Dios.
El Evangelio de la Iglesia.
El Evangelio de los Sacramentos.
Finalmente el Evangelio de los grandes símbolos veterotestamentarios cumplidos en Jesús:

Cristo es el cordero inmolado que libra a su pueblo: 1,36; Ex.12,5. 7. 13.
Cristo es la serpiente salvadora:
3, 14s, Num. 21,8.
Cristo es el verdadero pan de vida más que el maná: 6,48-51; Ex. 16,4.
Cristo es el Buen Pastor: 10,11; Ez.
34,11-16.
Cristo es la vid verdadera:
15,5; Is. 5,1-7.
Cristo es el Templo nuevo y definitivo: 2,21; Ex. 47; Ap. 21,22.

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COMPARACION y RESUMEN.- Si sólo tuviéramos los Evangelios sinópticos pensaríamos que el ministerio principal de Cristo se había desarrollado en Galilea. En el de Juan vemos que, por el contrario, Judea, y en concreto Jerusalén, es el principal centro de su trabajo, al menos de sus discursos más profundos. Por los sinópticos, podríamos pensar que el ministerio de Cristo sólo duró unos meses. Por Juan sabemos que al menos ha durado dos años; y más verosímilmente, tres. Por los sinópticos hubiéramos pensado que se dirigió principalmente a los sencillos de su pueblo. Por Juan sabemos que alternó y discutió profundamente con los sabios de su país.

Pero lo que más nos interesa es la contemplación en conjunto de este librito maravilloso. El tiempo ha ejercido un misterioso trabajo de decantación sobre los recuerdos de Juan. Los detalles han cedido, los rasgos esen- ciales se han destacado. La perspectiva del alejamiento le permitió divisar en su recuerdo los rasgos más decisivos de Jesús. Para Juan no se trataba de hacer revivir menudos detalles, sino que ha sido la persona, la doctrina y la historia de Jesús las que han alimentado constantemente su alma y han sido el tema ordinario de su enseñanza durante largos años, en medio de un mundo judío que se derrumba y de un mundo cristiano que surge a la vida. Las palabras de Cristo, que miraban hacia el porvenir, se iluminan ahora a la luz de los acontecimientos, y Juan comprende entonces todo su alcance. Para este trabajo de meditación, del que saldrá su Evangelio, Juan no tiene necesidad de compulsar documentos, de consultar testigos como Lucas. El lleva dentro de sí mismo el tema total. Según la enérgica expresión de San Jerónimo, Juan está saturado de Revelación (Revelatione saturatus).

NOTA GLOBAL SOBRE LOS EVANGELIOS

Si quisiéramos trazar en dos líneas una idea de conjunto de los cuatro libritos que acabamos de estudiar, podríamos decir de ellos, como si fuéramos describiendo un cuadro: que el Evangelio de Mateo nos presenta el dibujo general, la distribución de los personajes y la perspectiva total. El Evangelio de Marcos nos da los brochazos más salientes, las pinceladas más vivas; nos proporciona los grandes contrastes. El Evangelio de Lucas aporta los perfiles más bellos, los matices primorosos, la delicadeza de los rasgos. El Evangelio de Juan inunda todo ese conjunto de una impalpable y maravillosa luz. Nos da la profundidad. Y nos descubre el interior, el Corazón mismo de Cristo.

Apéndice Conciliar (DV 19)

Quede como última palabra y como flotando en el ambiente este resumen que de los Evangelios nos hace el Concilio Vaticano II:

«La santa madre Iglesia ha mantenido y mantiene con firmeza y máxima constancia que los cuatro Evangelios mencionados, cuya historicidad afirma sin dudar, narran fielmente lo que Jesús, el Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente hasta el día de la Ascensión (Hch. 1,1-2)».

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LECCIÓN 4

VALOR CIENTIFICO DE LOS EVANGELIOS

1.- EL TEXTO DE LOS EVANGELIOS

Al estudiar científicamente el texto griego de los Evangelios, admitido como base por la Iglesia Católica, se han comprobado con admiración ciertas cualidades insospechadas.

1.- Ante la crítica más despiadada.

Ha sido obra paciente y esmerada de un conjunto numeroso de hombres de ciencia -no católicos y a veces racionalistas- durante gran parte del siglo XIX y principios del XX. La primera sorpresa ha consistido en comprobar que existen menos copias de las obras literarias cumbres de la antigüedad clásica griega y latina que de los Evangelios, que vienen a ser contemporáneos de las grandes obras clásicas literarias de la época romana. Y más aún al considerar que aquellas siempre fueron tenidas en gran aprecio, mientras que los Evangelios tuvieron sólo un valor muy relativo por su finalidad exclusivamente religiosa. La segunda y principal es la nota de fidelidad observada en la transmisión del texto a través de tantos siglos y a pesar de la poca pericia de muchos de los transcriptores. No olvidemos que el texto se ha examinado meticulosamente línea a línea, palabra a palabra y letra a letra. Sin duda, ¡se había puesto mucho amor en la tarea!

Con esta ocasión se ha creado una ciencia, que agrupa por siglos, países, idiomas y familias de papiros y códices, los textos de los Evangelios y demás escritos del Nuevo Testamento. Hoy puede afirmarse que es tan abundante y compleja la serie de elementos antiguos (copias y traducciones a lenguas orientales contemporáneas de los Evangelios), como de continuos hallazgos de nuevas copias en pergamino o papiro -a veces muy fragmentarias- ...puede afirmarse, repetimos, con absoluta certeza que no hay hombre de ciencia, conocedor él solo de este amplísimo y complejísimo material.

2.- Retrocediendo siglos en busca de la verdad.

Con ese conjunto de copias totales o fragmentarias, y retrocediendo desde el siglo XX (no olvidemos que hasta muy avanzado el siglo XV no se descubre la imprenta y, consiguientemente hasta entonces las copias hubieron de realizarse una a una y apoyándose en un texto anterior), retrocediendo pues en los siglos, llegamos hasta el siglo IV de nuestra era. De esa época poseemos, en pergamino, y de origen diverso, manuscritos completos de los Evangelios. Pero de los siglos III y II, aproximándonos a Jesucristo, no existían copias de los Evangelios, como ni de otra obra alguna de la antigüedad. Todo había sucumbido a la vejez de los materiales, a las últimas persecuciones que destruyeron los códices sagrados y también a la invasión de los bárbaros acaecida en el siglo V. Eso tenía especial razón de ser para las copias de los Evangelios, realizadas frecuentemente en materiales baratos y deleznables, como el papiro, ya que numerosas Iglesias sus poseedoras, eran pequeñas y pobres. Nos hallábamos, pues, con un bache de dos siglos -III y II- hasta llegar a la redacción de los Evangelios, realizada en el siglo l. El Evangelio de San Juan, como el último escrito apostólico, se había realizado, según parece, casi al terminar el siglo l.

Sin embargo el cristiano del siglo XX tenía la absoluta seguridad de poseer, en el texto de los Evangelios del siglo IV, una reproducción fiel del original primitivo. Y la demostración era contundente. Se había hecho tanto uso, por parte de los escritores cristianos de los siglos IV, III y II, de frases de los Evangelios, que solamente con las que existen en las obras de siete autores de esos siglos, se podria reconstruir en toda su integridad el texto de los cuatro Evangelios. Tales autores son: Justino, Ireneo, Clemente, Orígenes, Tertuliano, Hipólito y Eusebio. Como puede observarse, obispos, sacerdotes y seglares. Y de estos, filósofos, profesores y abogados. Esas citas forman un total de 26.487. En realidad se obtenía así el texto de los Evangelios rehecho como en mosaico.

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3.- Conclusión: Certeza sobre el texto.

Así se comprobaba, científicamente, que la posesión pacífica, por parte del cristiano moderno, del texto auténtico del Evangelio original, descansaba en un fundamento absolutamente inconmovible. Después veremos cómo adquiere aún mayor fuerza este argumento debido a descubrimientos posteriores recientes.

II.- LOS AUTORES DE LOS EVANGELIOS

Paralelamente a esos documentos existía una serie de testimonios escritos, científicamente admitidos, sobre los autores de los Evangelios. Testimonios que se remontan hasta la primera generación cristiana de obispos e inclu- so hasta el mismo apóstol San Juan.

1.- Testimonios escritos antiquísimos.

Recojamos algunos:
1°.- El más antiguo testimonio escrito -científicamente válido- es el de un sencillo obispo, de localidad secundaria del Asia Menor llamada Hierápolis. El nombre del obispo: Papías. Fue discípulo del apóstol San Juan y regía la comunidad cristiana de Hierápolis, en Frigia, hacia el año 130. Textualmente nos dice:

«Mateo hizo en dialecto hebreo una compilación de los Discursos» (de Jesús). «Marcos, habiendo sido el intérprete de Pedro, escribió exactamente, aunque no con orden, cuanto recordaba de las cosas dichas y hechas por el Señor».

2°.- Damos un paso más. Hay un testimonio escrito, de autor desconocido, que reproduce el Canon del Nuevo Testamento según algunas iglesias locales hacia el año 180. Lo descubrió en el siglo XVIII el sabio italiano Muratori. De ahí su nombre: «Canon de Muratori». Es la lista de los libros canónicos aceptados a mitad del siglo II por diversas iglesias. La inscripción está mutilada, pero aduce datos de gran interés para nuestro intento. He aquí unas breves líneas:

«... el tercer libro del evangelio, según Lucas»...; «el cuarto evangelio, de Juan, uno de los apóstoles»

3°.- Otro testimonio algo posterior, aunque también del siglo II, y que entronca con el mismo apóstol Juan. Es el de Ireneo, discípulo del obispo de Esmirna, en el Asia Menor, por nombre Policarpo, quien a su vez fue discípulo del apóstol San Juan. Ireneo viene del Asia Menor a las Galias, y muere mártir como obispo de Lyon en el año 202. El nos afirma:

«Mateo no sólo predicó a oyentes que hablaban hebreo (arameo) , sino que además compuso para ellos un Evangelio escrito en su propia lengua».

«Después de la muerte de Pedro y Pablo, Marcos nos dejó asimismo por escrito la predicación de Pedro».

«Lucas, a su vez, el compañero de Pablo, ha puesto por escrito en un libro el Evangelio predicado por éste».

«Finalmente Juan, el discípulo del Señor, que incluso reposó sobre su pecho, compuso el Evangelio, cuando vivía en Efeso de Asia».

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4º.- Otro testimonio excepcional por ser amplio, rotundo y por pertenecer al primer sabio cristiano, Tito Flavio Clemente, que enseñó en la primera Universidad cristiana, la famosa Escuela catequística de Alejandría, capital entonces de la ciencia. Pertenece también al siglo II, aunque el autor murió al iniciarse el siglo III.

«El Evangelio según Mateo, que refiere la genealogía desde Abraham...» (Está tomado de su obra «Los Tapices»).

«El Evangelio de Marcos fue escrito por este motivo...: muchos fueron a Marcos rogándole que... escribiese las cosas predicadas por el Apóstol Pedro». (Pasaje citado por el obispo Eusebio de Cesarea en su Historia Eclesiástica).

El mismo Clemente nos da el dato íntimo sobre la redacción del Evangelio de Juan: «Mas Juan, el último de todos, al ver que en los demás Evangelios habían sido referidos los hechos externos de Jesús, instado por sus discípulos y movido por el Espíritu divino, compuso el Evangelio del «Espíritu» (como si dijera de su interior, de su Corazón). (Tomado de su obra Hypotyposes).

Con testimonios tan claros, y tan próximos a los autores, parece superfluo aducir otros. No obstante lo haremos por su importancia.

Del siglo III tenemos dos testimonios de primera categoría. Y obsérvese que son de hombres nacidos en el siglo II, con lo que se aumenta su valor testifical.

5°.- Primero: Quintus Septimius Florens Tertulianus, conocido generalmente por sólo «Tertuliano». Nacido en el norte de Africa -en la ciudad insigne de Cartago- de padre militar -centurión- aunque él estudió derecho y fue abogado en Roma. Allí se convirtió al cristianismo afines del siglo II, y luego regresó a Africa, su tierra. En su famosa obra contra Marción nos dice:

«De entre los apóstoles Juan y Mateo nos inician en la fe; de entre los varones apostólicos, Lucas y Marcos nos confirman en ella» (Adv Marc.R. 339).

6°.- Y finalmente Orígenes: «El sabio más grande de la antigüedad cristiana», según un famoso historiador moderno (Altaner «Patrología»). Verdadero genio y hombre profundamente espiritual, a los 18 años, y a pesar de su juventud, fue nombrado por el obispo Demetrio de Alejandría director de la famosa Escuela catequética de aquella ciudad, primer centro cristiano universal de esa índole. Alejandría era entonces la ciudad más famosa en el mundo del saber. Orígenes recorrió gran parte del orbe conocido y fue siempre admirado y consultado. El nos dice:

«Primero fue escrito el Evangelio de Mateo, que antes había sido publicano y después apóstol de Jesucristo; y lo publicó en lengua hebrea para los judíos convertidos a la Fe...»

«...el segundo, según Marcos, que lo hizo según lo expuso Pedro...»

«...el tercero, según Lucas, Evangelio que tiene la garantía de Pablo, escrito para los gentiles...»

«...el último según Juan...»

(No poseemos el escrito de Orígenes pero está citado textualmente por el obispo Eusebio de Cesarea, en Palestina, donde vivió Orígenes largos años).

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2.- Otros testigos innumerables.

A estos testimonios se añaden los de autores posteriores, entre los que se encuentran San Epifanio, San Juan Crisóstomo, San Efrén, San Agustín, San Jerónimo etc. etc., todos entre el siglo IV y el V, y son legión. Como puede verse, la afirmación sobre la existencia de los Evangelios y los autores de los mismos tienen científicamente un apoyo irrebatible.

3.- Ataque al Evangelio de San Juan.

Hubo de llegar el decadente siglo XVIII -decadente respecto a la Fe- para ser puestos en duda la antigüedad, el origen apostólico y la paternidad joánica del 4º Evangelio. El deísta inglés Evanson lanzó esta ídea: Era una obra tan bella, tan perfecta, tan idealizada, que suponía un siglo por lo menos de intervalo entre el personaje histórico, Jesús, y el ídolo elaborado por el autor del Evangelio. En la universidad alemana de Tubingen prendió esta tesis y empezaron a pulular escritos diversos para reforzarla. Todo el peso de la tradición y el valor documental antiguo, que hemos insinuado, parecía carecer de valor para las mentes racionalistas de los hombres de la «llustración».

4.- El Papiro Rylands (P52).

Pero a toda esa gran polémica, en su día, se opuso solo y salió victorioso el Papiro Rylands. El Papiro Rylands que no llega a 9 cms. de alto ni a 6 de ancho, escrito por ambas caras, cosa que nos demuestra que no era un rollo sino un modesto códice, contiene unas frases del Evangelio de San Juan en su capitulo 18. Precisamente las palabras cruzadas entre Jesús y Pilato. Y entre ellas ésta: «Yo he venido a dar testimonio de la verdad».

Comprado este trocito de papiro con otros muchos fragmentos en Egipto -probablemente en el Fayum, Egipto central- el año 1920, estuvo desconocido en el archivo de la Biblioteca John Ryland de Manchester hasta el año 1935, en que el profesor de Oxford C.H. Roberts lo descubrió como perteneciente al Evangelio de Juan y lo divulgó entre los científicos. Según la papirología, está escrito en los primeros decenios del siglo II y es, lógicamente, prueba irrefutable de la existencia del 4º Evangelio unos años antes; pues hubo de ser copiado y recorrer centenares de kilómetros, hasta llegar a la modesta comunidad cristiana en que se utilizaba para el culto. Comunidad modesta, decimos, por el tamaño del libro en que estaba escrito. Las páginas tenían 23 cms. de alto por 19 de ancho.

Forzosamente habían tenido que transcurrir unos años desde la redacción del original en Efeso -Asia Menor- hasta la reproducción de la sencilla copia, que llega tan lejos y a lugar tan humilde en Egipto. Su descubrimiento parece una gran jugada de Dios a la obstinación humana. No necesitó ni una piedra como se nos dice en el libro de Daniel (Dan 2,34), para destruir la gran estatua de la falsa ciencia de los hombres. Bastó un trocito de papiro, de apenas unos centímetros. El argumento sobre la antigüedad del 4° Evangelio, y, consiguientemente la certeza de la atribución al Apóstol San Juan por parte de todos los autores antiguos, es hoy hecho científicamente probado.

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5.- Nube de papiros.

Posteriormente se han realizado descubrimientos sensacionales de papiros extensos, copiados en el siglo II y III. Alguno, del mismo siglo II, contiene prácticamente todo el Evangelio de San Juan. A).- Ahí está la famosa colec- ción Bodmer, por el nombre de su actual poseedor, rico coleccionista suizo. (El que regaló a Pablo VI, con ocasión de su visita a Ginebra, el ejemplar más antiguo de las dos cartas, manuscritas, de San Pedro que data de los primeros siglos). B).- Y por lo que se refiere no sólo a los Evangelios sino a otros numerosos libros del Antiguo y Nuevo Testamento, ahí está la famosa colección de papiros Chester Beatty -nombre del poseedor- que contiene pasajes de 9 libros del Antiguo Testamento y de 15 del Nuevo Testamento. Papiros escritos entre los siglos II y IV. C).- El texto de los Evangelios, como de otro gran número de libros del Antiguo y Nuevo Testamento, está siendo, cada día más profunda y científicamente conocido, gracias a la verdadera nube de testigos escritos, principalmente papiros, de los siglos II, III y IV que se van descubriendo constantemente. Sólo unos pocos ejemplos:

a) El Papiro barcelonense I (p67). (Papyrus barcinonensis primus), del siglo II , con fragmentos del Evangelio de San Mateo. Pertenece a la Sociedad de San Lucas, en Barcelona.

b) El Papiro 46 (p46) del siglo II, con numerosas cartas de San Pablo. Está en Londres.

c) El Papiro Egerton 2, del siglo II, con imitación de pasajes evangélicos, inspirado principalmente en el Evangelio de San Juan. (Luego existía, ya, el Evangelio de San Juan). Descubierto en 1934. Procede de Egipto y está en el Museo Británico de Londres.

d) El Papiro 45 (p45), del siglo III, con fragmentos de los Evangelios y de los Hechos de los Apóstoles. Está en Londres.

Hoy conocemos 16 papiros -valiosísimos- de los Evangelios y 33 del Nuevo Testamento, todos escritos en los siglos II y III.

III.- EL CONTENIDO DE LOS EVANGELIOS

1.- La Evangelización.

Apenas formado el primer núcleo de la Iglesia -tras la irrupción del Espíritu de Cristo en Pentecostés- germina espontáneamente como necesidad vital la evangelización. Los apóstoles lo hacen desde el primer momento (Hch 2,14), y lo confirman incansablemente (Hch 5,42). Pero también experimentan esa dulce necesidad los simples fieles. El libro de los Hechos nos lo dice, como de pasada (Hch 8,4). Y nos da a conocer poco después más ampliamente, los efectos trascendentales, de esa espontánea evangelización, en una ciudad tan cosmopolita y corrompida como Antioquía de Siria (Hch 11, 19-21). Surge allí una cristiandad floreciente y la Iglesia Madre de Jerusalén establece en ella oficialmente la comunidad eclesial (Hch 11, 22,24).

2.- Ideas del Evangelio oral.

¿Pero en qué consistía esa evangelización? Sin miedo a engañarnos podemos pensar que los sencillos fieles expondrían a los oyentes casi las mismas ideas, con que Pedro, según nos narra Lucas en los Hechos, presentaba la figura y el Mensaje de Jesús. Precisamente el libro de los Hechos nos muestra actuaciones de Pedro. Y pueden apreciarse, en todos esos esquemas de discursos ciertos trazos semejantes, bien definidos. Tomemos como ejemplo la primera exposición de Pedro ante gentiles: al Centurión Cornelio, en Cesarea junto al mar (Hch 10, 36-41). Estas son las ideas:

Esas ideas -condensadoras de la figura divina, amable y bienhechora de Jesús («pasó haciendo el bien» Hch 10,38)- serlan sin duda las que a su modo... mejor, las que tomándolas de los primeros testigos o sobre el patrón antes aludido de Pedro, los disclpulos repetirían apenas encontraran ocasión propicia. Lucas nos dice -al iniciar su Evangelio- que cuando él se puso a recoger información de testigos presenciales, ya muchos habían emprendido el trabajo de poner por escrito los dichos y hechos de Jesús según los narraban testigos de primera hora (Lc 1, 1-2).

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3.- Plan general de los Evangelios Sinópticos.

Ahí parece que tenemos ya indicado aunque latente el plan de los Evange- lios sinópticos. Las ideas básicas -el cañamazo de la narración- no es otro que el expuesto por Pedro, siguiendo el orden cronológico de la actuación de Jesús, y que en líneas generales seguían también, según parece, en su exposición, los otros apóstoles. Ya que los apóstoles eran los principales «testigos oculares y ahora servidores de la Palabra» (Lc 1,2). A esos testigos de primera hora, nos consta por Lucas, que acudían muchos para informarse con exacti- tud de las cosas de Jesús e incluso a fin de ponerlas por escrito (Lc 1, 1 y 2). Vino luego, sin duda, la ampliación progresiva de esas ideas centrales a base de compilación de recuerdos más detallados. No olvidemos que el grupo de los «Doce» estaba compuesto por quienes habían acompañado a Jesús, desde su aparición oficial en el Jordán, hasta su ascensión al cielo (Hch 1,21-22), camino de Betania (Lc 24,50). Recuerdos detallados, que primero se concretan en narraciones parciales y después en secuencias más amplias. Podemos considerar el Evangelio de Marcos -el más breve de los cuatro y que contiene fundamentalmente la predicación de Pedro, las «Memorias de Pedro» al decir de Justino, el filósofo, -por el año 150-, como la primera narración oficial redactada en griego -la lengua usual entonces del Imperio Romano-, de lo que hasta ese momento había sido el Evangelio oral. Que por entonces -sobre el mismo armazón fundamental antes aludido de Pedro- ya Mateo hubiera redactado, en la lengua hablada por Jesús y dirigida a los hebreos de Palestina, una narración semejante -su Evangelio-, es no sólo verosímil, sino cierto, a juzgar por el testimonio rotundo del obispo Papías de Hierápolis. Y que algo después Lucas, al procurar cimentar documentadamente la fe de cierto hombre culto (Lc 1,3-4), haya recurrido al mismo esquema de primera hora, también parece lógico y completamente natural. El hecho es, que los tres Evangelios sinópticos tienen el mismo esquema fundamental, que no es otro que el propuesto por Pedro en su discurso ante el Centurión Cornelio (Hch 10,36-43).

4.- Las divergencias en los Evangelios.

Lo que no debe extrañarnos es que difieran entre sí esas tres narraciones. Bien, porque añadan u omitan hechos o discursos; bien, porque a veces no coincidan en la manera de contarlos. Aunque el esquema fundamental fuera el mismo, por estar consagrado por el uso general de los apóstoles empezando por Pedro, eran varias y diversas las fuentes de recuerdo de los hechos, y la finalidad que cada uno de ellos pretendía al narrarlo, pensando en una comunidad o en un grupo de comunidades concretas.

5.- Los Evangelios son historia.

Finalmente una observación de capital importancia. Narraban historia, es decir, querían resueltamente contar hechos acaecidos, que ellos habían visto y palpado personalmente (1 Jn 1,1.3), o los habían recibido de testigos oculares directos (Lc 1,2). Pero no hemos de pensar que, aquellos hombres y en aquellos tiempos, escribieran historia tal y como nosotros ahora lo hacemos. Habían de pasar 15 siglos, y, aún entonces nuestros historiadores de la edad de oro pondrían en boca de sus personajes discursos que expresaban ciertamente sus ideas, pero que no reproducían sus palabras textuales. Y ciertamente intentaban escribir y de hecho escribían historia. En esto los evangelistas son mucho más fieles al original. ¿Razones...? la excelente memoria oriental, la forma rítmica de expresarse usada frecuentemente por Jesús, las comparaciones populares visualizadas...¡serían muchas y largas de exponer!

6.- Historia excepcional, historia interpretada.

Hay además un hecho fundamental, que no puede olvidarse, al considerar los Evangelios. Los evangelistas -como los evangelizadores apostólicos de la primera generación- narraban los sucesos pasados acerca de Cristo, con el conocimiento profundo que sobre los mismos les había comunicado la efusíón del Espíritu. Cuando narraban o escribían, ahora, sus ojos penetraban y veían en las palabras y en los hechos de la vida de su Maestro un trasfondo, una significación que no alcanzaron a comprender cuando los escucharon o los presenciaron. Si todo esto puede decirse con plena verdad de los Evangelios sinópticos -Mateo, Marcos y Lucas- con más razón ha de decirse del Evangelio de Juan (Jn 2,21).

7.- El Héroe amado.

Juan apóstol escribe después de sus hermanos. Muertos todos, y dulcemente obligado por sus discípulos, como nos dice Tito Flavio Clemente, pone por escrito sus recuerdos personales. No sigue el plan de la predicación apostólica primitiva. Sus ojos ya cansados de la vida, ahondan maravillosamente en el fondo divino de la Persona y de los dichos y hechos de su adorado Maestro: admirable en días lejanos, después cruelmente inmolado y por último definitivamente glorificado. Es impresionante ver cómo estos hombres -impulsados por el Espíritu, al decir de Pedro (2 Pe 1,20)- han procurado señalar detalles muy concretos de tiempo, lugar y circunstancias históricas, para hacer vívido y palpable su testimonio; y simultáneamente nos han abierto la rica vena y sabrosa del conocimiento íntimo del alma y del corazón de Cristo, su inolvidable Maestro, y al mismo tiempo que hombre verdadero, verdadero Dios. Han dado, radiantes, la vida todos ellos, abriendo marcha heroica el impetuoso Santiago, hermano de Juan (Hch 12, 1-2), por el Maestro entrañablemente amado. No han hecho otra cosa que entregarse gustosamente a la muerte por Aquel que visto y palpado -primero vivo y pasible, después triunfante y resucitado- (1 Jn 1, 1.3s) ha sido íntimamente amado por cada uno de ellos con pasión.

8.- Resumen.

Todas esas ideas obvias, sensatas y realistas sobre el Evangelio escrito, nos las condensa así la Iglesia durante el Concilio Vaticano II en estas frases de la Constitución «Palabra de Dios»: «La Santa Madre Iglesia ha mantenido y mantiene con firmeza y máxima constancia que los cuatro Evangelios... narran fielmente lo que Jesús, el Hijo de Dios, viviendo entre los hombres hizo y enseñó realmente hasta el día de la ascensión (Hch 1, 1-2). Después de este día, los Apóstoles comunicaron a sus oyentes esos dichos y hechos, con la mayor comprensión que les daban la resurrección gloriosa de Cristo y la enseñanza del Espíritu de la verdad. Los autores sagrados compusieron los cuatro Evangelios, escogiendo datos de la tradición oral o escrita, reduciéndolos a síntesis, adaptándolos a la proclamación: así nos transmitieron datos auténticos y genuinos acerca de Jesús. Sacándolo de su memoria o del testimonio de los «que asistieron desde el principio y fueron ministros de la palabra» lo escribieron para que conozcamos la «verdad» de lo que nos enseñaban (Lc 1,2-4)». (DV 19)

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LECCIÓN 5

CRISTO HOMBRE - DIOS Y SU MISTERIO PASCUAL.

INTRODUCCIÓN.- La figura radiante de Cristo-Hombre y su carácter admirable surgen espléndidos ante nuestros ojos, a la sola lectura de los Evangelios. ¡No olvidemos el profundo valor de esos escritos en orden a comunicarnos una realidad viva! Como sabemos, la existencia histórica de Cristo, admitida siempre por la historia científica imparcial, (testigos Tácito y Suetonio, historiadores romanos de aquellos tiempos), acaba de ser afirmada recientemente, una vez más, por un científico ruso imparcial. Ha sido el resultado de su estudio sobre los manuscritos del Nuevo Testamento. El autor soviético se llama Kublanov y su libro: «El Nuevo Testamento - Investigaciones y descubrimientos». Dice el autor: «Negar la existencia de Jesucristo es contradecir conclusiones científicas universalmente admitidas». Y la revista soviética «Novy Mir» al elogiar el libro, afirma: «Jesús es un hecho con el que el ateísmo soviético tendrá que contar en adelante. La propaganda atea de los años 1920-1940 ha equivocado el camino, al seguir servilmente las tesis anticlericales y burguesas contra la existencia de Jesús» (P.A. 6, 12-69). Con esos documentos en la mano, vamos a estudiar en la figura de Cristo unos aspectos de gran interés.

I.- LA FIGURA HUMANA DE JESÚS

1.- Jesús, Hombre sano y fuerte. Aun sólo reduciéndonos a Marcos, el más breve de los evangelistas, podemos descubrir rasgos elocuentes de su fortaleza física. a) Ora, quitando tiempo al sueño. Jesucristo puede permitirse el lujo de dedicar grandes espacios de sus noches a la oración. Después de un día de constante trabajo, apenas descabezado el sueño, se levanta antes que todos, se va a lugar solitario y se dedica a orar (Mc 1,35). Lucas refuerza esta idea al hablarnos de su costumbre de orar prolongadamente (Lc. 5,16), y de forma especial en las noches de mayor preocupación (Lc. 22,39). b) Duerme profundamente, aún de día. Cuando se echa a dormir -como tiene una naturaleza muy sana- se sumerge en un sueño profundísimo (Mc. 4,38). Ni el rugido del mar y del viento, ni los golpes de las olas, ni el agua que le moja, ni las voces de aquellos hombres que temen por sus vidas, le despiertan. c) Infatigable en caminos duros. Subiendo hacia Jerusalén va delante de sus apóstoles. El desnivel es enorme hasta la Ciudad Santa. Más de 1.000 metros en pocos kilómetros. (De Jericó junto al Jordán a Jerusalén sobre las montañas). Naturaleza fuerte que no se siente agotada tras una dura caminata (Mc. 10,32). d) Su contextura es fornida. Se manifiesta en la expulsión de los mercaderes del templo (Mc. 11,15ss, reforzado por Jn. 2,14ss). (En la Sábana Santa de Turín, el perfecto desarrollo físico de su cuerpo y su complexión robusta, allí gráficamente contemplados, serían una confirmación valiosa de nuestro aserto).

2.- Hombre profundamente inteligente. El mismo Marcos nos presenta agrupados tres hechos de esta pugna intelectual de Cristo con los Jefes de su pueblo. Jesús se ve obligado a exponer su doctrina en relación con la autoridad: a) Hay que dar a la autoridad lo que le corresponde; y logra no ser envuelto en la intriga. El pedir se le enseñe el denario es señal de que él no lo posee, por ser moneda profana -lleva una imagen grabada, cosa prohibida para el uso entre los hebreos fieles-. La respuesta, aparentemente inocente, es de una profundidad insuperable. (No niega el derecho de la autoridad, ni se pone de parte del extranjero dominador). (Mc. 12,13ss). Por eso se admiran todos. b) La dificultad propuesta por los saduceos, fundada en la Ley de Levirato, está perfecta y espiritualísimamente explicada por Cristo: El amor auténtico supera las fronteras de la muerte; y el amor en la otra vida está muy por encima de toda tendencia sexual (Mc. 12,18). c) Ahora es Jesucristo quien pasa al ataque. Este hecho, que nos lo narra Marcos a continuación (Mc. 12,35ss), resulta más claro en el pasaje paralelo de Mateo (Mt. 22,41ss). Obliga a confesar a sus adversarios que el Mesías es Dios.

Jesucristo, sin esfuerzo alguno, no sólo ha solucionado las dificultades y ha dejado sin palabra a sus adversarios, sino que les ha puesto en la disyuntiva de callarse para siempre o de reconocer su divinidad. La claridad y profundidad de su inteligencia queda patente en estas palabras que brotan de labios de todos (Jn 7,15).

3.- Jesús, hombre de gran corazón. a) En Cafarnaún, la casa de Pedro es la casa de Jesús. Ahí donde Jesús entra se hace dueño de los corazones. Desde el momento en que Jesús aparece en Cafarnaún y entra en la casa de Pedro, allí sabe que está en su casa. Y en adelante basta decir que está «en casa», para entender que se trata de la casa de Pedro (Mc. 2,1). Cafarnaún será en el futuro su centro de operaciones. Después del capítulo primero, que es la primera jornada de Cristo en Cafarnaún que ampliamente expone Marcos, y que se desarrolla en gran parte en casa de Pedro, con frecuencia se ve después al evangelista citar en esa forma «estando en casa» (Mc. 2,1; 3,20; 9,33). Y es que la casa de Pedro es ya la casa de Jesús.

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b) En Judea, la casa de Lázaro es su casa. Lucas, incidentalmente, nos habla del afecto de Jesús a Marta y María. En su plan de realzar el papel de la mujer, Lucas nos presenta esta escena, que en su sencillez es muy elocuente (Lc 10,38ss). El sentido es que Jesús se encuentra como en su propia casa, y a Marta le dice que basta con que prepare una sola cosa abundante, para que coman los hombres que llegan allí con El; y que María es la que lo ha entendido mejor al quedarse oyéndole y conversando con El. Entre amigos, más que la comida, alimenta la conversación en la intimidad. Pero el verdadero afecto entrañable de Jesús con esta familia, es Juan quien nos lo manifiesta (Jn 11). Breves observaciones: v. 3. Basta, según creen las hermanas, comunicar a Jesús que su amigo ha enfermado de gravedad, v. 5. No duda el Evangelista en decir con sencillez que Jesús amaba a Marta y a su hermana y a Lázaro, v. 21, 22. Ambas hermanas se han dicho muchas veces que si Jesús hubiera estado allí, Lázaro no habría muerto. Se ve la diversa psicología de ambas hermanas: Marta es la mayor, sin duda más cerebral, mujer de su casa, que quiere de verdad a Cristo, cuya fe se ha visto sacudida por este aparente desvío de Jesús y que reacciona a su modo: Llamada por El, viene; no quiere dar su brazo a torcer, aunque admite fundamentalmente lo que Jesús le propone; se escapa sin quererse entregar por completo, aunque se siente ganada por la verdad de Jesús. María, que se ha resistido a venir al principio, apenas se le insinúa que es llamada, sale al encuentro de Jesús. Se derrumba a los pies de éste (es más femenina, más sensible). Lo más impresionante es (Jn 11, 33 a 35) que Jesús llora. Obsérvese que no llora, como nosotros solemos hacerlo, por impotencia en remediar el mal; pues El va a resucitar a Lázaro. Los quilates de su amor son mucho mayores. Llora, porque le duele ver llorar a quienes ama. Por eso ha tenido que estar ausente. De estar allí, habría curado a Lázaro y tenía que estar ausente porque quería resucitarlo. Jesucristo tiene un maravilloso corazón.

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4.- Rasgos nobles de la fisonomía moral de Cristo. Jesús es un espíritu nobilísimo a quien irrita la hipocresía (Mc 3,5). A quien la fidelidad y bondad de las gentes le conmueve (Mc 8,2 ss). A quien la limpieza y belleza de un alma le gana (Mc 10,20ss). A quien la alegría y el triunfo de los suyos le arrebata (Lc 10,17 ss). A quien la perspectiva de los propios sufrimientos le abate y no puede menos de desahogarse con los suyos diciéndoles: «Me muero de tristeza» (Mc 14,33ss). Y destrozado por el sufrimiento, ya en la cruz, cumple en su persona lo que ha enseñado: orar por los enemigos (Mt 5,44 y Lc 23,34). Mas aún, abre su corazón al ladrón arrepentido que se acoge a El (Lc 23,43).

El conjunto armónico y sublime de las cualidades de Jesús, levanta un sentimiento unánime de admiración (Mc 7,37). Se admiran de la novedad espiritual de su doctrina y de la forma de exponerla (Mc 1,27). Sus enemigos encarnizados no se atreven a prenderle (Lc 19,48). Y cuando se deciden a actuar contra El y envían sus guardias, los mismos enviados a prenderle, vuelven, exclamando: «Jamás habló hombre como habla este hombre» (Jn 7,45ss). Cuatro días antes de lograr matarle, sus enemigos irreconciliables no pueden menos de reconocer que sus esfuerzos son inútiles contra Jesús y que todo el pueblo se va tras El (Jn 12,19).

Podemos ahora mirar cara a cara con profundo amor a Cristo, hecho hermano nuestro y reflexionar cómo su maravillosa humanidad ha dignificado inmensamente también la nuestra. Oigamos al Concilio Vaticano II en la Constitución Pastoral «Gozo y Esperanza»: «En él, la naturaleza humana... ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado». (GS 22)

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II.- PERO JESÚS ES ALGO MAS QUE PURO HOMBRE

1°.- Su consciencia. a) El actúa en su enseñanza con autoridad desconocida en el ambiente de los doctores de su nación, (Mc 1,22) que se limitaban a repetir las opiniones de sus maestros. Jesús, al exponer la Ley, se equipara con el Dios Legislador del Antiguo Testamento (Mt 5,17). Mateo nos cuenta al narrar el Sermón pronunciado por Cristo en la montaña, cómo se siente poseedor de tal autoridad (Mt 5,17; 5, 21-22; 5, 26-29; 5, 33-34). La frase «pero yo os digo...» indica una ampliación del mandamiento y de la obligatoriedad de la Ley, hecha con autoridad e imponiendo su obligación.

b) Aún más clara es su actuación en Jerusalén ante los Jefes del Templo y los Doctores del pueblo. Ya lo indicamos al exponer el Evangelio de San Juan. Como ejemplo de esta clara convicción que El tiene de su Divinidad, vamos a subrayar un hecho (Jn 10, 29-33). El Evangelio de San Juan está sembrado de referencias claras a la Divinidad de Cristo. Añadamos solamente unas observaciones. Por ejemplo: En el capítulo 8, versículos 24, 27, 58, «Yo soy», es el nombre divino revelado a Moisés. (Ex 3,14). Al aplicárselo Jesucristo, reclama para sí cuanto en el A.T. se debía de honor y adoración a Dios.

Las Cartas de San Pablo, están llenas de la misma confesión de Cristo Dios:

- Escribiendo a Roma desde Corinto -invierno 57 a 58- llama a Cristo: «Dios bendito por los siglos». (Rom 9,5)

- Prisionero, escribe a Filipos y exhortándolos a la humildad, les habla claramente de la divinidad del Señor. (Flp 2,5-11)

- Escribiendo a Colosas: «En El habita toda la plenitud de la Divinidad corporalmente». (Col 2,9)

- En su última cautividad escribe a Tito, su discípulo en Creta, «el gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo». (2,13)

c) Y finalmente puede decirse que El mismo firma su sentencia de muerte al reafirmar su Divinidad ante el Tribunal Supremo Religioso de su nación que le juzga (Mt 26,62-66). Lo hace obligado por la autoridad del juez, indigno pero legítimo.

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2°.- Sus pruebas. Han sido numerosos los milagros, «señales» o «signos» (como vimos los llama San Juan, al exponer su Evangelio) de la verdad de sus afirmaciones. Numerosísimos y rotundos nos los narran los tres Sinópticos. San Juan, que conoce los otros tres Evangelios anteriores, sólo narra siete milagros; pero con una clara finalidad probativa y una nitidez en detalles impresionante. Hierba abundante en la multiplicación de los panes (6,10) natural en la primavera, próxima a la Pascua. La barca estaba a 25 o 30 estadios de la orilla, cuando les sale al encuentro sobre las aguas (Jn 6,19). Lazaro lleva cuatro días muerto y ya esta putrefacto al ser resucitado por Jesús (Jn 11, 39). Y es que habla un testigo presencial muy cuidadoso de presentar la fuerza probativa de los hechos. La afirmación última de Juan, aunque ciertamente es hiperbólica, resulta impresionante, sobre los milagros de Jesús, que son «signos» o «pruebas» de su Verdad, de su Divinidad (Jn 20,30; 21,25).

Finalmente y como prueba suprema e irrefutable, única -pero definitiva- que, ya hastiado de sus enemigos incrédulos y obstinados, expresamente quiso dar, es ésta (Mt 12,38-40).

«Entonces le interpelaron algunos escribas y fariseos, y le dijeron: Maestro, quisiéramos ver una señal tuya. El, respondiendo, les dijo: La generación mala y adúltera busca una señal, pero no le será dada más señal que la de Jonás el profeta. Porque como estuvo Jonás en el vientre de la ballena tres días y tres noches, así estará el Hijo del hombre tres días y tres noches en el seno de la tierra». Y precisamente este hecho y esta prueba anunciados, que pronto serán realidad, encierran una bella y sublime paradoja.

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III.- LA MUERTE DE CRISTO

En el momento cumbre de la vida de Cristo surge un hecho decepcionante. Su pasión: su juicio, su condena y su muerte. La ruina de su obra. Los narradores -los evangelistas- dan una importancia excepcional a este hecho. Todos le dedican una parte extraordinariamente extensa de sus narraciones.

Los jefes del pueblo no han podido soportar las acusaciones de Jesús. No han logrado vencerle con sus artimañas, trampas legales y problemas religioso-políticos. Han apelado al fin a la traición y a la violencia (Jn 18, 1-12). Y Cristo ha sido capturado, vejado, ultrajado y muerto.

Le han azotado como a un malhechor infame (Jn 19,1). Le han cargado con la cruz, que ha de llevar personalmente hasta el lugar del suplicio como los peores asesinos (Jn 19,17). Y si le han prestado alguna ayuda, camino del Calvario, ha sido por verle llegar con vida y poderle contemplar colgado como una res, desangrado, agonizante en una cruz, atravesado con gruesos clavos en medio de las mayores torturas (Jn 19, 28-30).

El golpe de gracia -la lanzada del soldado- ha venido finalmente a abrirle el pecho y herirle el corazón (Jn 19,34). Paso a paso, podemos seguir este áspero itinerario en la cuádruple narración de estos relatos fidedignos. Y por si fuera poco, ha habido constancia oficial: la declaración del centurión romano, encargado de hacer cumplir la sentencia de muerte del reo. Sólo entonces ha sido concedida la autorización a los amigos y familiares para llevarse y enterrar el cuerpo en vez de arrojarlo a la fosa común (Mc 15, 42-45).

Jesús, pues, parece haber fracasado totalmente en su empresa de coronar el desarrollo espiritual y la entrega a Dios de su pueblo. El ha muerto, y sus discípulos, pobres pueblerinos, han huido; se han agazapado, temerosos, en un oscuro rincón de una casa desconocida de Jerusalén. Sólo les queda el recuerdo desolado y el llanto.

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Prevista y querida por Cristo. Eso sí... todo ha sido previsto mucho antes por el mismo Jesús. Y El se ha resistido a poner medio alguno para impedirlo. Es más, lo ha aceptado con plena conciencia, como quien cumple un deber sagrado:

«Mete la espada en la vaina. El cáliz que me ha dado mi Padre, ¿no he de beberlo?» (Jn 18,11).

Más aún, la humanidad entera de Cristo, parece como que estaba orientada hacia ese hecho bellamente trágico de su muerte. El Cuerpo de Cristo, sano y vigoroso, tuvo una sensibilidad especial, una singular capacidad de sufrimiento. Eso significa la frase inspirada de la carta a los Hebreos: «No quisiste sacrificio ni oblaciones, pero me has preparado un cuerpo» (10,5)... apto para sufrir (ya que rechazaste todos los demás sacrificios). El, hermanado con todos los hombres, quiso gustar hondamente nuestras amarguras:

«Habiendo ofrecido en los días de su vida mortal oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas... » (Heb 5, 7).

Bien pensado: la inmolación sangrienta de Cristo fue acto heroico de obediencia al Padre.

«Abba, Padre mío, todo te es posible. Aleja de mí este cáliz, mas
no se haga lo que yo quiero sino lo que quieres Tú». (Mc 14,36).

Y al mismo tiempo prueba de extremado amor a nosotros, los hombres, sus hermanos. Porque, el dar la vida por quien se ama, es el supremo testimonio de amor. Cristo, cual enamorado, lo dejó dicho -traicionándose- en momento de especial ternura:

«Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos» (Jn 15,13).

Era pues necesaria la muerte de Cristo. En los planes de Dios la muerte no fue el triunfo de sus enemigos. Fue el triunfo del amor de Cristo al Padre y a sus hermanos, los hombres. Se entregaba a las permisiones inexcrutables del Padre, con total obediencia, y así redimía a los hombres, sus hermanos. Y este hecho, será objeto permanente de extasiada contemplación amorosa para todo corazón cristiano. Lapidariamente lo anunció Zacarías (Zac 12,10). Y en el momento exacto nos lo recuerda Juan: «Contemplarán al que atravesaron» (Jn 19,34), cuando él ve desgarrado aquel pecho bello y varonil de Cristo, y contempla, herido por la lanza del soldado, el mismo Corazón.

IV.- LA RESURRECCIÓN

Siempre que Jesús habló a los suyos de su muerte próxima, siempre añadió a sus predicciones el consuelo de unas palabras misteriosas:

«... pero al tercer día resucitaré» (Mt 16,21).

Sus discípulos no lo entienden, y no se atreven a preguntar. Le escuchan tristes y silenciosos sin poder admitir la idea del fracaso y de la muerte de su Maestro admirable y poderoso; y consiguientemente, sin caer prácticamente en la cuenta de una posible resurrección.

Pero no es sólo a sus amigos, a quienes Jesús anuncia su resurrección. Simbólicamente o con toda claridad, la predice ante personas diversas, como por ejemplo en la discusión con los Jefes del Templo

«Destruíd este templo y en tres días lo levantaré... Mas El habla-
ba del templo de su cuerpo» (Jn 2, 19,21).

Y la promesa se cumplió exactamente. Jesucristo resucitó al tercer día como había prometido. La serie de hechos que históricamente constan en los Evangelios es abundante y variada. Se muestra primero a las mujeres, como las más cariñosas y abnegadas (Lc 24,10). Luego a Pedro, el día mismo de la resurrección (Lc 24,34); y a los demás apóstoles aquella misma tarde (Lc 24,36). Poco antes lo ha hecho a los discípulos que iban a Emaús (Lc 24,13). En fin, la realidad de Cristo resucitado se va imponiendo, experimentalmente, en el ánimo de todos. Pero veamos algunas circunstancias que nos hacen particularmente gratas, y presentan con singular realismo, las apariciones de Jesús. Los discípulos en el Cenáculo, tras hablarle y palparle, no terminan de creer de pura alegria; y Cristo come ante ellos, aún asombrados, para demostrarles su realidad corporal (Lc 24, 41-42). Tomás que ha oído a sus compañeros testificar, rotundamente, cómo han visto y palpado sus heridas de manos, pies y costado, exige una comprobación personal (Jn 20,25). Y Cristo condesciende, aun entonces, pensando también en nosotros, posibles incrédulos del futuro. Quedan luego vacilaciones en otros ausentes; y Mateo nos habla de una aparición a numerosos discípulos en Galilea (Mt 28,16ss).

Pablo nos hablará de otras apariciones de Cristo resucitado: una a más de 500, vivientes aún en gran número cuando él escribe, allá por el año 57, desde Efeso (1 Cor 15,6).

Juan nos narra con particular interés, después de haber dado por terminado su Evangelio, una aparición de excepcional importancia para el futuro de la Iglesia, en la persona de Pedro (Jn 21, 1ss).

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V.- LA MUERTE Y LA RESURRECCIÓN SON EL MISTERIO PASCUAL.

Hay unas palabras dulces y misteriosas en San Pablo que enlazan estrechamente estos dos hechos: la muerte y la resurrección de Cristo:

«Fue entregado por nuestros pecados y resucitado para nuestra 
justificación» (Rom 4,25).

Salvados o redimidos por su muerte, recibimos la confirmación plena en nuestra fe por su resurrección. Más aún, la Humanidad de Cristo, glorificada, se convierte en instrumento connatural de la divinización de nuestra pobre humanidad (Jn 7,39).

Y es que estos dos hechos -bellamente completados por la maravillosa ascensión- forman como la corona de la encarnación de Dios y el núcleo central de la actuación de Cristo. A ese conjunto llamamos Misterio Pascual.

La Pascua primera de los hebreos fue el «Paso» de Dios entre ellos, para salvarlos de la muerte y conducirlos a la libertad. Y esto, mediando la inmolación de un cordero. La Pascua cristiana es el «Paso» de Dios entre nosotros en la persona de Cristo. -El cordero que expía los pecados del mundo- por su muerte nos libera de la muerte eterna, y pasa luego, glorioso, como nuestro hermano mayor y modelo -henchido en su Humanidad del Espíritu Santo- a la gloria inmortal del Padre en los cielos.

Dios pudo morir -y murió de amor a nosotros sus hermanos- porque era hombre. El hombre en Cristo pudo resucitar -en virtud de su propio poder (Jn 10,18)- porque era Dios. Ese es el «Paso», la «Pascua», el salto doloroso y bello de Dios, hombre pasible, a Dios, hombre inmortal. Este es el Misterio Pascual del Señor.

Así resume este tema el Concilio Vaticano II: «La Obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios... Cristo el Señor la realizó principalmente por el Misterio Pascual de su bienaventurada pasión, resurrección de entre los muertos y gloriosa ascensión». (SC 5)

CONCLUSIÓN.- En adelante Cristo, Hijo de Dios, será el centro de amor del mundo cristiano: Dios mismo, amable y adorable, hecho hermano nuestro, uno de nuestra familia, uno más de esa incontable teoría de hermanos que somos los hombres. Un hombre al que podemos amar con locura y al que gozosamente adoramos. Por eso aparece, constantemente, como admirable «ritornel-lo» o estribillo, en las cartas de Pablo, a una con la muerte redentora, la divinidad de su Señor, expresada en grado máximo en su propia Resurrección.

La Resurrección de Cristo es un hecho tan definitivo y tan radiante que Pablo -siempre apasionado y rotundo- lo califica como principio esplendoroso y definitivo de la manifestación externa de la divinidad de Cristo Jesús:

«Constituído Hijo de Dios con poder según el Espíritu de santidad
a partir de la resurrección de entre los muertos» (Rom 1,4).

Decimos que es una frase de Pablo en momento de exaltación; en ese texto Pablo quiere subrayar la eficacia divinizadora de la Humanidad de Cristo, a partir de su resurrección. Pues sabemos que para él, Cristo es Dios desde toda la eternidad. Nos consta con toda claridad por el texto clásico y magnífico -tal vez un himno cristiano anterior al Apóstol y que él hace suyo- que Pablo utiliza en la carta a sus amados filipenses:

«El cual siendo de condición divina, no reputó codiciable tesoro
el mantenerse igual a Dios» (Flp 2,6).

Cristo, pues, es Dios desde la eternidad. Y lo será para siempre. La ilusión esperanzada del cristiano, que aquí en el mundo valientemente lucha y sufre, se cifra en la última aparición triunfal de Cristo Dios. San Pablo nos alienta a la lucha cristiana confiado en:

«... la venida gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro Cristo
Jesús» (Tit 2,13).

Y como el convencimiento íntimo de Pablo es que la persona de Cristo siempre fue y sigue siendo verdadero Dios, no duda en afirmar sin restricción alguna de espacio y tiempo, con toda aseveración:

«En Cristo habita toda la plenitud de la divinidad corporalmen
te» (Col 2,9).

Resumiendo la maravillosa figura de Cristo, Hombre-Dios, nos dice el Concilio Vaticano II en su Constitución Pastoral «Gozo y Esperanza»:

«El Verbo de Dios, por quien todo fue hecho, se encarnó para que, Hombre perfecto, salvara a todos y recapitulara todas las cosas. El Señor es el fin de la historia humana, punto de convergencia hacia el cual tienden los deseos de la historia y de la civilización, centro de la humanidad, gozo del corazón humano y plenitud toda de sus aspiraciones». (GS 45).

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LECCIÓN 6

LA IGLESIA OBRA DE CRISTO.

INTRODUCCIÓN.- Hemos terminado la lección anterior con un texto rotundo de San Pablo (Col 2,9) acerca de la divinidad de Jesucristo. «En Cristo habita la plenitud de la divinidad 'corporalmente'». Dios ha querido hacerse hombre, y en nuestra carne y a través de nuestra carne ha divinizado nuestra humanidad. Unas manos de carne han sanado, unos labios de carne han bendecido, la saliva humana ha dado la vista, el aliento humano ha llenado de vida, unas palabras humanas han resucitado a un muerto, y un corazón humano se ha conmovido y ha llorado por el dolor de unos amigos. Dios, quiere prolongar a lo largo de la historia esa línea de cercanía a la humanidad. Dios quiere continuar su Obra a través de hombres. Dios quiere que unas manos humanas y unos labios humanos tengan su poder, aún más milagroso que para restituir una vida corporal, para conferir una vida inmortal, que sean como sus labios y sus manos en la tierra. Ese es el misterio de la Iglesia: El medio misterioso y admirable que tiene Dios a fin de realizar su plan -la prolongación de la presencia de su Hijo en el mundo- para la divinización de los seres humanos. Es lo que nos dice el Concilio Vaticano II en la Constitución Dogmática «Luz de las Naciones» con estas palabras: «Dios formó una congregación de quienes creyendo, ven en Jesús al autor de la salvación y el principio de la unidad y de la paz, y la constituyó Iglesia, a fin de que fuera para todos y, cada uno el sacramento visible de esta unidad salutífera» (LG 9).

I.- FUNDACION DE LA IGLESIA

1.- Jesús atrae a unos hombres.- Cristo se ha presentado al mundo predicando el Reino de Dios y ha puesto como condición esencial en cada uno para pertenecer a él la transformación interior o «metanoia». Y así ha empezado a formar su Iglesia (Mc 1,15). Desde el primer momento Jesús atrae junto a Sí a unos hombres, a quienes capta de modo especial y une a su persona y a su empresa. El lento adherirse a El de sus discípulos nos lo cuenta Juan. Es su primer recuerdo de Jesús (Jn 1,35-39). Nos narra a continuación aquel pausado viaje a pie de vuelta a Galilea en su compañía y el primer milagro de su Maestro a petición de la Madre en Caná. Así nace en sus almas la fe en Jesús (Jn. 2,11). Todo esto nos explica cómo va madurando en ellos la vocación definitiva. Marcos nos da en esquema (Mc 1, 16-20) y Lucas nos expone en sus circunstancias concretas (Lc 5, 1-11) la vocación definitiva de los cuatro grandes Apóstoles, aquellas dos parejas de hermanos.

2.- Jesús elige a unos hombres.- Entre aquel grupo de discípulos, Jesús, en momento determinado, solemne y definitivo de su vida, escoge oficialmente un grupo de doce, como símbolo y en recuerdo de las doce tribus de Israel. Si de aquellas doce tribus había salido el pueblo de Dios, en el Antiguo Testamento (Gen c 49); de estos doce hombres saldría el nuevo pueblo de Dios, la Iglesia eterna de Cristo. Estos hombres serán las doce columnas de su Iglesia, los doce cimientos de la ciudad de Dios de que nos habla Juan en el Apocalipsis (Ap 21,14). Es Marcos (Mc 3, 13-19) quien nos narra el hecho. Subraya la voluntad libérrima de Cristo en la elección de estos hombres. Muestra el paso hacia adelante que dan, simbolizando su adhesión total a Jesús, e indica que han de estar constantemente en adelante junto al Maestro. Lucas, por su parte (Lc 6, 12-16), es quien nos pone la nota de profundidad en este acontecimiento: Jesús se pasa una noche entera en oración. Al amanecer es cuando aclara su intención y realiza la elección oficial de sus hombres. Hecho tan trascendental en la historia de Cristo y de su Obra se ve sellado con ese ambiente solemne de oración íntima al Padre. Este rasgo de la oración de Cristo antes de la elección de sus Apóstoles la subraya el Concilio (LG 19).

3.- Jesús forma a sus Apóstoles.- A partir de ese momento de la elección viene una especial dedicación de Cristo a la formación de estos hombres. Vamos a seguir casi exclusivamente el Evangelio de Marcos, pues en su misma brevedad, subraya clarísimamente esta dedicación de Cristo a los suyos.

Es a ellos a quienes, particularmente, explica con detalle lo que a las multitudes les ha expuesto de manera general, en parábolas (Mc 4, 34). Es a ellos a los que llama junto a Sí y los invita a descansar a solas, a su lado, después de la excursión apostólica a que los ha enviado como primerizos (Mc 6, 30-31). Sale con los suyos fuera del país de Israel, como de incógnito. Continúa su excursión, próximo a Palestina, pero fuera de sus límites, en esa misma ocupación de formar a sus discípulos (Mc 7,31). Se esfuerza porque comprendan su inmensa bondad con las gentes desamparadas (Mc 8, 1-9). Todo el capítulo 8 no es sino un constante enseñar a los suyos. Llega el momento en que los cree algo preparados espiritualmente, como para ser capaces de ir descubriendo en El algo más que un hombre extraordinario y de captar la idea de su mesianismo sufriente y redentor, incluso de su divinidad. Entonces es cuando les hace en los alrededores de Cesarea de Filipo, yendo con ellos consagrado a su formación, la pregunta que originará la confesión solemne de Pedro (Mc 8, 27-29). Y a partir de este momento empieza a revelarles su próxima Pasión que es la forma en que El ha de cumplir su papel de Mesías (Mc 8, 31-33).

En el capítulo 9 tenemos la declaración manifiesta de que Cristo se consagra a la formación de los suyos y un caso bellísimo, práctico y emocionante de esta formación (Mc 9, 30-37). Esta enseñanza de Cristo se corona con una lección maravillosa acerca de la pobreza, que completa la personalidad espiritual de los suyos (Mc 10, 17-27).

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4.- Jesús envía con plenos poderes a sus Apóstoles.- Cristo completa su Obra. Aparentemente la semilla va a quedar infecunda. El terreno no parece preparado. Pero los planes de Dios son otros muy distintos. El Espíritu Santo fecundaría aquella semilla regada con la sangre de Jesús.

Llegada la hora de desaparecer visiblemente de este mundo, Cristo que tenía «todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18) delega solemnemente esos poderes en los Apóstoles. Podríamos ver en los otros sinópticos (Mc 16, 14-18; Lc 24, 36-49) las escenas diversas con que Cristo les envía en su nombre. Juan, como siempre, completa con rasgos decisivos esas enseñanzas fundamentales de sus compañeros, los otros Evangelistas. Ya el mismo día de la resurrección, en aquella aparición vespertina a los «once», Cristo tiene para con sus hombres frases lapidarias, contundentes, llenas de contenido y significación: «Como el Padre me envió, así os envío Yo a vosotros» (Jn 20, 21).

Pero antes de ver el poder sobrehumano que Cristo transmite a esos hombres -a los que ha reunido en forma como «colegial»-, es decir en grupo fraternal presidido por uno de ellos, consideremos rápidamente la forma clara y terminante de agruparlos:

II.- CON PEDRO Y BAJO PEDRO

El Concilio Vaticano II en la Constitución Dogmática sobre esta materia «Luz de las Naciones» dice solemne y lacónicamente: «El Señor estableció solamente a Simón como Roca y portador de las llaves de la Iglesia (Mt 16,18-19) y le constituyó Pastor de toda su grey (Jn 21,15ss)» (LG 22).

Esto es la síntesis de cuanto Pedro es en la Iglesia. El desarrollo de la personalidad de Pedro, en los Evangelios está notablemente más detallado. La perspectiva es mucho más bella pues el desarrollo de su personalidad se nos presenta en plano ascendente. Aquí nos vemos obligados a resumir los momentos clave.

1.- Pedro encuentra a Cristo junto al Jordán conducido por su hermano Andrés. Ya en el primer momento Jesús le anuncia el nombre significativo que más adelante llevará (Jn 1,42).

2.- Cuando tras una noche entera de oración, Cristo elige a 12 que estén continuamente a su lado, como discípulos y testigos de excepción, Simón sin lugar a duda, ocupa el primer puesto; y entonces -como parece deducirse claramente de Marcos- recibe de labios de Jesús oficialmente el nombre de Roca que le distingue entre sus compañeros (Mc 3,16).

3.- Hay un momento de especial solemnidad en la vida de Cristo (Mt 16,13). Simón se distingue por su clarividencia y adhesión al Maestro (Mt 16,16). Entonces Jesús le declara el significado profundo y trascendental del nombre que un día atrás le impuso. Este nombre enmarca y encierra el significado de toda su vida (Mt 16, 17-19).

4.- Ahora no se trata ya de promesas para el futuro sino de encomiendas actuales; de delegación de poderes, de entrega inmediata. Cristo ha resucitado y una lúcida mañana de primavera se aparece a los suyos junto al lago. Exige primero al discípulo distinguido entre todos, una especial confesión de amor. Y tras ésta, viene la declaración solemne de Jesús: «Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas» (Jn 21, 15-17). Es el momento de conferir a Pedro -con otra comparación muy amada por cierto del pueblo hebreo- su representación y sus poderes sobre todos los suyos.

5.- Dándonos la nota espiritual, la profundidad de la misión de Pedro, citamos por último unas palabras que nos llegan por conducto de Lucas, entre las pronunciadas por Jesús en la última Cena, que encierran un tesoro de predilecciones y una garantía total de seguridad -en relación con nosotros- para la persona de Pedro: La oración de Cristo, omnipotente, sella y garantiza la acción pastoral futura de su Apóstol elegido y esto no sólo en relación con la masa de discípulos en general, sino también con los demás Apóstoles sus hermanos (Lc 22,31ss).

III.- PODERES DE CRISTO Y PODERES DE LA IGLESIA

1.- Cristo confía a sus Apóstoles el poder de enseñar.- Enseñar fue la principal ocupación de Cristo durante su vida pública. Marcos con su laconismo es el que nos sintetiza en brevísimas palabras la ocupación fundamental de la vida de Jesús. «Toda la gente venía a El y El les enseñaba» (Mc 2,13). Lo mismo que en Galilea, el enseñar fue su ocupación principal en Judea (Lc 21, 37-38).

Si los milagros van a mover los corazones por la presencia del poder de Dios, esos milagros tienen principalmente la finalidad de abrir las inteligencias a la enseñanza de Dios. Véase la forma en que Mateo nos lo expone (Mt 4, 23ss).

Antes de su ascensión, Cristo capacita a su Iglesia, para que a su vez enseñe a los hombres todo cuanto es necesario para la vida eterna. Cristo ha venido a enseñar lo que concierne al Reino de los Cielos, es decir, lo que hay que creer y lo que hay que practicar para agradar a Dios y vivir como hijos de Dios. Y este supremo poder de Cristo, que El tiene con relación a todos lo hombres, es el que confiere a los suyos poco antes de subir a los cielos.

La escena que refiere Mateo ocurrida en los Montes de Galilea (Mt. 28,20); la escena final que nos narra Marcos, después de haber comido con sus discípulos, y que encierra las mismas ideas (Mc 16,15): es el poder maravillo que Cristo traspasa a los suyos: El enseñar en su nombre. El valerse de ellos como instrumentos vivos para transmitir sus mismas enseñanzas.

2.- Cristo confiere a los suyos el poder de gobernar.- Como Cristo organiza una sociedad, en la que se va a vivir según sus enseñanzas y como corresponde a hijos de Dios, forzosamente ha de conceder también a su Iglesia el poder de dictar las disposiciones necesarias para regir ese conjunto de seres humanos. Es necesaria la autoridad en toda organización o sociedad, a fin de conseguir los fines propios de tal sociedad.

Esto es lo que Jesús prometió de modo especial, un día en momento solemne, a Pedro: «Lo que tú atares en la tierra quedará atado en los cielos y lo que tú desatares en la tierra quedará desatado en los cielos» (Mt 16,19). Es decir, que a Pedro, a quien va a constituir jefe supremo de esta sociedad, se le ofrecen las facultades necesarias para regir y orientar en el fin establecido, a todos los miembros de ella. Y ese poder ofrecido oficial y públicamente una vez a Pedro, se hace extensivo en su tanto a todos los demás que componen la jefatura de la Iglesia, es decir a los Apóstoles. Es lo que Mateo nos transmite en uno de los discursos de Jesús. Frases que por el contexto y por el común sentir de la Iglesia se aplican exclusivamente a los Apóstoles y a sus delegados: «En verdad os digo, cuanto atareis en la tierra será atado en los cielos, y cuanto desatareis en la tierra será desatado en los cielos» (Mt 18,18).

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3.- Cristo ha comunicado a sus Apóstoles el poder de santificar.- El fin supremo de la Iglesia, como fue el primer objetivo de la venida de Cristo, es el santificar o comunicar la vida de la gracia. A ese fin sobrenatural de divinización, es al que se encauza tanto la enseñanza como el gobierno de la Iglesia. Son medios para este fin.

Jesucristo no pretendía otra cosa con sus milagros que abrir las inteligencias a su verdad, que es camino para llegar a la participación de la vida de Dios. Vida que Él nos adquirió con su sangre en la Pasión. Él, con toda claridad, al usar el símbolo del buen Pastor, nos dice: «Yo he venido para que tengan vida y para que la tengan en abundancia» (Jn 10,10). Tal es el fin de la aparición de Cristo en el mundo: Comunicarnos esa misma vida suya, la adopción de Hijos de Dios, recibida por dignación del Padre en atención de los méritos de Cristo y mediante la infusión del Espíritu Santo. Es lo que años más adelante habría de decirse con frase lapidaria en la segunda carta del Apóstol Pedro: «Somos partícipes de la naturaleza divina» (2 P 1,4).

Esa vida que nos hace capaces de la luz, de la belleza y del amor de Dios, o sea el pertenecer plenamente a la familia de Dios, -porque nos ha elevado y divinizado interiormente-, es lo que nos hace posible, al traspasar los límites de esta vida, entrar en la plenitud del gozo de Dios. Claramente San Pablo nos habla, en esquema, de este maravilloso camino que desde la hondura de nuestro pecado nos levanta hasta el trono eterno, junto a Cristo, en la otra vida: «Para que justificados con su gracia seamos herederos, según nuestra esperanza, de la vida eterna» (Tit 3, 7).

Es decir, hemos sido santificados por la gracia, hemos sido divinizados, como si la Sangre de Cristo corriese por nuestras venas. Algo similar es la gracia de Cristo en nosotros. Hemos sido constituidos de tal modo Hijos de Dios, que tenemos derecho a participar en su vida inmortal. Si San Pablo intercala la frase «en esperanza», lejos de ser esto una aminoración de la fuerza de la expresión, es un asegurarnos que, como la palabra de Dios está dada, nuestra confianza en Él debe ser absoluta y total. Sólo puede fallar nuestra personal colaboración. Será la única forma de perder tal don.

Y expresando la intimidad que tal divinización supone, nos dice San Pablo: «... fuisteis sellados con el sello del Espíritu Santo prometido, que es prenda de nuestra herencia» (Ef 1,13). Y es que no es una pertenencia transitoria a Dios. Es un haber recibido una marca indeleble que nos hace propiedad para siempre de Dios y que supone una huella dejada por Él en nuestras almas. Huella que jamás se borrará ni por el pecado, ni incluso por la condenación. Le pertenecemos de modo especial, porque nos hemos entregado a Él, y hemos sido hechos cosa enteramente suya. Ha sido Él mismo quien ha grabado en nosotros indeleblemente su propia imagen al transfundirnos su Espíritu, que os ha conformado a su Ser. El decir que es «prenda» de nuestra herencia, es afirmar que ya tenemos de Dios una garantía segura -su propio Espíritu- de que le hemos de gozar para siempre. Es el Espíritu que se nos da de una manera oculta, pero verdadera en este mundo y que hemos de poseer en su totalidad y a plenitud en la otra vida. Poseemos ya a Dios, aunque de una manera velada y oscura. Podemos tener la certidumbre de que por parte de Dios no quedará el que ese Espíritu se nos dé de una manera radiante y total, para siempre, en la otra; si le somos fieles, En frase gráfica, oriental: hemos recibido ese Espíritu, somos «arras», participación ya incoada de nuestra divinización eterna (2 Cor 1,21s).

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La divinización mediante los Sacramentos.- Y esta divinización la realizan todos los Sacramentos, que en realidad son acciones de Cristo. Los Sacramentos actúan, bien sea dando el nacer a otra vida superior (Bautismo); bien sea contribuyendo al robustecimiento pleno del cristiano (Confirmación); bien al crecimiento continuo y radiante de esa vida (Eucaristía); bien a la curación de las almas enfermas o la resurrección de las almas muertas por la ofensa grave a Dios (Penitencia); o al ennoblecimiento del amor humano para la procreación de nuevos hijos de Dios (Matrimonio); o a la salud del cuerpo y al robustecimiento final del alma en la lucha suprema (Unción de los enfermos); o comunicando la facultad de engendrar y alimentar hijos para Dios en el orden sobrenatural (Sacerdocio).

Son los Sacramentos el poder de Dios transmitido a los hombres. Son las manos de Dios, de Cristo-Dios, que se prolongan a través de los siglos mediante las manos de sus sacerdotes. Son acciones humanas, a las que se aplica el poder infinito de Cristo-Dios.

Estos Sacramentos depositados por Cristo en su Iglesia, se comunican a los seres humanos principalmente por la Jerarquía. Así nos diviniza la Iglesia con el poder de Cristo. Porque no son acciones de hombres, sino acciones de Cristo, quien en su Iglesia actúa a través de los hombres escogidos por Él.

Terminamos estas ideas sobre la Jerarquía con unas palabras del Concilio Vaticano II: «... los obispos, puestos por el Espíritu Santo, son sucesores de los Apóstoles como pastores de las almas, y, juntamente con el Sumo Pontífice y bajo su autoridad, han sido enviados para perpetuar la obra de Cristo, Pastor eterno.» (CH D 2).

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LECCIÓN 7

LA IGLESIA PUEBLO DE DIOS.

INTRODUCCION.- Este nombre indica nítidamente el destino social de la Iglesia. La Iglesia tiene como fin reunir a todos los hombres y, divinizándolos en Cristo, hacer de ellos, bajo el Padre de los cielos, una gran familia en armonía y hermandad. Sus miembros, tanto los que forman la jerarquía como los laicos, constituyen una comunidad, una familia en admirable unidad de todos con Cristo Resucitado. A eso llamamos «El Pueblo de Dios». Porque nos dice el Concilio: «... fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente» (LG 9).

1.- La Iglesia, Pueblo de Dios, es continuación del Pueblo de Israel.

«Dios eligió al pueblo de Israel como pueblo suyo, pactó con él una alianza y le instruyó gradualmente: revelándose a Sí mismo y los designios de su voluntad a través de la historia de este pueblo, y santificándolo para Sí» (LG 9).

Todo esto fue preparación para una alianza nueva y perfecta con los hombres, ya anunciada de antiguo (Jer 31, 31-34). La nueva alianza la selló Cristo con su sangre (1 Cor 11,25); y así formó un pueblo de judíos y gentiles (Ef 2,14). Es el nuevo Pueblo de Dios. Nacido de su Palabra (1 Pe 1,23) y del Espíritu Santo (Jn 3,5s). Consiguientemente no es un pueblo de signo racial sino espiritual (Gal 3,7).

2.- Fundamento básico del Pueblo de Dios.

Los ciudadanos de este Pueblo tienen la dignidad de hijos de Dios (Rom 8,15-17). De ese hecho se desprende con toda claridad, como ha reconocido el Concilio, que «existe una auténtica igualdad en cuanto a la dignidad» (LG 32) de cuantos componen el Pueblo de Dios. (Y la razón surge espontánea: todos los que forman este Pueblo, están incorporados a Cristo por la fe y por el Bautismo). Este Pueblo, finalmente, como corona de sus prerrogativas, tiene por ley el Amor (Jn 13,24).

3.- Organización de este Pueblo.

El Pueblo de Dios no es una democracia, aunque la dignidad de hijos de Dios sea patrimonio de todos sus miembros. Porque, en la organización de este Pueblo, Cristo ha querido señalar unos mandos, delegados suyos, unos jefes del Pueblo, para bien y servicio de todos. En este Pueblo existen pues la Jerarquía y el Laicado. En la lección anterior hemos hablado de la Jerarquía. Ahora diremos unas breves ideas primero sobre los laicos; después, sobre todo el Pueblo en general. Con el nombre de laicos, (laos = plebe, pueblo), nos dice el Concilio, «se designan aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros del Orden Sagrado y los del Estado Religioso» (LG 31).

4.- Cualidades de los laicos.

Los laicos, nos dice el Concilio Vaticano II en la Constitución Dogmática «Luz de las Naciones», «han sido hechos partícipes de la función real, sacerdotal y profética de Cristo» (LG 31).

REYES

Cristo ha elevado a sus fieles a la dignidad real al incorporarlos a Sí. Esto se realiza mediante el «carácter sacramental», que es una transformación interior, que nos capacita para ciertas actividades que superan el poder de la naturaleza humana. El «carácter sacramental» nos sella, nos distingue y nos eleva sobre el resto de los meros seres humanos. Nos confiere una nueva naturaleza y consiguientemente nos capacita para una vida nueva, insospechada, que la Sagrada Escritura llama regía y otras veces divina.

El día del juicio dirá Cristo a sus discípulos: «Venid benditos de mi Padre; tomad posesión del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo» (Mt 25,34). Y al final de la generación apostólica, Juan con aguda y serena mirada espiritual, reconoce ya la realidad: «Nos ha amado y nos ha hecho reyes» (Ap 1,6). Todo miembro del Pueblo de Dios es un rey de incógnito en el mundo.

SACERDOTES

El carácter sacramental al incorporarnos a Cristo Sacerdote, nos hace sacerdotes, o sea nos consagra al culto de Dios, nos capacita:

1°.- Para ofrecernos a nosotros mismos al Padre como hostias vivas, santas, agradables a Dios (Rom 12,1).

2°.- Para ofrecer con el sacerdote, que actúa «en el lugar de Cristo y como delegado de la Iglesia», el sacrificio de la Eucaristía. (En forma esencialmente distinta y subordinada, pero verdadera).

3°.- Para ofrecer en todo momento un testimonio de Cristo que vive en nosotros.

PROFETAS

El cristiano participa de la función profética de Cristo. Porque difunde la Verdad y el Amor de Cristo mediante el testimonio de la vida y aquí especialmente de la palabra (LG 12). El cristiano espontáneamente debe transmitir el mensaje del Evangelio que lleva en el corazón, como ya lo hicieron los primeros fieles y más adelante veremos.

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5.- Cualidades del Pueblo de Dios.

a) El Pueblo de Dios es uno y único.

En los planes del Padre entraba que su Hijo, heredero de todo (Heb 1,2) viniera al mundo para reunir a todos los hijos de Dios dispersos (Jn 11,52).

Se ve claramente que el Hijo tiene idea nítida de la unidad de su Obra, su Iglesia, su Pueblo. El, como artesano: medio carpintero, medio albañil-constructor, la compara a una casa sólidamente fundamentada (Mt 16,18). El, hijo de su pueblo, la compara a un rebaño querido y único (Jn 10,16).

Son tan categóricas sus frases, transmitidas por los Evangelios y en general por todo el Nuevo Testamento, que hasta nuestros hermanos separados, cuando proceden noblemente, se ven obligados a reconocerlo. Así lo hace el Pastor Marc Boegner, durante 40 años Presidente de la Federación de Iglesias Protestantes de Francia («Le probléme de l'Unité Chrétienne», pag. 129), dice: «Querámoslo o no, la Escritura nos habla de una sola Iglesia de Cristo cuya unidad visible forma parte del testimonio que ella está destinada a dar de Cristo su Fundador. Porque no hay más que un solo Señor, una sola fe, un solo Bautismo, un solo Dios y Padre de todos, lo mismo que un solo Espíritu y una sola esperanza. Por eso no debe haber más que una sola Iglesia» (Ef 4,5).

b) El Pueblo de Dios es católico o universal.

Cristo, que personalmente no se ha dedicado sino a las ovejas extraviadas de la casa de Israel durante su predicación pública (Mt 15,24), al pensar en su Iglesia, su Pueblo, tiene una mirada amplísima totalmente universal.

Cuando, en las parábolas, da cuerpo y plasticidad a la idea de pueblo o Reino de Dios, y va considerando sus diversos aspectos, no puede menos de dedicar una de ellas a esta su idea de universalidad. Es la conocidísima del grano de mostaza. Los principios son pequeños, insignificantes; el futuro es grande e insospechado; de tal forma que en el árbol ya desarrollado pueden venir a cobijarse las aves del cielo (Mt 13, 31-32).

Esta idea de universalidad que está en la mente de Cristo como característica de su obra, de su Pueblo, de su Iglesia, reaparece en mil momentos de su vida cuando piensa en el futuro. De todas formas se hace definitiva y radiante en las últimas palabras que, según los diversos Evangelistas, dice a sus Apóstoles. El Evangelio es para todas las gentes (Mt 28,19). El Evangelio es para toda criatura (Mc 16,15). El Evangelio es para todas las naciones (Lc 24,47).

Esta idea de universalidad que para nosotros, por nuestro inmenso sedimento cristiano, no tiene dificultad, sí la encierra para pueblos de otras procedencias. Piénsese en las grandes dificultades de integración racial que existen en diversos estados de Norteamérica. Las complicaciones que reviste actualmente entre diversas denominaciones protestantes de Sud-Africa. Y es que los pueblos de origen hispánico, en los que tanta raigambre alcanzó el catolicismo, hace mucho que superaron esa idea racial y de castas que va directamente contra el concepto de Cristo, para quien sólo existen unos hombres capaces de ser hermanos suyos por una plena adopción.

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c) Infalibilidad del Pueblo de Dios.

Infalibilidad activa en la Jerarquía. Infalibilidad pasiva o receptiva en el Laicado.

1°.- Veamos el primer aspecto:

Cristo confiere a sus Apóstoles plenos poderes. Entre otros la infalibilidad -el no poder errar al transmitir su mensaje-. Esta idea la tenemos con toda claridad en las últimas frases de Jesús que nos narra Marcos (Mc 16, 14-16). El argumento, de estructura filosófica, es sencillísimo. Jesucristo habla expresamente a los «once», que son sus legados, los jefes de su Pueblo. Jesucristo les manda ir en su nombre a predicar la gran noticia de la salvación a toda criatura. Van con delegación plena. A continuación dice textualmente:«El que creyere y fuere bautizado se salvará, más el que no creyere se condenará». Creer es aceptar algo, no porque yo lo veo o lo entiendo, sino por la autoridad de la persona que me lo dice. En tal persona se supone, evidentemente, el conocimiento pleno de la materia y la total sinceridad. Así es como damos fe a una persona. Así es como nos fiamos de ella. Y Jesús nos dice algo así como esto: «En este Reino de los Cielos hay muchas cosas que sois incapaces de comprender, son superiores a vosotros, son misterios de Dios. Yo comisiono a estos hombres para enseñaros en mi nombre. Yo os obligo a creerlos bajo pena de condenación».

Ahora bien, Cristo no podría obligarnos a negar nuestro entendimiento, que es la facultad que nos ha dado para entender, y a someternos a otros seres; humanos, y tan gravemente como es bajo pena de condenación, si El no se comprometiese, por su parte, a que esos hombres que me hablan en su nombre no me habrían de engañar nunca. Dios dejaría de ser Dios, si me obligase, con su autoridad, a aceptar una mentira. Cristo al hacerse garante de tales hombres y al obligarme a creerlos, se compromete a que ellos transmitan, infaliblemente, la verdad. Dios no puede mentir. Dios mentiría, si me obligase a aceptar, en atención a El y por su autoridad, cualquier error.

Que este sea el proyecto de Cristo, es innegable. Pero surge en seguida la dificultad. Toda transmisión humana, especialmente si ha de ser por vía oral, forzosamente está expuesta al error. La experiencia demuestra que un mensaje, algo complicado, se deforma en la transmisión oral de muchos testigos. No negamos la dificultad, sino que la aceptamos en toda su plenitud. Pero precisamente Cristo-Dios es el único que puede poner, al mismo tiempo que la obligación de creer, el medio eficaz para que no se corrompa ese mensaje en la larga transmisión. Es Cristo quien nos dice cuál ha de ser el testigo fiel, permanente, que asista en su Pueblo, su Iglesia a los hombres destinados a dar este testimonio. Será nada menos que su propio Espíritu, el Espíritu Santo, que es Dios también. En aquella noche suprema de revelaciones íntimas es cuando Cristo dice (Jn 14, 16-17), que otro Consolador estará con los Apóstoles siempre, el Espíritu, que es verdad por esencia. Algo más adelante añade (Jn 14, 25-26), que será el Espíritu enviado por el Padre y en nombre del Hijo, quien les enseñará plenamente y les recordará todas las cosas dichas por Jesús. Y, finalmente, la aseveración de que los Apóstoles están incapacitados de momento para asimilar el mensaje en su totalidad, pero que el Espíritu Santo será su guía firme e indefectible para el futuro (Jn 16, 12-13). Gracias a esa presencia ininterrumpida del Espíritu de Dios, que es Verdad por naturaleza, se conservará en la Iglesia, Pueblo de Dios, sin error posible, el mensaje de Jesús.

Pero no sólo es promesa para el futuro, aunque sea solemnísima. Uno de esos jerarcas, Pablo, es el que al final de la era apostólica, nos dice que esa promesa es ya una auténtica realidad. Que la Iglesia guarda como depósito sagrado tal verdad. Pablo escribe a un obispo, a Timoteo, su querido discípulo que ha dejado en Efeso, la ciudad que él evangelizó durante tres años. Pablo le da consejos como un padre a su hijo joven. Y como resumen de cuanto le ha dicho, le inculca el supremo respeto a la Iglesia, donde reside como en su templo el Dios vivo. Iglesia que es columna y fundamento de la verdad (1 Tim 3,15). Pablo tiene a la vista aquellos grandes templos clásicos de Atenas y Efeso. Una de esas construcciones, admirables por su armonía y sencillez, pero con una base inmensa, roqueña, y unas columnas esbeltas que levantan a la vista de todos el frontón, la parte más representativa y bella del templo; donde el artista, un Fidias, ha plasmado su suprema inspiración. La Iglesia, el Pueblo de Dios es -no en vano Pablo lo está asemejando al templo del verdadero Dios- quien ante el mundo está manteniendo para que no se derrumbe, y levantando en alto para que todos la vean, esa única y definitiva Verdad de Cristo.

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2°.- El otro aspecto. Cómo es infalible el Laicado:

«La totalidad de los fieles... no puede equivocarse cuando cree...» (LG 12). Es decir que incluso los simples fieles, en su conjunto, son refractarios al error; y en cambio sintonizan con la Verdad. Porque, también en ellos mora el Espíritu Santo, que es Espíritu de la Verdad (Jn 14,17). Veremos un ejemplo claro de esta infalibilidad receptiva de los fieles al tratar del dogma de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora.

d) Perennidad del Pueblo de Dios.

El Pueblo de Dios ha de ser perenne o sea que durará mientras dure el mundo. En el momento solemne en que Jesús respondiendo a la confesión de Pedro, le prometía que sería él mismo su Vicario en la tierra al frente de su Iglesia, su Pueblo, expresó esta idea con una comparación muy oriental: «Las puertas del infierno no prevalecerán contra Ella» (Mt 16,18). Una ciudad amurallada, entonces, era una ciudad inexpugnable. Las partes de la muralla más débiles por naturaleza, por poseer la puerta de entrada a la ciudad, eran las mejor defendidas, con torres y baluartes. De ahí que las puertas fueran de hecho en la ciudad, las partes más difíciles de conquistar. Cuando Cristo habla de las puertas del infierno, quiere decir que todo el poder del infierno no podrá contra su Pueblo, su Iglesia. El Pueblo de Dios, la Iglesia de Cristo está destinado a transmitir la verdad y la gracia de Cristo. Jamás será vencido por todo el infierno y, consiguientemente, siempre -mientras dure el mundo transmitirá la gracia y la verdad.

Pero la frase más definitiva de Jesús, es aquella con que al despedirse de sus Apóstoles sella con toda solemnidad su encargo: «Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Estas frases de Cristo tienen una significación transcendental. A cualquiera que, serenamente, las oye, le descubren una determinación total de Jesús-Dios, de asistirlos en esta empresa a que los envía. Pero para aquellos hombres tenía un carácter especial de firmeza, de solemnidad, de garantía dada por Dios mismo. La frase: «Yo estaré contigo», era la que Dios había dicho a los Patriarcas, prometiéndoles su ayuda decidida, en los albores del pueblo de Israel. ¡Tantas veces la habían oído los Apóstoles al escuchar la lectura de la Sagrada Escritura! Así hablaba Yavé a Isaac (Gen 26, 3-4), confirmándole la promesa hecha a Abraham. Y en el mismo capítulo (v 24) le repite Dios la misma promesa. Lo mismo ocurre con Jacob (Gen 28,15 y 20). La figura de José, el gran Patriarca, en Egipto, se agranda a los ojos de los israelitas precisamente por estar Dios con él (Gen. 39,3 y 21). Después es al gran Moisés a quien Dios asegura del éxito de la empresa a que le envía mediante el estar con él (Ex 3,12). Lo mismo a Josué al introducir al pueblo en la tierra que Dios les había prometido (Jos 1,5 y 9 y 17). Y así con todos los grandes personajes de su pueblo como David, Isaías y Jeremías.

Cristo es Dios como el Padre de los cielos, y al prometer solemnemente en este instante supremo a los suyos su asistencia siempre, les da a entender que quiere por medio de ellos consumar la obra que siglos atrás había empezado con los viejos Patriarcas de su Pueblo. Que ahora iba a realizar la gran promesa hecha por generaciones sin número a Israel: Ellos iban a ser los instrumentos de Dios para consagrar y salvar a su Pueblo.

6.- La misión del Pueblo de Dios es difundir el Evangelio.

Jesucristo como última encomienda había encargado a sus Apóstoles predicar el Evangelio a todo el mundo (Mt 28,19). El pueblo de Dios escuchó muchas veces de labios de los Apóstoles cómo Cristo hacía converger hacia esta evangelización y testimonio los anhelos de grandeza de ellos al verlo resucitado (Hch 1,8).

Toda la jerarquía de la Iglesia se ve obligada a clamar a través de los siglos, lo que en su tiempo expresaba el Apóstol Pablo: «¡Ay de mí si no evangelizare!» (1 Cor 9,16).

Todo el Pueblo de Dios -es decir también todos los laicos- debería experimentar como necesidad vital la expansión del Evangelio, como aquellos primeros cristianos que lo llevaron a toda Judea y Samaria con ocasión de la primera persecución levantada en Jerusalén (Hch 8, 1-4); y posteriormente a las ciudades lejanas y más civilizadas, aunque corrompidas y aparentemente refractarias al sacrificio y al desprendimiento que impone el Evangelio (Hch 11,19s).

Esa obligación, sagrada, afecta a todos y cada uno de los fieles, si es que viven realmente su Fe: «La responsabilidad de difundir la Fe incumbe en su medida a todo discípulo de Cristo» (LG 17).

Resumiendo: «... la Iglesia ora y trabaja para que la totalidad del mundo se integre en el Pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y Templo del Espíritu Santo» (LG 17). Porque es consciente del anhelo de su Dios y Señor, como dijimos al principio de esta lección: «...fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un Pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente» (LG 9).

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LECCIÓN 8

LA IGLESIA CUERPO DE CRISTO.

INTRODUCCION.- El Misterio de la Iglesia o sea la prolongación de Cristo en la tierra para la divinización del hombre, tiene su expresión de máxima profundidad y mayor ternura en la idea del «Cuerpo Místico». Las imágenes o comparaciones abundantes y profundas de la Sagrada Escritura sobre el tema del Cuerpo Místico de Cristo y todo el torrente de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia a través de los siglos, han venido a reunirse en la Encíclica de Pío XII «Mystici Corporis Christi» del año 1943. Con toda justeza pudo decir el Papa: «... para definir, para describir esta verdadera Iglesia de Jesucristo... no se puede encontrar nada más bello ni más excelente, nada en fin más divino que esta expresión que la designa como el Cuerpo Místico de Cristo».

1.- Primeros pasos.

Acabamos de estudiar cómo la Iglesia es Pueblo de Dios. Es la dimensión social de la Iglesia. Ha sido el ver cómo estamos unidos a Cristo y a los hermanos en una familia, en una comunidad de amor. Pero damos ahora un paso más. Esa unión nuestra con Cristo es mucho más íntima que lo que puede sugerir la imagen «Pueblo de Dios». Aquella nuestra divinización, de que hablamos al empezar a exponer lo que es la Iglesia, divinización que se realiza por los Sacramentos, supone una union muy íntima con Cristo. Unión que ha quedado plasmada en comparaciones sumamente expresivas de la Sagrada Escritura. Es la imagen o comparación del edificio. Somos como piedras íntimamente trabadas unas con otras y todos formando una sola cosa con Cristo, que es la piedra fundamental del edificio, templo de Dios (Ef 2, 20-21). Hay, finalmente, una imagen más propia, ya que en ella se habla de unión vital. Jesús nos habla de una vid. Los sarmientos se ven en la necesidad vital de participar de la savia de la cepa (Jn 15,5): «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos». Está pues, expuesta bajo múltiples formas esta unión o incorporación nuestra a Cristo, expresiva, vital, sagrada y necesaria si queremos vivir de su vida que es su gracia sobrenatural.

2.- Cuerpo Místico.

Pero aún hay otra imagen que expresa más significativamente esta incorporación. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Cuerpo Místico de Cristo, que no quiere decir falso sino real aunque misterioso.

Va a ser Pablo, principalmente, el que nos guíe a lo largo de este maravilloso adentrarnos en la intimidad de nuestra incorporación a Cristo. Y es que fue Pablo quien personalmente lo descubrió de manera repentina, sorprendente, admirable, el mismo día de su conversión (Hch 9,5). Cristo forma una sola cosa con su Iglesia. Perseguir a su Iglesia es perseguirle a Él. Perseguir a cada uno de los miembros de su Iglesia, es perseguirle a Él mismo. Y esto que nos puede causar alguna extrañeza, es una auténtica realidad. Nos dice San Agustín que en una multitud apiñada, si uno pisa a otro en un pie, es la cabeza la que se vuelve y le dice: «me has pisado». No ha pisado a la cabeza, ha pisado al pie. Sin embargo, la cabeza, por la íntima unión que existe entre todos los miembros, puede decir con toda razón: «me has pisado». Y esta idea de la íntima conexión -cual de cabeza y miembro- que existe entre Cristo y los suyos, es la que Pablo ha descubierto y va desarrollando en todas sus cartas hasta culminar en las de la cautividad.

3.- Cristo Cabeza.

Al hacer Pablo en la carta a los fieles de Colosas la exposición de los títulos que corresponden a Cristo y al ir haciendo enumeración de sus maravillosas prerrogativas, dice que Él es la cabeza del cuerpo, es decir, de la Iglesia (Col 1,18). Es resaltar la dignidad que Cristo ha querido conferir a su Iglesia haciéndola su cuerpo; y por otra parte manifestar que Él ha querido aparecer como la parte de mayor prestancia y de mayor influjo en ese Ser misterioso que Él forma con los suyos. ¡Admirable dignación de Cristo y admirable dignidad de los suyos!

4.- Nosotros miembros de Cristo.

Cristo cabeza, ha de tener también un cuerpo completo. Idea profunda y radiante, que Pablo no duda en proponer con toda plasticidad. Nos dice que Cristo como cabeza que es de la Iglesia tiene que tener sus miembros correspondientes como toda cabeza tiene los suyos propios. Y ese cuerpo del que Cristo es cabeza está formado por muchos y diversos miembros. Y esos miembros somos nosotros (1 Cor 12,12).

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5.- Unión con Cristo.

El formar parte del cuerpo de Cristo, como de todo otro cuerpo, supone una unión de vida con Él. Esta nuestra unión vital con Cristo se inicia en el Bautismo. He aquí la expresión densa de Pablo al decirnos que hemos sido sumergidos en el Espíritu de Cristo, y consiguientemente estamos como empapados en tal Espíritu: «Porque también todos nosotros hemos sido bautizados en un solo Espíritu para constituir un solo cuerpo (1 Cor 12,13a). Leyendo esa frase de Pablo nos damos cuenta de todo el realismo que él ve en ese ser sumergidos en el agua, que es como ser sumergidos en Cristo. El salir de ese agua es salir como vestidos de Cristo y empapados en Él como el alma empapa y penetra y llena nuestro cuerpo. Termina la frase con otra idea, que es la que se refiere a esa fortaleza que bebemos, que recibimos en la Confirmación: «..y todos, ya judíos, ya gentiles, ya siervos, ya libres, hemos bebido del mismo Espíritu» (1 Cor 12,13b). Es un beber a torrentes, es un «abrevarnos», es un embriagarnos con el Espíritu de Cristo, que nos hace fuertes para todas las luchas de la vida: es un arraigarnos más en Él: Nos hace mayores de edad para nuestra vida de cristianos y para nuestro apostolado. Tal es la Confirmación. La vida recibida en el Bautismo, se desarrolla, transforma y robustece mediante una embriaguez del Espíritu de Cristo que recibimos en el Sacramento de la Confirmación. Y esa unión nacida en el Bautismo, incrementada en la Confirmación, se intensifica por la Eucaristía, que es el supremo alimento espiritual. No puede haber expresiones más claras y bellas que las que nos narra Juan, tomadas de la misma boca de Jesús, cuando predice la Eucaristía. Es preciso comer su carne para seguir viviendo. Es preciso comer su carne para poseer vida inmortal. Es preciso comer su carne para vivir constantemente de su vida, injertados en Él. Véanse estas tres ideas, pausadamente en San Juan (Jn 6, 53-56).

6.- Miembros unos de otros.

Pablo está hablando de la sacralidad del cristiano. Está diciéndoles cómo deben abstenerse de todo lo que les envilece, y por consiguiente de la idolatría. Precisamente para remachar en ellos esa idea de sacralidad que es ser cristiano, les dice así: «Os hablo como a discretos, sed vosotros jueces de lo que os digo. ¿Esa copa sagrada que bendecimos no es un beber la sangre de Cristo? ¿Ese pan que nosotros partimos, no es un comer el cuerpo de Cristo?» Y continúa: «Porque el pan es uno, formamos la multitud un solo cuerpo, ya que todos participamos de ese único pan» (1 Cor 10,17). La frase parece oscura, pero en realidad es maravillosa. Si el comer juntos es señal de intimidad, pues no se come con los extraños en la misma mesa. Si el partir entre todos un pan y comer todos del mismo pan es una expresión de esa intimidad, puesto que el pan es en los pueblos mediterráneos centro de la comida, base del alimento. Si, por un imposible, pudiéramos todos, los que comemos juntos, comer simultáneamente el mismo bocado de pan: fácilmente nos creeríamos identificados unos con otros por el hecho de recibir algo idéntico, que se incorpora plenamente a nosotros, y que va a transformar en sí nuestro cuerpo. Pero tal identificación, en ese caso tampoco se daría, puesto que cada uno asimilamos ese bocado de pan de forma distinta, por nuestra virtualidad propia, diversa en cada uno. Eso, sí se realiza en la Eucaristía. Ese bocado de pan, idéntico, que todos simultáneamente comemos, no es asimilado por nosotros, nos asimila a sí mismo. Consiguientemente al ser todos nosotros asimilados por él, al ser todos asimilados por Cristo, formamos una sola cosa con Él. Todos somos Cristo. Quedamos vivificados por Él y unidos a Él. Somos algo suyo, como sus miembros. La razón de esta expresión «miembros» -que al mismo tiempo indica unión y diversidad- es porque seguimos siendo seres vivos diversos (1 Cor 12,14). No perdemos nuestra vida propia. Es la comparación humana más expresiva, más próxima a esa maravillosa realidad que supone nuestra incorporación a Cristo, participando de su vida divina, sin dejar de ser personas individuales cada uno de nosotros. Y consecuencia lógica y humana -tal vez la primera de todas- de ese hecho maravilloso de unión íntima, cual de miembros de un mismo cuerpo, es que el dolor y la alegría deben ser comunes entre nosotros (1 Cor 12,26). ¡Fruición o sufrimientos comunes!

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7.- Nuestra misión de miembros.

Ya que nosotros con Cristo formamos un cuerpo armónico, podemos decir que todos nosotros somos necesarios, pues, un cuerpo no está completo si no posee todos sus miembros. Esta idea la expone también Pablo en este capítulo 12 que estamos tratando. Ningún miembro puede decir a los otros que no los necesita, pues todos estamos tan trabados unos con otros que nos somos mutuamente necesarios (1 Cor 12, 20-22). Y es que Dios quiere valerse de cada uno de nosotros. Es que Dios quiere como necesitarnos a nosotros. Cristo quiere como completarse con nosotros y por nosotros como más adelante diremos. Esto no quiere decir que todos hayamos de tener las mismas funciones. Cada miembro tiene su función especial, que precisamente es en lo que puede servir a los demás. Precisamente la gloria de los miembros es poder cooperar al bien del cuerpo total mediante el servicio que sólo él puede prestar. Esto es lo que nos dice San Pablo (1 Cor 12, 8-11. 27 y 28).

8.- El amor, principio de unidad.

Ahora bien, en medio de esas diversas funciones de cada uno de nosotros, puestos al servicio de los demás, hay un elemento básico, unificador y vital en este cuerpo de Cristo y es el amor, principio de unidad. Ese es el resumen que nos da San Pablo de toda esta bella teoría de miembros, funciones y servicios. Y precisamente es el elemento que eleva a todos ellos. Es el que los dignifica, es el que les da rango, es el que hace que funciones, en sí sin importancia, se eleven a una categoría de paridad con otras de por sí sublimes (1 Cor 12,31 y 13,1ss).

9.- El amor nos comunica la máxima fecundidad.

Y finalmente ese amor que debe impregnar cualquier operación del último de los miembros del Cuerpo Místico, es el que realizará la maravilla de hacerlo colaborador, con Cristo, en la redención universal. Digámoslo así: Es el que hará eficaz hoy, en la Iglesia, la redención de Cristo (Col 1,24).

10.- El Espíritu Santo, alma de la Iglesia.

Ese principio de unidad es realmente el Espíritu Santo. Cristo «nos concedió participar de su Espíritu, quien, siendo uno solo en la Cabeza y en los miembros, de tal modo vivifica todo el cuerpo, lo une y lo mueve, que su oficio pudo ser comparado por los Santos Padres con la función que ejerce el principio de vida o el alma en el cuerpo humano» (LG 7). El Concilio alude a diversos Padres de la Iglesia y cita una idea de Santo Tomás de Aquino: «Así como el cuerpo vive por el alma, así la Iglesia por el Espíritu Santo». Que es lo que lacónicamente afirma San Pablo: «Un Cuerpo y un Espíritu» (Ef 4,4).

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11.- Nuestra vida en Cristo -por la gracia santificante- es obra de la Trinidad.

Hemos sido atraídos a Cristo por el Padre (Jn 6,44) que nos ha predestinado para el amor y nos ha amado gratuitamente en su Hijo querido -«El Amado»- (Ef 1,6).

Por la gracia hemos adquirido la semejanza, el parecido con el Hijo, (Rom 8,29), es decir hemos quedado radiantes en humildad y obediencia a imitación de Cristo (Flp 2,5ss) y finalmente en el amor, como fruto maduro de nuestra imitación de El (1 Jn 3,14b).

Conociendo nosotros el amor del Hijo y correspondido a él, nos hemos visto amados por el Padre (Jn 14,21). Padre e Hijo nos han amado y hecho en nosotros su morada (Jn 14,23). Y así objetos de amor, hemos sido hechos templos del Espíritu, que brota del Padre y del Hijo (1 Cor 3,16).

La vida íntima de Dios, uno y trino, belleza eterna e indestructible y amor indestructible y eterno vive y se desarrolla en nosotros por la infusión de su gracia en nuestras almas. Somos células vivas, bellas y enamoradas, divinizadas en este Cuerpo de Cristo, Dios humanado: Objetos de amor del Padre, con parecido inconfundible al Hijo, inflamados del Espíritu.

12.- Vida infundida en nuestro entendimiento y voluntad por poderes divinizantes que llamamos virtudes teologales.

Y es que en nosotros esa vida se va desarrollando mediante este triple vínculo divino, que, según sus planes admirables, deben unirnos a Dios (1 Cor 13,13).

Hemos aceptado su verdad, en penumbra, casi a oscuras atraídos por su interior y casi imperceptible pero eficaz llamada. Le hemos aceptado y nos hemos fiado plenamente de El. Hemos creído en El, y por El, en todo cuanto El ha querido. Eso es nuestra Fe.

Hemos progresado y nos hemos afianzado en El. Y adivinando, más que viendo, el tesoro insondable de su poder y de su belleza y de su bondad, hemos confiado apasionadamente en El. Hemos esperado -contra toda desesperanza- en El. Eso es nuestra Esperanza.

Y al fin ha brotado impetuoso, ardiente, inextinguible, en nosotros, por pura dignación suya, el amor a El y a cuanto El ama. Eso es nuestra Caridad.

Así mediante las virtudes teologales, que miran a Dios y nos unen con Dios, se ha ido desarrollando y creciendo en nosotros la vida admirable y divina del Dios eterno y único: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Así hemos llegado a ser miembros vivos, maravillados, de ese Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

13.- Cristo ama a su Iglesia.

Cristo ama apasionadamente a su Iglesia. De tal forma que todo otro amor humano, por noble que sea, no es sino un pálido reflejo de este amor de Cristo a su Iglesia. No hay frases más expresivas, en su humana plasticidad, que éstas, con las que Pablo, en su magnífica carta a Efeso, nos describe este amor (Ef 5, 25-27). No se han dicho palabras más vehementes ni más bellas, dentro de su humana crudeza, que éstas de San Pablo referentes al amor de Cristo a los suyos, unidos en su Iglesia. Y en nosotros, como lógica consecuencia, nuestro amor a la Iglesia, debe abarcar todo nuestro ser. Es que todo otro amor en el mundo debe quedar por debajo de esa nuestra adhesión total, a la que no sólo se la llama Cuerpo de Cristo, sino Esposa de Cristo. Por la que Cristo ha dado su sangre y su vida, como entrañablemente amada, precisamente para hacerla eternamente radiante y sin mancha. A Ella, nos dice el Concilio, Dios la «colma de bienes divinos para que tienda y consiga la plenitud de Dios» (Ef 3,19) (LG 7).

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LECCIÓN 9

MARÍA MADRE DE CRISTO Y DE LA IGLESIA.

INTRODUCCION.- Hemos estudiado a grandes rasgos la Iglesia de Cristo. Hemos visto como Cristo la ha creado, la ha organizado y le ha comunicado sus poderes de enseñar, gobernar y especialmente el de santificar. Por último, cómo la ha unido tan íntimamente a Sí y cómo le ha transvasado su Espíritu, que Ella puede llamarse su Esposa y su Cuerpo.

Tras estudiar la Iglesia en esa concepción grandiosa, es espontáneo y natura! estudiar la figura de María. Ella es la parte más eximia de la Iglesia, ella es la obra más acabada de Cristo en este organismo que constituye su Cuerpo Místico. Su figura está tan relacionada con la Iglesia, que algunos pasajes bíblicos no sabe uno si se refieren propia y literalmente a la Iglesia o a María misma (Ap 12, 1ss).

Hay otro motivo también importante para estudiar en este momento la figura de María. Y es ver cómo la Iglesia al ir ahondando en la Sagrada Escritura ha ido descubriendo en ciertos textos bíblicos un fundamento para afirmar los privilegios con que Dios ha enriquecido a su Madre.

La mayoría de las verdades de las que es depositaria la Iglesia, están claramente enumeradas en la Biblia. Pero hay otras que sólo están insinuadas o meramente vislumbradas y, tal vez, sólo en espíritu contenidas. Pero la Iglesia tiene un interés especial en descubrir para ellas, siempre que es posible, un fundamento explícito en la Sagrada Escritura, Palabra inspirada de Dios.

Decimos pues: María Nuestra Señora es la filigrana de Dios en su Iglesia. El Concilio Vaticano II subraya una y otra vez, especialmente en la Constitución Dogmática Luz de las Naciones, la figura admirable de María; y afirma con solemnidad que Ella «es justamente honrada por la Iglesia con un culto especial» (LG 66), porque:

1.- MARIA ES MADRE DE DIOS. Y es que María es la Mujer histórica que ha sido «ensalzada por gracia de Dios, después de su Hijo, por encima de todos los ángeles y de todos los hombres, por ser Madre santísima de Dios» (LG 66).

En efecto, «queriendo Dios infinitamente sabio y misericordioso, llevar a cabo la redención del mundo, al llegar la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo nacido de Mujer... para que recibiéramos la adopción de hijos» (Gal 4,4-5). «El cual por nosotros los hombres y por nuestra salvación, descendió de los cielos y por obra del Espíritu Santo se encarnó de la Virgen María» (LG 52).

Toda la grandeza de esta Mujer arranca de su predestinación a la Maternidad divina, pues... «unida a Jesucristo con un vínculo estrecho e indisoluble, está enriquecida con la suma prerrogativa y dignidad de ser Madre de Dios Hijo, y por eso hija predilecta del Padre y sagrario del Espíritu Santo» (LG 53).

2.- ¿COMO PUEDE SER MARIA MADRE DE DIOS? Razonamos así: María es verdadera Madre de Jesús (Lc 1,31; 2,7-51). Jesús es verdaderamente Dios (se vio al exponer el Evangelio de San Juan). Por tanto María es verdadera Madre de Dios. Y sin embargo, es totalmente verdad que Dios no puede tener padre ni madre, ni causa alguna.

Significado del Misterio: El Hijo o Verbo de Dios, la segunda Persona de la Santísima Trinidad posee la misma e idéntica Naturaleza divina que tienen el Padre y el Espíritu Santo. Pero esa segunda Persona, enviada por el Padre, se encarnó hace ahora 20 siglos en el seno de esta virgen israelita, María, con su pleno consentimiento (Lc 1,26-38). Hubo, pues, entonces una Persona Divina con su Naturaleza divina recibida de Dios Padre, y con una Naturaleza humana asumida de una mujer, madre. De este modo, esa mujer quedó hecha madre de ese Verbo de Dios, no en su Naturaleza divina, sino en la humana, es decir, madre de un ser que es Dios-Hombre. Hombre Dios, hijo del Padre en cuanto Dios, hijo de María en cuanto Hombre, a quien de parte de Dios se le puso el nombre de JESUS («Yavé salva», «Salvador» Mt 1,21; Lc 2,11).

Con todo, esta explicación en la que queda claro en qué sentido llamamos a María Madre de Dios, resulta demasiado abstracta y teológica. La maternidad de María tiene una hondura psicológica y humana más entrañable. Porque Ella dio a su Hijo todo lo que tenía Jesús de Hombre maravilloso: su cuerpo, su salud, su vigor, su hermosura, su equilibrio temperamental, su capacidad intelectual, su rectitud de carácter, su simpatía, su «personalidad»... Hasta el punto de que, por ser hijo virginal, por proceder totalmente de María, Jesús y su Madre se parecían como una gota de agua a otra; podríamos decir: más que madre e hijo semejaban, sin perder ese entrañable vínculo especial, dos hermanos gemelos. Pues, María, Ella sola modeló, hizo a Jesús a «su imagen y semejanza».

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3.- MARÍA FUE PERPETUAMENTE VIRGEN. Dogma de Fe creído en la Iglesia, resulta evidente a quien tiene espíritu verdaderamente cristiano. Y es además evidente a quien lee con atención la Palabra de Dios.

María aparece ante nosotros como una joven, virgen. Mateo introduce a Cristo en el mundo hablándonos de su Madre y nos dice que todo esto fue obra del Espíritu Santo (Mt 1,18). Simultáneamente nos habla del parto virginal. Este hecho maravilloso, que es el pórtico de gloria por el que entra Cristo en el mundo, es a los ojos de Mateo el cumplimiento de una profecía hecha por Isaías 700 años antes de este momento histórico: «He aquí que una virgen concebirá y alumbrará un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que quiere decir Dios con nosotros» (Mt 1,23). El hecho evidente es que Jesús fue concebido por María, sin intervención de José, y esta evidencia nos la da la propia Escritura: este hecho no es sino el cumplimiento de lo predicho tanto tiempo atrás por el profeta (Is 7,14). Con esta explicación y sólo con ella es inteligible la conducta posterior de José que antes se había sentido turbado por las señales que advertía en su esposa. Es evidente, pues, por las Sagradas Escrituras, que Jesús fue concebido virginalmente, que María fue virgen y madre.

Vamos ahora a escuchar al evangelista Lucas, que es quien nos expone desde otro punto de vista, es decir, no desde el punto de vista de José, como nos contó Mateo, sino desde el de María y con una serie de detalles que no nos narró el primer evangelista, el mismo hecho: La Encarnación. Vamos a ver la disposición espiritual de ella y vamos a ser perfectamente lógicos en nuestro discurso posterior.

Lucas nos presenta la escena. Nos habla del ángel que entra a donde estaba María. María está sin duda en oración. El diálogo inicial entre el ángel y María está en esos versículos de Lucas (Lc 1,28-33). Y la respuesta de María a las frases del ángel que la tranquiliza y le dice lo que va a ser su hijo, son las siguientes: «¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón?» (Lc 1,34). María ha entendido claramente la propuesta del ángel. María sabe que se le ofrece ser madre. María sabe que tal hijo ha de ser el Mesías, el llamado hijo de David y también el hijo del Altísimo. Ella que comprende la proposición y que está desposada (los desposorios daban derecho al trato íntimo entre los esposos, aunque la esposa aún no hubiera sido llevada a casa del esposo), ella que estando desposada expone su duda sobre la forma con que se ha de realizar el proyecto, es porque ha resuelto otra cosa muy diversa, y para todo observador imparcial, como para los primeros Padres de la Iglesia, por no citar sino sólo a San Agustín, esta respuesta de María supone una determinación de guardar perpetua virginidad, incluso dentro del matrimonio. Esto ciertamente no ha podido ser sino con el previo consentimiento de su esposo, pero aún así la respuesta no puede tener otra explicación.

Y esto se confirma con la respuesta del ángel: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado hijo de Dios» (Lc 1,35). Es un decir del ángel: no tengas miedo, tu resolución no sufrirá quebranto. Todo será obra misteriosa, admirable, de Dios. Y si esta determinación tuvo María antes de ser consagrada por la presencia de Dios en lo más íntimo de su ser, de una manera física y humana, no podemos pensar que esa determinación, esa resolución sagrada y consagrada por la presencia de Dios hecho hombre en su seno, pudiera ser después revocada, quebrantada. Es pura lógica en el orden espiritual. Es descubrir, en el silencio, el alma que contempla la Sagrada Escritura, la profundidad del contenido de la Palabra de Dios. María es la criatura que siempre ha amado a Dios con «corazón indiviso» (1 Cor 7,32-35).

El hablar de hermanos de Jesús, Primogénito etc., es moverse en ambiente puramente natural y judío, que requiere explicaciones, por otro lado claras y que no son de este momento.

4.- MARIA, INMACULADA. Puede decirse que desde el momento en que se planteó el problema de la gracia, se intuyó en muchos estratos de la Iglesia, y casi con la nitidez con que ahora lo vemos, este privilegio de María. Ya San Agustín en el siglo V -el gran Santo Padre de la gracia- dice al plantearse él la cuestión general: «Por el honor del Señor, no quiero que ni siquiera se mencione a María cuando se trata de pecados». Y es que el cristiano, consciente de lo que supone el pecado por un lado y la dignidad de Madre de Dios por otro, no puede comprender la posibilidad de ambas cosas en la misma persona, María. La Iglesia ha profundizado maravillosamente en los datos de la Sagrada Escritura sobre nuestra Señora. Veamos.

Proto-Evangelio, se ha llamado al primer anuncio de la Redención: «Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer -y entre tu descendencia y la suya -ésta te aplastará la cabeza- y tú le morderás a él el calcañal» (Gén 3,15). Como Eva estuvo tan íntimamente asociada al primer pecado, así lo estará María respecto a la Obra de la Redención. Así lo ha sentido a través de todos los siglos la conciencia de la Iglesia, por boca de los Santos Padres -sus mejores doctores en teología-. Y consecuentemente: María cooperadora con Cristo en la Redención, no podía haber estado inficionada con el pecado.

Pero hay un texto más radiante aún en la Sagrada Escritura respecto a esta excelsitud de María. El evangelista Lucas nos narra la aparición del ángel y las palabras que dirige a María: «Alégrate, llena de gracia...» (Lc 1, 28-33).

En ese conjunto, la salutación «llena de gracia» (el original dice: «rebosante de gracia»), tiene una luminosidad sin comparación. La abundancia de gracia a que se alude, es la que corresponde a la mujer destinada a ser Madre de Dios. Abundancia, pues, sin medida, incomprensible, inimaginable. Penetrando en esa «gracia», en la calidad y cantidad de tal gracia, la Iglesia presintió y descubrió que era incompatible con toda sombra presente o pasada de pecado. Ha sido la mirada limpia y enamorada de los hijos la que ha leído en esos renglones inspirados de San Lucas la inmaculada pureza de su Madre: La única criatura, a los ojos de Dios, «llena siempre de gracia».

Pero hubo hombres insignes en la Iglesia que dudaron en aceptar la Inmaculada Concepción. ¿Por qué? Porque no veían cómo podía compaginarse con el dogma cierto de la Redención Universal por parte de Cristo. Cristo había redimido a todos los hombres. Y no veían cómo María podría haber sido redimida, si no hubiera contraído previamente pecado alguno, ni siquiera el original.

Y aquí aparece -como punto de especial interés- la infalibilidad receptiva de la Iglesia discente. Es lo que insinuamos al hablar del Pueblo de Dios, citando la Constitución Dogmática «Luz de las Naciones» del Concilio Vaticano II: «La totalidad de los fieles... no puede equivocarse cuando cree» (LG 12). Es decir que incluso los simples fieles, en su conjunto, son refractarios al error y en cambio sintonizan con la verdad. Porque el pueblo cristiano tiene el «sensus fidei» -el sentido de la Fe- que en castellano podríamos decir: el «instinto» de la Fe. El pueblo cristiano en su conjunto lo posee íntima y gozosamente. Porque también en él mora el Espíritu Santo que es el Espíritu de la Verdad (Jn 14,17). En fin, el pueblo bueno, adherido a Cristo, no sabía explicar el «cómo»; sin embargo estaba seguro de que la sola idea de pecado repugnaba en todo momento a la que había sido designada desde la eternidad para ser Madre de Dios.

La explicación diáfana la encontró la teología. Fue solución dada por la escuela teológica franciscana. El privilegio de María caía plenamente dentro del hecho redentor de Cristo. Ella fue objeto de la Redención, pero de una redención aún más plena que la que experimentamos todos los demás seres humanos. No fue librada como los demás seres del pecado contraído ya, sino que en atención a los méritos de Cristo, previstos para Ella, quedó exenta de incurrir en el pecado original como correspondía a su naturaleza.

Así que de no haberse dado la Redención de Cristo, Ella hubiera sido concebida con pecado original. En la bula dogmática «Ineffabilis Deus», por la que Pío IX el 8 de diciembre de 1854 declaró ser dogma de fe, divinamente revelado, el hecho de la Concepción Inmaculada de María, se dice así textualmente: «Para honor de la santa e indivisa Trinidad, para gloria y ornamento de la Virgen Madre de Dios, para exaltación de la fe católica y acrecentamiento de la religión cristiana; con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados Apóstoles Pedro y Pablo, y con la nuestra: declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús, Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles» (Magisterio de la Iglesia n° 1641).

Venía, pues, la Iglesia a dar la razón al pueblo frente a aquellos teólogos insignes que, con la mejor buena fe, negaban a María este privilegio. Y la Iglesia para esta definición buscaba y encontraba luz en esos textos radiantes de la Sagrada Escritura, que hacen adivinar una incomparable abundancia de gracia en el alma predestinada de Nuestra Señora, «la llena de gracia».

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5.- ASUNCION DE MARIA. La no corrupción del cuerpo de Nuestra Señora y su Resurrección anticipada y subida al cielo es otra consecuencia también de la Maternidad divina.

La muerte es castigo del pecado. Pero Jesús murió por los pecados; y su Madre había de acompañarle también en ese trance. Pero la corrupción, que es consecuencia inmediata de la muerte, demostración tangible de los efectos del pecado, ni la sufrió Cristo en su Cuerpo ni la había de sufrir su Madre, semejante a El en la exención de la culpa.

Es consecuencia lógica de ese haber estado poseída Nuestra Señora desde el primer momento de su existencia por una gracia abundantísima y una presencia cada vez más íntima de Dios, en su cuerpo y en su alma.

La Iglesia sin duda lo recibió así de los Apóstoles, pues desde remotísima antigüedad se conmemoró con alegría esta fiesta. La creencia en la Asunción de María tiene señales aún más claras de antigüedad en la Iglesia que el mismo dogma de la Inmaculada Concepción. No sólo en los documentos de los primeros siglos, sino en los grandes templos dedicados a conmemorar el hecho: Dos insignes catedrales de España, Burgos y Toledo, del tiempo de Fernando III el Santo, están dedicadas a la Asunción de Nuestra Señora.

Esta creencia universal de la Iglesia, que es incompatible con el error, dada la presencia del Espíritu Santo en ella, fue definida Dogma de Fe en 1950 por S.S. Pío XII. El privilegio de la Asunción ha de entenderse como incorrupción y resurrección anticipada, análogas a las de Cristo.

Este es el enfoque que da al dogma el Papa Pío XII en la Bula de la definición (Munificentissimus Deus - 1 nov. 1950 - Magisterio de la Iglesia n ° 2.331-2.333). María, enemiga de Satanás con su Hijo, participa eminentemente de la victoria de Este, como nueva Eva con el nuevo Adán. La muerte y la corrupción eran consecuencia de la derrota del primer Adán por el pecado. Luego María, que, como su Hijo, nunca tuvo pecado, triunfó de la muerte como triunfó su Hijo: Por una resurrección anticipada.

6.- MISION DE MARIA EN LA OBRA DE LA SALVACION. «Cooperó en forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad, con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas. Por eso es nuestra madre en el orden de la gracia» (LG 61).

María fue el instrumento dulcísimo utilizado por Dios para humanizar al Verbo y para divinizar a los hombres. Ella cooperó libre y amorosamente a esta obra salvadora. La Iglesia «es Casa de Dios en la que habita la Familia de Dios, cuya Madre es María. La madre en una familia tiene tres cometidos:

ser esposa de su esposo;

ser madre de sus hijos;

cuidar de todos los que de algún modo pertenecen a la familia».

«María fue dulce esposa virginal de José, pero sobre todo es «Esposa» del Espíritu Santo, Vivificador de la Iglesia; es Madre de Cristo y de los cristianos: de Cristo físicamente, de los cristianos espiritualmente; y cuida de todos con cariño maternal».

«Con esta noción se salva a la vez la inmanencia de María en la Iglesia -porque la madre pertenece a la familia- y la transcendencia, porque la madre forma parte de la familia, no como hija sino en un sentido superior» (Mons. Granados, El Misterio de la Iglesia en el Vat. II)».

7.- LA VIRGEN Y LA IGLESIA. María es el tipo, o sea, en lenguaje arquitectónico, como la maqueta de la Iglesia. Dios, al crear la Iglesia, obró como el arquitecto que construye antes la maqueta de la catedral que va a levantar. La Virgen fue creada también antes como modelo del grandioso edificio místico-social que denominamos Iglesia (LG 63-65). La Iglesia es el Cristo Místico o Plenitud de Cristo; es la que realiza, aplicándola a través del tiempo y del espacio, la obra salvadora de Jesús y aún de toda la Trinidad, haciendo presente a los hombres de todos los tiempos a Cristo ya invisible, e incluso a la invisible Trinidad divina.

«Pero mientras la Iglesia ha alcanzado en la Virgen la perfección, en virtud de la cual no tiene mancha ni arruga, los fieles luchan todavía por crecer en santidad, venciendo enteramente al pecado, y por eso levantan los ojos a María que resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de elegidos» (LG 65).

CONSECUENCIA FINAL: MARIA, DIGNA DE UN CULTO ESPECIAL. Como conclusión diremos que María, por su puesto especialísimo en la Obra total de Dios, por encima de todos los ángeles y de todos los hombres, tiene derecho a un culto enteramente especial. Es criatura única: Madre de Dios.

Ella misma en medio de su inmensa humildad, pero conocedora de la obra bellísima que Dios había empezado y seguía realizando en su ser, predijo en un momento de exaltación: «Me llamarán Bienaventurada todas las generaciones» (Lc 1,48).

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LECCION 10

EL CUERPO DE CRISTO

INTRODUCCION.- La Eucaristía es el corazón de la Iglesia. Por ser presencia real y continua de Cristo entre nosotros. Y por ser ofrecimiento renovado del sacrificio de Cristo por nosotros.

El católico se siente plena y eternamente joven, porque la Eucaristía -Cuerpo de Cristo glorioso- es alimento de inmortalidad.

1.- EUCARISTIA

La palabra en sí, significa «acción de gracias», y los primeros cristianos la utilizaron para denominar las reuniones en que «en memoria de Jesús» (Lc 22,19) como El había pedido, participaban del mismo pan (1 Cor 10,17). Todo esto puede parecernos sencillo en apariencia. En realidad encierra una hondura y dulzura excepcional. Quizá en este rato de intimidad fraternal podamos expresar algo de lo que significa este gran misterio.

2.- EN EL ANTIGUO TESTAMENTO - EUCARISTIA Y SACRIFICIO

Cuando el hombre quería dar gracias a Dios y expresarle su amor y su arrepentimiento por el pecado, le hacía una ofrenda. Esta consistía en algo querido y necesario para él (animal doméstico, pan y vino...) que por serlo, expresaba su deseo de entregar a Dios su propia persona. La ofrenda se separaba de toda finalidad profana, se hacía sagrada, se «sacri-ficaba».

Hay en el Antiguo Testamento muchas ocasiones en que vemos que aquellos sacrificios servían además para sellar un pacto o una alianza con Dios. Tomemos como ejemplo y como prototipo el más famoso, aquel que sirvió para sellar la Alianza del Sinaí (Ex 24, 4-8). Por la sangre derramada aquí, después de la lectura de la Ley, Dios aceptaba a Israel como su pueblo, y éste se comprometía a obedecerle en todo. La sangre, que suponía sacrificio de seres vivos, sellaba el pacto.

Por último, aquellos que unidos hacían su ofrenda y la sacrificaban, expresaban de ese modo su fe común en Yavé y su unidad como pueblo.

3.- EN EL NUEVO TESTAMENTO - ANUNCIO

Pero Cristo vino al mundo. Y celebró una Eucaristía trascendente y universal. Tanto El como los Apóstoles, como buenos judíos, conocían y renovaban, según las costumbres de su pueblo, la alianza con Dios. Pero Jesús, poco a poco, fue preparando a los suyos para lo que tenía pensado realizar en su momento. Tomemos el capítulo 6 del Evangelio de Juan, y leamos lo que ocurre en la sinagoga de Cafarnaún. Juan tiene interés en preparar nuestro espíritu para la aceptación de esta verdad, de la misma forma que Cristo pretendió preparar el espíritu de los suyos para el descubrimiento de este proyecto de amor. Al principio (v. 1-15) nos narra el hecho de la multiplicación de los panes, que es un milagro de bondad. A partir del versículo 16 nos expone aquel prodigio de poder, que es el milagro de andar sobre las aguas. Amor y poder serían los dos atributos que Cristo había de emplear principalmente en este misterio de la Eucaristía. En ese ambiente, Cristo habla a los suyos (v.25ss) procurando despertar en ellos una profunda e inconmovible fe en su persona y en sus palabras. Al final de esta exposición, que va en «crescendo», es cuando Cristo les habla con toda claridad de lo que ha de ser la Eucaristía (v.51ss). Les dice «el pan que Yo daré es mi carne, vida del mundo». Y ante esta declaración rotunda surge la oposición entre los oyentes. «Disputaban entre sí los judíos...» La postura de Cristo en ese momento es de reafirmación en lo que acaba de decir. «En verdad, en verdad os digo...» (v.53). Y por ocho veces reitera la palabra carne o sangre aseverando que se refiere a una insoslayable realidad.

Este anuncio es de tal nitidez, las palabras son tan tajantes, las formas de expresión son tan claras, que no pueden dejar el menor resquicio a la duda. Prueba de ello es que bastantes de sus oyentes, incluso acostumbrados al estilo oriental de oratoria, entienden en su pleno significado estas palabras, y, pareciéndoles absurdas, le abandonan (v.66). La fe radiante de Pedro, portavoz del grupo apostólico, se sobrepone a esta dura prueba (v.68).

Era la primavera, estaban junto al lago, el entusiasmo de las gentes hacia Jesús, que en ritmo acelerado iba ardientemente tejiéndose junto a su persona, parece empezar a declinar en Galilea con esta clara manifestación de Jesús. Lo interesante para nosotros es comprobar que Cristo ha hablado en la lejana Galilea y junto al lago, mucho antes de la Ultima Cena, de la Eucaristía.

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4.- LA ULTIMA CENA

En la última noche, Jesucristo reunió a los suyos y cenó con ellos. Había comido con ellos otras muchas veces, pero aquella ocasión, por los inminentes acontecimientos que se aproximaban, por el especial estado de ánimo del Maestro y por la solemnidad que dio a sus actos y a sus palabras, quedó grabada para siempre en la memoria de los Apóstoles.

Los Evangelios sinópticos nos relatan lo ocurrido en unas cuantas líneas y se refieren naturalmente al hecho mismo de la institución de la Eucaristía en que Jesús utiliza el pan y el vino que había sobre la mesa. Sin embargo, Juan dedica nada menos que cinco capítulos (13-17) a la Última Cena, y en aquel marco de unión y amistad entrañables, coloca la situación emocional de Jesús al instituir la Eucaristía. Es precisamente un autor protestante el que nos afirma que, sin nombrarla Juan en estos cinco capítulos, la Eucaristía está latiendo claramente en todo este íntimo acontecimiento. En efecto, allí encuadrada, es donde convenía ser testigo del lavatorio de los pies, oír la alegoría de la vid y los sarmientos, escuchar la promesa del Espíritu y las palabras de alegría y de tristeza que pronunció Jesús. Y sobre todo, contemplar todo el amor que Él sintió y quiso hacer sentir a los hombres.

5.- SACRIFICIO

Fue aquella una comida inolvidable, símbolo de muchas cosas. Era la última y máxima celebración oficial del sacrificio simbólico y comida del cordero y era también la expresión de una nueva alianza con Dios con la ofrenda de un cuerpo y una sangre sacrifícales (Lc 22, 19-20). Todo lo anterior ya no tiene sentido. Desde ahora, el lazo auténtico de unión con Dios, es Cristo: Cordero inmolado y dado en alimento para salvación y vida del mundo. Cronológicamente el primer autor inspirado que escribió sobre este hecho, sobre la institución de la Eucaristía, fue San Pablo. Veamos: «Porque yo he recibido del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús tomó pan, y habiendo dado gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo que se da por vosotros... Este Cáliz es el Nuevo Testamento en mi sangre... Porque cuantas veces coméis este pan y bebéis el cáliz anunciais la muerte del Señor, hasta que venga» (1 Cor 11, 23-26). Esto lo escribe S. Pablo el año 54 o 55 a los fieles de Corinto.

Según San Pablo, Jesucristo: a) da a comer su cuerpo, que ofrece por ellos en sacrificio («que se da por vosotros» v.24); b) da a beber su sangre, que ofrece por ellos en sacrificio (v.25). Este ofrecimiento lo hace por separado, para expresar más al vivo la inmolación; c) esto lo hace para inaugurar la nueva Alianza o Testamento (v.25), como también con sacrificio fue inaugurada la Antigua Alianza (Ex. 24,8); d) el sentido global de la frase última indica la realidad del sacrificio: «Cuantas veces coméis-bebéis-anunciáis». Es decir: Este comer y beber es anunciar. Que es como decir, estáis conmemorando, estáis representando; mejor, estáis reproduciendo la muerte del Señor.

Incidental, pero claramente, aparece la misma idea de sacrificio en otros pasajes de San Pablo: «El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo...? ¿No están en comunión con el altar los que comen de las víctimas...? Pero lo que inmolan los gentiles, a los demonios lo inmolan y no a Dios. Y yo no quiero que tengáis comunión con los demonios. No podéis beber el cáliz del Señor y el del demonio. No podéis participar de la mesa del Señor y de la de los demonios» (1 Cor 10, 16,18,20-21).

Contraponiendo sacrificio con sacrificio, altar con altar y mesa con mesa, nos enseña San Pablo que, como son verdaderos los sacrificios de los paganos (aunque ofrecidos a los demonios), así es verdadero sacrificio el del pan y cáliz de los cristianos en la mesa del Señor.

Pero aún podemos descubrir matices insospechados en las mismas palabras con que Cristo realiza la Eucaristía. Lucas el investigador cuidadoso de cuanto a Cristo se refiere (Lc 1,3), que tantos años ha celebrado junto a Pablo la Eucaristía, matiza las palabras de Cristo en la Ultima Cena y en ellas encontramos claramente el carácter sacrifical. «Esto es mi cuerpo entregado por vosotros..., mi sangre derramada por vosotros». Cuerpo entregado..., sangre derramada. (Lc 22,19ss). Nuestra mentalidad occidental fácilmente divide unos hechos, que en la mente de Cristo y en el ambiente de la época no son sino una sola cosa. La cena para Cristo es un empezar la pasión. Ha empezado a ser entregado el cuerpo y ha empezado a ser derramada la sangre. Si penetramos un poco en la concepción popular de los orientales, no nos parecerá tan inverosímil lo que estamos diciendo. Por parte de Cristo su cuerpo ya ha sido entregado, su sangre ya está siendo derramada. Los hechos que han de seguir después no han de ser sino una culminación del drama. Un llevar hasta el fin esto que está empezando ahora. El dispositivo ha sido puesto en marcha. Pensémoslo y procuremos ponernos en la mentalidad de estos pueblos orientales y descubriremos que no es tan extraño lo que decimos.

Y desde luego para todos los cristianos de los primeros siglos la Misa es «sacrificio».

Los documentos históricos de los siglos I y II (Didajé, Justino, Ireneo...) nos afirman rotunda e insistentemente dos cosas: 1a, la Misa es sacrificio; 2°, la Misa es el cumplimiento de la profecía de Malaquías: «...desde el levante del sol hasta su ocaso grande es mi Nombre entre los pueblos. Y en todo lugar ha de sacrificarse, ha de ofrecerse a mi Nombre; y ha de ser una oblación pura; pues grande es mi Nombre entre los pueblos, dice Yavé de los Ejércitos» (Mal 1,11).

Consecuencia: Los primeros escritos canónicos (San Pablo) y los autores cristianos de los siglos I y II están completamente de acuerdo con la doctrina católica del siglo XX: «La Misa es el Sacrificio del Cuerpo y de la Sangre de Cristo bajo las apariencias de pan y vino.»

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6.- COMUNIÓN

A los hombres de hoy, lo que verdaderamente nos conmueve en aquella cena, es el amor que lo impregnaba todo. En primer lugar, el amor de Cristo a los suyos. El sabía que iba a morir, y no quería morir en su recuerdo. Como ningún ser humano quiere morir en el recuerdo de personas queridas. Y por eso dijo: «Haced esto en memoria mía». Con palabras de hoy diríamos: «Haced esto para no olvidaros de Mí». No quería que le olvidasen. Quería quedarse con ellos, con nosotros. Conviene leer despacio los cinco capítulos de Juan, de que hablábamos antes (13-17), para comprobar una vez más las cosas que aquel Hombre, que era Dios, dijo y repitió a sus amigos. (Aquí se pueden elegir textos o pasajes, según la preferencia de cada uno. Por ejemplo: 13, 33-35; 14,1-3; 14, 18-21; 15, 1-5; 15, 18-20; 16, 20-22; 17, 20-24).

Pero no es solamente esto lo que llama la atención. Allí están los Apóstoles, los amigos. Porque son hombres como nosotros, podemos comprender su estado de ánimo. Están tristes, sobrecogidos, llenos de humano cariño y de misteriosa veneración hacia su Señor. Están unidos con El, y entre sí, en El. El les ha dicho: «Tomad y comed, esto es mi cuerpo». Y ellos han comido, han participado, se han hecho un solo cuerpo con Cristo y entre sí.

Este aspecto de com-unión en la Eucaristía, es lo que hoy subrayan los hombres. Esto es, sobre todo, lo que buscan y lo que encuentran en la comunión del Cuerpo de Cristo. Y El ha hablado con una nitidez, con una profundidad, con una sublimidad asombrosas. Veamos sus efectos. Como sacramento de amor por parte de Cristo, su efecto primero y principal es nuestra unión con El. Vamos a citar frases de Jesús que denotan bien a las claras esta su intención. No hay unión más estrecha que la que se da entre el alimento y la persona que lo recibe. Si Jesús utilizó esta manera maravillosa de incorporarse a nosotros (mejor dicho, de incorporarnos a El) es precisamente porque quiere ver en este hecho externo el significado profundo que da a este Sacramento. En el capítulo 6 del Evangelio de Juan, citado anteriormente, para demostrar su presencia verdadera en la Eucaristía, tenemos frases luminosas de Jesús, respecto a esta unión nuestra con El en lo que llamamos Eucaristía. «El que come mi carne y bebe mi sangre se queda en Mí y Yo me quedo en él» (v.56). Es un quedarnos adheridos a El como aparentemente queda el alimento adherido e incrustado en nosotros. Y lo vuelve a reiterar Jesús en su frase siguiente: «Así como me envió mi Padre viviente y Yo vivo por mi Padre, así también el que me come a Mí, vivirá por Mí» (v.57). Mantendremos nuestra vida, precisamente, por tener en nosotros el cuerpo de Jesús. Mantendremos una vida radiante, por poseer en nosotros el cuerpo radiante y glorificado de Cristo. Y esa vida será una vida inmortal, sin peligro de vejez ni de muerte: «El que come este pan vivirá para siempre» (v.58).

La Eucaristía es también Sacramento de unión entre todos los hermanos, entre todos los que somos miembros de este mismo cuerpo místico de Cristo. La idea la hemos visto al exponer nuestra mutua unión en el cuerpo místico. La cita es de San Pablo escribiendo a sus fieles de Corinto (1 Cor 10,17). El que todos comamos al mismo tiempo el mismo bocado de pan, pan que no es asimilado por nosotros sino que nos asimila a Sí. Que nos junta a todos con El y que nos hace a todos nosotros los que le comemos una sola cosa con El. Esa virtualidad del cuerpo de Cristo de transformarnos en El y esa unión recíproca que realiza en nosotros y con El es la que de manera tan gráfica y rotunda afirma San Pablo. Es el maravilloso efecto de la Eucaristía.

7.- LA MISA

Después de Pentecostés, los discípulos de Jesús hicieron como El les había pedido. Se reunieron con frecuencia en una comida eucarística, partieron el pan y comieron todos de él. Y por el sentimiento que presidía aquellas reuniones, se les dio el nombre de «Agape», que en griego quiere decir Amor.

En el libro de los Hechos de los Apóstoles tenemos referencias a estas «cenas del Señor» (Hech 2,42 y 46). Y también en las cartas de San Pablo, como ya hemos visto. Y de los tiempos postapostólicos, hay descripciones detalladas, como la de Justino el filósofo mártir, de mitad del siglo segundo. De él transcribimos estas expresivas palabras:

«A este alimento llamamos Eucaristía. A nadie se admite en ella si no cree en la verdad de la doctrina y no ha sido bautizado para la remisión de los pecados y la regeneración; si, finalmente, no vive como Cristo manda. Porque no tomamos nosotros estas cosas como pan común ni como bebida común; sino que como Jesucristo nuestro Salvador, hecho carne por la palabra de Dios, tuvo carne y sangre para nuestra salvación; así hemos aprendido que este alimento sobre el que se han dado gracias con una oración que contiene las mismas palabras de El (Jesús) y del que nuestra carne y sangre por mutación se alimenta, es el Cuerpo y la Sangre de Jesús encarnado...»

Después los fieles aumentaron en número; el Cristianismo llegó a los confines del mundo occidental; se construyeron iglesias y catedrales en sustitución de las casas de familia primitivas; se fijaron oraciones y fórmulas; y se implantó el latín como idioma litúrgico, lo cual, si bien daba a la misa una clara universalidad, dificultaba la participación del pueblo.

Hoy la liturgia se ha adaptado a la situación de nuestro tiempo, y todo cristiano es consciente de que él forma parte de lo que está sucediendo. En el aspecto sacrifical de la Eucaristía, allí está la misma víctima, Cristo y un hombre con poderes de Cristo que la ofrece en su nombre. Y otros hombres que la ofrecen, junto con El. Y Dios, que la acepta. Y en el aspecto comunitario, allí está el «Pan» que une con Cristo («El que come mi carne y bebe mi sangre está en Mí y yo en él» Jn 6,56), y que une a los hombres entre sí.

Esto, y no otra cosa, es la Misa, independientemente de las fórmulas rituales, que pueden cambiar, según las épocas y las mentalidades. Lo esencial es que la comunidad eclesial presidida por un representante personal de Cristo, escucha la Palabra (lecturas de la Biblia), se une en la profesión de fe (Credo recitado en común), hace la ofrenda símbolo de su vida (Ofertorio), que transformada en el Cuerpo y Sangre de Cristo (Consagración) recibe como Pan de vida y Cáliz de amor (Comunión).

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8.- LA MISA HOY

Pero veamos un tanto ampliadas estas ideas: Nuestra Misa como la de los Apóstoles contiene dos partes principales:

LITURGIA DE LA PALABRA.- La primera parte de nuestra misa actual es un compendio de lo que se hacía en la Sinagoga, de donde nació la Iglesia, y lo que las primeras comunidades cristianas realizaban, aun cuando ya se habían desgajado de la Sinagoga. Es un conjunto de lecturas bíblicas, es un conjunto de oraciones que brotan de la contemplación de tales pasajes bíblicos. Es Dios hablando al hombre con palabras inspiradas por El. Es el hombre respondiendo a Dios con palabras tomadas, en general, de la Sagrada Escritura. Y es el hombre formulando al Padre sus más íntimos sentimientos y deseos. Ese conjunto de lecturas y oraciones queda sellado con la profesión de fe, expresión de nuestra total adhesión intelectual y afectiva a las enseñanzas de Cristo que recibimos de mano de la Iglesia.

LITURGIA DEL SACRIFICIO.- Consta de tres partes principales: Presentación de las ofrendas, Consagración y Comunión. En la «Presentación de las ofrendas» el hombre pone sobre el altar lo que es símbolo de su vida. En estos países mediterráneos el pan y el vino formaban la base del alimento popular. De ahí que en el pan y el vino, símbolo de la vida humana, el hombre ofrezca a Dios algo suyo, algo ganado con sus sudores y en lo que sintetiza todo su ser.

La parte central de la Misa llamada «Canon» es la gran oración, inalterada durante tantos siglos, y que aún en sus variantes actuales contiene los mismos rasgos esenciales antiguos, encierra ese momento sublime en que un hombre, delegado de la Iglesia y consagrado en el nombre de Cristo, repite sus mismas palabras. Es el momento en que, actuando en nombre de Cristo, transforma la ofrenda del hombre en el Cuerpo y la Sangre del Señor, renovando así el sacrificio mismo de Jesús.

«Comunión». Con la participación del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, como habitualmente se hacía antiguamente en los sacrificios, se cierra el círculo y se asocia el cristiano plenamente al sacrificio del Señor. Dios devuelve al hombre su ofrenda divinizada. Así se realiza la unión con El, prometida por Cristo: «El que come mi carne y bebe mi sangre se queda en Mí y Yo me quedo en él» (Jn 6,56).

Por medio de la Eucaristía Cristo-Dios está físicamente en el mundo de los hombres y entre los hombres. Y en su Cuerpo y en su Sangre, a diario, renueva su sacrificio al Padre por todos y cada uno de nosotros.

El, que es amor por naturaleza (1 Jn 4,8), intenta día a día inocularse en nuestro ser, a fin de realizar la verdadera unión consigo y entre todos los miembros de su cuerpo místico y procurar así el desarrollo completo de este mismo cuerpo, precisamente en lo que constituye la esencia de su vida y fortaleza, que es la verdad y el amor (Ef 4, 15-16).

LECCION 11

LA PALABRA DE CRISTO

INTRODUCCIÓN.- A lo largo de todas estas lecciones hemos utilizado la Palabra de Dios. Ahora vamos a ver, -bajo el Magisterio autorizado de la Iglesia- el valor divino de esa Palabra, escrita, del Señor.

Palabra que es medio excepcional «para mantener viva nuestra esperanza» como diría San Pablo. Palabra conservada «para nuestra enseñanza y consuelo» (Rom 15,4).

1.- CUERPO Y PALABRA DE CRISTO

Después de tratar de la presencia viva de Cristo entre nosotros en la Eucaristía, trataremos ahora de la presencia viva de su Palabra entre nosotros en la Biblia. El Cristo pleno lo componen la Eucaristía y la Escritura. El Cuerpo de Cristo y la Palabra de Cristo. Alimentados e iluminados por esta doble presencia, quedamos capacitados para vivir identificados con Cristo y para servir al mismo Cristo, presente en nuestros hermanos (Mt 25, 41-46). Ahora entendemos la idea de San Jerónimo, el gran estudioso de la Biblia en la antigüedad cristiana: «Desconocer la Biblia, es desconocer a Cristo».

2.- HERENCIA DE ISRAEL

La Iglesia, heredera de la sinagoga, recogió los libros sagrados que constituían las Escrituras de Israel, es decir, lo que ahora llamamos Antiguo Testamento, por ser expresión inspirada de la Alianza o Testamento, que Dios realizó primero con los Patriarcas y después con el pueblo de Israel en el Sinaí. Toda la experiencia religiosa de Israel, gira en torno de esta Alianza. Todas las páginas de los libros del Antiguo Testamento, que recogen esta experiencia religiosa -leyes, profecías, historia, consejos de los sabios- nos muestran la acción de Dios invitando a su pueblo, Israel, a vivir las exigencias de la Alianza y los esfuerzos de Israel o sus grandes fallos en corresponder a Yavé, su Dios.

3.- TRADUCCIÓN GRIEGA USADA POR LOS APOSTOLES

Los Apóstoles en su predicación a través del mundo greco-romano emplearon en las comunidades judías, como argumento fundamental, la Palabra de Dios contenida en los libros inspirados del Antiguo Testamento. Es de sobra conocido el hecho de que se valieron en esta predicación de la traducción griega del Antiguo Testamento llamada de los Setenta. Porque, incluso los judíos dispersos en el mundo romano, desconocían el antiguo hebreo. Puede verse por ejemplo alguna cita bíblica, como la frase aducida por San Pedro, el mismo día de Pentecostés, ante sus numerosos oyentes citando el salmo 16..«... ni permitirás que tu santo experimente la corrupción», que evidentemente está tomada de la traducción de los Setenta y no del original hebreo, que en vez de «corrupción» dice «tumba». Ese uso que hicieron los Apóstoles de la traducción de los Setenta y de los libros en ella contenidos, es lo que movió a la Iglesia a aceptarlos en su Canon de los Libros inspirados. Si los Apóstoles los utilizaron como inspirados, ¿cómo no los utilizaría la Iglesia?

4.- CRISTO UTILIZO LOS LIBROS SAGRADOS DEL ANTIGUO TESTAMENTO

Es Lucas el que tiene particular interés en presentarnos a Jesús predicando en la sinagoga de su pueblo, Nazaret, y exponiendo el impresionante pasaje del profeta Isaías sobre el amor de Dios a los pobres (Lc 4, l6ss). El uso y el aprecio que Cristo hizo de estos libros, siguiendo la tradición de su pueblo, quedó profundamente grabado en la mente de sus discípulos. Especialmente, nos refiere San Lucas, cómo en una ocasión, Jesucristo, ya resucitado, fue haciéndoles ver cuanto en estos libros se refería a El (Lc 24,27). Los Apóstoles no hicieron sino ser fieles a este aprecio y a este amor de su Maestro.

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5.- LA IGLESIA AÑADE A LA BIBLIA LOS LIBROS DEL NUEVO TESTAMENTO

A esos 46 libros, que componen la Biblia utilizada por los Apóstoles; libros recibidos por ellos en griego del Pueblo de Israel disperso en el mundo pagano, la Iglesia ha unido otros 27 escritos posteriores a Cristo. Los llamamos Nuevo Testamento, por ser expresión «inspirada» de la Nueva Alianza, superior a la Sinaítica. Alianza que Dios realizó con los hombres por el sacrificio de Jesucristo. La Iglesia -guiada por el Espíritu Santo- fue separando los libros del Nuevo Testamento inspirados por Dios, de aquellos otros que no lo son y que llamamos apócrifos. Los Apóstoles, como los demás hombres de su raza, llamaron «Libros Santos» a los escritos del Antiguo Testamento. Al ampliarse el número de éstos, con los escritos inspirados posteriores a Cristo, siguió el conjunto llamándose con el mismo nombre. El título algo tardío, que finalmente se ha impuesto de «La Biblia» -plural de la palabra «biblion», libro- equivale a decir, «los libros» por excelencia, «La Biblioteca» sagrada, «Las Obras completas de Dios».

6.- EL AUTOR DE LA BIBLIA

El verdadero autor de la Biblia es Dios. Cierto, que han sido redactados materialmente por escritores humanos. Pero Dios es el autor principal, puesto que El «los ha inspirado».

En el momento de este estudio en que nos encontramos, podemos ya decir que la Iglesia, Esposa de Cristo, es la que autoritativamente -con el poder recibido de Jesús- nos dice qué libros de la Biblia están inspirados por Dios. El Concilio Vaticano I definió solemnemente: «La Iglesia tiene estos libros como sagrados y canónicos... porque habiendo sido escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor» (Magisterio de la Iglesia N° 1787). Idea que ha hecho suya el Concilio Vaticano II (DV 11). Decimos que esa característica de la inspiración divina la poseen ciertos libros. La inspiración divina de la Biblia la conocemos con toda certeza por el Magisterio infalible de la Iglesia. Y una vez reconocida la autoridad de estos libros por el testimonio de la Iglesia, nos complace ver afirmada la misma idea en las líneas de la Biblia: «... toda Escritura está divinamente inspirada... » (2 Tim 3,16). Pero digamos dos palabras sobre:

7.- EL CANON DE LOS LIBROS INSPIRADOS

El Canon o lista de los libros inspirados ha sido determinado por la Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, Espíritu de la verdad. Ya hemos indicado, aunque de pasada, la idea fundamental del conjunto de libros o Canon del Antiguo Testamento. De ese número de escritos que están en la Biblia griega utilizada por los Apóstoles (pues el canon de Jerusalén en tiempo de Cristo lo ignoramos hoy), judíos y protestantes no admiten 7 libros como inspirados. Son los que los católicos llamamos deuterocanónicos, (Tobías, Judit, los dos de los Macabeos, Sabiduría, Eclesiástico y Baruc; más algunos pasajes de otros dos: Ester y Daniel).

El Canon del Nuevo Testamento, tras varias alternativas de Iglesias particulares, debidas principalmente a las diversas localidades en que fueron escritos los libros y a la aparición de otros escritos contemporáneos venerables o a la aparición posterior de escritos subrepticios, terminó por imponerse con bastante claridad, casi espontáneamente, en la mayor parte de la Iglesia. Ya aparece nuestro Canon completo a fines del siglo IV, en los Concilios del Norte de Africa y en el Concilio Romano bajo San Dámaso en el año 382. De cualquier forma, hoy todos los cristianos aceptan y utilizan el Canon del Nuevo Testamento tal como lo definió la Iglesia Católica.

8.- INSPIRACIÓN DE LA BIBLIA

Del hecho mismo de ser Dios autor de la Biblia, se desprende evidentemente que tales libros expresan el pensamiento de Dios. Eso quiere decir «Inspirados»: que están como «sugeridos» por el mismo Dios. Los elementos que componen la inspiración están perfectamente detallados por el Papa León XIII en su Encíclica «Providentíssimus Deus». «El mismo Dios con virtud sobrenatural de tal manera los excitó y movió a escribir (a los hagiógrafos), de tal manera los asistió mientras escribían, que todas y solas las cosas que El mandó, concibieron rectamente con el entendimiento y quisieron escribir fielmente y expresaron aptamente con verdad infalible. De otra suerte no sería El mismo el autor de toda la Sagrada Escritura». (Magisterio de la Iglesia N° 1952).

Así pues, la inspiración consiste en una asistencia de Dios para que:

1) El hombre conciba rectamente lo que El quiere expresar.
2) Quiera libremente escribirlo.
3) En el acto material de escribir lo haga sin ningún error.

Supone, pues, una iluminación del entendimiento, una moción de la voluntad y una asistencia en la redacción. Con esta triple acción de Dios, que obtiene su fin de modo infalible, podemos decir con pleno derecho que Dios es quien escribe la Biblia. Y, por otra parte, queda a salvo el papel secundario, pero activo, del escritor sagrado.

Desde luego no se puede atribuir una parte de la Biblia a Dios y otra al hombre. Toda es de Dios; y en toda ha dejado su huella el hombre. Por tanto, ambos colaboran en toda ella. Pero no colaboran coordinados como dos que levantan una piedra; sino subordinado el hombre a Dios. Según la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, esta subordinación es instrumental; el hombre es el instrumento de Dios para escribir, es manejado por Dios -digamos de momento- de un modo análogo a como yo manejo mi pluma. Dios y hombre son verdaderos autores, cada uno según un modo propio y con efectos propios. Cuando manejo mi pluma y escribo una «a», esta letra se debe a la vez a mi mano y a la pluma. Mano y pluma han dejado su efecto propio: a la mano se deberá el que sea una «a», a la pluma el que la «a» tenga tal grosor y tal color. Naturalmente, el efecto de la causa instrumental también depende de la causa principal, que es libre de tomar ese instrumento u otro. Cuando elige un instrumento concreto, acepta y hace suyo el efecto propio del instrumento. Oigamos ahora lo que sobre este punto nos dice el Concilio Vaticano II:

«... Dios se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos: de este modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería» (DV 11). Como puede verse hay un avance significativo en el Concilio Vaticano II respecto a la instrumentalidad del hombre en la composición del libro sagrado. Aquí se subraya que no es un simple instrumento, puramente pasivo o inanimado, sino racional. Afirma de los escritores sagrados que son también «verdaderos autores». Es pues una obra humana y consciente la que realizan, sin que esto quiera decir que ellos vieran toda la profundidad de sentido que a veces pretendía Dios.

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9.- VERDAD DE LA BIBLIA

Del hecho de la inspiración, se deduce la total verdad de la Biblia en orden a la salvación. Queremos decir que si Dios es el autor, no puede haber error en todo aquello que El, para nuestra salvación, nos quiso enseñar:

«Como todo lo que afirman los hagiógrafos o autores inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los Libros Sagrados enseñan sólidamente, fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra» (DV 11). La Biblia contiene la Verdad de Dios que nos salva. La Verdad religiosa. Es un libro eminentemente religioso. No pretende enseñar ciencias profanas, pues éstas las puede conocer el hombre con la inteligencia que Dios le ha dado. Los datos profanos que aparecen en la Biblia -historia, geografía, botánica...- son el soporte de la verdad religiosa, salvadora, presente en todas sus páginas. La inspiración garantiza el que los datos profanos -expresados en muy diversos géneros literarios- sean capaces de expresar la verdad religiosa que Dios nos quiere comunicar. La exactitud de un dato profano queda garantizada en tanto en cuanto este dato se identifica con la verdad religiosa.

Es claro el testimonio de Jesús mismo, que haciéndose eco de lo que en su pueblo se siente y de lo que El mismo da por indudable, lo afirma al hablar de la Biblia: «La Escritura no puede fallar» (Jn 10,35).

Y más tarde San Pablo, en la última de sus cartas, dirá a Timoteo su discípulo y sucesor en Efeso: «... desde niño conoces las Sagradas Letras, las cuales pueden hacerte sabio en orden a la salud por medio de la fe que se halla en Cristo Jesús. Toda la Escritura, divinamente inspirada, es también provechosa para la enseñanza, para la reprensión, para la corrección, para la educación en la justicia, para que sea cabal el hombre de Dios...» (2 Tim 3, 15-17).

10.- INTERPRETACIÓN

Puesto que el autor sagrado no habla en sentido científico, sino en el estilo de su pueblo y en la forma en que los hombres de su tiempo entienden las cosas, es preciso ante todo determinar el sentido que da a sus palabras. Sólo lo que él quiere decir y en el sentido en que lo quiere decir, es lo único verdadero. Consiguientemente hay que estudiar los géneros literarios, es decir, la forma en que los autores contemporáneos a él escribían, para ver lo que nos ha querido decir, según el estilo, el gusto y el modo de la época (DV 12). Como obra en que han tomado parte los hombres a través de quince siglos, en que tanto han variado las culturas y los modos de expresión, y más aún por ser Dios infinito el autor principal, lógicamente debemos concluir que ha de tener pasajes sublimes y difíciles esta obra de la Sagrada Escritura (DV 12).

Para satisfacción nuestra, tenemos las palabras mismas de la Biblia que nos afirman esa realidad, sobre todo refiriéndose a ciertos libros particulares de ella. Veamos las frases de la segunda carta de San Pedro, a propósito de los escritos de San Pablo: «En todas sus Epístolas... en las cuales hay algunos puntos de difícil inteligencia, que hombres indoctos e inconstantes pervierten, no menos que las demás Escrituras, para su propia perdición» (2 P 3,16).

Por esto es necesaria una regla de interpretación. Esto es lo que dice sobre ello el Concilio Vaticano II: «La Escritura se ha de leer con el mismo Espíritu con que fue escrita: por tanto, para descubrir el verdadero sentido del texto sagrado hay que tener muy en cuenta el contenido y la unidad de toda la Escritura, la Tradición viva de toda la Iglesia, la analogía de la fe» (DV 12).

De ahí la necesidad de poseer el Espíritu de Cristo y estar injertados en el cuerpo de Cristo -la Iglesia- para interpretar con garantía de éxito estos libros maravillosos, antiguos, profundos y sobre todo divinos. Pero veamos...

11.- GUIA EN LA INTERPRETACIÓN

El Evangelista Lucas, que tan íntimamente ha calado en la conducta delicada de Cristo con los suyos, es quien nos narra, en el último capítulo de su Evangelio, cómo Jesús mismo, conocedor del misterio de las Escrituras, es el que a sus discípulos asiste para entenderlas e interpretarlas sin error. Cristo es el que da a los Maestros de su Iglesia -los Apóstoles- el poder de interpretar la Sagrada Escritura: «Entonces les abrió la inteligencia para que entendiesen las Escrituras» (Lc 24,45). El Espíritu Santo, Espíritu de Verdad, que asistirá a su Iglesia a través de los siglos, será el Maestro efectivo que en todo los conducirá a la Verdad... (Jn 14,16 ss). Y esto, en la práctica, se realizará mediante la interpretación oficial, por parte de la Iglesia docente, sucesora del Colegio Apostólico, de los libros inspirados por el mismo Espíritu Santo. Porque todo lo que se refiere a «la interpretación de la Escritura queda sometido al juicio definitivo de la Iglesia, que recibió de Dios el encargo y el oficio de conservar e interpretar la palabra de Dios» (DV 12). Es lo que llamamos el Magisterio eclesiástico. De él nos dice el Concilio Vaticano II y precisamente hablando sobre la Biblia: «el Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio; para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente» (DV 10). Esta voz de la Iglesia, Esposa de Cristo, nos expone con la autoridad de Cristo, el valor y sentido de la Palabra de Él.

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12.- Y JUNTO A LA BIBLIA, LA TRADICIÓN APOSTÓLICA

«La Tradición y la Escritura -nos afirma el Concilio Vaticano II- constituyen el depósito sagrado de la Palabra de Dios confiado a la Iglesia» (DV 10).

Hay pues en la Iglesia junto a la Escritura otro elemento sagrado, actuante: La Tradición Apostólica. Es decir, las enseñanzas y el espíritu transmitidos por los Apóstoles. Esta Tradición puede consistir en verdades no contenidas en la Escritura. Esta Tradición puede significar además, y principalmente, el ambiente denso y profundo en que la Sagrada Escritura se vive en la Iglesia: la conciencia íntima de los que formamos la Iglesia. Conciencia que va penetrando cada vez más en el profundo y maravilloso sentido de la Palabra de Dios (DV 8 Párrafo 2).

La Sagrada Escritura y la Tradición Apostólica no se oponen. Mutuamente se apoyan y robustecen como nos afirma el Concilio Vaticano II (DV 9).

Así pues resumiendo y subrayando, la Sagrada Tradición tiene en la Iglesia el especial papel de conservar viva, palpitante y triunfadora la Palabra de Dios, escrita.

13.- EL MENSAJE DE DIOS EN LA IGLESIA

a) La Revelación divina en general

Dios reveló su verdad y su amor para ofrecer la salvación a todos los hombres. Por ello dispuso que todo lo que El nos reveló -el Antiguo Testamento, evangelio prometido, y el Nuevo Testamento, evangelio realizado, o sea cumplimiento y plenitud de la salvación por Jesucristo- fuera conservado íntegro y trasmitido a todas las generaciones por la Iglesia. Esta disposición fue fielmente cumplida, tanto por los Apóstoles, que en la predicación oral, con sus ejemplos de vida y con las instituciones que crearon, nos legaron la verdad salvadora aprendida de Jesucristo, como por aquellos apóstoles y varones apostólicos que bajo la inspiración del Espíritu Santo escribieron el mensaje de salvación.

b) La Palabra de Dios, escrita

Y refiriéndonos ahora de modo especial a la Palabra de Dios, escrita, afirmamos: En ella ha cristalizado de modo singular el conjunto sagrado de la Revelación, confiado a toda la Iglesia, a todo el pueblo de Dios, para que unido a sus pastores, persevere en la doctrina, en la oración, en la Eucaristía y en la Caridad (Hech 2,42). Como la Iglesia es depositaria del Cuerpo de Cristo en la Eucaristía, también lo es de su Palabra viva en la Biblia, como medio de salvación. Por eso debe leerse y vivirse por la Iglesia y en comunión con ella. Si recibimos los sacramentos por la Iglesia y en comunión con ella, igualmente debemos recibir la Biblia en la Iglesia y en su espíritu. Espíritu de fe, para aceptar que Dios nos habla por el contenido de un libro. Espíritu de amor, para abrirnos con docilidad a la Palabra de Dios y dejar que fructifique en toda nuestra vida.

Terminemos con estas palabras, plenas de fuerza y de amor, del Concilio Vaticano II: «La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo» (DV 21).

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LECCION 12

EL MENSAJE DE LA IGLESIA - CRISTO: VERDAD Y AMOR.

INTRODUCCIÓN.- Al terminar esta exposición de conjunto de lo que es La Biblia-Cristo-La Iglesia, caigamos definitivamente en la cuenta de que la solución única de todos los problemas es Cristo.

En primer lugar, la Iglesia nos descubre la situación actual del hombre, empobrecido y angustiado al sentirse lejos de Dios.

Y en segundo lugar la Iglesia nos muestra -con la Palabra de Dios- cómo hoy, al igual que al hacer su aparición el Evangelio en el mundo, Cristo es la solución única, pues es la Sabiduría y Belleza, es la Verdad y el Amor de Dios. Verdad eterna y Amor inmortal.

Introducción razonada con documentos del Concilio.

1.- La Iglesia, hoy.- «La Comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos» (GS 1).

2.- El mundo, hoy.- «El género humano se halla hoy en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero» (GS 4). He aquí los rasgos más sobresalientes del mundo actual.

• «Nunca ha tenido el hombre un sentido tan agudo de su libertad, y entre tanto surgen nuevas formas de esclavitud social y psicológica» (GS 4).

• «Son muchísimos los hombres tarados en su vida por el materialismo práctico» (GS 10).

• «Muchos se desentienden de su íntima y vital unión con Dios o lo niegan en forma explícita. Este ateísmo es uno de los fenómenos más graves de nuestro tiempo» (GS 19).

3.- Consecuencia: Desequilibrio general del Mundo.- Razón: «Se busca con insistencia un orden temporal más perfecto, sin que avance paralelamente el mejoramiento de los espíritus» (GS 4).

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4.- Solución: Renovar al hombre según Dios.- «Es la persona del hombre la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar. Es por consiguiente el hombre: pero el hombre todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad» (GS 3). Porque «en la unidad de cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, es una síntesis del universo material, el cual alcanza por medio del hombre su más alta cima y alza la voz para la libre alabanza del Creador» (GS 14). Así pues hay que renovar al hombre según Dios. No hay otra solución que reencaminar el hombre hacia Dios. Porque, además, esa es la inclinación innata dada al hombre por Dios: como profundamente indicó San Agustín, y cita el Concilio: «Nos has hecho Señor para ti: y nuestro corazón no puede hallar reposo fuera de ti».

Y es que la dignidad de la persona humana se funda en su plena orientación hacia Dios. El Concilio Vaticano II nos habla sobre este punto con toda claridad:

«La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios» (GS 19).

«Las doctrinas y conductas contrarias a ese ideal privan al hombre de su innata grandeza» (GS 21).

«En realidad el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado» (GS 22).

Y en último término la explicación de raíz, clara y contundente de este hecho, la encontramos una vez más en la Biblia. Nos limitaremos a copiar un párrafo de la Constitución Pastoral «Gozo y Esperanza» del Concilio Vaticano II: «La Biblia nos enseña que el hombre ha sido creado 'a imagen de Dios' con capacidad para conocer y amar a su Creador; y que por Dios ha sido constituido señor de la entera creación visible para gobernarla y usarla glorificando a Dios. ¿Qué es el hombre para que tú te acuerdes de él? ¿O el hijo del hombre para que te cuides de él? Apenas lo has hecho inferior a Dios al coronarlo de gloria y esplendor. Tú lo pusiste sobre la obra de tus manos. Todo fue puesto por ti debajo de sus pies (Salmo 8, 5-7)» (GS 12). Ese es el encuadramiento real del problema. Y ante ese problema que consiste en encauzar todo el ser del hombre hacia Dios, la única solución es Jesucristo: Dios visible entre nosotros, Dios hecho Hombre como uno de nosotros.

CUMBRE DE LA REVELACIÓN

Veamos: La cumbre máxima a que llegó la Revelación en el Antiguo Testamento fue que Dios es Belleza. Esto es lo que nos dice el libro de la Sabiduría, el último de los inspirados del Antiguo Testamento y ciertamente muy próximo a la aparición de Cristo en el mundo. «...el Autor de la belleza es quien todo lo creó» (Sab 13, 1-5). Y la revelación máxima del Nuevo Testamento se cifra en: «Dios es amor» (1 Jn 4,16). Si Dios es Belleza suma, como resumen del Antiguo Testamento, y Dios es puro Amor, compendio del Nuevo; que el hombre tienda irresistiblemente a la Belleza y se sienta fascinado y arrastrado por el Amor, no es sino una confirmación de que el hombre está «hecho a imagen y semejanza de Dios», según las palabras citadas por el Concilio en la Constitución Pastoral «Gozo y Esperanza» y tomadas del Génesis primer libro de la Biblia: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza» (Gen 1,26).

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Dios se ha hecho visible en Cristo. Cristo es Dios; y por el hecho de ser Dios es la Belleza de Dios y el Amor de Dios. Cristo es también hombre y consiguientemente el camino querido por Dios para que todo hombre llegue a Dios. Podemos, pues, decir como resumen: La Encarnación de Cristo, es decir el que Dios se haya hecho hombre, lo es todo para el cristiano. Recordemos la palabra clásica de San Agustín: «Cristo-Hombre es el camino por el que vamos. Cristo-Dios es la patria a la que vamos». Abrazados aquí a Cristo-Hombre, despertaremos un día, al abrir los ojos a la luz de la gloria, abrazados a Cristo-Dios.

Ahora nos explicamos que la misión de la Iglesia, Esposa de Cristo, no sea otra que llevar hasta los confines de mundo, no una idea, ni un código, ni una doctrina, sino un ideal vivo; esa Persona: Cristo Hombre-Dios. Y precisamente esto, es lo que desde el primer día hicieron los Apóstoles en su ambiente estrecho de Jerusalén: «Y se pasaban todo el día... evangelizando a Cristo Jesús» (Hch 5,42). Ese ir presentando lo que era Jesús, ese ir desmenuzando, rumiando, contemplando en sus diversas facetas su persona, sus hechos, su doctrina, todo lo suyo, cristalizado en Él, es lo que cautivó a aquellas gentes y ha de transformar al mundo.

Resumiendo: Cristo lo es todo para nosotros, y Cristo se nos da por medio de la Iglesia totalmente, en cuerpo y alma: Eucaristía y Evangelio. Su Cuerpo y su Palabra. Su Amor y su Verdad. Vamos pues a fijarnos en lo que constituye la quintaesencia de su Persona y su mensaje.

CRISTO VERDAD

Estar animado del Espíritu de Cristo, del Espíritu Santo (Rom 8,9) supone haber aceptado la Verdad: la enseñanza del mismo Cristo en todo cuanto nos dice Él, que es Palabra del Padre, Él que es la Verdad misma del Padre (Jn 17,17). La Verdad de Cristo aceptada, es la que purifica el alma dando paso a la fe, o sea a todo cuanto Cristo es y dice. El primer paso de aproximación a Cristo es la aceptación de su Verdad. Primer paso que se da bajo el impulso del Espíritu Santo que es el Espíritu de la Verdad (Jn 14,16).

Esa Verdad es la piedra básica de esta construcción sobrenatural, es la raíz profunda de este árbol gigante, la Iglesia, que cobija al mundo. Clara y profundamente nos dijo el Concilio de Trento que la fe -adhesión total a la Verdad de Cristo- es principio y raíz de la justificación, de la santificación (Magisterio de la Iglesia N° 801).

CRISTO AMOR

Pero esa Verdad fría y descarnada quedaría muerta sin el Amor que es su Alma. Escuchemos primero las palabras de Cristo. Contemplemos después los hechos de Cristo. Y veremos que esa Verdad de Cristo está radiante de amor.

LAS PALABRAS DE CRISTO

Él es nuestro hermano y su Padre es nuestro Padre.- Cristo vino a rehacer la familia fundada por el Padre. Cristo vino a comunicarnos de nuevo aquel ser de hijos que Dios amorosamente nos había dado el primer día del mundo. Y Cristo se complace en llamar hermanos a los suyos. Precisamente el día primaveral de su Resurrección. Por eso le dice a aquella mujer, la primera aparición que se nos narra: «Ve a mis hermanos» (Jn 20,17). Auténticos hermanos de Cristo, por reconocer al único Padre que está en los cielos: «Mi Padre y vuestro Padre» (Jn 20,17). Pero para ello, es preciso poseer de verdad, no sólo de nombre, el auténtico espíritu de Jesús: «Porque los que son movidos por el espíritu de Dios, esos son los hijos de Dios... habéis recibido el espíritu de hijos y por eso decimos: Abba-Padre... Y si hijos también herederos» (Rom 8,14-17).

El Primer Mandamiento de Nuestro Padre.- Es lógico tras lo dicho anteriormente. Pero Cristo quiso decirlo explícitamente en ocasión solemne. Entre aquella maraña de grandes y pequeños preceptos, que para hebreos oscurecían la vista de lo esencial, brilla nítidamente la declaración de Jesús. Le preguntan queriendo envolverle: «Maestro, cuál es el Mandamiento más grande de la Ley» (Mt 22,36ss). La contestación de Cristo no puede ser más clara y rotunda: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el más grande y el primer Mandamiento. El segundo, semejante a éste, es: Amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos penden toda la Ley y los Profetas». Nos ha dado Cristo la síntesis más bella de cómo se ha de unir al amor indispensable, inicial, fundamental de todo ser, que es el que ha de tenerse al Padre de los cielos, este otro amor necesario, imprescindible, continuación del primero, que es amor a los hermanos en el mundo, a nuestros prójimos. Ahí está todo compendiado.

¿Quién es el prójimo?.- Para el pueblo que rodea a Jesús la cosa no es tan clara. Se ha pensado muchas veces entre los judíos que el prójimo es exclusivamente el hermano, el allegado de nación o de sangre. Jesucristo es quien extiende a todo ser racional, a todo posible hermano de gracia y de gloria ese título fraterno. Nos dice claramente que hermano es todo aquel por cuyo lado pasamos en la vida, máxime si necesita de nuestros servicios fraternales. Es ahora el Evangelista Lucas el que nos narra la escena anteriormente contada por Mateo. Empalmando con las palabras proferidas por el Maestro, oímos a uno que pregunta: «Y ¿quién es mi prójimo?» (Lc 10,29). Es la ocasión que escoge Cristo, para exponer en una parábola, que sólo Lucas nos conserva, el desinterés, el profundo amor que supone esta hermandad espiritual que Cristo viene a implantar al mundo. «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó...» (Lc 10, 30-37). Es un ejemplo extremo. Ni el sacerdote, representante oficial de Dios, ni el levita, seglar confesionalmente religioso, sino el samaritano, es decir, el hombre malo oficialmente y perverso públicamente, es quien en este caso se comporta como un auténtico hermano. Este es el ejemplo que imitar, nos dice Cristo.

16 - 11 - 03

Cristo antepone el amor al prójimo a los actos de culto a Dios.- Y es Jesús mismo el que nos presenta (principalmente a los judíos que le escuchan y son tan estrictos en todo lo que supone respeto externo y oficial a Dios) el caso impresionante de que a Dios le interesa más el amor al hermano que el propio culto que se le tribute a El. Cuando Jesús está hablando a las muchedumbres (nos lo cuenta Mateo en el Sermón de la Montaña) y hablando precisamente de la amplitud del quinto Mandamiento, que mira a todas las relaciones esenciales con nuestro prójimo, añade: «Si vas, pues, a presentar una ofrenda ante el altar y te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y luego vuelve a presentar tu ofrenda» (Mt 5, 23-24). Ni tu culto le interesa a Dios, tu Padre, si tú has ofendido en algo voluntariamente a tu hermano que es también su hijo.

Las obras del amor, ley suprema del juicio.- La ocasión más solemne en que Cristo ha hablado de esta materia es cuando nos da la norma que El ha de tener para juzgarnos en el último día. Es al final de la vida de Jesús. Nos lo cuenta el Evangelista Mateo en aquel último gran discurso de Cristo, casi en vísperas de su muerte. Cristo nos da la escena del Juicio último al comparecer todos los hombres ante Dios. Y nos asevera que ésta será la regla suprema que empleará para juzgar nuestra conducta: el amor que hayamos tenido a nuestros hermanos. «Porque tuve hambre y me disteis de comer...» (Mt 25, 31-46). Parece como que Cristo no ha de tener presente sino este comportamiento nuestro con los demás. El se ha identificado plenamente con todos y cada uno de los necesitados que han pasado a nuestro lado en la vida. Y aún apurando más, podríamos decir que el premio o castigo será por actos de superogación, pero en la línea del amor. Aparentemente, no por actos indispensables, de obligación estricta. Y si aún queremos más, el castigo máximo se deberá a pecados «de omisión». Por no haber amado a mi hermano, yo seré privado para siempre del amor de Dios.

LOS HECHOS DE CRISTO

Hasta aquí hemos considerado las palabras, las enseñanzas de Jesús. Veamos un momento su actuación en este campo, limitándonos sólo a las últimas horas de su vida entre los suyos.

Juan, el discípulo predilecto, es el que introduce la narración de la Ultima Cena de Cristo con los suyos, con estas palabras impregnadas de profundísimas ideas: 1.- «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, al fin extremadamente los amó» (Jn 13,1). ¡Hasta el fin! El texto original griego tiene en este caso una doble acepción. a) Se sobrepuso al instinto personal de conservación, pues pesaba como una losa sobre El la perspectiva inmediata de su pasión desgarradora y de su deshonra total. Olvídase de Sí, para atender como a hijos pequeños a sus discípulos. b) Hasta el fin, significa también, «de una manera desmesurada», «con locura». Ambos sentidos son plenos en Cristo en tales momentos. 2.- Poco después viene el acto profundamente expresivo de Jesús comportándose como un esclavo. Se quita sus vestiduras, se ciñe cual un siervo un lienzo y se echa a los pies de aquellos hombres para lavárselos como si fuera el esclavo de ellos, antes de comenzar la cena normal. Exactamente como lo podía hacer cualquier esclavo a su propio señor. 3.- Viene a continuación la consecuencia que Cristo saca a los suyos para mayor claridad: «Haced vosotros también como Yo he hecho» (Jn 13,15). 4.- Y tras este comportamiento personal de Cristo viene la aplicación natural que es su lección suprema: «Un precepto nuevo os doy: Que os améis los unos a los otros. Como Yo os he amado, así también amaos mútuamente» (Jn 13, 34). Aparentemente, al lector superficial no le dirá nada nuevo esta frase de Jesús. En realidad es profundísima la enseñanza. El amor máximo que hasta ahora habíamos creído había que tener al hermano, es el que nos tenemos a nosotros mismos «amarás a tu prójimo como a ti mismo». Lo que Cristo nos dice ahora es algo más: Hemos de amar al hermano más que a nosotros mismos, si es que queremos imitar a Jesús, si es que aceptamos este supremo mandato suyo, en la hora en que va a morir. Y todo esto no es sino la ley natural del amor. Quien ama a otro ser, complemento de su espíritu y complemento de su vida, en realidad lo ama más que a sí. Un padre, una madre, un hombre, una mujer que aman humanamente a otra persona, se sacrifican por hacer feliz a la persona a la que aman. En realidad de verdad la aman más que a sí. Gozan más con ver feliz a la persona amada, que con gozar ellos mismos de alguna satisfacción propia personal.

Esa es la ley del amor: Amar a quien se ama más que a sí mismo. Y esto es lo que Cristo quiere que traslademos del orden natural al orden sobrenatural. Y esto es lo que significa su frase: «Que os améis los unos a los otros, como Yo os he amado». Cristo se ha olvidado de Sí por nosotros. Cristo ha puesto su vida por cada uno de nosotros.

23 - 11 - 03

Sublimidad del amor cristiano.- Es Jesús mismo quien a continuación nos dice que precisamente ese amor, con esos quilates, es el que ha de ser distintivo del cristiano en el mundo: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos para con otros» (Jn 13,35) . No será ni la pobreza, ni la austeridad, ni la obediencia, ni otra alguna virtud. Todas ellas serán necesarias para conseguir este supremo fruto, pero en realidad de verdad, no serán sino medio. El distintivo sublime del que conoce y sigue a Jesús, será este amor a cuantos le rodean, que son imágenes vivientes del mismo Cristo.

El milagro que convertirá al mundo.- Y este superar todo egoísmo, este auténtico milagro del amor de unos a otros (no precisamente por motivos humanos, materiales o sensibles, que sería un egoísmo refinado); ese, precisamente, será el gran milagro que pruebe al mundo que Cristo es Dios y que nosotros poseemos su Verdad. Jesús mismo nos lo dice: «Yo en ellos y Tú en Mí para que sean consumados en la unidad y conozca el mundo que Tú me enviaste» (Jn 17,23). Unidos por amor y posponiendo por amor a los hermanos el propio interés. No habrá realmente otro milagro mayor, no habrá otro medio más eficaz que este milagro de superación de nuestro propio egoísmo, para convertir al mundo. Este milagro supremo es el que probará la misión divina de Cristo, la Verdad de su Evangelio y la autenticidad de su Amor.

ESCRITOS APOSTÓLICOS - PABLO Y JUAN

Precisamente confirmando esta idea, de que el amor es lo sustancial del Evangelio, supuesta la Verdad de Cristo aceptada plenamente por la fe, tenemos el ejemplo extraordinario de dos caracteres tan opuestos como Pablo y Juan. Pablo es ardiente, impulsivo, nada amigo de componendas y de medias tintas. Esto le llevará a equivocarse algunas veces en su forma de actuar; pero es expresión clara de su adhesión incondicional a Cristo. El es el que hablando a los fieles de Corinto, tan entrañablemente queridos, y exponiéndoles el beneficio que supone poder influir mucho en este Cuerpo Místico de Cristo, termina dándoles esta suprema lección: «Quiero mostraros un camino mejor» (1 Cor 12,31 y c 13). Por encima de todos los atractivos que pueda ofrecer para ellos el ser Apóstoles o ser Evangelistas o poseer dones de lenguas, está el poseer este supremo carisma del amor. Esto es lo que les hará auténticos cristianos. Una lectura atenta de este capítulo 13 nos convencerá de que por encima de cuanto pueda parecer apetecible, aun espiritualmente, está como núcleo definitivo ese auténtico Amor al Padre y a los hermanos. Pongamos en vez de caridad, que tal vez nos resulte palabra algo desvaída, la palabra amor, y veremos qué fuerza tiene en labios del ardiente Pablo este panegírico de la virtud fundamental del Evangelio. Como corona de cuanto ha dicho, nos afirma que sólo eso, sólo ese amor, es el que permanecerá para siempre (1 Cor 13,13).

Y Juan, ardiente también en su juventud, pero apaciguado en su ímpetu por los años y por la maravillosa contemplación de lo que es la vida y la obra de Cristo en sus fieles, ya anciano, es el que condensa en frases sublimes, lo que constituía su vida y lo que era enseñanza medular de Jesús: «El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es Amor» (1 Jn 4,8). En los versículos que siguen van apareciendo ideas bellísimas que completan y desarrollan esta expresión general: «Nosotros hemos conocido el Amor. Nosotros hemos creído en el Amor» (1 Jn 4,16). Hemos realmente palpado y visto en la tierra lo que es un amor auténtico e indefectible. Hemos creído que realmente existe el amor contra todo lo que se ha dicho siempre a nuestro alrededor. Y ese amor nos llevará incluso a no tener miedo al juicio terrible de Dios en el último día. Porque ya realmente somos nosotros, ahora, lo que El es. Somos miembros de Cristo, somos hijos de Dios, somos... Dios como El. (1 Jn 4,15ss).

30 - 11 - 03

SINTESIS DEL CRISTIANISMO

La vida del cristiano, vida de Amor.- Si quisiéramos resumir en una sola frase lo que según el Nuevo Testamento habría de ser la vida del cristiano, podríamos condensarla en aquel supremo consejo que Pablo da a los fieles de Efeso: «Vivid amando» (Ef 5,2). Es el fruto (en la primera encíclica sobre la Iglesia, la carta dirigida desde el cautiverio por Pablo a su querida ciudad de Efeso y a las demás iglesias de la Provincia de Asia), de la total adhesión a Cristo. Verdad que poco antes ha subrayado con trazos definitivos el Apóstol: «No seamos ya niños que vacilan y se dejan llevar de todo viento de doctrina... sino que abrazados a la Verdad, por todo crezcamos en la Caridad, adhiriéndonos a quien es nuestra cabeza, Cristo» (Ef 4,14ss). El ideal de Cristo fue crear una gran familia: Su Padre, nuestro Padre; su Espíritu, nuestro Espíritu; y El, nuestro hermano modelo; modelo en que nos vayamos transformando a diario. Podríamos resumir todo en aquella frase atribuida a San Agustín: «Cristo no fue necesario sino para enseñarnos el amor». Pudo Dios habernos enseñado, de otra forma, las verdades que creer y los ritos que practicar. Las diversas virtudes prodríamos haberlas aprendido en los actos heroicos de otros hombres. La profundidad y anchura inmensa de este Amor que Cristo nos pide, forzosamente, teníamos que haberlas visto en El, pues de otra forma, no nos hubieran cabido ni en la cabeza ni en el corazón.

Unidos a Cristo en la Verdad.

Fundidos con Cristo en la Caridad.

Volcados hacia los hermanos para ser una sola cosa todos, suprema aspiracíon del Corazón de Cristo.

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FINAL DEL CURSO